CAPITULO ONCE
Es cierto, he dicho que tenía
una pista
La pista que debía seguir y
olvidarme de asuntos que no me concernían se llamaba Global Asesoría
e Inversiones y estaba dirigida por un fulano que se llamaba Aurelio
Cominges.
Aquello era lo que iba a
hacer.
Aquello era lo que sabía
hacer.
Lo que no sabía era salvar al
mundo.
Ni siquiera a mi puto país.
Esa era una cuestión de
jueces y legisladores.
Y si ellos que podían no lo
hacían…
Mi teléfono móvil me
cosquilleó la entrepierna.
Alguien me dijo en una ocasión
que la tecnología avanzaba tan rápido que a no tardar mucho los
móviles serían capaces de masturbarte.
Bueno…
La voz de Lena me informó que
una señorita me esperaba en el locutorio, le había dicho que era
amiga mía, que se trataba de algo muy urgente y me esperaría. Se
llamaba Carmen y no tenía mal aspecto, según los parámetros de
Lena para juzgar el aspecto de mis amigas. Parámetros que de un día
a otro podían variar siguiendo un flujo misterioso que nunca he
sabido valorar.
Me extrañaba que Carmen se
presentara en el locutorio en lugar de llamarme al móvil tal como
habíamos convenido. De un embarazo fulminante no creía que se
tratara, de un día para el otro no acostumbra a manifestarse. Sin
tener en cuenta que la noche anterior Carmen no había mostrado la
menor preocupación por aquellos detalles mientras hacíamos el amor.
Respecto a que se presentase con urgencias fulminantes, al día
siguiente de nuestra primera noche, prefería no pensar en ello.
Sentada en la silla que tengo
frente a mi pantalla de ordenador, esperaba, no mi Carmen, si no la
Carmen de Paquete. Al menos con ella podía tener la absoluta
seguridad de que no estaba embarazada, pero su presencia me
intranquilizaba.
-Buenos días, Carmen, esta si
que es una sorpresa.
-Buenos días, Atila. Y por la
cara que pones no creo que mi presencia te resulte placentera. No te
preocupes no voy a tratar de seducirte.
-Tú si que sabes tranquilizar
a un hombre, Carmen.
-En primer lugar me gustaría
disculparme por mi comportamiento de ayer noche.
Hice un gesto con la mano
señalando al infinito que no comprometía a nada.
-He venido porqué quiero que
me hagas un favor, se perfectamente que no te gustará hacerlo, sé
que no tienes obligación de hacerlo y sé que no tengo el menor
derecho a pedírtelo.
-Pues no me lo pidas.
-Si que lo voy a hacer, creo
que eres la persona indicada y créeme no hay muchas personas que lo
sean. De entre las pocas que conozco tú eres quien está más a
mano. Créeme, estoy acostumbrada a juzgar a la gente al primer
vistazo, en ocasiones me equivoco, pero en este caso estoy segura de
acertar. Tal vez la desesperación me confunda pero te ruego que
confíes en mi y hagas lo que te pido.
-De acuerdo doctora, si está
en mi mano puedes contar con ello.
-Claro que lo está. Te dejo
encargado de decirle a Paquete que me voy.
-Carmen, por Dios, que no
tenemos quince años.
-Cállate, por favor y
escúchame. Paquete y yo nos estamos destrozando, acabaremos mal. Y
no, no tenemos quince años, pero actuamos como si los tuviésemos
por mucho que las armas con que nos dañamos son de adulto. Somos
niños peligrosos.
-A mi me parece sencillo,
acabáis la relación y listo.
-No, no es sencillo, no
podemos vivir sin hacernos daño. El otro día me hubiese ido a la
cama contigo sin conocerte en absoluto, sin desearte especialmente,
lo haría solo para hacerle daño a él. He hecho el amor con hombres
en circunstancias que Paquete nunca hubiese llegado a sospechar y sin
embargo me he encargado de que lo supiese, de una forma o de otra se
lo he hecho saber.
-¿Él hace lo mismo?.
-No lo sé, si lo hace no me
lo dice, supongo que es su manera de aceptar un castigo que cree
merecer, pero no te apresures a sacar consecuencias, sabe como
hacerme daño. Y yo lo acepto por las mismas razones, es la parte del
castigo que me he ganado.
-Te lo repito, acabáis la
relación y listo.
-No puedo vivir con él y no
soy capaz de vivir sin él. Y es mutuo, a Paquete le pasa lo mismo.
-No le perdonas que metiese a
tu marido en la cárcel.
-¿Así que te lo ha contado?.
-Si, un momento antes de que
te acercases a nuestra mesa.
-Mi marido es un perfecto hijo
de puta, es un asesino, si está suelto hará daño. Y no es
demasiado selectivo a la hora de hacer daño. Por lo que a mi
respecta se puede pudrir en la cárcel hasta el último día de su
vida.
-Perfecto, no entiendo nada.
-Nosotros quizás si que lo
entendemos, pero entenderlo no nos ayuda en absoluto, en nuestro caso
el raciocinio está varios escalones por debajo de nuestras
compulsiones Me marcho, quiero tener una temporada de reposo y poner
en orden mis pensamientos. Quiero saber si puedo vivir con Paquete
sin hacerle daño y quiero que él lo medite y llegue a sus propias
conclusiones.
-Ya lo has hablado con
Paquete.
-No.
-¿No?.
-No, si lo hago no me
permitirá marchar, me convencerá para que me quede y todo seguirá
igual, por eso necesito que alguien se lo explique.
-Y has pensado que yo soy la
persona más adecuada.
-Sin duda. Te pido que se lo
cuentes como yo te lo he contado, no hace falta que te esfuerces,
repite mis palabras, él sabe que es así por mucho que no quiera
reconocerlo.
-Veras, Carmen, a mi siempre
me habían asegurado que los siquiatras estáis un poco locos. No me
lo creía, pero empiezo a pensar que algo se os pega de vuestros
pacientes.
La sonrisa de Carmen no tenía
nada de alegre, era una aceptación de mi falta de entusiasmo, su
mano se posó en la mía y me la apretó ligeramente. Tenía la piel
suave y cálida y en los ojos un brillo de lágrimas apenas
contenidas.
-Atila, él tiene pocos
amigos. Todos ellos con la mentalidad de machos vocacionales, gente
dura, ese tipo de gente que considera que llorar por una mujer es una
muestra de debilidad imperdonable. Y tendría que dar explicaciones
que le harían daño, esa es la razón por la que ninguno de ellos me
sirve. A ti no hace falta que te explique gran cosa, tú viste una
parte de lo que pasa entre nosotros y sin necesidad te contó algo de
lo nuestro, principalmente esa es la causa que crea que tú eres la
persona adecuada para esta misión. Paquete te respeta, no solo
debido a que me rechazaste para no hacerle daño, si no porque tienes
más de una coincidencia con su forma de ser.
-¿Todo eso has sido capaz de
ver?.
-Todo eso,- de nuevo aquella
sonrisa carente de alegría.
-Me estás buscando problemas,
Carmen.
-No muchos, supongo que has
tenido que dar muchas malas noticias a lo largo de tu vida.
-Si, es mi trabajo, pero
cuando alguien me contrata, en el mejor de los casos ya sospecha que
va a recibir malas noticias, yo lo único que hago es confirmarlas.
-No te alejarás mucho de ese
entorno.
-¿Y donde te vas, cuando te
vas?.
-Hoy, pero no te voy a decir
donde voy, es un lugar donde no me va a encontrar. Ni siquiera
contratando a un buen detective privado. Por eso no te lo digo.
-¿Y no se te ocurre nadie más
que pueda decírselo?.
-No, nadie.
-Escríbele.
-Eso aun le haría más daño,
díselo tú, eres la persona idónea. Si siente la necesidad de
descargarse hablando contigo tal vez lo haga, no conozco a nadie más
con quien se atreva a hacerlo. Sois muy parecidos, piensa que le
haces un favor a él, no a mí.
-De acuerdo, hablaré con
Paquete.
Dio la impresión de que
Carmen iba a levantarse dando por terminada la conversación, pero
frenó su impulso, permaneció quieta mirando el suelo, acabando de
decidir algo, finalmente suspiró, hizo que su mano revolotease sobre
la mia sin llegar a tocarla y dijo:-Dile que deseo poner en orden mi
cabeza y que le quiero, si lo consigo volveré a buscarle. Dile que
él debe hacer lo mismo.
-¿Y si llegas a la conclusión
de que no tenéis solución?.
-No volveré, pero se lo haré
saber para que haga con su vida lo que quiera.
-Eso puede empezar a hacerlo
desde mañana mismo.
-No, Atila, no puede.
-O sea que tú decides cuando,
como y donde.
-“Y tú siempre me
respondes, quizás, quizás, quizás.” ¿Conoces esa vieja
canción?.
-Claro, quien no.
-Mira Atila, si cargo yo con
la responsabilidad de tomar la decisión del cuando y sobre todo del
como, es solo porque estoy convencida de que soy más fuerte que él,
pero no me gusta el papel de directora de orquesta, no en este
asunto.
-Claro como el agua.
-No voy a ofenderte
ofreciéndote dinero para que hables con Paquete, sé que lo harás
por nosotros, por Paquete y por mí. Y quien sabe, tal vez algún día
pueda devolverte el favor. Me voy Atila.
Asentí con la cabeza mientras
se levantaba de la silla, pero aun tenía una cosa por decir.
-¡Ah! Y, de nuevo, gracias
por no dejarte seducir el otro día, espero que no fuese porque no te
gusto.
-Anda vete, no sabes las cosas
que se puede llegar a hacer dentro de esas cabinas.
En esa ocasión la sonrisa de
Carmen era casi sincera, aunque muy breve.
Cuando Carmen se marchó, Lena
que no nos había quitado ojo de encima, vino a verme.
-¿En que lío te metiste
ahora?. Y no vengás con el chiste de que es una clienta, ¿ok?.
-No, no es una clienta, pero
es muy complicado contarlo, tendría que remontarme al Paraíso
Terrenal, ya sabes, la manzana, la serpiente, el bikini de Eva, todo
eso.
-O sea, que tu te lo buscás y
tú te lo bancás, y a la pobrecita Lena ni palabra.
Le conté a la pobrecita Lena
la historia completa.
En caso contrario no me
hubiese dejado vivir.
-Che, viste que me cae bien la
mina,-dijo Lena.
-Claro, empatía entre
mujeres.
-No, boludo, falta de empatía
con los hombres.
Y se alejó marcando con la
mano los compases de un tango.
No fui capaz de saber cual.
Salí a la calle, era la hora
del almuerzo y el restaurante donde podía estar Paquete no quedaba
lejos, así que fui paseando. Si no estaba, al menos gozaría de la
chica que tenía una sonrisa bonita llena de dientes feos. Y si
estaba pasaría el mal rato dándole el recado de Carmen, estas cosas
cuanto más rápido se hacen menos duelen. Mientras me dirigía al
restaurante pensaba en lo bien que me sentiría, en aquel momento, si
me hubiese negado al requerimiento de Carmen. Aunque sin ser
demasiado ambicioso también podría lamentar haber escogido mi
oficio. En lugar de detective podría limpiar pescado en La Boqueria
rodeado de mujeres vocingleras o recolectar flores en los viveros del
Maresme compitiendo en habilidad con los senegaleses que al abandonar
la patera habían tenido la suerte de recalar en la costa con un
trabajo decente. Pensar en los negros del Maresme llenó mi mente de
imágenes: Abdoulaye, derrengado en la silla después del tratamiento
al que le había sometido Ayoub, Abdoulaye degollado en su cama.
Abdoulaye canturreando tonadas mágicas para impresionarme.
Las imágenes dejaron paso a
un pensamiento imbécil: ¿pensaba Abdoulaye en lo bien que estaría
recolectando rosas mientras Ayoub le castigaba o el dolor excesivo te
impide cualquier clase de pensamiento?.
Seguí caminando, al fin y al
cabo lo mío no era tan malo.
Paquete estaba sentado en una
de las mesas del fondo comiendo una empanada, parecía moderadamente
feliz. La chica de la sonrisa bonita, al verme me hizo una completa
exhibición de sus dientes. Paquete ladeó la cabeza y me interrogó
con la mirada. Me senté frente a él.
-¿Me añorabas, Atila?, -todo
rastro de felicidad moderada había desaparecido del rostro de
Paquete, imagino que estar acostumbrado a recibir malas noticias
tiene esas cosas, desarrollas un sexto sentido que te pone en
guardia.
Otra cosa es que ese sexto
sentido te sirva para algo.
-No exactamente, aunque creo
que podría acostumbrarme a tu compañía, siempre claro esta que
entre visita y visita dejase pasar un lapso de tiempo considerable,
un par de quinquenios, por decir algo. Tengo un recado para ti.
-¿Un recado?.
-De Carmen.
-¿Que coño…?.
-Te quiere mucho, se larga,
tiene que pensar en vuestra relación, quiere encontrar la manera de
convertirla en algo valioso o acumular las fuerzas necesarias para no
verte más, no la busques, no la encontraras, cuando llegue el
momento ella se pondrá en contacto contigo.
Se lo dije todo de corrido
antes de que explotase, acababa de borrar cualquier mal pensamiento
que se le hubiese ocurrido al saber que la mujer de su vida me daba
recados para él. Denle a un tipo que desconfía de ti una buena
razón para sentirse desgraciado y dejará de desconfiar. Al menos
por un rato.
En ocasiones un rato es
suficiente para largarte y que no te pille en la primera subida de
adrenalina.
Y mientras te busca se le va
pasando el cabreo. (Primer capitulo del manual de supervivencia en
tierra hostil).
-Dime donde ha ido, -las
facciones de Paquete se habían convertido en una mascara de piedra
que no mostraban ninguna emoción.
-No me lo ha dicho, supongo
que ha pensado que de esta manera aunque me pongas la pistola en la
boca no podré decírtelo.
-No creas que no siento deseos
de hacerlo, ¿porqué ha venido a verte a ti precisamente?.
La ausencia de desconfianza
dura poco en casa del dolido.
-Dice que como soy tan
impresentable como tú, tal vez sepa hacerte menos daño.
-¿Menos daño?.
-Si. Al parecer confía en mi
capacidad para transmitir malas noticias. Y por esa corriente
invisible de simpatía que se establece entre dos tipos
impresentables, cosas así, ya sabes. Lo dice ella, yo mantengo
serias dudas al respecto.
-¿Y como sabía donde
encontrarte?.
A juzgar por el tono de voz se
lo estaba creyendo, estaba más cerca de dejarse consolar por mí que
de ponerme la pistola en la boca.
-Imagino que tu mismo le
dirías algo que la ha ayudado.-el ex policía durante unos segundos
meditó mis últimas palabras, luego asintió levemente con la
cabeza.
La camarera, con todos sus
dientes vino a preguntarme que quería para comer, hice un movimiento
negativo con la cabeza y empecé a levantarme.
-Tráele una ración de
tortilla de calabacín y una cerveza… y dos empanadas,-dijo Paquete
sin mirarme.
Me senté de nuevo, para
Paquete aquello era una petición de consuelo. Tan poco sensible como
quieran, pero una petición de consuelo al fin y al cabo. Además, yo
no he dicho nunca que ese fulano fuera un tipo sensible.
Paquete empezó a hablar
fijando su mirada en mí, aunque yo estaba seguro de que no me veía.
-En el fondo tiene razón, la
nuestra es una de esas relaciones que te parten las piernas del
corazón, no te hace feliz pero te incapacita para correr detrás de
nuevos amores. En ocasiones miro a Carmen y veo cincuenta kilos de
dolor con forma de mujer, y me imagino que mi aspecto no es mucho
mejor. Y sin embargo tengo el convencimiento de que esa mujer es mi
salvación.
-Eso mismo piensa ella, por
eso se larga y espera que algo, creo que tampoco sabe muy bien el
qué, os ayude a reencontraros.
-Ahora me gustaría que me
dejaras solo, Atila.
-Hombre, ahora que ya me había
ilusionado con la tortilla de calabacín…
-Anda, lárgate. Y gracias,
creo que podemos acabar siendo amigos si antes no te he pegado un
tiro.
Cuando cruzaba el local camino
de la puerta casi tropiezo con la camarera, quien toda ella dientes y
sonrisas, transportaba un plato con una ración de tortilla de
calabacín y dos empanadas argentinas. Le cogí una del plato, le
guiñé un ojo y seguí caminando.
Era una empanada salteña,
estaba buena.
La sede de Global, Asesoría e
Inversiones, no estaba rodeada por gitanos rumanos ni por sus
alrededores circulaban pistoleros kazajos, tampoco repartidores de
pizzas armados con metralletas. Era una zona soleada y tranquila de
la parte alta de Barcelona, jóvenes mamás paseaban carritos de
bebés rubicundos y los coches que aparcaban por los alrededores
tenían asientos de piel y cosido al parachoques el pedigrí de
fábrica. Así que entré, a ver si dentro tenía más suerte y
además de lujo pacifico encontraba mafiosos.
Sobre la mesa de recepción,
en una pared pintada de un relajante color amarillo pálido, seis
relojes mostraban la hora de distintas ciudades del mundo: New York,
Tokyo, Pekín, Camberra, Sao Paulo y Nueva Delhi. Imaginé el cabreo
que podía coger un natural de Buenos Aires que entrase en Global
Asesoría e Inversiones al ver que no tenían en cuenta a su ciudad.
Me prometí no contárselo a Lena, lleva lo de su porteñeidad a la
intemperie y cualquier cosa la hiere.
Imagino que a Ángela Merkel
no ver Berlín colgado de la pared también la heriría. Pero es
distinto, a ella no la veo cada día.
En la mesa de recepción,
justo debajo de Pekín y Sao Paulo dos bellezas competían por ganar
el concurso de Miss Piernas Largas 2011. Me dirigí a la que me
pareció más modosita.
-Buenos días señorita,
quisiera hablar con el señor Aurelio Cominges.
-¿Tiene usted cita concertada
con el señor Cominges?, -la chica me sonreía con la mueca ausente
con que se cubre cada lunes a las nueve de la mañana y no se quita
hasta el viernes a la hora de abandonar la oficina, en cada ciudad
del mundo una hora distinta..
-No.
Imaginé que Miss Piernas
Largas, (había decidido que el premio sería para ella) me miraría
de arriba abajo y ordenaría a un ejercito de eunucos musculosos que
me azotasen.
No lo hizo.
-Permítame un segundo, mirare
si le puede atender ¿de parte de quien?.
-Atila.
Asintió sin componer la
expresión de asombro burlón acostumbrada cuando digo mi nombre.
Debía estar acostumbrada a nombres más curiosos. Tomó unos
pequeños auriculares, se los acomodó delicadamente en la cabeza de
forma que ni uno solo de sus bien peinados cabellos pudiera sentirse
molesto, pulsó una zona de una pantalla táctil y le habló a los
auriculares.
-Aurelio, ¿puedes atender al
señor Atila?, -una sonrisa apenas perceptible le curvó
delicadamente los labios.
Ni me inmuté, el chiste lo
conocía desde mi época escolar.
-El señor Cominges le
atenderá dentro de un momento, tome asiento, por favor.
Demasiado fácil, Atila,
demasiada suerte. O aquel tipo no era el baranda que yo imaginaba o
aquel era el “Día Mundial de la Amabilidad Para Con Quien No Se La
Merece”.
También podía ser que el
hombre que tenía mala suerte con los coches caros le hubiese hablado
de mí en lugar de largarse corriendo a otro continente, tal como yo
le había aconsejado. También podía ser que estuviese viviendo mi
día de suerte.
Si era eso, antes de marchar
le tiraría los tejos a Miss Piernas Largas.
Un tipo elegante de alrededor
de cuarenta años, salió por una puerta, se frotaba las manos desde
los dedos a la muñeca, las olisqueó y pareció satisfecho. Fue un
gesto innecesario, todo él despedía un fuerte aroma de colonia
cara. Se dirigió a mi chica con la confianza que proporcionan a los
hombres maduros y elegantes según que aromas.
Me peine con los dedos por si
el tipo era Aurelio Comínges.
La colonia me la había dejado
en casa.
-Sara, cuando lleguen los
señores que estoy esperando pásalos a la sala VIP y avisa al jefe
que paso a buscarle, por favor.
-De acuerdo, Santiago.
¿De acuerdo, Santiago? ¿Avisa
al jefe que pasaré a buscarlo?. ¿Entonces quien coño era Aurelio
Cominges, el botones que servía los cafés?.
Aurelio Cominges era el tipo
que acababa de aparecer y sonreía servilmente a Santiago al cruzarse
con él. Aparentaba menos edad que su antiguo compañero de colegio,
daba la impresión de acabar de pasar la treintena. Se plantó frente
a mí y me tendió la mano.
-Señor Atila, si es tan
amable de acompañarme.
En aquel momento tuve la
certeza de que no iríamos a la sala VIP.
Una pena, porqué cuando te
acostumbras a la sala VIP ya nada es lo mismo.
La sala adonde me condujo
Aurelio Cominges cubría la misma superficie de mi casa, aunque no
tenía cañerías en el techo. Los dos sillones frente a una mesita
baja con un sobre de vidrio sostenido por dos tallas de madera
simulando cabezas de elefantes, felices antes de conocer al Rey de
España, daban la impresión de haber sido diseñados para que los
ocupase gente de mayor calibre económico que el mío, pero no me
quejé.
Si me portaba bien, tal vez me
permitiesen trasladarme a vivir a aquella sala.
Haría una grabación de los
ruidos de las cañerías que surcan el techo de mi vivienda y la
escucharía cuando me embargase la soledad.
Ya me veía instalado en
aquella sala.
Yo soy un tipo modesto,
pensándolo bien, no necesito para nada la sala VIP.
-¿Desea tomar un café o
cualquier otra cosa?,- Aurelio Cominges me sonreía servil.
Pensé que otra cosa le podía
pedir a Cominges, pero no se me ocurrió nada.
-No, gracias.
-Bien, pues dígame en que le
podemos servir.
Recordé que Miss Piernas
Largas no le dijo que había preguntado por él directamente, y
reacondicioné mi discurso, que en principio pasaba por hacer
referencia al tipo que me había dado su nombre. No quería tener
otro muerto sobre mi conciencia, con Abdoulaye tenía suficiente para
una buena temporada.
-Vera, señor Cominges, el año
pasado Hacienda me castigó con cierta dureza y gente de mi confianza
me ha comentado que hay empresas especializadas en tratar esa clase
de problemas con discreción.
-Efectivamente, es nuestro
trabajo.
-Claro, por eso estoy aquí.
-Y dígame señor…
-Atila, llámeme Atila, por
favor.
-Bien, le preguntaba ¿de que
clase de negocio estamos hablando, o prefiere de momento no mencionar
según que clase de detalles?.
-No, no hay razón para
ocultar nada, soy el propietario de una empresa de lampistería, ya
sabe arreglos en el hogar, instalaciones de gas, agua, sanitarios,
esas cosas.
Por los ojos de Aurelio
Cominges pasó una sombra entre divertida e indignada.
-Ya, ¿y a través de la
empresa de lampistería o paralelamente a ella hacen incursiones en
otra clase de negocios?.
-¿Incursiones?. No, vera
somos una empresa pequeña pero con buenos clientes en el barrio. De
hecho mi padre fundó la empresa y tenemos clientes que vienen de
muchos años y nos proporcionan un buen ritmo de trabajo, a mi y a mi
ayudante.
-Señor Atila, permítame que
le haga una pregunta.
-Claro, por supuesto.
-¿Cuánto le tuvo que pagar a
Hacienda, el año pasado?.
-¡Óh!, salió positiva, en
mucho, casi llegamos a los mil euros, y eso arriesgándome a hacer
alguna trampilla.
-Me parece que no somos la
empresa adecuada para ocuparnos de sus finanzas señor Atila, tal vez
alguno de los gestores de su barrio. Pero permítame una pregunta,
¿quién le ha dirigido a nosotros?.
-¿Dirigido?. ¡Ah, ya
entiendo!. No, nadie, pasaba por aquí y al leer la placa con el
nombre de su empresa y dado que hoy voy sin prisas, he pensado que
tal vez…
-Bien, no se preocupe señor
Atila, pero me reafirmo, con toda probabilidad un gestor de su barrio
podrá atender sus problemas mucho mejor que nosotros,-mientras lo
decía desplegaba su cuerpo del sillón para indicarme que ni él ni
su empresa estaban dispuestos a perder ni un segundo más con un
ciudadano tan vulgar como yo.
Aurelio Cominges me acompañó
con amabilidad profesional a recepción. Justo en aquel momento los
visitantes importantes eran conducidos a lo que imaginé sería la
sala VIP por un atento y elegante Santiago. En la puerta de la sala
VIP les esperaba un sonriente caballero tendiéndoles la mano. Su
sonrisa demostraba el convencimiento de que, en ningún caso su mano
sufriría maltrato. Alcance a escuchar a Santiago hacer la primera
presentación.
“Les presento a Marco
Santillana, nuestro Gerente”.
No alcancé a escuchar los
nombres de ninguno de los visitantes, Aurelio me empujaba amable pero
firmemente hacia la salida. De ellos solo puedo decir que eran tres,
dos hombres y una mujer, los tres de media edad, bien vestidos. Y si
algo me llamó la atención fue la impresión de que la mujer
pertenecía a la raza eslava mientras los hombres eran típicamente
mediterráneos.
Mi favorita para el titulo de
Miss Piernas Largas ni siquiera se dio cuenta de que perdía la
oportunidad de iniciar un romance con un detective marginal.
He conocido más de una mujer
como ella. Con seguridad aquella misma noche estaría profundamente
arrepentida de haber dejado pasar la ocasión. Pero en aquel preciso
momento su atención estaba prendida en la mujer de apariencia eslava
que entraba en la sala VIP, comparaba la longitud de sus piernas con
las propias.
Le di un empate técnico.
Las dos estaban fuera de mi
alcance.
En la calle, sentado al
volante de un Jaguar aerodinámico aparcado en doble fila, esperaba
un tipo al que le sentaría mejor un fusil de asalto que una corbata
de lazo.
Repasé la situación mientras
el tipo que añoraba el fusil de asalto me miraba mal, protegido por
unas gafas de sol más caras que el traje que mi ex mujer me hizo
comprar para que no hiciese el ridículo el día de nuestra boda.
Yo había entrado en Global
con la seguridad de encontrar en Aurelio Cominges a un mafioso de
alto nivel y la realidad era mucho más prosaica: Aurelio en aquella
organización era poco más que el chico que se encarga de surtir a
sus jefes del protocolario café, y de paso de atender a alguien como
yo. En la organización había, al menos, dos personajes de mayor
calado, Santiago y Marco Santillana. En otro sentido, la clientela si
parecía adaptarse a lo que había imaginado encontrar allí. Y si
tenía alguna duda solo debía fijarme en la catadura del tipo que se
sentaba al volante del Jaguar, quien por cierto seguía vigilándome
a través del retrovisor.
Tenía olfato el fulano.
Me apetece caminar, decido
hacerlo hasta llegar a mis barrios, desde la montaña hasta el mar.
Parece una heroicidad pero no lo es, no en Barcelona, una ciudad
encorsetada por la geografía.
Además hace bajada.
Mientras camino veo pasar
gente joven, todo el mundo en la zona parece joven, sana y jovial.
Jóvenes mamás, niños jóvenes y atractivos ya desde su cochecito
de bebé, jóvenes bulliciosos de ambos sexos con sus mochilas
escolares cargadas a la espalda, jóvenes ejecutivos que si
perseveran un día dirigirán una empresa llena de jóvenes
secretarias que sueñan con optar al Premio de Miss Piernas largas.
También hay jóvenes ancianos, sentados en parques de setos
pulcramente recortados, otros luciendo chándales atractivos mientras
deciden si corren para mantener la forma o se caen y esperan a que
una diligente ambulancia les recoja.
Yo trato de aferrarme a mis
recuerdos para no sentirme desplazado, sin embargo no es fácil. Mis
recuerdos de infancia, los pocos que tengo son como esas viejas
fotografías de colores desvaídos, imperfectos. Como un fogonazo
recuerdo una época en que pensaba que tanto podía ser astronauta
como medico, fue una época corta. Los colores de las fotografías de
toda esa gente son brillantes, aun lo son, algunos de ellos poseen
recuerdos de infancia que son fotografías retocadas con PhotoShop.
Por supuesto no trato de
aferrarme a mi futuro.
Aurelio Cominges es apenas un
bebé y según mi opinión ya ejerce de aprendiz de mafioso. Lo hace
en la parte soleada, la menos truculenta del oficio si quieren, pero
no es menos mafioso que el malogrado Abdoulayé.
Claro que él y sus jefes no
pensaran lo mismo, ellos se definirían como hombres de negocios,
pero a mi no me cabe duda de Global Asesorías e Inversiones esconde
niños muertos en el armario del fondo, el que está lado de la Sala
VIP.
Empiezo a ponerme de mala uva.
No me conviene repasar pasados ni futuros, en mi caso sería una
imbecilidad. Mi vida ha sido siempre presente, el pasado apenas
existe y el futuro solo aparece cuando veo acercarse la vejez. El
pasado es un paisaje borroso. El futuro es temor e indignación. Nada
bueno en cualquier caso.
Voy a joder a Aurelio
Cominges.
¿Y a Santiago y Marco
Santillana?.
Dos perfectos hijos de puta
con cara de buena gente. Y corbata de doscientos euros.
También voy a joderlos.
En este momento no me acuerdo
de que yo trabajo por cuenta de Fausto Baliarda.
Algo que no me conviene
olvidar.
Hace un día soleado,
precioso.
Por cierto ¿dónde cojones se
ha metido la gente desgraciada de la zona?, ¿los matan para que no
desentonen, los incineran en cuanto se muestran infelices?.
Tal vez no, probablemente
están cómodamente cuidados por encantadoras enfermeras que un día
soñaron con llegar a secretarias con opciones de presentarse al
concurso de Miss Piernas Largas, pero descubrieron que en el
ordenador no se teclea con las piernas, por preciosas que sean.
TELETEXTO DE TVE-
NOTICIA A PARECIDA EL
17/11/2012
DESARTICULADA RED DE TRATA DE
BLANCAS EN ESPAÑA.
La Policía Nacional y el
Servicio de Seguridad Ruso han desarticulado una organización
criminal que trasladó a ocho mil mujeres rusas para su explotación
sexual en España desde el año 2005 con falsas ofertas de trabajo.
La trama que enviaba un
promedio de veinte mujeres por semana es responsable del traslado del
setenta por ciento de las mujeres rusas traídas a España para su
explotación sexual.
En la operación han sido
detenidas dieciocho personas, entre ellas el cabecilla de la trama y
se han efectuado doce registros en diferentes locales y viviendas
particulares. Se han intervenido sesenta y cinco mil euros en
efectivo.
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