FICHERO.-
LA GUARDERÍA
DE SATANÁS.- “La guardería de Satanás” es una de las muchas
discotecas que situadas en un polígono industrial rodean a cualquier
gran ciudad. Allí cuando la tarde rectifica su rumbo hacia la noche,
el ruido deja de ser un problema, no hay vecinos y la gente que de
día ronda por empresas y callejones de servicio, de noche ya están
en sus casas y el ruido que pueda generar una discoteca se la trae al
pairo. Al día siguiente de regreso al curro arrugan un poco la nariz
si encuentran un charco de vómito colorido, una meada generosa o
algún vaso roto enseñando los dientes.
Del ruido
los únicos que se podrían quejar son los chinos que trabajan en el
almacén de productos para las tiendas de todo a Euro. Pero los
chinos no se quejan, bastante tienen con trabajar, de vez en cuando
comer un cuenco de arroz, dormir amontonados y volver de nuevo a
trabajar.
Así que “La
guardería de Satanás” va por libre.
Las malas
lenguas dicen que el ruido es lo de menos que aquello es un criadero
de drogadictos.
Es cierto,
más de un adolescente ha entrado sano y ha salido oliendo a aguja,
billete de veinte euros enrollado y colgándole de la nariz, o pipa
aromática.
Y ni
siquiera tiene zona de fumadores.
En la pared
lateral de la discoteca, alguien con un sentido del humor un tanto
críptico ha escrito en letras de color rojo: NO TE DROGUES,
FLIPARAS.
DAMARIS
BRONSKY HERNANDEZ.- Damaris era una cubana de veintidos dos años
poseedora de un pasaporte español obtenido a través de su
matrimonio con Severo Galíndez. Sus apellidos desparejos no deben
extrañarnos, su padre es uno de los muchos cubanos con apellido ruso
que nacieron unos meses después de la crisis de los misiles de los
años sesenta Damaris vino de Cuba con su recién estrenado marido,
de quien durante todo el viaje estuvo abrazada estrechamente,
besándole el cuello y mordisqueándole las orejas.
En el mismo
aeropuerto la esperaba su novio cubano. Ella en cuanto le vio le dijo
a Severo que necesitaba ir a la toilettes –lo dijo así “toilettes”
que con acento cubano queda precioso- y ya no la vio más.
Damaris era
lo que vulgarmente se conoce como un gancho, trabaja “La guardería
de Satanás”, no en “La guardería de Satanás”. Se mueve por
los alrededores de la discoteca hasta que caza a algún posible
consumidor de droga, entra con él en el local, se ofrece como ligue
más o menos fácil, le dice que necesitaría algo para ponerse en
marcha, que ella misma le puede acompañar a quien les pueda
suministrar lo que necesitan, cualquier cosa que necesiten.
Tiene mucho
éxito, casi todos los intentos acaban en venta de algo más fuerte
que un cubata.
Aunque bien
es cierto que en alguna ocasión Damaris debe trabajarse al futuro
cliente con verdadera pericia y no es descartable que tenga que
aplicarse con una mamada subrepticia en los lavabos de la discoteca.
Pero eso son los gajes del oficio, es bien sabido que Dios inventó
el trabajo para que los humanos nos ganemos el pan con el sudor de la
frente. No hay diferencia si en este caso es el sudor de las encías.
Apenas es
necesario decir que en cuanto el cliente ha comprado ella desaparecía
en busca de un nuevo cliente.
Damaris era
una experta desapareciendo.
Y está bien
respaldada en caso de que surjan problemas.
Damaris
apareció muerta en su domicilio, tenía una bolsa de plástico
transparente anudada a la cabeza.
Pero esa no
era la causa de su muerte, le habían partido el cuello.
De eso hace
escasamente una semana.
RAUL
ARGÜELLO ARGÜELLO.- Novio cubano de Damaris. En su país se ganaba
el pan vendiendo a los turistas excitados ante tanta mulata de culo
movedizo que pasea por El Vedado falsos potenciadores sexuales o
cocaína tan falsa como los potenciadores sexuales. Entre sus amigos
se le conocía como “El Yuma” debido a su insistencia en largarse
al extranjero en el mismo momento que convenciera a una yuma para que
le pagase, a cambio de sus favores sexuales, el billete de avión a
su país, no importaba mucho el país de la yuma.
La yuma que
le pagó el billete era una secretaria de dirección en una empresa
radicada en Barcelona.
Mientras
Raúl esperaba a que Damaris encontrase marido español, la yuma
catalana lució novio cubano ante sus amigas.
Tardó un
poco, su busca estaba limitada por la nacionalidad de su yuma, no
servían italianos ni suizos, el candidato a su blanca mano debía
ser español, a poder ser catalán, aunque esto último no era
estrictamente necesario, solo más cómodo.
En el mismo
momento en que Damaris dejó a Severo varado en el aeropuerto de
Barcelona, Raúl desapareció de la vida de la secretaria de
dirección. Raúl tenía un proyecto empresarial con un amigo
marroquí que tenía conocimientos de química y los adecuados
contactos para convertirlos en dinero.
Montaron una
sociedad sin pasar por Hacienda, el amigo marroquí aportó
conocimientos y contactos.
Raúl aportó
a Damaris.
Raúl fue
encontrado muerto en su domicilio el mismo día que falleció
Damaris, le habían partido el cuello. En su cuerpo no se apreciaba
ninguna señal de violencia o lucha, simplemente alguien le había
roto el cuello usando las manos.
Teniendo en
cuenta que Raúl era un buen mozo de veinticinco años, matarlo de la
manera en que lo hicieron tenía merito.
La hora de
la muerte de ambos coincidía.
MOHAMED EL
AMBADÍ.- Socio de Raúl y Damaris. También conocido por los
alrededores de la discoteca “La guardería de Satanás” como
“Mohamed El Químico”, y “El Moro de las pastillas”.
En
Marruecos, su país de origen, había trabajado durante nueve meses
como dependiente en una farmacia, lo que consideraba bagaje técnico
suficiente para manejar las sustancias que le servían de sustento.
Durante su estancia en la farmacia descubrió que aquello, bien
organizado, tenía futuro.
Al
farmacéutico el futuro de Mohamed le pareció inaceptable,
especialmente debido a que la materia prima la pagaba él sin
provecho de retorno, sin contar que la amabilidad de la policía
marroquí dista mucho de servir de ejemplo.
Mohamed no
tenía la nacionalidad española y tampoco la necesitaba, al fin y al
cabo él llegaba al país en avión y entraba como turista. De hecho
en los últimos dos años había hecho turismo en nuestro país en
cinco ocasiones y en la próxima ocasión que fuese deportado
regresaría de nuevo por el mismo sistema.
Los
españoles siempre recibimos bien a los turistas con dinero
suficiente para pagarse una paella a precio demencial en una terraza
de Las Ramblas, de La Gran Vía madrileña o de cualquier rincón de
suelo patrio ávido de turistas. Y Mohamed llegaba con suficiente
dinero para hartarse de paellas.
Lo había
ganado vendiendo droga en los alrededores de “La guardería del
diablo”.
“El
químico” era el encargado de cortar la cocaína, mezclarla con
cualquier sustancia que se le ocurriese, hacer inventivas mezclas de
pastillas (en función de los colores, por ejemplo) y cualquier cosa
que sirviese para potenciar el porcentaje de negocio. Tenía muy en
cuenta los efectos adversos que su actividad pudiese provocar en los
consumidores, o en ocasiones en que estaba menos lúcido ni siquiera
eso.
Pero en uno
u otro caso le importaba una mierda.
El día
anterior a la muerte de sus socios, Mohamed fue encontrado en un
solar vallado a la espera de que la empresa constructora empezase las
obras de una nueva nave industrial.
Tenía el
cuello roto, no presentaba ninguna señal de lucha.
Daba la
impresión de que se había dejado matar pacíficamente.
YOLANDA RIUS
I BATISTA.- Tenía dieciocho años y unas piernas preciosas cuando la
encontraron muerta en los lavabos de señoras de “La guardería de
Satanas”. Muerta y drogada.
Yolanda era
una adolescente de belleza espectacular cuando visitó por primera
vez la discoteca donde algunos meses más tarde encontraría la
muerte. A su manera también era un gancho, lo era como tantas otras
semi niñas de belleza espectacular que rondaban por allí, pero
ellas no comerciaban con nada, simplemente se dejaban admirar. A
cambio de la admiración que despertaban entre el elemento masculino
y la fama que le proporcionaban a la discoteca, los encargados les
concedían barra libre y sonrisas.
Yolanda
podía haber escogido al mismísimo dueño de la discoteca como
novio, algo difícil ya que el dueño tenía sesenta y nueve años y
una artrosis de caballo en distintas partes del cuerpo, incluida la
polla. Ella prefirió dejarse seducir por Armando, uno de los
encargados de seguridad del local. Un buen tipo con cara de malo.
Armando la
adoraba, por defenderla hubiese sido capaz de matar con sus propias
manos a la Ministra de Defensa.
Lamentablemente
no tuvo la oportunidad de defenderla.
ARMANDO
SISTACHS I VALENTIN.- Encargado de la seguridad en “La guardería
de Satanas”, es uno de esos tipos que cuando les ves te dan la
impresión de que su hobby es romper puertas blindadas a cabezazos.
Piensa que a quien le guste el bricolage puede ir a recomponer la
puerta, si así le apetece.
En realidad,
normalmente es un tipo pacifico.
La muerte de
Yolanda no le pareció en absoluto normal.
Fue él
mismo quien, cuando una clienta le avisó de que una chica estaba
tendida en el suelo de uno de los excusados, encontró el cuerpo
desmadejado de Yolanda.
La falda
había trepado muslos arriba mostrando unas piernas perfectas y unas
diminutas bragas de color rosa.
Ninguna de
las dos cosas hacía juego con el charco de vomito que la acompañaba.
Ya estaba
muerta.
Despreciando
todo lo que debe hacerse en estos casos, Armando levantó el cadáver
y lo llevó en brazos hasta el despacho del gerente, con el brazo
barrió todo lo que había en la mesa, la tendió con cuidado
maternal, le arregló la ropa y se puso a llorar.
Cerró la
puerta por dentro. No lo hizo para que la gente no le viese llorar,
de hecho se podían escuchar los sollozos desde la barra del bar. Fue
la policía quien le desalojó, le tuvieron que amenazar con hacer
saltar a tiros la cerradura para que les abriese. Uno de los
policías, molesto por la evidente injerencia de Armando en aquel
asunto, entró con la intención de explicarle con toda la rudeza que
su cargo imponía lo que se debía hacer o no en casos como aquel.
No esta
documentado si fueron las lagrimas en el rostro de Armando o su metro
noventa largo y los cientos diez kilos de músculo del hombre que
hicieron recapacitar al policía. La cuestión es que se limitó a
tomar nota de su nombre y cargo en la discoteca y recomendarle que
estuviese disponible en todo momento para el interrogatorio.
Armando solo
asintió con la cabeza, se lavó la cara en el aseo, se cambió de
ropa y salió a la calle.
Damaris y
Raúl se habían marchado a casa.
Mohamed aun
rondaba por allí.
Mohamed
siempre había sido un tipo de una curiosidad sin límites.
CAPORAL
HERNANDEZ.- Cuando se hizo cargo del caso al Caporal no le cupo la
menor duda de que aquel tipo con cara de malo y la estructura física
de un rinoceronte era lo más parecido a un asesino convicto y
confeso que había visto en su vida. Tenía el móvil, los medios, él
era la propia arma homicida y la oportunidad.
Lo único
que hacía falta era obligarle a confesar.
Durante el
interrogatorio, al principio el Caporal Hernández se mostró
comprensivo con quien fuese que se había cargado a aquel trio de
malas bestias, lamentó con toda clase de adjetivos y lamentos la
muerte de una criatura tan bella como Yolanda para ablandar a Armando
y renovar la indignación que con toda probabilidad le había llevado
a cometer el triple crimen.
Trucos de
policía, nadie confiesa tres asesinatos por propia voluntad si no
está en un estado mental muy alterado o profundamente arrepentido.
Así que
vamos aceptar que es licito que la policía actúe como lo hace.
Además si
Armando era realmente el asesino como tenía la seguridad el Caporal
Hernández debía conducirle a un estado de alteración ya que no
mostraba el menor signo de arrepentimiento.
Los
arrepentimientos normalmente tardan en aparecer. En ocasiones tres o
cuatro vidas.
Armando se
mostraba hierático, poco comunicativo, daba la impresión de que
todo le daba igual.
Un buen
principio para llevarle a una confesión.
Entonces el
Caporal le preguntó donde estaba en el momento en que se produjeron
los crímenes.
Armando se
encogió de hombros.
Hernández
repitió la pregunta.
Armando le
respondió que estaba en casa durmiendo.
-¿Solo?.
-Si, solo.
Aquello como
coartada era un asco.
-Comprendo
al tipo que se cargó a esos hijos de puta, -dijo el Caporal
Hernández.
Armando le
miró fijamente.
-Supongo que
mucha gente lo comprendería, -remachó el policía.
Armando se
encogió de hombros y sonrió levemente.
-¿Cómo te
sientes ahora que…?.
-Bien, tan
bien como si estuviese muerto,- dijo Armando apretando el puño
contra la mesa.
El Caporal
Hernández pensó que con aquellas manos no era difícil partirle el
cuello a una persona, --Quizás si te quitas el peso que llevas
encima te sentirás mejor, le dijo.
Armando
asintió y miró fijamente la mesa contra la que apretaba el puño.
El Caporal
Hernández pensó que ya lo tenía, que simplemente era cuestión de
apretarle un poco más, no mucho, ahora se trataba de mantener
silencio, dejar que la tensión hiciese su trabajo, esperar el
derrumbe.
El Caporal
Hernández se levantó, miró a aquel hombre y le dijo: -anda
lárgate, está claro que tú no has sido.
Mientras lo
decía pensaba en que la sociedad tenía una deuda pendiente con él
y que si no se permitía aquel lujo ahora, cuando le faltaba apenas
un año para jubilarse ya no podría cobrarla nunca.
SAUL
HERNANDEZ VILLAR (q.e.p.d.).- Tenía veinte años cuando murió de
una sobredosis de heroína. Murió tendido en el callejón de
servicio de un almacén de electrodomésticos cercano a una discoteca
de un polígono industrial. Su padre, quien acababa de ascender a
Caporal en la policía autonómica, le prometió a su esposa que
pillaría a quienes le habían proporcionado la droga. Y que Dios les
cogiese confesados.
Lo intentó
con todas sus fuerzas.
Nunca
cumplió su promesa.
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