ADVERTENCIA
Esta es una obra de ficción,
como tal los personajes y situaciones narradas son fruto de la
imaginación del autor, lo cual no obsta para que, como sucede en
multitud de ocasiones, algunas hechos ficticios parezcan reales y
otros que son reales se tomen como ficticios, lo que por supuesto es
más responsabilidad del lector, de su forma de entender el mundo y
de su capacidad para observar los hechos que suceden a su alrededor,
que del autor.
Asimismo el autor quiere tomar
distancia de las opiniones vertidas por los personajes a titulo
personal, ellos son soberanos, yo me limito a vehicular sus
opiniones.
Ilustración Rosa Romaguera |
NOTA DE PRENSA
Todos los medios de
comunicación 28/12/2011
En la ciudad de Barcelona, en
el barrio del Ensanche, un lugar habitado por capas de población
consideradas de un nivel medio alto, cuando no decididamente alto, ha
sido detenido Carmelo Gallico, uno de los jefes del clan mafioso la
‘Ndrangheta, la mafia calabresa, una de las más activas de Italia.
El detenido tiene en la actualidad cuarenta y seis años. La orden de
su detención está cursada por la Fiscalía
Italiana que le acusa entre
otros delitos de homicidio, blanqueo de capitales, trafico de
influencias con el propósito de delinquir, extorsión, trafico de
drogas y personas etc.
Fue detenido mientras paseaba
tranquilamente por el barrio, donde al parecer centraba su existencia
sin que se conozcan relaciones entre el vecindario. Frecuentaba la
biblioteca municipal, el gimnasio y algunos bares cercanos a su
domicilio.
En el interior del domicilio
de Carmelo Gallico se han encontrado cinco mil euros en efectivo y
numeroso material informático que en estos momentos está siendo
analizado por la policía especializada y no es descartable que a
través de la información recogida se puedan iniciar nuevas
investigaciones que afecten a diversas facciones mafiosas.
Al parecer su presencia en
España se debe al hecho de que varios de los miembros de su clan
familiar habían sido detenidos en Italia y necesitaba ausentarse y
reorganizar sus actividades delictivas en un lugar donde la vida le
resultara menos azarosa.
PRIMERO
Alguien había aparcado un
tractor encima de mi espalda. El tractor trataba de arrancar y
largarse a roturar en algún lugar más despejado pero tropezaba una
y otra vez con mis vértebras.
Dolía de cojones.
Y entonces escuché algo que
me llenó de esperanza: el susurro de un chorro de whisky cayendo
sobre cubitos de hielo. Traté de levantarme, si llegaba a tiempo
podría aliviar al whisky de la contaminación del hielo y bebérmelo.
Para conseguirlo debería
liberarme del peso que me oprimía, abrir los ojos y ubicar el vaso,
también me vería obligado a darme la vuelta y levantarme.
Demasiadas cosas, decidí que
un par de eternidades de sueño me vendrían bien.
El olor de whisky se acercó y
un pie me dio un par de toques suaves en el culo.
No trataba de hacerme daño,
probablemente quería ofrecerme el whisky.
No podía explicarme la razón
por la que el cuerpo me dolía como si me hubiesen pegado una paliza
con un bate de béisbol.
El aroma del whisky se
acercaba y alejaba alternativamente.
Empecé a recordar.
Aquella tarde había estado
siguiendo a un tipo con mala suerte: en dos años llevaba dos
siniestros totales en sus automóviles, siempre coches de gama alta,
y su compañía de seguros actual empezaba a preocuparse por sus
balances. Si aquel fulano seguía con su gusto por los coches caros y
su mala suerte con los accidentes la Compañía cerraría mal el año.
A pesar de que en aquellos
momentos su coche, -un precioso Mercedes SLK de color rojo sin
accidentes dignos de mención-, era uno de esos aparatos en los que
apetece pasearse, el hombre parecía no sentir deseos de conducir y
apenas le sacaba del parking. Tal vez su medico de cabecera le había
recomendado andar, así que estuvimos paseando por el muelle
olímpico, miramos el vaivén de las olas, el culo de las bañistas
(yo, al menos, lo hice) y los top manta que a modo de parterres de
flores cubrían las aceras del Puerto Olímpico. Él tomó una
cerveza sentado en uno de los bares de la zona, mientras yo
convenientemente camuflado, trataba de olvidar el calor que hacía y
lo fresca que estaría la cerveza que se estaba tomando aquel cabrón.
Para convencerme de que la vida no es tan triste como parecía en
aquel preciso instante, miraba a las mujeres que pasaban y que
aquella noche no estarían en mis brazos.
Ni se me ocurrió pensar que
alguna de ellas pudiese acabar en los brazos del tipo al que seguía
y que degustaba sin prisa la cerveza fresca.
Le habría matado.
Cuando acabó la cerveza
fuimos al Casino, jugó al Black Jack y perdió moderadamente, jugó
a la ruleta y de nuevo perdió moderadamente.
Perdía con elegancia, nada de
sudores fríos, nada de movimientos espásticos, nada de tics,
alteraciones súbitas, malos modos.
Nada de nada.
Daba la impresión de que
podía conseguir dinero con suma facilidad.
Era lo mismo que pensaba la
compañía de seguros.
Cuando salió del casino se
sentó en un banco y tuvo una larga conversación telefónica a
través del móvil. Yo me senté en un banco no demasiado alejado y
me puse el teléfono en la oreja mirando al mar con un ojo y al tipo,
que perdía moderadamente en el casino, con el otro.
La distancia era suficiente
para no verme obligado a simular que hablaba. Solo tenía que
mantener el teléfono pegado a la oreja y mirar con un ojo en cada
dirección sin llegar al estrabismo, un truco que aprendí de un
camaleón que me regaló una amante antes de largarse con un tipo que
odiaba a los camaleones.
No es difícil, cualquier
mujer lo hace con verdadera pericia cuando hay hombres alrededor. Si
además, de mascota tienen un camaleón, lo bordan.
Lo hacen más que nada para
comprobar quien las está admirando y si merece la pena dejarse
admirar.
Yo lo hago para ganarme la
vida.
Pero estar con un móvil
pegado a tu oreja y no hablar con nadie te hace sentir tonto.
Una mujer joven se sentó en
la mitad libre del banco que yo ocupaba, me miró con moderado
interés y me sonrió educadamente. Le devolví la sonrisa.
Conforme el tiempo iba
transcurriendo y yo seguía pegado a mi móvil en el más estricto
de los silencios el interés de la mujer se fue desvaneciendo.
No tardó mucho en levantarse
y largarse.
En realidad siempre fue un
interés de baja intensidad.
Cuando el tipo acabó de
hablar se levantó y caminamos un rato, luego paró un taxi, yo monté
el número de parar a otro y decirle aquello que queda tan bien de
“siga a ese taxi” esperando que el taxista respondiese “jo
macho, como en las películas”.
Pero el taxista de aquella
tarde era un veterano que me miró con la expresión del conductor
varado en un embotellamiento mientras faltan cinco minutos para que
su equipo favorito empiece a jugar la semifinal de la Liga Europea.
Resignación y fastidio.
Solo dijo:-vale.
Mi amigo de los coches caros
vivía en una casa baja en el barrio de Horta. Los detectives amamos
este tipo de vivienda, podemos ver cosas que si nuestra presa vive en
un piso seria imposible. Estuve merodeando por sus ventanas hasta que
vi que ponía la mesa y se disponía a cenar. Antes había prendido
el televisor, donde un presentador con sonrisa de colutorio bucal
trataba de convencer a una pareja joven de que hacer el ridículo
ante medio millón de espectadores, en realidad no está tan mal.
Aquel era el momento para
largarme a mi casa, no tenía ningún motivo para pensar que aquella
noche mi amigo saldría. La gente que tiene en mente cometer algún
tipo de acción que comporte consumo de adrenalina, no se prepara
cena y se sienta tranquilamente a ver un concurso por televisión.
Hacen otras cosas, pasean compulsivamente, se sientan en el sillón y
permanecen inmóviles mirando una mancha en la pared, hablan por
teléfono haciendo aspavientos, se muerden las uñas, cosas así.
Yo también pensaba prepararme
algo de cena y ver una película, odio los concursos televisivos, la
gente que sale en ellos siempre sabe más cosas que yo.
Tampoco tenía previsto hacer
consumo de adrenalina así que vería una película.
Una película en la que los
protagonistas hiciesen un gran consumo de adrenalina.
Ni tenía previsto, que
alguien, aquella noche, habría decidido que mis pensamientos no
tenían más valor que un entrada para el Liceo con la fecha
caducada.
Y mucho menos que tenía el
programa de mi noche decidido.
Pero todo eso aun no lo sabía.
Caminé hasta el metro. En los
vagones, chinos y latinos dormitaban con el GPS puesto para no
pasarse de parada. Preciosas adolescentes se amorraban al teléfono
móvil y movían con incomprensible destreza sus manos sobre la
pantalla para hacer saltar, disparar, o lo que demonios fuera, a
enanos coloridos.
Bajé en Atarazanas y me
dirigí a casa.
En la esquina de mi calle, con
dos ruedas sobre la acera había estacionado un Lexus deportivo.
El Lexus, no sé si lo saben,
es un coche cojonudo, solo lo adquieren los millonarios. El Lexus
deportivo no tiene tamaño de deportivo, es grande como un barco.
Si no sienten deseos de
comprarse un barco, y tienen dinero suficiente, cómprense un Lexus
deportivo.
A mi me gusta especialmente
ese modelo. No tengo ninguna duda: cuando sea millonario ni siquiera
pensaré en comprarme otro coche.
Cuando sea millonario me
pasearé en Lexus y seré yo quien se tome la cerveza cuando tenga
sed.
El Lexus estaba en la acera.
El tipo grande al que no vi
hasta que me soltó un mazazo en las costillas, me esperaba en la
entrada de la escalera donde vivo. Bueno, concretamente cuatro
escalones más arriba, una zona en sombras que conduce a la puerta
del agujero donde tengo mi residencia.
El tipo era rápido y
silencioso, apenas tuve tiempo de girarme cuando vi su sombra con el
rabillo del ojo, y ya había recibido el primer golpe.
Se abalanzó sobre mí y
empezó a atizarme, ni siquiera pude defenderme. Cuando una mole como
él te da el primer golpe estás jodido.
Creo que usaba un bate de
béisbol.
Hasta cierto punto lo
prefería, ya que si aquellos golpes los daba con las manos, jamás
podría devolverle el recibimiento.
Un bate de béisbol te lo
puedes olvidar, las manos siempre las llevas puestas.
Creo que ese fue el último
pensamiento coherente que tuve: la venganza.
A partir de ahí todo fueron
golpes.
Quien fuese lo hacía con un
ritmo sostenido, casi musical.
Era un virtuoso, el cabrón.
Pero a mi me dolía.
Creo que escuché una voz.
Luego oscuridad.
No sé cuanto tiempo pasé
tendido en el suelo vengándome.
Cuando abrí los ojos, por
primera vez para hacer un vergonzoso intento de regresar al mundo de
la conciencia y los deseos insatisfechos, lo primero que vi fue el
suelo de una vivienda en el mismo plano que mi nariz.
La vivienda era la mía, aquel
linóleo gastado de color gris y yo éramos viejos conocidos.
Algo fallaba, yo cuando me
tumbo a dormir lo hago en mi cama, ni siquiera cuando estoy borracho
me tumbo en el suelo.
Levanté la cabeza para
comprobar que el ruido que sonaba era el de las deposiciones de mis
vecinos circulando por las cañerías que surcan el techo del antiguo
cubículo de portero donde vivo.
Lo era.
Habían tenido el detalle de
arrastrarme desde la escalera hasta el interior de la vivienda.
En cuanto pudiese se lo
agradecería.
Pero tenía mucho sueño.
Los toques suaves de un zapato
en mi culo vinieron cuando ya había decidido que dormiría un par de
eternidades más.
La segunda sensación fue el
aroma del whisky.
La tercera el dolor en cuanto
traté de mover la cabeza para ver de donde venía el zapato.
NOTA DE PRENSA
El Mundo. Com
26/12/11.
La policía ha detenido a
cuatro ciudadanos rumanos que delinquían en nuestro país de una
forma imaginativa, y durante un tiempo, segura.
Una especialidad que podríamos
llamar “robos express”.
Los cuatro ciudadanos rumanos
residían habitualmente en su país de origen, desde allí viajaban
con frecuencia a España donde permanecían durante diez días. A lo
largo de estos días robaban en supermercados, siempre en la misma
cadena, donde ya habían encontrado la manera de neutralizar los
dispositivos de seguridad y alarma.
Una vez cometidas sus
fechorías y convertido en dinero el productos de sus robos
regresaban a Rumania donde permanecían unos días hasta el próximo
viaje.
El botín nunca viajaba con
ellos por lo que cualquier registro que pudieran sufrir en la
frontera resultaría infructuoso. El dinero había sido transferido
desde nuestro país al suyo a través de agencias de envíos de
dinero o incluso entidades bancarias.
Noticia Emitida en TV3
Telenoticias mediodía del
02/02/2012
Once ciudadanos rumanos han
sido detenidos en el Metro de Barcelona, eran carteristas multi
reincidentes. Su modus operandi, consistía en rodear a la victima
seleccionada y mientras unos le cerraban el paso, otros robaban todo
lo que les era posible.
20 minutos.es
30/06/2006
Detenidos en varias ciudades
españolas ochenta y tres personas de nacionalidad rumana que se
dedicaban al robo de viviendas, falsificación de moneda y clonación
de tarjetas de crédito. Se calcula que en quince días recolectaban
más de cien mil euros.
El considerado líder de los
numerosos grupos mafiosos rumanos que actúan en nuestro país se
encuentra encarcelado en la prisión de Valdemoro, se llama
Iorgulanescu, es conocido como Tolanu, tiene treinta y nueve años y
dirige la organización desde su encierro.
SEGUNDO
Abrí los ojos, giré la
cabeza y vi el zapato que me daba golpes en el culo.
Era de buena calidad.
La voz a la que pertenecía el
zapato también tenía esa calidad que da la buena educación y el
dinero.
-O es usted más flojo de lo
que parece o Ayoub se ha pasado con el mini bate.
Levanté la cabeza siguiendo
la estela del aroma que desprendía el whisky y vi al tipo.
Le conocía.
Al whisky también, era de la
botella de “Oban” que me había regalado un cliente satisfecho.
Era mi whisky o aquel fulano se ponía su propia botella en el
bolsillo en cada ocasión que iba a crujir a palos a alguien.
Una posibilidad poco probable.
Que te ablanden a palos como a
un pulpo es jodido, el cuerpo humano no está pensado para eso, pero
si además se hacen cargo de tu mejor whisky la cosa empeora, la
dignidad humana no está pensada para eso.
O sea que se me amontonaban
las malas noticias.
Al tipo le conocía. Le había
estado siguiendo cumpliendo ordenes de su esposa, ella quería
pruebas de su infidelidad para lograr un divorcio ventajoso.
Era un hombre difícil de
pillar, me había costado Dios y ayuda conseguir un juego de
fotografías de su culo desnudo moviéndose sobre una de esas
pelirrojas que fabrican en serie para que en Hollywood estén
distraídos. La pelirroja estaba en plena sesión de suspiros cuando
les cegó el flash.
La pelirroja que suspiraba
mientras el dueño del zapato se la beneficiaba no estaba con él.
Probablemente sería alérgica a los apaleamientos.
Traté de racionalizar la
situación, para eso no necesitaba moverme del suelo, que era en
realidad donde me encontraba más confortable.
Podía comprender que aquel
mamón estuviese dolido conmigo y quisiera cambiarme un par de
costillas de sitio, pero eso no le daba derecho a beberse mi mejor
whisky.
Hay gente a quienes la vida
les conduce por caminos que hacen poco probable que lleguen a ser
amigos de determinadas personas.
Aquel tipo y yo éramos un
ejemplo de lo que digo. Quedaba por determinar quien de nosotros
había tomado el camino equivocado.
A juzgar por la situación en
que nos encontrábamos su camino era el bueno.
-¿Quiere un whisky?,
Al menos parecía dispuesto a
compartir mi whisky.
Si lo que pretendía era
normalizar nuestras relaciones iba por buen camino.
Moví la cabeza
afirmativamente. Hay momentos en la vida de un tipo como yo en que el
orgullo no sirve para gran cosa.
El problema con esos momentos
es la cantidad de veces que se presentan.
Otro problema es la facilidad
que tengo para seguir manteniendo el orgullo. Da la impresión de
gustarme que me muelan a palos.
Aquel día ya había recibido
suficiente castigo, así que moví la cabeza afirmativamente
restregando la barbilla contra el linóleo del suelo de mi casa.
Nada iba bien aquella noche.
Curioso que moviendo solo la
cabeza te pueda doler todo el cuerpo.
-¿Cuántos cubitos?,
-preguntó la voz educada.
-Demasiado bueno para cubitos,
capullo, -logré articular.
-Cuente diez y levántese, lo
tendré listo.
Pensé que si lograba
levantarme antes de contar cinco le pillaría de espaldas y podría
estamparle la cabeza contra la pared.
A la cuenta de cinco lo
intenté y no llegué ni a ponerme de rodillas.
-Cuente diez más y vuelva a
intentarlo, -dijo el tipo al tiempo que ponía un vaso con whisky a
una distancia prudente.
Al segundo intento y tras un
penoso paseo reptando por el linóleo logré llegar al vaso y
sentarme en el suelo con él en la mano. Había poco, lo vacié en
tres tragos.
-Más, -pedí.
El tipo de la voz educada
obedeció, dejó su vaso sobre la mesa y se dirigió a la botella
para servir mi ración, lo suyo no era sadismo.
El segundo vaso me lo tomé
con más calma.
El hombre mantenía hacia mí
persona una actitud loable, comprendía mi estado, no me daba prisa,
me servía bebida si se lo pedía.
Un hijo de puta con
principios.
-¿Y ahora qué?, -pregunté.
-Poca cosa de momento, solo
quería que supiese que no me gusta que me fastidien.
-Me hago una idea, ¿cómo ha
dado conmigo?.
-Mi esposa me ha dado la
dirección de su agencia, el resto ha sido sencillo, ni siquiera he
tenido que contratar a un detective.
Mi agencia es la última mesa
de un locutorio en la calle Escudellers, sabiéndolo el resto era
sencillo, el hombre tenía razón.
-¿Su esposa ha hecho eso?.
-¡Qué?.
-Darle mi dirección.
-Si, nos hemos reconciliado,
aunque sería mejor decir que no nos hemos llegado a pelear, en
realidad le contrató para ganar una apuesta. Yo tengo un par de
fotos como las que usted me hizo, aunque en ese caso la adultera es
ella. Le dije que era una estúpida por dejarse fotografiar de
aquella manera, que yo era más cuidadoso con mis aventuras, que
tomaba mis precauciones y que nunca conseguiría una foto como
aquella conmigo de invitado. Apostamos y perdí.
-¿Ha perdido mucho?.
-No, no mucho, un viaje a las
Islas Maldivas acompañando a mi esposa, algo así como una segunda
luna de miel. Ni ella ni yo somos rencorosos, pero no me gusta perder
las apuestas.
-No sabe como lo siento.
-Si, supongo que en este
momento si, ¿le duele mucho?.
-Mucho, ¿satisfecho?.
-No especialmente, ya le he
dicho que solo quería dejar un par de cosas claras, por lo demas, a
mí su dolor no me causa satisfacción.
-¿Usted me ha dado esta
paliza?.
-No, por Dios, soy un hombre
que odia la violencia. Yo solo he ordenado que se la dieran.
-Podía haber venido solo, nos
hubiésemos entendido mejor.
-Pago a Ayoub para cosas así.
-Ya.
-Cuando se encuentre mejor
venga a verme, -me tendió una tarjeta de visita que dejé caer al
suelo sin hacer el menor gesto indicativo de querer cogerla.
-Tómeselo con calma, le
conviene. Por cierto ¿usted es Atila, no?.
-Si.
-Gracias a Dios, no me hubiese
perdonado que Ayoub castigase a un inocente.
-Claro, hubiese sido una
lastima, y además volver a empezar, ¿verdad?.
-Tiene sentido del humor, me
gusta. No olvide venir a verme, le doy una semana, si no viene usted
buscaré a otro. Confío en usted, hay un buen dinero a ganar, nada
de la tontería que le ha pagado mi esposa.
-Su esposa es una mala bestia.
-Si, pero tiene sus cosas
buenas, no le guarde rencor.
-Entendido, ¿está Ayoub ahí
fuera?.
-Si, claro.
-Llámele, por favor, me
gustaría conocerle.
-Ayoub, -llamó sin elevar en
exceso la voz.
Entró sin hacer el menor
ruido.
Era un moro de dos metros de
alto, ancho como una vagoneta y tenía una cara tan expresiva como la
rosca de una bombilla. De la mano derecha le colgaba uno de esos
bates de béisbol en miniatura que venden en las tiendas de recuerdos
de Las Ramblas. En su mano, grande como una sartén, aun tenía más
apariencia de juguete.
-Ayoub, el señor quería
conocerte.
El moro me dirigió una mirada
aburrida y con una voz monótona que recordaba el giro de una rueda
de carro recitó: -No ha sido nada personal, espero no haberle hecho
mucho daño.
-No te preocupes, chico, solo
quería decirte que te mataré y lo mío si que será personal.
Ayoub miró al tipo que pagaba
la fiesta, al ver que no habían ordenes se encogió de hombros, me
miró y dijo: -De acuerdo, paisa.
-Bueno, pues ahora que ya nos
conocemos todos, será mejor que dejemos descansar al señor Atila,
¿no te parece Ayoub?.
A Ayoub le debía parecer ya
que no puso la menor objeción.
El tipo de la voz educada al
que no le gustaba que le jodieran, al salir me tendió la mano para
que se la estrechara.
La acepté. Con seguridad no
sé porqué lo hice, podría achacarlo a que aun estaba atontado por
los golpes recibidos, aunque supongo que fue una reacción
automática: aguantar impertinencias es algo que la gente de mi
profesión hacemos con verdadera pericia cuando estamos delante de
alguien que puede proporcionarnos un caso y nos promete mucho dinero.
Me había dicho que mi paga no tendría nada que ver con la tontería
que me había pagado su esposa, y en realidad su esposa me había
pagado el doble de lo que acostumbro a cobrar. Lo confieso, mis
tarifas son flexibles y aquella mujer parecía poco dispuesta a
regatear cuando vino a verme. Además, cuando alguien con clase viene
a mi mesa del locutorio y me pide que trabaje para él, algún motivo
tiene para no acudir a una agencia importante. Y el motivo no es el
dinero, pueden jurarlo. En estos casos lo normal es doblar la tarifa
¿no creen?.
Así que le estreché la mano
al fulano que había ordenado que me apaleasen.
Al fin y al cabo, estrecharle
la mano a alguien o besar a un niño en la mejilla no compromete a
nada. Pregúntenle a cualquier político.
Cuando se largaron, a gatas
recogí la tarjeta que antes había dejado caer al suelo para
cargarme de dignidad, me levanté escuchando crujir mis huesos, la
puse encima de la mesa y fui a lavarme la cara.
Me miré en el espejo, tenía
la expresión de alguien que ha dejado su coche en un parking
subterráneo de cinco plantas y no recuerda el número de plaza.
Me duché y me sentó bien,
excepto que al levantar el pie para salir de la bañera me dolió. Me
pareció curioso que al entrar no doliera en la misma medida.
Probablemente mi atención en aquel momento estaba prendida de otro
dolor, tenía muchos para escoger a lo largo y ancho de mi cuerpo.
Al salir del baño, la tarjeta
que me había dado aquel fulano estaba en el suelo. O bien el aire
que desplaza la puerta del baño la había arrastrado o bien la
tarjeta tenía más dignidad que yo.
No me molesté en darle
demasiadas vueltas.
La dejé en el suelo.
En ocasiones me cuesta dormir,
sin embargo aquella noche dormí rápida y profundamente.
Cuando no pudiese dormir
llamaría a Ayoub.
Al despertar todo mi cuerpo
latía como el corazón de una teenager delante del último cantante
de moda. Cada latido era una excelente oportunidad para comprobar
que el dolor no le hace ningún bien al ser humano.
Me quedé todo el día en la
cama. De vez en cuando mantenía una breve y sentida conversación
con la botella de Oban. Afortunadamente el dueño de Ayoub no era de
los que se aprovechan de la situación para gorrear la bebida del
vecino y solo se había servido un trago. Digamos que lo justo para
darle un aspecto más social a la reunión.
De cualquier manera la botella
se agotó antes que mi sed.
La tarjeta de visita que me
había dado el hombre, y yo había dejado caer al suelo sin
recogerla, seguía allí como demostración de mi orgullo. Traté de
ignorarla pero era difícil hacerlo, era una de esas tarjetas de
diseño, estaba matizada con suaves colores que indicaban que te
están presentando a alguien de merito. A alguien capaz de contratar
a Ayoub para que te muela a palos, por ejemplo.
Me costaba olvidar al moro.
En una ocasión alargué la
mano para coger la tarjeta y no llegué. Me encogí de hombros y me
dolió como si me hubiesen clavado un puñal.
¿Les parece melodramática la
frase?.
A lo del puñal me refiero.
Ya les presentaré a mi amigo
Ayoub y su bate de juguete.
Le diré que se suenan con la
imagen de Mahoma, luego hablaremos.
A última hora de la tarde me
llamó Lena. Se preocupa por mí y tiene una rara intuición para
saber cuando me han dado una tunda de palos y puedo necesitar ayuda.
Ella es mi “casera”, o sea la propietaria, -por matrimonio con
Samuel, el verdadero propietario-, del locutorio de la calle
Escudellers, donde en la última mesa tengo mi oficina.
Lena antes de casarse con
Samuel era su amante. Yo pasaba por su primo de Salta, -ella es
argentina-, para que Samuel no sospechase que follaba más conmigo
que con él. Creo que era una precaución innecesaria, Samuel es un
chaval tranquilo que sabe que los disgustos acortan la vida del ser
humano sin darle nada a cambio. Sin embargo ahora que están casados
y Lena ya no se encierra conmigo en alguna de las cabinas después
del cierre del local, la excusa resulta no solo conveniente si no
indispensable para la tranquilidad de Samuel y la conservación de mi
mesa, como puesto de trabajo, en el fondo del local.
Lena, como ya habrán podido
comprobar, es una tía legal. Desde que se casó con Samuel y me
comunicó que lo de follar se había acabado pero que deseaba seguir
siendo mi amiga si yo me comportaba como debía, nos limitamos a
bromear acerca de lo mucho que nos deseamos.
Yo creo que nos queremos más
ahora que antes.
Claro que antes nos
divertíamos más, pero…
No se si la explicación les
resulta un tanto enrevesada pero la situación tampoco era de hoja
parroquial, ahora los tres cumplimos nuestra parte del papel y la
cosa funciona.
Estábamos en que Lena me
llamó cuando ya habían apagado el poco sol que se pasea por El
Raval y me preguntó si aun estaba vivo.
Le dije que apenas.
Al cabo de media hora estaba
sentada al lado de mi cama consolándome.
-Che, boludo, ¿te comiste el
poco entendimiento que te regaló tu mamá el día que naciste?.
-Lena…
-¿En que quilombo te metiste
ahora, loco?.
-No me metí, me metieron.
-¡Oh! Mirá que lindo, lo
metieron al pibe.
-Lena si me levanto te daré
una zurra en esa manzanita tan bonita que tienes al final de la
espalda.
-No podés levantarte, mi
amor, y dejá mi manzanita en paz, ¿ya comiste hoy?.
-Si, whisky, pero se ha
terminado.
-No me cargués, ¿qué tenés
en la nevera?.
Me encogí de hombros.
Aun dolía.
Lena abrió la nevera, me miró
mal y se largó dando un portazo. Al cabo de un rato había
regresado, traía medio super del paki de la esquina en tres bolsas
grandes.
Esa costumbre de las mujeres
de dar de comer a quien necesita mimos...
Un sicólogo diría que es la
consecuencia inevitable del acto del amamantamiento en el recuerdo.
Yo prefiero que me amamanten.
-¿Has traído algo de beber?.
-Si, leche.
-Nooo.
-Pero si, cuando dejés de ser
chico y no tenga que cuidarte mamá, bebés lo que te hinche las
pelotas.
Lo primero que sacó de las
bolsas fue un paquete de la farmacia y una botella de agua. De un
frasco, con aspecto de no contener nada de interés, extrajo dos
pastillas y me las tendió acompañadas de un vaso de agua con el que
podría haberme duchado.
No recordaba que tuviese en
casa un vaso tan grande.
-Tragá esto y si esta noche
no podés aguantar el dolor tomás dos más.
Luego sacó de la bolsa una
bandeja de comida preparada: coliflor rebozada y una pechuga de pollo
con unos trozos de champiñones flotando en una salsa poco atractiva.
Prácticamente me lo dio en la boca, cucharada a cucharada.
Es una sensación extraña que
una mujer con la que has hecho el amor en alguna ocasión te vea en
un estado de invalidez semejante. Para tu maldito orgullo masculino
casi es preferible que te abandone a tu suerte.
Pero mientras me cuidaba pensé
que a mi maldito orgullo masculino le podían dar por culo.
Se marchó cerca de las once,
antes me hizo beber un vaso grande de leche. Era verdad que no había
comprado whisky.
Aquella noche no me visitaron
escarabajos de color carmesí ni arañas dentudas a causa de la
abstinencia, aun estoy lejos del delirium tremens.
Lena, antes de marchar se
percató de la presencia de la tarjeta en el suelo, la recogió y me
la tendió. Tuve la tentación de decirle que la tirase en el
contenedor de basura de la esquina, pero la guardé sin mirarla en el
cajón de la mesilla de noche estilo Regencia que tengo al lado de la
cama. Cualquier tipo de información sirve.
En ocasiones para salvarte la
vida, en otras para que te muelan a palos.
Y seamos sinceros: nadie,
nunca, alguien que se había molestado en romperme la crisma me había
ofrecido trabajo.
Podía ser una experiencia
interesante.
Y en el peor de los casos
sabría donde y como encontrar a Ayoub.
Seguía pensando que matarle
era una idea excelente.
Por cierto, no me pregunten
que demonios significa el estilo Regencia en una mesilla de noche. Me
lo dijo una diseñadora de muebles que una noche tuvo interés en
averiguar como se las maneja en la cama un detective privado
marginal.
Yo la recogí, estaba al lado
del contenedor de basuras un día que llovía.
A la mesilla me refiero.
La diseñadora acostumbraba a
tomar mojitos en un bar cercano al contenedor de basura. Fue ella
quien me ayudó a repararla, estaba hecha una mierda.
De nuevo me refiero a la
mesilla.
Más tarde quiso comprármela,
pero ya le había cogido cariño.
A ambas me refiero.
En el cajón de mi preciosa
mesilla tengo un paquete de tabaco, lo guardo como recuerdo. Hace
años fumaba como un condenado, lo dejé y me guardé el paquete a
medio consumir como un recordatorio doble. Me recuerda que antes
fumaba y que soy un tipo tan admirable como para dejar de fumar y no
volver a hacerlo si así lo deseo.
Saqué un cigarrillo del
paquete, lo miré con desprecio, me lo puse entre los labios y le di
un par de caladas. Pensé que poniéndome a prueba me sentiría
mejor.
Las caladas me provocaron un
acceso de tos y me obligaron a recordar a Ayoub y su mini bate de
béisbol.
Si quieren dejar de fumar les
puedo presentar al jodido moro.
Apagué el cigarrillo contra
el suelo, al lado de mi cama, con todas las fuerzas que me quedaban.
No muchas si hemos de ser
sinceros, pero para ganar por la mano a un cigarrillo bastaban.
Cerré los ojos.
Me dormí. En cada ocasión
que me daba la vuelta el dolor me despertaba y luego me volvía a
dormir. Decir que fue una buena noche sería exagerar, pero reconozco
que comparado con el rato que me hizo pasar el moro casi resultó
como un fin de semana en el Paraíso.
Por la mañana, al despertar,
la botella de agua estaba casi vacía lo que me hizo pensar que había
tomado pastillas en más de una ocasión. El mareo que sentí cuando
me levanté para vaciar la vejiga podía ser efecto de las pastillas
o del meneo del bate de béisbol del moro.
Lena vino a mediodía y me dio
de comer.
En esta ocasión mi estúpido
orgullo masculino casi no protestó.
Pensé que podría
acostumbrarme con cierta facilidad. Tal vez el asilo no fuese tan
mala opción en unos cuantos años si no me mataban antes de una
paliza.
Era viernes.
Llegaba el fin de semana,
malos días para que alguna mujer te venga a hacer compañía, están
todas con la familia.
Pero Lena vino, se trajo a
Samuel con ella. Es lo que se llama compatibilizar amistad, caridad
cristiana y prevención de riesgos en el hogar.
Lena me trajo una novela,
Samuel me dijo que pensaba traerme una botella de whisky, que incluso
la había comprado, una botella de Lagavulin dieciséis años pero
que ella la había requisado y la guardaba para dármela cuando
estuviese en mejores condiciones. Se encogió de hombros y me tendió
un CD con una recopilación de éxitos de The Suitcase Brothers, un
par de chavales de Barcelona que le dan al blues de maravilla. Una
música ideal para escucharla con un vaso de Lagavulin en la mano.
Lena me puso el reproductor de
música a mano.
Le sonreí con todo el odio
que pude.
Poco en realidad.
En conjunto todo bastante
penoso.
Cuando se marcharon Lena y
Samuel me dejaron la televisión prendida y el mando a distancia
cerca de mi mano. Al cabo de media hora de pasearme por las distintas
emisoras, había recopilado tanta información acerca de los
conocimientos necesarios para moverse en esta sociedad, que podía
presentarme con garantías a uno de esos concursos casposos de
televisión en los que siempre se está a un paso de hacerse rico y
acabas siendo poseedor de un juego de parchís y poniendo cara de
tonto. También sabía el lugar donde debía comprar mi mansión
cuando me tocase una de las muchas oportunidades, que Loterías y
Apuestas del Estado pone a disposición de los españoles. Por
supuesto no me quedó ninguna duda de mi imbecilidad por no tener
contratados los servicios de diversas compañías de telefonía, era
un experto en compresas, lavavajillas, leche pasteurizada, ligeras
perdidas de orina y sus consecuencias en los planes matrimoniales de
bellezas otoñales. Y lo verdaderamente importante: sabía que
colonia comprarme para que cualquier mujer no oligofrénica cayese
rendida a mis pies.
Me dormí leyendo la
soporífera novela policiaca de un autor sueco que Lena me había
regalado.
Mi cuerpo dolía, pero menos
que el día anterior.
Tampoco, esa noche, me
visitaron escarabajos de color carmesí ni arañas dentudas.
Pensé que tal vez fuese el
momento de dejar la bebida ya que llevaba dos días sin probarla y
ningún enfermero se había visto forzado a embutirme en una camisa
de fuerza.
Era una excelente idea.
La deseché.
NOTA DE PRENSA
El País 30/3/2009
Golpe a la mafia china en
Barcelona.
La policía está
desarrollando desde primeras horas de la mañana una operación
contra una organización conformada por ciudadanos chinos acusada de
dedicarse al trafico de “sin papeles” así como de inmigración
ilegal y falsedad documental. La operación hasta el momento se ha
saldado con cincuenta y cuatro detenidos y siguen las
investigaciones.
Los agentes han registrados al
menos nueve pisos en las localidades de Santa Coloma de Gramenet y
Badalona. Ambas poblaciones pueden considerarse parte de la urbe de
Barcelona capital donde también se están practicando diligencias en
relación con este caso. Ya que el operativo sigue abierto no se
descartan más detenciones.
Según fuentes de la Jefatura
Superior de la Policía de Barcelona uno de los registros se ha
producido en la calle Saturno de Badalona, mientras que no se ha
confirmado la ubicación de los registros practicados en los pisos de
Barcelona y Santa Coloma de Gremenet.
Un vecino de Badalona, Emilio,
ha comentado a Europa Press que, “toda la zona parecía Chinatown,
porque cada día entraban y salían ciudadanos de origen chino, con
mujeres de la misma nacionalidad muy guapas en cochazos y que usaban
tacones muy altos”.
Para otros vecinos “la
situación era muy visible porque cada vez que aparecía la policía
salían todos corriendo”. Estas últimas manifestaciones las ha
hecho un vecino en la misma puerta del inmueble donde la policía
estaba practicando el registro.
TERCERO
Era lunes, un día estupendo
para dar por finalizado mi fin de semana de forzoso descanso.
Me levanté sin necesidad de
arrastrarme.
Aquello iba bien.
Atila seguía cabalgando.
Me duché, y el agua
golpeándome el cuerpo me despertó las ansias de venganza. Mientras
soportaba el dolor me juré, una vez más, que mataría al
zarrapastroso de Ayoub.
Respecto al dueño del
zarrapastroso tenía sensaciones encontradas. Ninguna buena por
supuesto, pero en el peor de los casos no me quedaba más remedio que
admitir que aquel fulano si tenía un motivo para desear dañarme. Yo
le había perjudicado previamente. En mi trabajo perjudico en tantas
ocasiones a uno o al otro que de vez en cuando no es extraño que
alguien, -esposas, maridos, empleados, posibles beneficiarios de
herencias, corporaciones, sociedades benéficas y vayan a saber
cuantas cosas más-, quiera premiarme por ello. Hago daño a cambio
de dinero, me consuelo pensando que mi intención no es hacer daño,
que no es nada personal, me recubro de una matizada capa de
amoralidad.
Las pruebas que aporto a una
empresa para que puedan despedir a un empleado que no se ciñe
estrictamente a su deber no me causan satisfacción, ni deseo que al
pobre Lázaro le despidan, simplemente no es mi problema, yo solo
cumplo con lo que me han encomendado. Cuando le fotografío el culo
desnudo a una dama retozona, dándole caña a la verga de su amante,
y le entrego las fotografías al marido, a mi no me resulta más
simpático el marido que la esposa o el fulano que se la beneficia, y
que con toda probabilidad también recibirá su parte de palos.
Lo mismo que me dijo Ayoub
después de apalearme: “lo siento paisa, no es nada personal”.
Claro, cada uno tiene el
trabajo que tiene.
Pero aquel día, en la ducha,
el cuerpo me dolía lo suficiente para impedirme no desear enviarle
al seno de Mahoma con un tiro en la frente.
Me miré en el espejo, tenía
varios moretones repartidos artísticamente por mi cuerpo.
En la cara solo tenía la
expresión de mala leche de las ocasiones en que me zurran.
Cuando no me han zurrado más
o menos es lo mismo por lo que hace a mi expresión de mala leche.
La mala vida ya había formado
en mi cintura un todavía modesto cinturón de grasa que haría bien
en eliminar.
Pero no lo hacía. Al fin y al
cabo vestido aun doy la apariencia de fulano atlético y bien
cuidado. Cuando me desnudo ya es tarde para que la dama salga
huyendo.
No acostumbran a hacerlo. Al
fin y al cabo mis amantes no son Miss Universo. Y un poco de grasa en
la cintura hace juego con unas tetas caidas.
Tal vez la cara de mala leche
sea por eso.
Me toqué con las yemas de los
dedos las bolsas hinchadas bajo los ojos.
Al menos no dolían.
Sentado en la cama con la
tarjeta en la mano acabé de tomar una decisión que ya hacía horas
había tomado. La información de la tarjeta era escueta, solo había
un nombre y una dirección, el nombre ya lo sabía: Fausto Baliarda.
El resto colores suaves de diseño, nada de Asesor Financiero ni “se
reparan lavadoras” etc., solo el nombre y la dirección.
Una tarjeta con clase.
Me vestí y salí a la calle
cojeando con elegancia.
Más que nada por no hacerle
un feo a la tarjeta que llevaba en el bolsillo.
Entré en el bar donde cada
día me guardan uno de esos periódicos gratuitos que me gusta
repasar aunque solo sea para enterarme de lo que está de moda. Los
periodistas se aferran a ello con el objetivo de ganarse el pan sin
meterse en aguas profundas, así que información de banalidades no
faltan.
Aquel día era la final del
campeonato mundial de clubes de futbol y un buen puñado de tarados
sufrían prendidos de las declaraciones de unos y otros. La sección
seria se adentraba en los vericuetos de las conversaciones entre
distintos sectores de un partido político con el objetivo de
repartirse el poder y estar unos cuantos meses sin robar
descaradamente al ciudadano.
O al menos que se notase poco.
Ellos, sin embargo, lo
llamaban refundar el partido.
Unos salían y los otros
entraban.
Quedaba de puta madre.
El partido siempre queda.
Y si es necesario se refunda
con bulldozer.
Entonces lo que queda es la
idea, el ideal.
Y si es necesario se cambia.
Los ideales también se refundan.
No acababan de ponerse de
acuerdo.
Dejar de robar cuando puedes
hacerlo es difícil.
Y ellos pueden, tienen el
ideal.
Refundado o no, tienen el
ideal.
En la cuestión del futbol la
cosa ya era más sencilla. Todos deseaban que el equipo patrio ganase
el campeonato mundial de clubes.
Yo también, era mi equipo.
Y al fin y al cabo el futbol
toca menos los cojones que la política.
Y al ciudadano le sale más
barato.
El palacete de estilo
modernista estaba en una calle en pendiente por los alrededores del
Parque Güell. En la puerta una pequeña placa de latón proclamaba
que allí, si tenías el correspondiente permiso, podías encontrar a
Fausto Baliarda.
Lo del correspondiente permiso
me lo dictaba la experiencia reciente.
La placa de latón seguía sin
aclarar si el tipo reparaba lavadoras o traficaba con órganos.
Llamé al timbre y me saludó
una versión electrónica del Cant dels Ocells.
Una casa con clase, un timbre
con clase, una tarjeta con clase, una placa de latón con clase.
Empezaba a estar harto de
tanta clase.
Me abrió la puerta una morena
casi tan alta como yo. Mido metro ochenta y tres, así que no estaba
nada mal. Le miré los zapatos, calzaba tacones muy altos, la imaginé
con dieciséis centímetros menos y eso me consoló un tanto. Ella
siguió mi mirada y sonrió.
Su sonrisa decía: “descalza
soy igual de peligrosa”.
Yo no tenía la menor duda.
-¿Puedo ayudarle?.
Podía, pero no se lo dije.
-El señor Baliarda me espera.
Me miró con atenta curiosidad
y preguntó: -¿su nombre, por favor?.
-Atila.
-¿Atila?.
-Si, Atila. Y por favor no
diga “Uy que miedo” hoy ya sería la tercera vez.
-No se me había ocurrido. Por
favor ¿quiere pasar?, -dio un paso lateral para dejarme pasar.
Cuando estuve dentro me precedió hasta una salita de espera.
Movía el culo con verdadera
elegancia. Nada de esos balanceos exagerados que dicen: -mira lo que
te pierdes por no ser lo suficientemente guapo, rico y sobradamente
inteligente para rendirte a mis pies y rogarme que te conceda permiso
para adorarme.
No, nada de eso.
El recatado balanceo de sus
caderas solo decía: -tranquilo chaval, ya encontraras algo acorde
con tus tristes expectativas.
Lo menos que se puede esperar
de una chica con clase.
Miré a mí alrededor por si
en la salita había uno de esos jarrones con clase. Lo habría
estrellado contra el suelo y luego me hubiese revolcado sobre sus
restos.
No vi ningún jarrón. En una
mesilla baja reposaba la prensa del día, toda ella, y frente al
sillón donde la morena me había dicho que me sentara una pantalla
de televisión de cincuenta pulgadas mostraba unos fondos marinos de
belleza reposada.
No voy a repetir lo que he
dicho antes acerca de la clase y mi estado de ánimo, empezaba a
contagiarme y no quería dar la nota.
-Si me permite voy a avisar al
señor Baliarda, -se alejó con el mismo cadencioso contoneo sin
esperar respuesta.
La chica no me conocía, mi
aspecto, especialmente después de la paliza, no encajaba con el
entorno. Con seguridad Fausto Baliarda no la había avisado de que yo
iría a verle, ya que no lo sabía, sin embargo me había dejado
entrar y me había acomodado con absoluta tranquilidad. Lo hizo sin
mostrar la menor desconfianza.
Se me ocurrían dos
posibilidades: o aquella criatura angelical era cinturón negro de
karate séptimo dan o mi amigo Ayoub andaba cerca.
La tercera posibilidad era la
frecuencia con la que tipos de mal aspecto frecuentase la casa.
Di un vistazo, no había
cámaras de seguridad enfocándome, si lo hacían eran tremendamente
discretas.
El taconeo de la mujer morena
la precedió. En la pantalla de televisión un paisaje de gorgonias
de colores cambiantes se mecía al compás de una corriente amable,
una miriada de pececillos iridiscentes entrecruzaban sus caminos
cambiando de dirección sin aparente sentido, era un paseo pacífico,
casi filosófico, puro solaz.
Le señalé a la morena el
televisor: -¿Dónde está el rape hijo de puta que se come a los
pececillos?.
-Señor Atila, por Dios, en
esta casa no dejamos entrar a según que clase de individuos, -me
miraba con lo que parecía genuino escándalo.
-Nada de rapes malos ¿eh?.
-Nada de eso, sígame por
favor, el señor Baliarda le espera.
Al final de un pasillo de
paredes pintadas con los mismos tonos que la tarjeta de visita e
iluminado por una luz potente de claridad cruda me esperaba Fausto
Baliarda. Sonreía y me tendía la mano como si fuéramos amigos de
toda la vida. Sin embargo no llegó a estrechármela, su brazo cambió
de dirección, se dirigió hacia mis hombros, pero tampoco me los
estrechó, simplemente formó con ellos una especie de pasillo por el
que yo debía pasar.
Era un hombre de decisiones
cambiantes.
Sin embargo he de reconocer
que sin Ayoub el fulano mejoraba, elegante, acogedor, buena gente, me
sentí bien al escuchar su voz.
¡La madre que lo parió!
-Estaba seguro de que vendría,
acostumbro a calibrar correctamente a las personas, -mostraba su
satisfacción por mi renuncia a la dignidad como lo hacen los
verdaderos gentleman: sin aspavientos.
“Yo no, siempre caigo en los
brazos de algún hijo de puta”. Lo pensé bajito para que no
estropear el intento de sonrisa que me esforzaba en dirigirle en
correspondencia a la suya, aunque solo fuera para no decepcionar a la
morena, quien parada detrás de nosotros esperaba por si recibía
nuevas ordenes. Y parecía mirarme con un nuevo interés.
Tal vez mi reflexión acerca
del triste destino de los pececillos la había enternecido. Ya nunca
más vería aquella apacible escena sin pensar que en el mar hay
rapes. Y era yo, Atilano Sanjosé quien la había iluminado.
Ya me dirán si no era para
sentirse feliz.
Fausto Baliarda me empujó
levemente por el hombro y entramos en lo que imaginé sería su
despacho. En la pared lucía un televisor que a juzgar por su tamaño
debía ser el padre del de la salita. En la pantalla congelada
brillaba con el lujo de la alta definición una escena de videojuego:
un coche de aspecto futurista trataba de colarse entre un camión de
gran tonelaje y dos motocicletas de apariencia paranoica.
-Estaba jugando, ¿conoce este
juego?, -me dijo en tono casual, como si jugar a aquellas horas fuera
lo más natural del mundo.
-No, no acostumbro a jugar,
demasiado trabajo.
-Bueno, si quiere luego puede
probar: excepto el conductor del coche deportivo todos los demás son
los malos, cuantos más derribe, incendie o provoque su destrucción
más puntos recibe.
Encantador.
-Pero siéntese, estará más
cómodo,-me indicó una silla de aspecto confortable.
Al sentarme comprobé como el
sol, que entraba a raudales por la ventana, bailoteaba directamente
sobre mis ojos haciéndome sentir como en una sala de
interrogatorios.
-¿Esta otra silla está
rota?, -le señalé la hermana gemela de la que yo usaba y que estaba
situada en una cómoda zona de sombra.
El hombre sonrió, -no, claro
que no, puede sentarse si lo prefiere.
Me cambié de silla, al
levantarme de la primera no pude evitar un ligero suspiro.
-Aun le duele por lo que veo.
-Aun me duele, si.
-Me gustan los hombres
sinceros y honestos.
-A mi no acostumbran a
gustarme de ninguna manera, he conocido demasiados. Y puesto a
soportar a un ser humano prefiero una mujer.
-Ese es un problema que
compartimos.
-Si, aun somos mayoría.
-¿Es usted honesto señor
Atila?.
-Si quiere puedo serlo.
-Esa no es una respuesta muy
honesta.
-Bien, deje que lo pruebe otra
vez, -me miró con un brillo entre socarrón y severo en sus ojos,
-soy el más honesto de los detectives privados de esta parte de la
ciudad.
-Tal vez sea suficiente.
-Suficiente ¿para qué?.
-Siéntese, se lo contaré:
represento a un grupo de empresarios con intereses en diversos ramos,
tenemos problemas y temores comunes, y yo he sido comisionado para
tratar de hallar una solución a nuestros problemas.
Saber que aquel tipo tenía
problemas y especialmente temores me lleno de satisfacción. Si sus
problemas eran graves accedería a jugar una partida al videojuego
con él. Me pediría el tanque, seguro que había uno.
Dejé de pensar en mi tanque
destruyendo coches deportivos ya que Baliarda seguía hablando.
-Como usted sabrá, señor
Atila, en el Raval y desde hace tiempo, actúan diversas facciones
mafiosas: norteafricanos, chinos, gente venida del este de Europa,
latinos. Todos ellos tratan de hacer suyo el territorio y aunque sus
discrepancias no nos preocupan, acaban por afectarnos. Al principio
cada uno tenía una parcela de negocio que los otros respetaban, lo
cual quiere decir que la incidencia en nuestros negocios era no solo
cuantificable si no incluso soportable. Sin embargo en estos momentos
esta situación está cambiando, cada uno de estos grupos tiene la
pretensión de, por decirlo de una manera clásica, ampliar su
negocio. La situación en si misma ya es bastante grave, como puede
suponer, sin embargo no es la que más nos preocupa. Lo realmente
preocupante es que conforme se van haciendo poderosos se van
atreviendo a ocupar otras zonas de Barcelona, ya no se conforman con
el Raval, el territorio que por tradición les pertenece. Si se lo
permitimos acabaran controlando toda la ciudad convirtiéndola en una
sucursal de aquellas ciudades estadounidenses de los años veinte.
-¿Quiere decir que no está
exagerando?.
-No, no exagero, alguno de
nosotros ya estamos pagando protección en los alrededores del
Mercado del Borne y en los últimos días hemos constatado su
presencia en el Paseo de San Juan. Y no solo se trata de la
obligación de pagar un canon de protección. La prostitución al
aire libre y en zonas cada vez más amplias está ejerciendo un
efecto de degradación que no nos conviene ni a mí ni a mis socios.
-Sinceramente, no veo la
gravedad del asunto.
-Bien, se lo contaré de otra
manera: el Raval se está convirtiendo en algo distinto de lo que ha
sido hasta ahora, o sea, el estercolero de la sociedad barcelonesa.
Está sufriendo la metamorfosis que en su momento sufrió la
costanera, ¿recuerda los almacenes y fabricas de la Vía Icaria y
las barracas del Camp de la Bota?. Han desaparecido, ahora allí hay
pisos de lujo, zonas de grandes hoteles, locales donde la gente de
bien se siente a gusto. Y si es así, lo es porque alguien como yo y
mis socios invertimos mucho dinero en convertir la zona en un espacio
habitable.
-Ya, pero…
-Déjeme continuar. La gente
que invierte dinero lo hace con la pretensión de recuperar el dinero
invertido y mucho más, cuanto más mejor. ¿Qué cree que pasaría
si la gente que les llena los bolsillos a cambio de las facilidades
que les ofrecen se encontrara con suciedad, prostitución del más
bajo nivel, drogadictos tirados por las aceras, carteristas al acecho
y toda clase de personas cargadas de aviesas intenciones?. No hace
falta que me conteste, yo se lo diré: se largarían a gastar su
dinero a otro lado. Un poco de marginalidad y vicio está bien, le da
color a la salida nocturna, pero una puta mamándole la polla a un
tipo recostado en la pared, en medio de una calle por la que
forzosamente tienen que pasar es, lo mire como lo mire, un exceso de
marginalidad. Ver a un marroquí tentándole la cartera con la mirada
es un exceso de marginalidad, empieza a perder la gracia. Ver a un
chulo de aspecto peligroso diciéndole a su puta que se espabile o la
forrará a hostias es un exceso de marginalidad. Pensar que aquella
puta tal vez nunca pensó en ejercer de puta hasta que la trajeron a
escondidas desde Rumania o Senegal, es sin la menor duda un exceso de
marginalidad. Ver a un tipo de aspecto granujiento merodeando por las
terrazas de Las Ramblas para agarrar el importe de la consumición,
que el cliente acaba de dejar en el platillo, antes de la llegada del
camarero y salir corriendo es un exceso de marginalidad,
especialmente porque al echar a correr te puede empujar y tirarte al
suelo.
Acababa de comprobar que
Fausto Baliarda era capaz de manejar el lenguaje sucio con verdadera
pericia, lo que me infundió confianza, pero seguía sin saber cual
era el juego.
-¿Y eso que tiene que ver…?.
-¿No lo ve?.
-No.
-Amigo usted me preocupa, no
se ha dado cuenta de que por los alrededores de su casa se establecen
hoteles de cuatro estrellas, -que serían de cinco de estar en otro
lugar-, que hace cuatro días no existían. Se levantan edificios
modernos y lujosos que aun conviven con los semi derruidos tugurios
tradicionales. En cualquier calle, donde aun reside la miseria de la
inmigración, abren locales de ocio cargados de lujo, locales de
diseño, que tal vez le cueste imaginar la razón por la que se han
abierto allí en lugar de en una calle más convencional. Yo se la
diré, se abren allí porque el Raval es la próxima costanera, el
lugar que se debe cambiar para que produzca dinero. Gracia se ha
explotado y aburguesado, ya no es negocio, la Barceloneta ya está a
unos precios que no interesan al inversor, aparte de que allí el
lumpen ya ha sido expulsado hace mucho tiempo. Hay que buscar nuevos
escenarios y, dejando de lado el Raval, Barcelona no ofrece tantos
lugares miserables para cambiarles la faz. Si está pensando en La
Mina olvídelo, por el momento no interesa, en algún lugar hay que
amontonar los desechos. ¿Piensa en San Cosme, quizás?. No es
negocio, está mal situado, no tiene historia, no tiene carisma
ciudadano. El lugar a cambiar es El Raval. El cambio es el negocio.
-Ya veo.
-Y esos cambios ¿quien cree
que los lidera?.
-Seguro que usted me lo dirá.
-Por supuesto que se lo diré:
Yo, querido, yo, mis socios y otros como yo. Y tenemos todo el
derecho a defendernos de quienes pueden estropearnos el negocio. Y
usted puede ayudarnos.
-¿Y la policía?.
-La policía, amigo mío, no
está para prevenir delitos. Ellos intervienen cuando el delito ya ha
sido cometido, supongo que eso usted ya lo sabe. Y el delito probado
por el que pueden intervenir en este caso es de relativa importancia:
amenazas, uso indebido de la vía pública en el caso de la
prostitución, alguna agresión sin resultado de muerte, poca cosa
según el código penal. Así que cuando atrapan al delincuente lo
hacen sabiendo que en el mejor de los casos aquel individuo pasará
unos pocos días en la cárcel mientras la mafia a la que pertenece
seguirá tranquilamente con sus actividades. Además en este caso
estamos hablando de delitos cometidos mayoritariamente por ciudadanos
extranjeros. Y si nuestro sistema judicial protege en tantas
ocasiones al delincuente, cuando este es extranjero le protege mucho
más. Así que la policía no solo se enfrenta a las limitaciones
propias de la prevención del delito y a nuestro sistema judicial,
también a la desidia que provoca la desmoralización.
-Y a ustedes les preocupa la
injusticia.
-A nosotros nos preocupa
perder dinero, como usted puede imaginar. No me muestre su cara
moralista, no creo que sea la persona más adecuada para hacerlo.
-Bromeaba.
-¿Bromea con su dinero, señor
Atila?.
-Yo no tengo dinero ni para
bromear.
-Ayúdenos con este caso y
tendrá dinero para bromear y para no sentir el menor deseo de
hacerlo.
-¿Quiere que me cargue a
todos y cada uno de los tipos que actúan para las mafias?.
-Claro que no, vendrían
otros, hemos importado suficiente miseria para que en la ciudad
sobren candidatos.
-Entonces, aun a riesgo de
defraudarle, debo confesarle que me he perdido.
-Averigüe los centros de
poder de esa gente, dénos nombres, situelos en el mapa, luego
veremos.
-¿Veremos quien se los
carga?.
-Luego veremos, usted
situelos.
-Situarlos también podría
hacerlo la policía, supongo que no le faltaran contactos.
-No queremos a la policía
metida en esto, usted nos parece mejor socio.
-¿Por qué yo y no otro?.
-El otro día le dije que a mi
es difícil cazarme y usted lo hizo de forma rápida y limpia, eso
estuvo bien.
-Y bien que me lo agradeció.
-Ese es otro motivo por el
cual creo interesante su colaboración: usted, ahora, sabe que
conmigo no se puede jugar, y siempre es bueno que quien trabaja para
ti sepa cuales son las reglas del juego. Otro motivo sería que usted
vive en la zona por donde se mueven las mafias que queremos
controlar, partiendo de su vecindario se puede llegar a los lugares
que necesitamos conocer. Usted conoce gente que conoce a otra gente,
la clase de gente que solo habla con quien considera un igual a no
ser que sean confidentes de la policía, pero ya le he dicho que no
queremos a la policía como socios.
-Esa gente con quien mejor
habla es con una billetera por la que asoman billetes de cien euros y
si asoman los de quinientos hasta cantan y bailan.
-Tendrá esa billetera, no se
preocupe.
-Es usted bueno dando razones.
-Y por si fuera poco, antes me
ha dicho que usted era el más honesto de los detectives privados de
esa parte de la ciudad.
-Lo soy.
- Bien, ¿cuántos detectives
privados hay en esta parte de la ciudad?
-Yo.
-¿Se da cuenta?, usted es
nuestro hombre.
-¿Y que pasará si le digo
que a su hombre el trabajo no le interesa.
-Pues que usted saldrá de
esta casa y se olvidará de que hemos tenido esta reunión. No sea
melodramático, ¿qué otra cosa podría ser?.
-He visto muchas películas y
allí los malos les hacen cosas terribles a los pobres detectives
privados que no siguen sus órdenes.
-Y yo soy el malo, según
usted.
-Claro, yo soy el detective,
¿recuerda?
-¿Por qué tendría que
preocuparme por usted, qué podría hacer con lo que le he dicho?. Le
he ofrecido un trabajo que consiste en proteger una actividad legal,
eso es todo. Y por cierto, yo y mis socios no somos los malos,
simplemente hacemos negocios.
- Se explica usted muy bien,
digamos que acepto el trabajo.
-En este caso vaya a ver a
Ámbar…
-¿Ámbar?.
-La mujer que le ha abierto la
puerta, tiene dos sobres para usted. En el blanco encontrará dinero
para gastos, para comprar información, lo que desee hacer con él,
en el sobre de color crema tiene usted un pequeño adelanto de sus
emolumentos. También le dará un teléfono móvil con el máximo de
recarga, no lo deje nunca sin carga, recárguelo tantas veces como
sea necesario, no le llamaré en vano, pero si le llamo quiero
encontrarle.
-De acuerdo.
-Otra cosa, si necesita usted
la colaboración de Ayoub, para convencer a alguien, llámeme y se lo
arreglaré, es muy bueno en su trabajo. Y por cierto ya que hablamos
de él: el otro día le amenazó con matarle.
Permanecí en silencio,
Baliarda esperó durante unos segundos, luego retomó la
conversación.
-Usted verá, pero yo no le
aconsejo que lo intente, creo que en eso él es mejor que usted.
No se me ocurrió alguna
respuesta adecuada así que permanecí callado, pero al parecer él
seguía interesado en hablar de Ayoub.
-Verá, el bueno de Ayoub
tiene una cabeza que ha actuado tantas veces de parachoques que en
ocasiones no es capaz de enderezar sus pensamientos, así que
necesita que alguien le guíe para que salgan de su cabeza con la
estabilidad precisa. Yo soy quien le guía. Me resulta útil, es
prescindible, cierto, pero no me gustaría tener que mediar entre
ustedes dos o decidir prescindir de uno o del otro. Es mejor que sean
amigos, o al menos que se ignoren mientras no sea necesario que
trabajen juntos.
Claro como un amanecer
primaveral, nada de ambigüedades: “Si me haces enfadar le ordeno a
Ayoub que te machaque”. Eres útil pero prescindible. No os pago
para que me toquéis las pelotas. Si eres capaz de cumplir lo que
prometiste y te cargas a Ayoub me creas un problema, solucionable,
pero problema”.
Seguía sin tener nada que
decir al respecto, así que me limité a asentir con la cabeza.
La entrevista había terminado
y en esta ocasión me tendió la mano sin arrepentirse en el último
momento. Me la estrechó de una manera que me hizo suponer que al
soltarme correría a lavársela.
No lo hizo.
No se puede ser tan
desconfiado, como me sucede en ocasiones.
Debe ser cosa de las malas
compañías que frecuenté de niño.
Ámbar me esperaba al final
del pasillo cuando salí del despacho de Fausto Baliarda, en su blusa
se habían desabotonado un par de botones.
Probablemente un golpe de
viento.
Me pidió que la acompañara.
Antes de llegar a la puerta de salida giramos a la derecha y entramos
en un pequeño despacho amueblado con una enorme mesa de diseño, un
ordenador y la inevitable pantalla de televisión que en aquella casa
parecía el elemento de decoración más usual.
Pensé que tal vez a ella
también le gustaban los juegos de ordenador.
-Tengo algo para usted. -Al
decirlo se acercó tanto a mí que olí su perfume y pensé que tal
vez ella formaba parte de mis emolumentos.
Se agachó, para coger algo de
un cajón de la mesa, ofreciéndome de paso una visión en
technicolor de unos pechos que me hubiese gustado besar. Al
levantarse, por casualidad, su pecho rozó mi mano. Mi cerebro tuvo
una potente erección que me llenó de orgullo.
Yo no pude, aun estaba
demasiado dolorido.
Ámbar me tendió los dos
sobres y una cajita conteniendo un teléfono móvil de gama alta.
-En uno de los sobres hay una
relación de teléfonos y direcciones de email que en algún momento
puede necesitar, también está mi email. Úselos en cualquier
circunstancia, siempre que los necesite, para eso se los da el señor
Baliarda.
La última frase me desanimó
un poco, pero nunca se sabe con esas chicas con clase, tienen la
forma de expresarse que en mi barrio se considera una falta de
respeto.
Ámbar me acompañó a la
puerta sin mostrar el menor deseo de alargar la conversación. Algo
acerca de los rapes que se comen a inocentes pececillos hubiese
estado bien para romper el hielo. Antes de pisar la calle me paré
para mirar el efecto de los botones desabrochados de aquella blusa
con tanta clase.
Me sonrió al tiempo que me
cerraba la puerta en las narices.
Ámbar acababa de perder la
oportunidad de comprobar lo tierno que puede llegar a ser un
detective suburbial.
En la calle tomé un taxi,
ahora que era rico podía permitírmelo.
Abrí el sobre blanco,
Baliarda consideraba que cinco mil euros era un buen adelanto para
gastos.
Yo también.
En el sobre de color crema
conté siete mil euros.
Demasiado dinero por tan poco
trabajo.
Una voz me aconsejaba volver y
devolverlo. Pero en el colegio me enseñaron que no debía quejarme
el día que había ración doble de recreo.
No me quejé, tampoco repartí
mi fortuna con el taxista, un marroquí algo bizco.
En cuanto llegué al barrio
pasé por una licorería de buenas costumbres y me compré una
botella de Oban, considerando que era una manera decente de celebrar
la reconciliación con Baliarda. Algo después en la tienda del
pakistaní de la esquina compré un par de botellas de Vat 69 de las
que siempre tiene en oferta.
No hay que perder las malas
costumbres de golpe.
La suerte dura lo que dura en
casa del pobre.
Mi teléfono móvil zumbó en
el bolsillo, la voz de Lena, llena de ternura, se preocupó por mí.
-Ya estás por la calle, sos
un otario del carajo, sentá la cabeza que ya no sos un chico, Atila.
-Estoy bien, amor.
-Recién te rompieron el alma
y ya estás haciendo el machito por la calle. Y no soy tu amor, a mi
me gustan los tipos con el sentido común necesario para conservar
todos los huesos en su sitio.
-Claro, y los niños y los
ramos de flores.
-Andá a la reputa, querido.
Lena es filóloga, domina toda
clase de léxicos.
Traté de suavizarla, pero ya
había colgado.
Más tarde me pasaría por el
locutorio y haríamos las paces.
Miré el reloj, si me
apresuraba aun podría llegar a tiempo de invitarla a almorzar.
Un agudo dolor en las
costillas me obligó a recostarme en la pared.
Estaba cerca de casa, de mi
cama. Afortunadamente yo no vivo en uno de esos edificios antiguos
tan habituales en el Raval que se caen de maltratados y ni siquiera
tienen ascensor, eso hubiese sido fatal en mi estado físico. Yo vivo
en un piso de fácil acceso, en realidad es la antigua cabina del
portero, en los bajos del edificio, cuando el edificio tenía
portero. Mi casa es una de esas cajas cuadradas por cuyo techo pasan
todos los desagües de la comunidad, llenándola de ruidos
escatológicos. Y ya que estoy haciendo un ejercicio de sinceridad
les aclaro que el edificio es ruinoso y no tiene ascensor, ni
siquiera una escalera con los peldaños en un estado de conservación
decente, pero mi vivienda una vez arreglada da para una cama, una
cocina adosada a la cama por si en alguna ocasión se me ocurre
cocinar tumbado y un baño de aspecto funcional (nunca nadie se ha
confundido con la funcionalidad de cada uno de los componentes) que
cubre todas mis necesidades. También tiene una pequeña ventana que
se asoma a la calle paralela a la mía que si bien no puede presumir
de vista sirve para cambiar el aire viciado y pringoso del interior
por el aire contaminado y pringoso de la calle.
Me acosté en cuanto llegué,
llamé a Lena y le pedí que me surtiese de analgésicos, los que
tenía se habían acabado y no confiaba en mis fuerzas.
Le dije que podía escoger
entre traerme los analgésicos o verme en el Telenoticias del
mediodía arrastrándome en dirección a la farmacia.
Me colgó sin decir una sola
palabra.
Dejé la puerta abierta.
A la media hora Lena entró en
casa.
Me miró mal y estuvo una hora
cuidándome.
En un par de ocasiones apartó
la cortinilla, que debajo de la cocina da cobijo al almacén de
productos de limpieza y al cubo de la basura, por si veía escondido
el alijo de whisky.
Yo ya había escondido las
botellas debajo de la cama, el único lugar donde alcanzaba sin tener
que aullar de dolor.
Por este lado no tuvimos
ningún problema.
Me hizo prometer que al día
siguiente también descansaría.
Le di mi palabra.
No pensaba cumplirla.
Aquella noche un coctel de
analgésicos y Vat 69 me ayudó a dormir sin apenas sentir dolor.
NOTA DE PRENSA.
El Pais.com 15/03/2010
Detenidas veinticuatro
personas pertenecientes a la mafia rusa georgiana y armenia (grupo
Malyshevskaya). La operación ha sido llevada a cabo en Barcelona,
Guadalajara y Valencia. Entre los detenidos en Barcelona ha sido
apresado Kakhaber Shuskanas, supuesto responsable del grupo.
A través de las escuchas
telefónicas llevadas a cabo durante el operativo se sabe que el
grupo estaba a la espera de la cercana puesta en libertad de Zakhas
Kalashov, de quien hablaban con gran respeto por su jerarquía dentro
de la organización.
Kalashov, permanecía preso en
España desde hacía cuatro años y salió en libertad el pasado dos
de Marzo pese a la oposición de la Fiscalía que ha valorado muy
negativamente la decisión del juez. Asimismo han mostrado su estupor
los cuerpos policiales. Junto a Kalashov han salido en libertad los
llamados Petrov, Malishev e Izguilov.
La secuencia de las
liberaciones tiene su miga, arranca desde el momento en el que
finaliza el juicio oral a Kalashov celebrado en la Audiencia Nacional
en Noviembre de 2009. La detención se produjo en Los Emiratos Árabes
en mayo de 2005, una vez en España se tomaron medidas de máxima
seguridad ya que se habían detectado actividades destinadas a
sobornar a funcionarios penitenciarios. El juicio para Kalashov quedó
visto para sentencia a primeros de diciembre y se esperaba la emisión
de una sentencia condenatoria en el plazo de un mes. Sentencia que
aun no se ha producido a mediados de marzo.
Petrov y Malishev salían en
libertad provisional el 27/01/2010 con fianzas de 600.000 y 500.000
Euros respectivamente. Por su parte Izguilov fue puesto en libertad
en febrero, justo unas semanas después. Finalmente Kalashov con una
fianza de 300.000 Euros.
La sala que juzgó a Petrov
atribuyó al acusado arraigo personal y familiar en España basándose
en el hecho de que mujer y su hija residían en nuestro país y la
hija acudía a un colegio español.
Un caso curioso es el de
Vitali Izguilov que en una investigación llevada a cabo después de
su puesta en libertad se llegó a la conclusión de que seguía
manteniendo las actividades delictivas por las que había sido
juzgado. Hay numerosas intervenciones telefónicas que demuestran
incluso que ordenó que se agrediera a una persona ingresada en un
hospital.
CUARTO
Durante la noche, mi ángel de
la guarda, en lugar de emborracharse y meterse en líos como es su
costumbre, había hecho un milagro a consecuencia del cual mi cuerpo
parecía haber recobrado la capacidad para dejar de joderme. Me
preparé para empezar a ganar el dinero que Fausto Baliarda tan
liberalmente me pagaba. Estaba eufórico. Lograr la felicidad, cuando
sientes dolor, es algo muy sencillo. Dejas de sentir dolor y ya eres
feliz.
En cuanto, al salir de la
cama, hice un movimiento brusco comprobé que el milagro solo
funcionaba a medias. Pero no me queje, todo el mundo tiene derecho a
tomarse una copa de vez en cuando, mi ángel de la guarda no es una
excepción. Había hecho un trabajo excelente aunque incompleto.
Probablemente a mitad de trabajo algún amigote suyo le había
llamado para citarle en un tugurio de los muchos que acostumbra
frecuentar. Y no es cuestión de abandonar a un amigo, con lo
peligrosas que están las noches del cielo.
Ducharse era un problema que
solventé dejando resbalar el agua por mi cuerpo sin hacer
contorsiones en busca de lugares necesitados de jabón.
Mientras desayunaba las
cañerías que bajan desde todos los pisos arrastrando los residuos
de mis vecinos retumbaban escandalosamente. Es el problema que tienes
a la hora del desayuno si vives en las tripas de un edificio que ya
tendría que estar jubilado.
Salí a la calle pensando en
el lío en que me había metido cegado por el olor del dinero. Un
olor que me seguía excitando, y decidí seguir adelante.
El problema era que no sabía
como.
Un problema que me ha
acompañado a lo largo de toda mi vida: siempre sé lo que quiero,
nunca como conseguirlo.
En el barrio conozco a mucha
gente, lo había dicho Baliarda y es cierto. Pero no se trataba de
conocer gente, lo que necesitaba era gente con conexiones mafiosas o
al menos que conociese a alguien que las tuviese. Di un repaso
rápido: Carrito, Maruchi “La Desdentá” y Abdoulayé Bassara
Bassara tenían altas probabilidades de contactos exitosos con alguna
mafia. También es posible que las tuviese Mohamed, el tendero
pakistaní de la esquina, si es que se llama así. Yo le llamo
Mojarra y el tipo sonríe, así que muy lejos no debemos andar. Y no
cabe descartar a todas y cada una de las putas, traficantes en
telefonía sin un puto cliente y que no sabes como sobreviven,
tenderos, peluqueros, chulos, camareros, carniceros, rateros al
descuido, sastres, confidentes de la policía, responsables de
lavanderías, almaceneros de electrodomésticos de segunda mano y
gente que simplemente deambula por el barrio con cara de yo no he
sido, soy buena gente.
Afirmación que en muchos de
ellos habría que poner en revisión.
Baliarda pensaba que si tenías
contactos con mafiosos de bajo o muy bajo nivel ibas bien encaminado,
solo era cuestión de a partir de un desgraciado ir trepando hasta
llegar a alguien importante. El problema es que cuando llegas al
fulano importante este le dice al de abajo que te pegue un tiro o te
machaque un par de vértebras.
Claro que conozco a gente con
aspecto de escalera, ya he nombrado a unos cuantos, creo que será
mejor que les cuente quien es cada uno de ellos, no nos va a llevar
demasiado tiempo.
Carrito es el camarero
colombiano que llegó a España rebotado de la guerrilla colombiana,
harto de aquella vida y después de perder a mujer e hijo en un
ataque del ejercito. Llegó cargado de desconcierto y una bolsa de
cocaína como todo capital. Con estos antecedentes sería un milagro
no conocer la puerta de entrada a alguna mafia, por mucho que no la
use. Valentina, lo más parecido a la mujer de mi vida que hay en mi
vida y dueña de un bar que no cierra en toda la noche, le dio cobijo
y empleo a Carrito, ella tiene ojo para detectar a la buena gente,
auque en ocasiones le falle. Si sigo vivo es gracias a él, es un
tipo mucho mejor preparado que yo para la supervivencia en
condiciones difíciles. Y al parecer la selva colombina deja a mi
barrio como el patio de un colegio de enseñanza primaria en horas de
clase.
Desde que Carrito está
trabajando para Valentina no se mete en líos si yo no se lo pido,
-rectifico: si ella no le pide que me ayude- pero de drogas y de la
gente que trata con ellas sabe un mundo, así que no sería
descabellado hablar con él, cualquier mafia que se precie anda
metida en el trafico de drogas.
Los banqueros no, ellos solo
las consumen.
Por cierto, Valentina dejó de
ser la mujer de mi vida cuando comprobó que no soy capaz de dejar la
clase de existencia que llevo. Entre mis incapacidades figura la de
formar una familia más o menos convencional o hacerme cargo de un
negocio de los que mantienen relaciones con Hacienda.
Para no hacerlo largo:
Valentina me acusa de no ser capaz de convertirme en un tipo distinto
del que ella se ha enamorado. Sé que le debo mucho a esa mujer, ella
ha sido, que yo sepa, la única capaz de ver mis virtudes entre la
enorme maraña de mis defectos, aunque es posible que simplemente sea
un error suyo y yo solo tenga defectos. También le debo que se haya
esforzado en mejorarme. Sin las reconvenciones de Valentina a estas
horas yo sería una piltrafa alcoholizada en lugar de un ex
alcohólico que sigue bebiendo y que ha llegado a un cierto consenso
con su hígado y su dignidad. Hubo un momento en que caer
inconsciente por culpa del alcohol se había convertido en un suceso
poco digno de resaltar, ahora si en algún momento sucede me
avergüenzo y procuro que pase tiempo antes de que suceda de nuevo.
Por todas esas cosas me gusta pensar que ella está siempre ahí y
que es la parte más soleada de mi vida. También pienso que si un
día la voy a buscar la encontraré tomando la mano a un tipo
convencional y consolando a un niño llorón.
Si sucede la culpa será solo
mía.
Da igual, yo lo que quería
era hablarles de Carrito y ya lo he hecho.
Maruchi “La Desdentá” es
puta. Lo del apodo le viene porque en la adolescencia su chulo le
voló los dientes de una patada y luego la abandonó, convencido de
que una puta sin dientes es un mal negocio. Pero Maruchi es una chica
lista, pronto descubrió que una mamada a encia desnuda es una
delicatessen apreciada por los clientes con clase. E hizo fortuna y
fama. Una fama quizás no muy apreciada en según que foros, pero
fama al fin y al cabo.
Ahora tiene su propio club de
Topless, se llama El Reposo del Guerrero, las chicas trabajan y ella
controla la caja y la buena praxis de las pupilas. Solo mete la
dentadura postiza en el vaso cuando hay un trabajo de compromiso:
Inspectores de Sanidad, gente de Hacienda, policías, políticos,
cosas así de delicadas.
El club solo aporta una parte
de los ingresos de Maruchi, la otra parte proviene de su habilidad
para enterarse de toda clase de sucesos y venderlos al mejor postor.
Tiene a “las niñas” educadas para que aprovechen la flojera, que
le coge a cualquier macho a quien le acaban de hacer un trabajo de
cadera, y especialmente la valoración que hace de si mismo mientras
negocia el precio del trabajo. Cualquier información debe ser
traspasada a Maruchi, que la valora, sopesa posibilidades de certeza
y engalana con un envoltorio adecuado para ser vendida cuando alguien
la requiere.
Gana un buen dinero con ello.
Ella lo niega pero en
ocasiones se ha enterado de la comisión de un homicidio antes que la
victima.
Mi relación con ella es
buena, regular o mala. Todo depende de si pago bien, regular o mal.
Abdulayé Bassara Bassara es
un nigeriano al que apenas conozco, ronda por los alrededores del
locutorio donde tengo mi oficina profesional, va muy bien vestido,
-siempre que aceptemos que un traje de seda de color naranja y una
camisa de color negro combinan bien-. No se le conoce trabajo ni
conocimientos específicos. Si detectan a un inmigrante que vive como
un obispo búsquenle el truco, seguro que lo tiene, nuestra ciudad,
nuestra sociedad no está estructurada de forma que un inmigrante sin
oficio ni beneficio viva como un obispo. Si le buscan el truco se lo
encontraran.
Además lo tengo muy cerca, no
pierdo nada hablando con él en los términos adecuados, que no sé
cuales son, pero los averiguaré.
Y Mohamed, el tendero de la
esquina, mi proveedor de whisky de precio moderado, quien en
principio no tendría porqué conocer a mafiosos, aunque con
seguridad le resulta más barato pagar a una mafia que encontrarse la
tienda asolada. Como en el caso anterior no me costaba nada
preguntar.
Entré en la tienda y Mohamed
me recibió con la sonrisa obsequiosa con que recibe a todo el mundo
que no entre a atracarle.
-Mojarra, tu pagas canon de
protección ¿cierto?.
Mohamed palideció
agradablemente, quiero decir que su cara tomo un color ceniciento al
que no se podía negar cierta elegancia, algo así como un traje de
diplomático pero sin corbata. A continuación se olvidó de hablar
en castellano o catalán, en realidad lo hace bastante bien en ambos
idiomas. Cuando repetí la pregunta me soltó un chorro de frases en
su idioma que me recordaron a un preadolescente haciendo sus
primeras gárgaras con la ayuda de mamá. Luego se puso a buscar a
Ghanesa, el dios elefante, por debajo del mostrador.
Tardó en encontrarlo, yo ya
estaba caminando hacia el locutorio.
No dejaba de ser lógico:
buscar a un dios Hindú si practicas la religión musulmana no
acostumbra a dar buen resultado.
Ghanesa se estaría escoñando
de risa.
Mientras caminaba me di cuenta
de que en realidad el asunto no era tan complicado: se trataba de
buscar a alguien que conociese a alguien quien en su niñez hubiese
compartido patio de colegio con un par de elementos que con el tiempo
se habrían lanzado a la mala vida y en este momento estaban al
frente de una organización mafiosa.
Algo de ese estilo.
Así estaba la cosa.
¿Sencillo, no?
El locutorio estaba tranquilo,
cuando llegué. Quiero decir que aun no lo había tomado el grueso de
las Adoradoras del Vallenato, el grupo de ecuatorianas que usan el
local como club social y donde coordinan toda la información acerca
de bodas reales, separaciones entre famosos, traiciones sentimentales
ocurridas o a punto de ocurrir en las telenovelas que devoran con
voracidad. También comparan cacas de bebés, textura, color, olor y
tengo dudas si sabor. Aunque de ser cierto que lo comentan no sería
en alguno de esos momentos en que sus cabezas se aproximan unas a
otras, y su voz se convierte en un murmullo apenas perceptible, y
que yo imagino que hablan de los hombres y sus maldades. Las cacas de
los niños tienen su propio foro.
Lena me miró con cara de
madre harta de soportar las chiquilladas de su bebe de cuarenta y dos
años. Antes, cuando a la hora de cierre clausurábamos una de las
cabinas y hacíamos dulces guarradas allí o cuando venía a pasar
alguna noche en mi leonera, no era así. Ahora si.
Tiene ventajas e
inconvenientes.
Lo último que se me ocurriría
es hacerle algún reproche a Lena.
Además Samuel me había
comprado una botella de mi whisky favorito y Lena me la daría en
cualquier momento.
Siempre que no la hiciese
cabrear. Lena me trata con severidad pero no es injusta.
Samuel, en realidad, no me
trata de ninguna manera, pero es generoso.
Mi pantalla en la última mesa
estaba apagada. La fotografía de una señora preciosa y un niño con
cara de comer cada día presidía la mesa, y confería un aire de
respetabilidad al presunto papá. O sea yo, aunque en realidad la
fotografía se la había comprado a precio de saldo a un moro en los
Encantes de la Plaza de las Glorias. Si no recuerdo mal estaba entre
unas gafas de sol de aspecto raído, dos monederos vacíos que con
toda seguridad habían sido robados el día anterior, tres tomos de
Vidas Ejemplares, un par de zapatos que habían perdido su aspecto
respetable y varias chucherías más de las que se encuentran en los
contenedores de la basura.
Encendí la pantalla, miré mi
correo electrónico, me ofrecían Viagra a precios de estafa. Con
seguridad lo era. El resto de gente que quería contactar conmigo se
reducía a una amiga que recibe todos los chistes argentinos que
corren por la red y me los re envía. A ella no la conozco, un día
apareció por mi correo de esa manera mágica con que suceden las
cosas en Internet y desde entonces voy recibiendo correos suyos,
siempre chistes o esas fotografías trucadas con PhotoShop, tigres
abrazando amorosamente a cervatillos, un oficial de las S.S.
celebrando el mitz shabar con un adolescente judío, cosas así. Todo
ello acompañadas de música suave para demostrar que no hay truco y
la vida es maravillosa.
Tal vez un día me anime y
haga algo para conocerla, no debería ser difícil, al fin y al cabo
soy detective.
Sea como sea los chistes
acostumbran a ser buenos.
Me conecté a Internet,
concretamente a la página de la Casa del Espía. No sirve para nada
pero da tono, el cliente queda atónito ante tanta tecnología como
aparece en la pantalla.
-¿Qué sabes de Abdoulayé,
Lena?.
-¿El cafisho?.
-¿Es chulo?, no lo sabía.
-No, yo tampoco, se me ocurrió
recién, al preguntar.
-Quizás tengas razón, la
pinta al menos la tiene, pero no le hemos visto nunca controlando a
alguna de las putillas que conocemos, ¿no?.
-Tenés razón.
-Bueno, ya averiguaremos algo.
-¿Te interesa?.
-Me interesan las mafias y
algo de mafioso si tiene el hombre. ¿Tú sabes algo de mafias?.
-No, desde que Maradona se
retiró lo he dejado.
-Estás graciosa hoy. Y
perdona por no haberte dado aun las gracias, estoy tan acostumbrado a
que me eches una mano cuando lo necesito que…
- Ya sé que me lo agradecés,
también sé que tu eres como el del tango.
-¿Qué tango?
-“Mano a mano”, él le
dice a la mina traidora: “si precisás una ayuda, si te hace falta
un consejo, acordate de este amigo, que ha de jugarse el pellejo pa´
ayudarte en lo que pueda cuando llegue la ocasión”.
-Gardel.
-Claro, Gardel, pero solo la
música, la letra es de Celedonio Esteban Flores.
-¿Pero hay alguien que se
pueda llamar Celedonio?.
-Viste, por ahí no todo el
mundo tiene la suerte de poderse llamar Atilano.
-Víbora.
Oye, me acordé recién, algo
sé de Abdoulayé. En una ocasión vino un técnico de la empresa que
nos hace el mantenimiento de las computadoras y me dijo que tenía
que pasar por lo de Abdoulayé, comentó algo así como “menuda la
que tiene montada el negro en su casa”.
-Gracias cielo, eso puede ser
interesante, me voy a dar una vuelta, saluda a Samuel.
-Lo haré.
Seguro que no se olvidaría de
saludar a Samuel, pero no me había dicho nada de mi whisky. Jugar a
las astucias con una mujer casi nunca resulta.
En la puerta de la calle me
asaltó una idea: alguien me había hablado extensamente de negros y
ordenadores, en su momento no me había parecido interesante y lo
había olvidado. Tampoco recordaba quien me había hablado de ello. O
sea que con aquella información, un librillo de papel de fumar y un
puñado de marihuana, podía liar un porro y fumármela.
Yo no fumo marihuana, así que
le pedí a mi cerebro que archivase aquella información y la dejara
a disposición de alguna sinapsis espabilada, a ver si a ella se le
ocurría algo decente.
Mi sentido del deber me dijo
que si no tenía nada mejor podía llamar a Maruchi. Di media vuelta
y entré de nuevo en el locutorio tropezando con el carrito de la
compra de alguna de las Adoradoras del Vallenato, el coro de risas
mientras recogía un paquete de compresas del suelo me acompañó
hasta que me dirigí a mi mesa.
Lena miraba con inusitado
interés una revista que tenía sobre la mesa.
Llamé a La Desdentá.
-Buenos días Maruchi, soy
Atila, necesito…
-Buenos días Atila, adiós
Atila, -su voz recordaba a una amante tierna deseosa de tenerte en
los brazos.
Colgó.
Repetí la llamada.
-Maruchi, tengo dinero
suficiente para empapelar tu jodido dormitorio.
-Atila, muchacho, ¿donde te
habías metido?, tendrías que dejarte ver más a menudo.
-Eres una mala puta, Maruchi.
-No, como puta soy excelente,
mi amor, de esas que ya no se encuentran, ¿qué quieres?.
-Información.
-¿De verdad tienes dinero
para pagarla?.
-Mi cliente tiene dinero,
mucho dinero en realidad, y no le importa compartirlo conmigo siempre
que le sea de utilidad.
-Siempre he dicho que
llegarías, ven a verme al topless.
-No, al topless no, ya sabes
como somos los hombres, nos ponen una teta en un ojo y empezamos a
perder eficiencia.
-Vas aprendiendo, ¿dónde,
pues?.
-¿Conoces el bar La Buena
Vida en la calle del Carmen?.
-¿El del piano con el
televisor encima?.
-Ese.
-Mañana a las cinco de la
tarde.
-Si, hecho, hasta mañana.
El tipo que tenía mala suerte
con los coches de gama alta acostumbraba a almorzar fuera de casa,
normalmente lo hacía en un bar restaurante del Ensanche, uno de esos
locales que se distinguen por no distinguirse en nada. Fui hasta
allí, y en el chiringo vecino compré un bocadillo de jamón, una
cerveza y me senté en un banco desde el cual controlaba la puerta
del restaurante. Parecía un turista de perfil bajo esperando que se
derrumbase la Sagrada Familia ante sus ojos para poder contar a la
vuelta lo grave que era la crisis en España. Hasta tenía una cámara
de fotos colgada del cuello.
Me faltaba la cara de japonés.
Fotografié el culo de una
mulata que lo balanceaba como un maremoto a un velero, la pillé en
las dos fases del meneo, en la primera su nalga apuntaba a oriente,
en la segunda a occidente. Claro que en cada ocasión era una nalga
distinta.
El tipo de la mala suerte con
los coches de gama alta no tardó en aparecer. Yo estaba terminando
el bocadillo. Salió del restaurante un buen rato después, cuando ya
casi me había olvidado de las nalgas de la mulata y su balanceo. En
la puerta del restaurante se paró, encendió un cigarrillo y echó a
andar. Caminaba a ritmo lento, dándole un paseo a su digestión. Le
seguí hasta un taller de reparación de automóviles situado en la
calle Valencia. Estuvo dentro aproximadamente media hora, hubo un
momento en que le vi hablar con un tipo alto y gordo que vestía
traje y corbata.
Fotografíe la puerta del
taller y su conversación con el tipo alto y gordo, las compañías
de seguros se pirran por los documentos gráficos, especialmente
cuando les sirven para dejar de pagar una póliza.
Cuando salió dudé entre
seguirle de nuevo o pasar por el taller a informarme a cuanto estaba
la hora de reparación, a ser posible sin I.V.A.
Si un día me compraba un
coche, la información me sería útil.
Me decidí por lo último.
Me recibió un tipo que se
secaba las manos llenas de grasa en un trapo hecho de hilachas de
colores.
Un mecánico de la vieja
escuela despreciando a los productos químicos.
Di un vistazo circular
buscando el imprescindible calendario con un bikini pequeño rodeando
a una señorita de tetas grandes
Estaba justo a mi espalda.
Más típico y convencional
imposible.
El gordo asomaba la cabeza por
una cabina encristalada comprobando que todo estuviese en orden, su
mirada pasó sobre mi cabeza sin apenas rozarme. Me convenía.
Le conté al tipo de las manos
sucias de grasa una historia llena de aspavientos acerca del aceite
que mi venerable Skoda perdía. El tipo sonrió comprensivo cuando le
dije que perdía más aceite que un tramoyista del Molino.
Su consejo, dado con un tono
de voz que oscilaba entre lo paternal y lo doctoral, consistía en un
repaso a fondo aderezado con un posible planchado de la junta de
culata o en su lugar un viaje al desguace más próximo.
Mientras me contaba las pocas
esperanzas de vida que tenía mi imaginario Skoda, yo observaba como
tapaban con una lona a un Mercedes SLK rojo de apariencia vulnerable.
Me marché con un montón de
ideas en la cabeza.
Ninguna de ellas hablaba de la
honradez del tipo y su mala suerte con los coches de gama alta.
Al salir me dio la impresión
de que la chica del calendario me guiñaba un ojo.
Naaaa.
Llamé a la oficina de seguros
y les pedí que me avisaran cuando su cliente les pasara el parte del
siniestro de su coche. Aposté por un par o tres de días.
Luego me largué a casa, el
cuerpo aun me dolía, aunque me estaba recuperando con notable
rapidez. Era probable que Fausto Baliarda le hubiese recomendado a
Ayoub que la paliza no me tuviera demasiados días fuera de
circulación.
Al fin y al cabo tenía
intención de contratarme y un detective tullido es poco operativo.
Olvídense de Ironside.
Tumbado en la cama traté de
recordar que era lo que ligaba a un nigeriano y a la industria de la
alta tecnología informática.
Probablemente nada, en
ocasiones se me ocurren asociaciones de ideas inútiles.
En muchas ocasiones si hemos
de ser sinceros.
A las ocho de la noche me
levanté de la cama y me dirigí al bar de la calle Hospital
propiedad de Valentina y donde Carrito ejerce de camarero. Las ocho
es la hora de apertura, luego el bar no cierra en toda la noche.
Hacía bastantes días que no me acercaba por allí, no me seducía
la idea de que Valentina pensará que rondaba por su bar para
restablecer nuestra relación, por mucho que me muriese de deseos de
conseguirlo. Mucho menos me apetecía intentarlo y que ella me
rechazara. Probablemente no lo haría, pero soy consciente de que no
soy una buena opción para ella. Y ella no lo es para mí, ha llegado
demasiado tarde a mi vida.
Si iba a una hora temprana lo
más probable era que no estuviese.
Carrito detrás de la barra
transmitía la misma sensación de impasibilidad y fuerza de siempre.
Me saludó como si el día
anterior hubiésemos estado charlando.
-Amigo, ¿lo de siempre?.
-Tú mandas, Carrito.
Me sirvió un vaso largo con
Market Mark, un bourbon excelente.
-Como estás?, -la pregunta me
sorprendió, Carrito nunca hace preguntas. Viniendo de él aquello
era una muestra de amistad que casi me emocionó.
-Más o menos como siempre, ¿y
tú? .
-Me alegro, yo estoy bien,
desde que tú no me metes en líos mi vida es tranquila.
-Escucha Carrito, me encantará
charlar contigo largo y tendido, pero no aquí, no quiero que
Valentina se moleste.
-La señora no se molestará
si te ve.
-No, no lo sé. Pero prefiero
no arriesgarme a molestarla. Quería hacerte unas preguntas.
-Escucho.
-Mafias en el barrio, ¿qué
me puedes contar?.
-De los míos, poca cosa,
apenas tienen presencia en el barrio, todo se maneja desde Madrid.
-¿A qué se dedica?.
-Ya sabes, coca y sicarios. Y
estos por trabajos relacionados con la coca, apenas nada más.
-Y de los demás, ¿sabes
algo?.
-Lo que voy escuchando por
ahí, nada demasiado fiable.
-¿Pagas protección?.
-La acabaremos pagando, la
situación se está poniendo dura y la señora no quiere líos. Ya
han venido en tres ocasiones, pero era gente de poco peso, cuando les
enseñé la recortada que guardo debajo del mostrador dejaron de
fanfarronear, pero vuelven y yo solo soy poco enemigo, tarde o
temprano la señora acabará cediendo.
-¿A quien pagareis?.
-Estamos escogiendo proveedor.
-¿Y si pagas a uno los otros
os dejaran tranquilos?.
-Por eso estamos escogiendo.
-Algún favorito.
-Rusos o gente del Este en
cualquier caso.
-¿Que motivo tendrías para
escogerles?.
-Son los más duros.
Tratándose de pagar a alguien para que te proteja en lugar de
machacarte el negocio lo mejor es ponerte bajo el amparo del más
malo, alguien a quien todo el mundo tema.
-¿Chinos?.
-No, los chinos se manejan
entre ellos.
-¿Norteafricanos?.
-Esos lo que mejor hacen es
robar carteras. Si quieres que te diga la verdad creo que me lo
podría manejar yo solo, pero la señora prefiere pagar si llega el
caso.
-¿Nacionales?.
-Esos de dedican al negocio
inmobiliario y van con corbata y maletín de ejecutivo, a los únicos
que presionan es a los inquilinos de pisos antiguos que no se quieren
marchar. Los pequeños van recogiendo migas o están a sueldo de las
mafias importantes, vete a saber si asociados, aprovechan de ellos el
conocimiento del terreno y los contactos.
-Podría ser.
-Al menos así lo veo yo, pero
es una opinión, si lo pones en un informe para un cliente te
arriesgas a que no te paguen por mentiroso. Lamento no poder serte de
mayor utilidad.
-¿Te podrías enterar de algo
sin necesidad de exponerte?.
-¿En que andas?.
-Me pagan mucho dinero por
averiguar quien maneja los negocios ilegales del Raval.
-Nunca llegaras arriba.
-No creo que quien me paga
confíe demasiado en ello. En realidad no sé lo que pretende, pero
yo ando todo el día por ahí, de algo me enteraré y cuando ya no de
más me despido y en paz, la paga habrá sido muy superior a la que
acostumbro tener.
-Miraré si me entero de algo
pero no confíes demasiado, ya sabes que lo mío es servir bebidas y
escuchar.
-Puede ser suficiente.
-Hoy la señora vendrá
pronto, así que si no quieres verla es mejor que te vayas, le diré
que te has pasado por aquí, también le diré que andas en líos.
No me preguntaba si se lo
podía contar a Valentina, me informaba de que se lo contaría. Para
Carrito ella es Dios, los demás solo la corte celestial.
Me encogí de hombros y apuré
el vaso.
-Quizás tú no quieras que lo
sepa, pero a ella le gustará saberlo, -apostilló.
-Y tú harás siempre lo mejor
para ella.
-Si, amigo, yo haré siempre
lo mejor para ella.
-Cualquier día te puede pedir
que me mates.
-No lo hará, no te preocupes.
-¿El precio del bourbon es el
de siempre?.
-Si, no ha subido.
Me largué sin pagar, como
siempre.
Ya en la calle recordé que
Carrito había dicho que Valentina nunca le pediría que me matase,
no dijo que él nunca me mataría.
¡Jodido colombiano!.
Un par de horas más tardes,
Valentina me llamó al móvil, su voz sonaba triste.
-Carrito me ha dicho que te
estás metiendo en un lío que te supera en mucho.
-Buenas noches, Valentina.
-Déjate estar de bobadas.
-Carrito es un bocazas.
-¿Qué vamos a hacer contigo,
Atila?.
-¿Quiénes?.
-Nosotros, los pocos que te
queremos.
No supe que contestar, aquella
fue una conversación corta. Le dije que me perdonase, que tenía que
colgar, que la llamaría, que no se preocupase que no había para
tanto, ya le explicaría.
Cuando Valentina se despidió
su voz aun sonaba más triste.
Hago gala de una eficiencia
sublime para entristecer a la gente que me quiere.
Aquella noche soñé con
Valentina.
Lo hago a menudo, en ocasiones
hasta despierto.
El bar restaurante La Buena
Vida, en la calle del Carmen, es un local que combina una decoración
modernista con detalles actuales y mojitos apreciables a buen precio.
Cuando llegué Maruchi estaba sentada en una de las mesas del
interior del local. Se había vestido como una puta seria, quiero
decir que no tenía una teta colgando y se había puesto bragas, pero
se le notaba que era puta a pesar de la falda de vuelo amplio y la
camiseta sin escote. A ella le gusta que se note y siempre lo
consigue, le tiene mucho respeto al oficio.
Cuando entré su mirada trató
de escanear mi cartera para ver si realmente tenía dinero. Nos
sonreímos como dos viejos enemigos, aunque en realidad no lo seamos.
Son gestos para recordar al personal que con nosotros no se juega.
Costumbres de gente de mala
vida, no se lo tomen demasiado en serio.
-Estas preciosa, Maruchi.
-Me cuido, aun no he perdido
la esperanza de que un periodista imbécil me descubra y me lleve a
uno de esos programas de televisión para subnormales. ¿Y tú, como
estás?.
-Demasiado viejo para la vida
que llevo, demasiado cabreado, cansado, triste, desilusionado,
apaleado por la vida…
-Vale, que no se te levanta.
-Te has levantado agresiva
hoy.
-Las putas somos así,
agresivas, es para que el mundo nos respete.
-¿Y cuando el mundo ya os
respeta?.
-Entonces lo hacemos para que
deje de respetarnos y poder ser agresivas con justificación. Anda no
me jodas que suspendí en filosofía.
-¿Te va mal el negocio?.
-El topless no va demasiado
bien, con tanta chiquilla de importación haciendo mamadas en las
esquinas a cuatro perras, ya me dirás. Y no son solo mamadas, hacen
servicios completos en medio de la calle, apoyadas en una columna, en
los portales, cada vez hay más y cada vez cubren zonas más amplias.
Y es inútil que intentes fichar a alguna de ellas, te metes la mafia
dentro de casa. El mes pasado tuve que despedir a dos de mis niñas
por falta de trabajo, lloramos las tres.
-¿De verdad?.
-No.
-O sea que exageras.
-No, los clientes siguen
viniendo pero gastan menos. Y si la cosa sigue así, aparte de esas
dos, alguna más caerá.
-De la mafia precisamente
quería hablarte.
-¿Qué quieres saber?.
-Quien maneja a la gente que
ofrece protección, especialmente, pero también los otros negocios:
drogas, prostitución. Pero no me interesa el tipo que está en la
esquina con tres papelinas en la mano, o una bolsita de maría en el
bolsillo, me interesa la gente que mueve millones.
-Y a mi me interesa llegar a
la Luna y encontrar esperando a George Clooney dispuesto a pagarme
por una mamada. Eso no lo vas a saber nunca y si lo llegas a saber te
encontraran en un callejón cosido a puñaladas, o en la cuneta de
una carretera haciendo de mojón kilométrico. Además yo de mafias
no sé más que tú, sé lo que sabemos todos, lo que vemos cada día.
¿hay protección?, pues claro que la hay, ¿se vende droga?, a
toneladas, ¿trata de blancas?, están en la calle, blancas, negras,
amarillas, las puedes ver con solo pasear por el barrio. Para eso no
hace falta estudiar mucho, para confirmarlo no me necesitas, págame
el desplazamiento y ahorra el resto.
Lo decía en serio, quería
cobrar el desplazamiento.
-Muévete Maruchi, tu puedes
conseguir información, si es buena puedo llegar a los dos mil euros,
si es muy buena a los tres mil.
La mención de los tres mil
euros hizo que la mirada de Maruchi se dulcificara. Forzó una
sonrisa que me hizo temer que su maquillaje se hiciera añicos y puso
su mano sobre la mía.
-¡Ay Atila, que no haría yo
por ti!.
-Podemos casarnos.
-Claro amor, pero eso son seis
mil euros.
-¿Y la información seguiría
yendo aparte?.
-Por supuesto.
-Busca esa información, del
resto ya hablaremos en otro momento.
-¿Quién te ha contratado,
Atila?.
-Esa información vale tres
mil euros.
-Vas aprendiendo, vete a saber
si no me conviene pagártelos.
-No está en venta, más
adelante si puedo te la regalaré.
-Mas adelante estarás muerto,
capullo, y yo ni siquiera me molestaré en ir a tu entierro.
-Eso me ha dolido.
-Claro, claro. Mira, se me
acaba de ocurrir algo para ganarme los tres mil euros, ya te llamaré.
La consumición la pagas tú.
Maruchi se levantó, me
pellizcó un pezón, me rozó el hombro con la cadera y se largó
moviéndose al ritmo de un merengue que solo escuchaba ella.
Cuando aun estaba al alcance
de mi voz le pregunte: ¿tú pagas protección?.
Maruchi se paró, se giró y
regresó a la mesa.
¿Tú comes cada
día?,-preguntó con una sonrisa carente de alegría.
Luego volvió a conectarse al
merengue y se largó definitivamente.
La alegría de las putas.
No sé que haríamos sin
ellas.
Salí a la puerta de la calle
para ver alejarse a Maruchi en el momento en que una fuerte racha de
viento levantaba papeles del suelo y faldas de vuelo ancho. De
espaldas, con el pelo alborotado por el viento y la falda tratando de
escalar sus muslos, tenía el aspecto de una bibliotecaria que
hubiese decidido seguir el camino del mal.
Por las calles del Raval la
multitud abigarrada habitual cruzaba y descruzaba sus caminos sin
aparente sentido. En la esquina de Robadors dos tipos de apariencia
asiática seguían con la mirada a tres mujeres negras que se
situaban estratégicamente alrededor de uno de los portales, a la
caza de presa. Desde una ventana una compatriota cambiaba comentarios
jocosos con ellas, miraban a un tipo con aspecto de acabar de fugarse
de Alcohólicos Anónimos y buscar algún camello que le vendiese la
droga que necesitaba para no caer en la tentación de beber de nuevo.
Yo tenía por delante un día
tranquilo, no se me ocurría nada de provecho para hacer. Había
puesto en marcha los contactos que hasta aquel momento pensaba podían
ser de utilidad. Ahora había llegado el momento de esperar.
En cuanto al tipo que tenía
mala suerte con los coches de gama alta, si no me equivocaba pronto
tendría noticias, en caso contrario sería cuestión de comenzar de
nuevo a acompañarle en sus paseos.
Se me ocurrió que tal vez me
llamase Ámbar aquella tarde para invitarme al cine o a merendar en
su casa, un ático con vistas al mar. Siempre les imagino en un ático
con vistas al mar a la asmujeres que sé que no me van a invitar a su
casa.
Para que conformarse con
menos.
En ocasiones me da por bromear
conmigo mismo.
Antes de cenar en casa pasé
por el supermercado del paki para comprar insecticida. Aquella
mañana, al encender la luz, un par de manchas negras que había
sobre la cocina se pusieron a corretear alocadamente en dirección al
sumidero.
No es habitual, pero son las
cosas que tienen las casas viejas.
El paki al verme me rogó con
la mirada que no hiciese preguntas indiscretas.
-Moharra, ¿tú has ido ya a
La Meca?, -le pregunté con la mejor de mis intenciones.
Negó tímidamente con la
cabeza, no veía claro adonde nos iba a llevar la conversación.
-Pues te veo en el infierno de
los infieles comiendo cerdo por toda la eternidad, muchacho.
Su sonrisa triste al cobrarme
el insecticida mostraba que mi broma no le había hecho feliz.
Le compré también dos
paquetes de leche pasteurizada que no necesitaba, era lo que tenía
más a mano. En realidad Mohamed es un tipo que me cae bien.
NOTAS DE PRENSA
El País.com 16/06/2010
Seis capos de la mafia rusa y
Ucrania han sido detenidos en Cataluña. El más significado de los
detenidos ha sido detenido en el aeropuerto del Prat en Barcelona, al
desembarcar de un vuelo procedente de Dubai, y es considerado el
responsable de dirigir la “osback”, o fondo común que se nutre
de las aportaciones económicas que realizan las diferentes
organizaciones criminales enlazadas por intereses y estrategias
comunes.
La mayoría de las detenciones
se han producido en Tarragona, Salou y Cambrils. También en
Barcelona ciudad y relacionado con estas detenciones se ha producido
el registro de un lujoso edificio de viviendas situado en el Paseo
García Faría.
Los arrestados son de hasta
cinco nacionalidades distintas: ucrania, rusa, armenia, kazaja y
uzbeka. Regentaban dos hoteles, un prostíbulo y un restaurante.
A raíz de estos arrestos han
aflorado también asesorías jurídicas y distintas sociedades, cuyos
créditos y participaciones han sido embargadas junto a treinta
vehículos registrados a nombre de las distintas sociedades.
Se hace cargo de la
investigación el juez de la Audiencia Nacional Fernando Grande
Marlasca.
El País.com 18/06/2010
El juez de la Audiencia
Nacional Fernando Grande Marlasca decretó ayer libertad provisional
bajo fianza de cinco de los capos de la mafia rusa detenidos ayer en
Cataluña.
Los importes de las
respectivas finanzas ascienden a 100.000 Euros para Takhirzham
Baratov, 40.000 euros para Ladusk Unanyan, Gagik eloyan y 20.000 para
Konstantin Unanyan y Yurity Zakharyan . Los seis deberán comparecer
ante el juzgado cada quince días y tienen prohibido abandonar el
país.
QUINTO
Ilustración Rosa Romaguera |
Fue a la mañana siguiente que
me llamó Ámbar para declararme su amor.
En realidad su declaración de
amor fue corta.
-El señor Baliarda quiere
hablar con usted, espérese un segundo, ahora mismo le paso.
Aunque yo en aquel momento aun
no lo sabía, Fausto Baliarda no sería el único en querer hablar
conmigo aquel día.
La voz de mi empleador,
mostraba la misma complacencia amigable que siempre había mostrado
conmigo. Supongo que fue ese mismo tono el usado para ordenarle a
Ayoub que me rompiese el alma en pedazos recomponibles con cierta
facilidad.
-¿Como se encuentra señor
Atila, aun le duele?.
-Poco en realidad, le puede
decir a su amigo el moro que hizo un buen trabajo.
-No sea rencoroso, él no le
guarda a usted el menor resentimiento.
-Me alegra saberlo, me
molestaría haber estropeado de alguna manera el bate de nuestro
querido amigo.
-Así me gusta. Le llamo con
el único propósito de confirmar que está dispuesto a trabajar en
nuestro pequeño problema.
-Estoy trabajando en ello,
ayer le pagué a una puta tres mil euros de los que usted me dio para
gastos, -se lo lancé a la cara con la intención de sobresaltarlo.
Fue un intento lamentable, el
tipo gozaba de una capacidad de encaje sorprendente.
-No sabía que tenía usted
gustos tan caros, pero vaya, si la puta los vale…
-Ella quizás no, pero la
información que normalmente es capaz de conseguir puede valer mucho
dinero, espero que en este caso lo valga.
-De acuerdo, sabe que tiene
toda mi confianza…
Y una mierda tengo toda tu
confianza, pensé mientras me palpaba las costillas.
… no querría que tomase mi
llamada por un intento de darle prisa, simplemente quería asegurarme
de que goza de buena salud, también transmitirle de nuevo mi
disposición a facilitarle cualquier cosa que necesite y esté en mis
manos.
-No por el momento. Si hubiese
algo que merezca la pena comentar se lo haré llegar con el primer
informe.
-Conforme, pero si es urgente
use el teléfono, no es necesario formalismos si de ellos depende la
perdida de agilidad. La morosidad en la toma de decisiones es el
único pecado que un hombre de negocios no se puede permitir. No lo
olvide.
-No lo olvidaré. Transmítale
mis saludos a su señora.
Me respondió la suave risa de
Fausto Baliarda. Realmente la capacidad de encaje del tipo merecía
un respeto. Claro que también podía ser que se las estuviese
guardando todas para cuando llegara el momento del moro y su mini
bate de béisbol.
Lena se acercaba tarareando
“La Cumparsita”.
Normalmente La Cumparsita son
buenas noticias, o al menos buen rollo en el locutorio. Otra cosa es
cuando tararea “Adiós Muchachos” o “Cambalache”, esas son
pronóstico de marejada.
-Mientras hablabas te ha
llamado tu cliente de la compañía de seguros, ¿querés que te
ponga?.,-Lena me tendía la pipa de la paz en forma de bolsita del
Corte Ingles y una sonrisa amable. Dentro de la bolsita estaba la
botella de Lagavulin dieciséis años que Samuel me había comprado.
En aquel momento amé a Lena
con esa clase de amor que cantan los poetas y que difícilmente
encuentras en otro lugar que no sea en un libro de poesía.
Cielos azules, corazones
sangrantes, cosas así.
Llamé a la compañía de
seguros.
-Acabamos de recibir el parte
de siniestros, -dijo la voz del gerente de la compañía de seguros
que no se fiaba del hombre de la mala suerte con los coches de gama
alta.
-¿Incendio?,-pregunté.
-Si, ¿cómo lo sabe?, acabo
de poner el parte en manos de nuestro servicio jurídico.
-Ya se lo contaré, de momento
deje su servicio jurídico en paz, creo que puedo solventarlo yo de
una forma rápida y limpia de manera que se libren de pagar un solo
euro.
-¿Le podremos enviar a la
cárcel?, -el tipo se había levantado vengativo aquella mañana.
Normalmente cuando a un gerente de compañía de seguros le dices que
se va a ahorrar el pago de un siniestro puedes escuchar con total
claridad como caen sobre sus pantalones gruesas lágrimas de
agradecimiento, en ocasiones suspiros orgásmicos, todo depende de la
magnitud del ahorro.
Y tardan en pensar en otra
cosa.
Al menos hasta que los
pantalones se les secan por completo.
Pero aquel hombre quería
enviarle a la cárcel.
Probablemente su esposa había
sufrido un ataque de jaqueca la noche anterior.
-No creo que resulte sencillo
enviarle a la cárcel, sería muy difícil demostrar que se trata de
una estafa. Déjelo en mis manos, estoy convencido de que no tendrán
que pagar, luego ya veremos.
-Bien, de acuerdo, hágalo a
su manera pero manténgame informado. Y no involucre a la Compañía
en algún acto fuera de la ley.
No dijo que no cometiese un
delito, solo que mantuviese a la Compañía limpia.
¿Dice algo la Biblia acerca
de sentarse a la diestra de Satanás, en el capitulo dedicado a los
ejecutivos de las compañías de seguros?.
Me puse en marcha
El taller de reparación de
automóviles al que había ido el día anterior el tipo que tenía
mala suerte con los coches de gama alta, estaba en la calle Valencia
y se llamaba “Motor y Confort”, un nombre estúpido lo mirase
como lo mirase. La única justificación al nombrecito era que el
dueño tuviese vocación de poeta.
Claro que llamarse Atila
tampoco es el colmo de la coherencia, así que procuré que el
detalle no me condicionara.
El hombre que se limpiaba las
manos en un manojo de hilos de colores seguía en lo mismo, aunque el
trapo sería otro ya que parecía más limpio que en la ocasión
anterior.
La chica del calendario me
miró con simpatía.
Le conté al tipo del trapo
que había decidido que repasara mi coche y tomara las decisiones más
oportunas. Si no había venido en él era debido a que mi esposa
tenía compromisos fuera de la ciudad y se lo había llevado. Le pedí
hora para dejárselo. El hombre se mostró satisfecho de mi decisión,
en su mente ya se dibujaba una factura con muchos números.
Probablemente junto con la
factura me entregarían un calendario tamaño bolsillo con la
fotografía de la chica del bikini diminuto.
Mientras hablábamos me fui
moviendo de forma que pude repasar visualmente la totalidad del
taller.
El Mercedes SLK de aspecto
vulnerable no estaba, en el lugar que ocupaba el día anterior ahora
se aposentaba un Citroen 2CV exhalando sus últimas bocanadas de
aire.
Bingo.
Alguien me debía una
explicación.
A la hora del almuerzo el tipo
que tenía mala suerte con los coches de gama alta no se presentó en
su lugar habitual de almuerzo, pero a las cuatro de la tarde estaba
en su casa. Le vi por la ventana, miraba la televisión y sonreía.
Era una casa adosada de una sola planta en una calle de la parte alta
de Barcelona. Llamé a la puerta, cuando me abrió le dije que tenía
que hacer una revisión de la instalación de gas.
No debo tener aspecto de
empleado de Gas Natural porque el tipo quiso cerrarme la puerta en
las narices. Tuve que poner el pie para impedirlo, empujarle y entrar
sin el menor respeto hacia su intimidad. El tipo se puso bravo, así
que peleamos un poco.
Fue una pelea breve, aquel
fulano había aprendido a pelear en el patio de la escuela de los
Maristas de Sarria y yo en algunos callejones cercanos a Las Ramblas,
eso se nota. Probablemente también había ido a algún gimnasio a
aprender artes marciales porque se plantó delante de mi en la
posición de “mira chaval que soy una maquina de matar que te
cagas”.
Le di una hostia en la boca y
se fue al suelo maldiciendo el tiempo y dinero que había gastado en
el gimnasio tratando de convertirse en el Bruce Lee catalán.
-Veras colega, no he venido
con malas intenciones, así que invítame a pasar, ofréceme asiento
y charlaremos un rato, ya verás como al final hasta me lo agradeces.
El tipo me miró como si
acabase de descubrir que los locos existen y pueden aparecer por tu
casa en el momento menos previsible. Estuvo a apunto de soltar alguna
frase ofensiva, pero la boca le dolía y decidió dejarlo para otra
ocasión. Se levantó y con la mano me indicó que podía pasar. Su
expresión decía que si los ingleses tienen razón con lo de que el
hogar de un hombre es su castillo, a él le habían vendido un
castillo defectuoso.
No te puedes fiar de los
ingleses, recuerden Trafalgar.
Pasamos al interior. Señaló
un sofá de piel que hacía juego con el sillón que enfrentaba al
televisor. Se sentó en el sillón y su mirada se prendió de un
punto situado entre mis ojos y mi barbilla. Me senté y moví la
cabeza para obligarle a seguirme con la mirada.
-¿Quién coño eres?,-dijo
tratando de ubicar algún lugar donde su mirada hallase confort. A
mis ojos les debía encontrar algún defecto.
-Es una buena pregunta,
colega. En realidad puedo ser el fulano que te libre de la cárcel o
tu peor pesadilla, depende de cómo vaya la conversación que vamos a
tener.
La frase de la pesadilla la
copié de una película de Bruce Willys, les tengo mucho respeto a
los guionistas de Hollywood. Y en aquella ocasión, al igual que en
la película, también funcionó porque mi amigo se puso muy
nervioso. Era un tipo de unos treinta y muchos años, bien vividos,
con aspecto de haber nacido en el lado soleado de la ciudad, haber
recibido una educación esmerada y practicado profusamente el
besamanos con señoras, que pensaban que aquel chico tan encantador
sería un yerno muy adecuado para la nena, quien por cierto ya iba
teniendo edad para situarse y dejar de hacer locuras con gamberros de
futuro poco claro.
A las señoras, cuando piensan
en posibles yernos adecuados para sus nenas acostumbra a nublárseles
el entendimiento.
-Donde está tu
coche?,-pregunté.
En sus ojos apareció una
señal de comprensión y alarma.
-Algún hijo de puta me lo ha
quemado esta noche.
-Y una mierda, el hijo de puta
al que te refieres, -que tal vez has sido tú mismo-, el coche que ha
quemado esta noche es el SLK al que han cambiado el número de
bastidor y le han puesto las matriculas del tuyo en el taller de la
calle Valencia.
-No sé de que me hablas.
-¿Sabes lo poco que
aguantaría cualquiera de los operarios en decirnos cuando entró el
SLK que has quemado, cuando salió y quien lo trajo?. ¿Te imaginas
lo poco que aguantaría el tipo gordo o el encargado del taller en
soltar todo lo que sabe o se imagina, con tal de no acabar metido en
un follón de tres pares de cojones?.
-Ya veo, eres de la compañía
de seguros y te han enviado para intimidarme. Pues os va a salir el
tiro por la culata porque ahora mismo voy a llamar a la policía.
-Toma hijo, no gastes energías
que las vas a necesitar, -le tendí mi teléfono móvil y esperé.
Dudó y miró a mi teléfono
como si tuviese lepra. A pesar de todo hizo un intento para cogerlo,
pero a mitad de movimiento dejó caer el brazo a lo largo de su
cuerpo con desánimo y dijo: -De acuerdo, de acuerdo, hablemos.
- Así me gusta, que seas
razonable, ya verás como acabamos siendo amigos. ¿Dónde está tu
coche?.
-No lo sé, -el tipo me miró
con desconfianza, no acababa de ver claro lo de que íbamos a acabar
siendo amigos.
Algo de razón tenía, si
alguien se presenta en tu casa, te pega, te amenaza y te pregunta
como has cometido el delito que acabas de cometer, lo normal es que
no termines de decidirte a ser su amigo.
-Vamos mal, colega, vamos muy
mal.
-Pero si es verdad, no lo sé.
-Veras, la compañía de
seguros no te va a pagar ni un euro, eso supongo que ya lo tienes
claro. Pero es que esta estafa ya la has hecho con tres compañía,
pobre imbécil, y ahora las compañías de seguros tienen una base de
datos informatizada donde controlan a los listos como tú. Hasta me
sorprende que la segunda te saliese bien. Y claro, como en lugar de
romperle la hucha a tu madre has tratado de clavarles la tercera
banderilla a ellos, pues se han enfadado contigo, son tan
desconfiados que están convencidos de que eres un delincuente. Por
eso lo que quieren es meterte en la cárcel para que dejes de tocar
las pelotas al personal. Y resulta que yo soy el único que te puede
librar de que te enchironen, ¿me vas entendiendo?. Di que si para
que yo me quede tranquilo.
-Si,-dijo con cara de pena.
-Bien, hijo, bien, así me
gusta. Ahora escucha que te voy a contar un cuento: en la cárcel
están encantados cuando llega un pipiolo como tu, carne joven y
culito tierno, si además descubren que eres virgen, -pero que digo,
hombre, por supuesto que lo descubrirán- te van a tratar como en un
cuento de las Mil y una noche. Los degenerados que llevan allí años
y todavía les quedan unos cuantos, acostumbran a ser los más hijos
de puta, se pirran por nenes como tú…
La cara del hombre se iba
descomponiendo conforme yo hablaba.
--- en tres semanas te habrán
dejado el culo como un bebedero de patos. Y reza para que quien te
haya pillado, los más malos son los que escogen primero, se enamoré
de ti y te proteja, porque en caso contrario cuando se canse de ti,
aunque no es estrictamente necesario, te venderá como puta a otros
como él. En este mismo momento no sé cual es el precio de una puta
de mediana edad en la trena, estoy algo desconectado, pero he
escuchado que por una mamada en las duchas tu dueño recibe un cartón
de Winston. Aunque si alguien puede pagar en droga se muestra
bastante más exigente y quiere el servicio completo, hasta puede
conseguir que pases la noche en su celda, hay algunos que les va el
porno duro y si pagan bien lo consiguen…
-Para, por favor.
… lo que con toda seguridad
si que va a hacer tu amo es evitar que los sádicos te estropeen la
cara, pierdes valor, entonces ya solo sirves para los más pobres.
¡Ah y disculpa!, aun no hemos hablado del sida, claro que
actualmente ya no es tan mortal como antes, pero…
-Para de una vez, ya te he
entendido,.la cara del hombre tenía un color ceniza precioso..
-¿Dónde está tu coche?.
-Yo eso no lo sé, pero ya no
está en España.
-Donde ha ido a parar.
-De verdad que no lo sé, creo
que en ocasiones van, o al menos pasan por Rumania, aunque no creo
que se queden. Yo cobro mi tanto por ciento y ya no sé más.
-Tu tanto por ciento y la
indemnización de la compañía.
-Bueno, si…
-Explícame ese bueno.
-No puedo.
-Si, si puedes. He hecho un
trato con las compañías: les garantizo que no tendrán que pagar,
les libro de ti para próximas ocasiones, así viven tranquilos,
ellos renuncian a denunciarte y te libro de mayores males. Pero para
que el cuadro quede así de bonito yo también quiero algo: cuando
pregunto tú respondes, sin vacilar y por supuesto sin mentir. Esa es
la primera alternativa, la segunda es: no me dejas satisfecho con tu
explicación y te jodo, mejor dicho, me desconecto y te dejo en sus
manos, son ellos los que te joden. Y si estás pensando que por esta
mierda de delito solo vas a estar en la cárcel tres años, tienes
toda la razón, pero piensa en como los vas a pasar, van a ser los
tres años más largos de tu vida.
-Yo solo voy a comisión, una
parte del dinero de la operación va a parar a la gente que me
introdujo en esto y que es quien controla el negocio.
El pobre fulano sudaba como un
condenado, pero yo en aquel momento olía a mafia y le daba gracias
al Señor por tanta bondad como mostraba para con un humilde siervo.
Me había puesto a picar carbón y me encontraba con un diamante.
-Nombres.
-Eso si que no puedo
decírtelo.
Decidí apretarle hasta el
hueso.
-Voy a intentar que nos
entendamos de una vez: yo no soy ni tu hermano ni tu madre, no soy tu
amigo, no te debo nada, ni siquiera me resultas simpático, tu
miserable vida me importa una mierda, no voy por el mundo haciendo
favores, no soy una puta O.N.G.. Si te ayudo me ayudas, si no lo
haces te suelto y que te recoja quien menos asco le des. ¿Por qué
iba a ayudarte, por lastima?. No me jodas colega, no me das la más
mínima lastima. Además, con lo que me has contado tengo suficiente
para agarrarte de los huevos y arrastrarte hasta el cuartel de los
Mossos de Escuadra y que te acaben de exprimir ellos. Sin embargo si
contestas a mis preguntas tienes mi palabra de que no iré a la
policía, lo que tú me cuentes quedará entre tú y yo. Y ya te he
dicho que la compañía de seguros se conformará con no pagarte el
importe de la póliza.
-Global Asesoría e
Inversiones.
-¿Y esos quien son?.
-La empresa de un amigo de los
tiempos de ESADE.
-Nombre.
-¡Joder!.
-Nombre.
-Aurelio Comínges.
-De acuerdo, colega. Ahora si
fueses el doble de inteligente de lo que pareces, cogerías tus
ahorros y te largarías a pasar una temporada a Acapulco, pero
primero envía la renuncia de reclamación a la compañía. Si mañana
por la mañana no lo tienen vendré a por ti, y en esta ocasión no
seré tan comprensivo.
-Has dicho que no irías a la
policía.
-No voy a ir a la policía.
Tampoco creo que te vaya a perseguir la compañía de seguros si
haces lo que te digo, pero de tu amigo no te he prometido nada y es
posible que me interese hablar con él.
-Me van a matar, ¡hostia!,
esa gente tiene tratos con gente mala de verdad.
En cuanto lo dijo se dio
cuenta de que no debía haber abierto la boca.
-A ver, cuéntame eso de la
gente mala.
-Llevan el soporte legal de
gente que tiene negocios chungos.
-¿Como de chungos?.
-No lo sé, yo ahí no he
entrado nunca, pero he visto salir del despacho de Aurelio a gente
que te mira como si te fuese a matar solo por estar ahí. Oye estoy
mal, me voy a meter una raya, ¿quieres?.
-No, ¿te han pagado alguna
vez con costo?.
-No, bueno, no siempre, quiero
decir que…
-¿Aurelio te paga con costo?.
-No, Aurelio no, bueno en una
ocasión si lo hizo pero no es lo habitual, los rumanos si yo se lo
pido si que me pagan, ¡joder! ¿me puedo meter la raya o no?.
-Te puedes meter lo que
quieras, pero antes contéstame a la última.
-¡Ay Dios!.
-¿Qué sabes de putas?.
-Qué yo no pago si voy a
según que locales y que me tratan mejor que a los clientes normales.
-¿Tú no eres un cliente
normal?.
-No, yo voy de parte de
Aurelio y de los rumanos, ahora ya me conocen.
-¿Aurelio frecuenta a las
mismas putas?.
-Si.
-¿Qué mas?.
-Nada más
-Hazme una lista.
-¿De las putas?.
-De los locales, cretino.
-Me van a matar.
-Si te largas donde no te
encuentren no podrán matarte.
-Me voy a meter una raya.
-Antes la lista.
-Me voy a meter una raya,
¡joder!, estoy muy nervioso.
-Hazlo aquí, delante de mí,
no quiero que vayas solo a ningún sitio.
-¿Tienes miedo de que coja
una pistola?.
-¿Un chico tan bueno como
tú?, nooooo.
-La tengo aquí, en este
cajón, -su mano señalaba el lugar.
-Ya voy yo.
Era cierto, en una cajita
lacada con motivos japoneses había media docena de papelinas de
cocaína. Le di lo que pedía, Con manos temblorosas se preparó una
raya gruesa como el canuto de un jamaicano ebrio. Al cabo de un
momento garabateó unas pocas líneas en un papel y me la tendió.
-Me mataran, -dijo mientras me
levantaba para marchar.
Asentí con la cabeza,- No le
digas nada a Aurelio Cominges, no te acerques por Global, tienes un
par de días para hacer la maleta y largarte donde no puedan
encontrarte. Te sobra tiempo.
El pobre tipo, desconcertado,
reseguía con la punta del zapato el dibujo del parquet, en un par de
minutos su placida vida se había convertido en un montón de
problemas que olían a desastre.
Son los problemas que comporta
tener un SLK como herramienta de trabajo.
Junto a la puerta me paré
para dejarle un último consejo.
-Recuerda los deberes para
mañana: carta de renuncia a la compañía de seguros y pasarse por
la agencia de viajes a comprar un billete de avión para Alaska, hay
más renos que putas, pero ya te iras apañando, la ventaja es que
allí aun no han llegado los rumanos según creo.
Lo de la carta de renuncia era
absolutamente innecesario, pero según empezaba a comprender el
billete de avión para Alaska le podría resultar de mucha utilidad.
Me largué dejándole solo con
sus miedos.
Los mismos que tendría yo de
estar en su lugar
Dejé la casa de aquel tipo
con la agradable sensación de que empezaba a merecer el buen dinero
que Fausto Baliarda me pagaba. Y por otra parte la compañía de
seguros me pagaría una prima extra por la gestión. Mis finanzas sin
llegar a las cifras de la fortuna de Bill Gates me permitían soñar
con cenas sofisticadas en habitaciones lujosas acompañado de rubias
espectaculares.
Solo soñarlas, por supuesto.
Aquel día cené en un Wok de
especialidades japonesas regentado por una cantidad de chinos
proporcional, atendiendo a los metros cuadrados del local, a la
población de su país. Voy allí con cierta frecuencia y me siento
confortable, pero aquel día elucubrando acerca de mafias no pude
dejar de pensar que tal vez el lugar pertenecía a la mafia china. Ya
les he dicho que la mía es una profesión jodida, te vuelves
desconfiado, cualquier persona te da la impresión de que se desplaza
por la calle con la intención de cometer adulterio, a cualquier
dependiente de comercio le adivinas la intención de meter mano a la
caja, en el metro a cualquiera que ves con la mano dentro del
bolsillo del vecino le tomas por un ladrón. Y ahora ya empezaba a
ver en mi restaurante favorito a la mafia china.
Lo que les digo: una profesión
jodida.
Estaba esperando turno en la
plancha, donde un chino disfrazado de japonés repartía furiosos
leñazos con una espátula entre gambas y espárragos trigueros,
cuando sonó mi teléfono móvil.
-Atila, soy tu chica,-la voz
ronca, sensual, de La Desdentá prometía placeres exóticos que me
harían soñar despierto.
Pagando, por supuesto.
-Tengo a tu hombre, la
información que te puede dar él no te la dará nadie más. Te
recibirá, no lo hace con nadie. Contigo lo hará, me debe algunos
favores y le he convencido para que hable contigo.
-¿Quién es esa maravilla?.
-Un ex policía nacional.
-¿Ya no es policía?.
-No, le retiraron
prematuramente, algunos de sus métodos no acababan de casar con los
nuevos tiempos.
-¿Qué hizo?.
-Bueno, digamos que en alguna
ocasión se mostró demasiado vehemente en el cumplimiento de su
deber.
-Anda, se buena chica y
cuéntale a tu amigo Atila alguna de las gracias del muchacho, al fin
y al cabo si no me vas a dar información de las mafias me la puedes
dar acerca de su persona. Podrías empezar por decirme como se llama,
si tengo que hablar con él es un dato interesante.
-No sé como se llama. Todo le
mundo, incluyéndome, le llama Paquete, y no es porque se llame
Francisco, eso me consta, También me consta que no le gusta que le
pregunten por su verdadero nombre, ni porque le llaman Paquete, pero
tu verás.
-Bien, ¿y que hizo Paquete?.
-En una ocasión, vestido de
paisano, persiguió a un limpiacoches que le insultó y le pegó una
patada en la puerta del coche, al negarse él a darle propina por
haberle ensuciado el parabrisas. No se molestó en bajar del coche,
arremetió contra él saltándose el semáforo. Le persiguió, le
acorraló contra el parterre de un parque público y dejó las rosas
bastante mal paradas.
-Solo las rosas.
-No, el limpiacoches había
caído en el parterre, en realidad quien se llevó la peor parte fue
el chaval del trapo sucio.
-Y presentó denuncia.
-Claro, esos pringosos
pretenden que se respeten sus derechos, aunque solo sea para
compensar que ellos no respetan los de nadie.
-Pero el chaval no murió.
-No, un par de costillas
rotas, el brazo en cabestrillo y baja laboral durante un par de
meses. En realidad el coche solo le fracturó la muñeca, lo de las
costillas fue cosa de Paquete que bajó del coche y la emprendió a
patadas con el pringoso.
-Poca cosa para que te
expulsen, eso no va más allá de una sanción administrativa.
-Si, claro, pero hay bastante
más.
-Sigue, me encanta la
historia.
-En otra ocasión, en los
juzgados antiguos, mientras esperaban entrar en sala, le metieron en
la misma sala de los acusados contra los que iba a testimoniar y que
él había detenido. Uno de ellos le comentó al otro que mientras
Paquete estaba allí haciendo el gilipollas, declarando contra ellos,
un amigo común se estaba follando a su mujer en su propia cama, que
lo hacía con regularidad, que su esposa tenía fama entre todos los
chorizos de la ciudad, que él también se la había follado y se la
presentaría, que no había problema, se lo hacía con quien se lo
pidiera con tal de joder al desgraciado de su marido.
-Supongo que todo ello falso.
-Claro, se trataba de sacarle
de sus casillas.
-Unos chicos encantadores,
vaya.
-Paquete aguantó
estoicamente, testimonió en el juicio y abandonó la sala con la
mayor dignidad posible. Cuando los chorizos salieron, Paquete les
estaba esperando. Sabía que ni siquiera iban a llegar a la cárcel
por muy culpables que les declararan, se trataba de un delito sin
sangre. Tenía razón, a la cárcel no llegaron, fueron directos al
hospital, en ambulancia. Cuando salieron sonrientes se dirigió hacia
ellos, los tipos dudaron un momento pero sabían que un policía no
les podía agredir en plena calle, especialmente si ellos no
mostraban una actitud agresiva, pero estamos hablando de Paquete.
Cuando llegó a su altura, -se habían acercado de forma intuitiva el
uno al otro para dar una sensación de mayor poder- y sin dirigirles
la palabra hizo chocar con violencia ambas cabezas, repitió la
operación y dejó que los dos tipos resbalaran semi inconscientes
hasta el suelo, allí les pateó los huevos. Antes de que saliesen
los policías de guardia ya se había alejado dejando a los dos
fulanos en el suelo. Desconectó el móvil, fue a buscar a su mujer y
la llevó a un buen restaurante. Al salir le dijo que iba a pasar por
comisaría y que era probable que tardase algo más de lo
acostumbrado, solo entonces volvió a conectar el teléfono móvil.
En cuanto lo hizo empezaron a llegar las señales de llamadas y
mensajes pendientes de responder. Todos ellos de sus superiores
reclamando su presencia inmediata.
-Eso ya es más serio, más
que nada por el escenario, no se puede dar mala fama a las
instituciones, pero tampoco es suficiente para que te expulsen del
cuerpo.
-De acuerdo, ahí va la
última, el acto que causó su expulsión del cuerpo. Aunque nunca se
probó nadie duda de la auditoría de los hechos. Paquete estuvo
entre la vida y la muerte a causa de una herida de bala que le
disparó un delincuente especialmente peligroso al que estaba
persiguiendo. Por esas cosas de la vida se escapó de la cárcel
pocos días antes de que a Paquete le diesen de alta en el hospital
donde había estado ingresado. Un par de semanas más tarde, el
delincuente fue encontrado muerto de un balazo en un sendero
solitario de la montaña de Montjuich. Le dispararon de cara y
desde poca distancia, tenía en la mano una pistola que no llegó a
disparar.
-No se probó que lo hiciera
él.
-No, no se probó, nunca. Pero
le conozco, si se lo preguntaron y seguro que lo hicieron, de puertas
a dentro dudo que lo negara. La muerte del delincuente se achacó a
un ajuste de cuentas, pero a los dos meses le dieron la baja del
cuerpo alegando motivos de salud. Y a los pocos días su mujer pidió
el divorcio cansada de tantas emociones fuertes.
-O sea que si le hago enfadar
me arriesgo a la segunda paliza de la semana.
-¿Quién te ha dado la
primera, rey mío?.
-Un moro grande con un bate de
béisbol y a traición.
-Deberías cambiar de trabajo.
Opérate, ponte un buen par de tetas y te ofreceré trabajo en el
topless, serías la atracción exótica del local.
-No, para eso hace falta nacer
puta, ¿Cuánto dinero quiere el policía?.
-Nada, ya te he dicho que me
debe algunos favores, el dinero lo quiero yo.
-De acuerdo, te llamo en una
hora, me toca el turno en la plancha.
-¿Qué plancha?.
-La del wok.
-¿Qué vas a comer?.
-Déjalo estar, te llamo en
una hora.
En pocas horas la mujer de mi
vida y una puta me aconsejaban que cambiase de trabajo, era un tema
para meditarlo.
Aunque lo de las tetas era una
novedad.
¿Y que coño iba a hacer yo
trabajando de contable si cambiaba de trabajo?.
Nada, lo mismo que con las
tetas en el topless.
NOTA DE PRENSA.-
Reuters 19/02/2010
La policía española en
colaboración con la italiana ha detenido en Roda de Bara (Tarragona)
a un presunto mafioso italiano reclamado por las autoridades de su
país.
El detenido, de 57 años de
edad, fue localizado en las inmediaciones de su casa e intentó huir
cuando detectó la presencia policial.
El hermano del detenido fue
arrestado por la policía italiana el pasado 31/12 en Milan, tras
viajar desde Cataluña donde reside, para pasar en familia las
fiestas navideñas. Ambos hermanos están considerados miembros
destacados de la organización criminal siciliana y cumplían
condenas de más de treinta años de cárcel por un delito de tráfico
de drogas en su país, cuando se escaparon aprovechando un permiso
penitenciario.
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