OBRA


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Luis Gutiérrez Maluenda, Mala hostia, Ed.Alrevés, Barcelona, 2011.
A Maluenda no se le nota en casi nada, por suerte, que era un informático bien situado, como cuenta su biografía. Lo dejó para deambular por la ciudad y escribir con lo que veía. Hablar con él es conocer Barcelona, sobre todo la Barceloneta y el Raval, los barrios por donde se desvive, la mejor paella, la calle más increíble o la librería más “negra y criminal”.
La novela de Maluenda es como un injerto. Ha introducido una cuña de la novela negra americana en el árbol saludable de la novela catalana en castellano y ha dado el fruto áspero de esa narrativa con las características de desarrollo en los barrios bajos barceloneses, el detective antiheroico, los casos inicialmente empobrecidos junto al lenguaje cínico y cortado del desengaño, el amor a la música –jazz, blues, cante jondo, tango- la acción violenta que plaga el relato de cadáveres, la visión más negra que social de la humanidad, el sexo intranscendente y diversificado.
En esta quinta entrega, en concreto, el detective se llama Atila. Él prefiere explicarlo como el mote de sus compañeros por lo que arrasaba en el fútbol. La realidad es que se trata de su nombre propio, fruto de un gesto de mala leche de su padre. Su despacho, la cabina de un locutorio donde le permite usar un ordenador la amante de turno, que le hace pasar ante el dueño y novio, por un primo de Argentina. Gardel es el trasfondo musical que latiniza la desesperanza. Su casa es un cuartucho de veinte metros que cruzan todas las tuberías y desagües de un edificio de pisos. Conoce a los vecinos por el sonido de sus deshechos. Sus honorarios no le dan para el displicente knokando de Pepe Carvalhlo. Destroza su hígado con whiskys más agresivos. Y sus casos, inicialmente, son pisos pateras y prostitutas rusas. Detrás se esconden los señores del poder y del dinero que aparecen poco a poco, a medida que se cruzan las calles de la intuición y la casualidad. El amor sigue siendo impredecible y sorprendente. Por supuesto tiene nombre de mujer, Valentina, aunque resulte inicialmente agresivo.
Son dos horas de lectura sincopada. Para los voluminosos tiempos que corren por las editoriales, un trago ácido y reconstituyente de fin de semana.(Aurora Rincón)









Música para los muertos





















Indefinible. Novela de género clásico... ¿Parodia u homenaje? ¿Quién es Luis Gutiérrez Maluenda? ¿Puede un tipo de Barcelona empezar su novela como sigue (y no estar loco?):
“Duke Ellington me miró con expresión triste y preguntó: -¿Usted cree que puede manejar este asunto?”
Estamos en Nueva York. Por supuesto. En Harlem. Son los oscuros años treinta post crack bursátil que siguieron a aquellos locos años veinte de lujo y desenfreno. El jazz hace furor y los garitos de música negra se llenan, todas las noches, de gente éticamente muy dudosa. Los Dizzie Gillespie, Charlie Parker & Co. están revolucionando el mundo de la música más libertaria del mundo y al famoso arreglista de Duke le están haciendo chantaje por aquello de su secreta, aunque poco discreta homosexualidad.
Mike Vinowsky -que pese a su nombre, es más aficionado al bourbon que al Rioja- es un detective prototípico: medio pelo, tendencias perdedoras, una lengua afilada como el cuchillo de un cocinero japonés, una sed etílica de proporciones bíblicas y una capacidad casi cristiana de dar y recibir. Hostias, se entiende.
Obviamente, Vinowsky tendrá que ayudar a Duke y a su arreglista con el chantaje. Y, más obviamente aún, las cosas se embrollarán bien pronto. Comenzarán a aparecer los cuerpos fríos de los cadáveres de turno y los cuerpos calientes de las niñas bien a las que la música negra y el aliento a bourbon les pone cantidad.
Y ya tenemos un noir clásico, al estilo de los pulps americanos, pero escrito por un tipo de apellidos tan escasamente anglosajones como Gutiérrez Maluenda. Y de nombre, Luis. Sin la “o” intercalada que lo aceraría a Armstrong o a Joe.
Cuando leemos que Gutiérrez Maluenda es autor de una novela titulada “Putas, diamantes y cante jondo”, podemos inferir que es un tipo enamorado de esa Worls Music que ya existía mucho antes de que Peter Gabriel viniese a ponerle etiqueta. Músicas calientes, músicas ardientes interpretadas por tipos que no dudan en dejarse los pulmones, soplando a través de la boquilla de un saxofón o destrozándose los dedos, desgarrando las cuerdas de la guitarra.
“Música para los muertos” es una estupenda novela. Corta. Lo que la hace doblemente estupenda. Una novela sin pretensiones y cuya lectura, precisamente por eso, resulta deliciosa, entrañable, ágil y divertida. Una novela escrita desde el amor por la música y el respeto a los clásicos, pero con la osadía de los valientes, la irreverencia de los heterodoxos y la libertad de los que nada tienen que callar ni que perder.
Estamos ante una novela extraordinaria que debe leerse de noche, con un buen disco de be bop sonando en la sala y bien acompañada de un vaso rebosante de buen bourbon. Una de esas novelas táctiles y robustas, de las que se pegan a las manos y de las que te reconcilian con una forma absolutamente independiente de entender la literatura. Un enorme acierto de la siempre activa y preclara editorial Tropismos.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros
Música para los muertos
Luis Gutiérrez Maluenda


Tropismos

Musica para los muertos

Música para los muertos, Luis Gutiérrez, Tropismos, 2007
Recuerdo una columna de Elvira Lindo, escrita desde Manhattan, en la que, sorprendida y desconcertada, se quejaba de haber encontrado tirado en el suelo de una librería de saldo un ejemplar de la autobiografía de Louis Armstrong. No comprendía la falta de respeto e indiferencia de los lectores y propietarios de la librería con el libro de una figura tan mítica como legendaria, símbolo de los USA.

Es comprensible su perplejidad ,al fin y al cabo, ella proviene del un barrio de una capital de provincia del Imperio y, ella, como usted como yo, creció en absoluto convencimiento de que la República era lugar mítico, una suerte de País de nunca Jamás en clave de jazz, pulp y glorioso blanco y negro, poblada por saxofonistas, detectives y gangsteres en lugar de indios, piratas y hadas.


Quizás en el Manhattan del Nuevo Milenio no quede rastro alguno del Nueva York de cine o quizás, sospecho que ese Paraíso que nunca debió existir; salvo en los ojos embelesados y mentes fascinadas de lectores y espectadores, como yo, como ustedes, como Luis Gutiérrez Maluenda un escrittor catalán que ha hecho suyo un espacio literario yanki, mítico y eterno.


Ha escrito un libro conscientemente chandleriano, que trasciende el homenaje, la pirueta metalieraria o el pastiche más o menos resabiado. Si Marlowe peregrinaba por Los Ángeles y Toby Peters se codeaba con las estrellas del cine; Winowsky transita por Nueva York y alterna con los grandes del jazz. Ahí terminan las diferencias. Esta novela no rehuye su genealogía. Es una digna y orgullosa hija de Chandler y nieta de Stuart Kaminsky. Es la gran novela inédita de Philip Toby Marlowe Peters. Narrada en primera persona por Mike Winowsky - un sabueso de mala muerte - mediante reflexiones cínicamente distantes e irónicamente resignadas, mientras recorre callejones, garitos y clubs de jazz del Manhattan mítico, reluciente de neón y alquitrán, en la encrucijada de los años 40 con los 50, poblado de hembras de raza, matones a sueldo, herederas díscolas e almas a la deriva.


Es una novela veraz y verosímil. El autor sabe de lo que habla, se nota que ( como si hubiera nacido en la esquina de la calle 52 con la Avenida Lexington) ama Nueva York, porque, en última instancia, esta es la novela de esa ciudad, La Ciudad y que ha disfrutado escribiéndola tanto como el lector que guste de las narraciones clásicas leyéndola.
Y eso es mucho, pero que mucho disfrute.
LUIS DE LUIS

 

 

GUÍA DE AUDICIÓN para Música para los muertos

GUÍA DE AUDICIÓN para Música para los muertos de Luis Gutiérrez Maluenda




El autor bautiza cada capítulo de la novela con el título de una canción compuesta por
Edward Duke Ellington y Billy Strayhorn – una suerte de Lennon y McCartney del jazz – cuya música (compuesta entre 1927 a 1974) - abarca desde sencillos bailes llenapistas a suites clásicas y conciertos sacros que durante cinco décadas, infatigablemente, interpretó de tugurios de Harlem a las catedrales góticas la Duke Ellington big band. Hoy en día, el repertorio de Ellingngton y Strayhorn está considerado música clásica del siglo XX. Tal vez, si algún lector quisiera escoltar su lectura con música, quizá no rechace esta B.S.O. (banda sonora oficiosa) de la novela.


Capítulo I .Take the “A” train
Es, por excelencia, tema introductorio y prefacial (¡bonito palabro!) allá donde los haya. Así lo entendieron los
Rolling Stones en su gira de 1982[1] o Tony Bennett, el crooner díscolo, que la utiliza - segmentada - como puente entre los temas de Hot and Cool (1999) el disco que dedicó al Duque. Es música de raíl, ferroviaria y urbana. Sobre un incansable traqueteo viajan- según la ocasión - un puñado de solistas de Ellington. Propongo la alborazada y saludable versión de la banda sonora de Paris Blues (1961), en este caso engalanada, con trombón, saxo tenor y trompeta con sordina. Dan ganas de subirse en marcha.


Capítulo II Lush Life
 La Canción (así, con mayúsculas) de Billy Strayhorn. Balada melancólica, lejana y desesperada. Una suerte de lieder en clave de jazz cuya difícil estructura que se desenreda en intrincados tempos la hacen tan atractivo como difícil de abordar (el mismísimo Sinatra, tras bregar con ella en varias ocasiones acabó por desistir). Sin embargo, su colega del Rat Pack, el gran (e infravalorado) Sammy Davis Jr en The Wham of Sam (1961) la tumbó – dando a la exigente canción la resignada desesperación y contenido dolor que demanda - de un sentido tirón.
Capítulo III. Mood indigo
 
Allá por 1961 se produjo el tan incomprensiblemente postpuesto, como a la postre ineludible, encuentro entre el Duque y el Rey
[2] del jazz. Como corresponde a toda reunión en la cumbre de la nobleza, las negociaciones fueron arduas hasta conseguir un acuerdo que garantizase ningún ego quedaría herido ni dignidad dañada más allá de todo reparo, enmienda o consuelo.

El Duque se incorporó al grupo de Satchmo que, por aquel entonces, contaba con el gran claritenista y ex –ellingtoniano
Barney Bigard quién escolta una versión elegíaca, solemne y cálida, digna de desfile funeral por las calles de Nueva Orleans. Louis Armstrong la scatea y deconstruye, paladeando con garganta de lija y evidente placer, cada sílaba y compás.


Capítulo IV. Passion Flower

Desesperadamente triste balada que, narrada por el gran
Johnny Hodges el eterno saxo alto de la orquesta de Ellington, sobrevuela majestuosa. La versión incluida en Blue Rose disco de 1955 de la cantante Rosemary Clooney[3] es de una belleza sobrecogedora.

 
Capítulo V. Diminuendo and Crescendo in Blue

Si bien es un tema antiguo, favorito de los parroquianos del Cotton Club en la década de los 20, no cabe sino recomendar la versión registrada en el
Festival de Newport de 1956, donde la orquesta del Duque demostró a críticos y desavisados que estaba por encima de bopes y bebopes y vanguardias y retaguardias, gracias al espontáneo, incesante (más de 27 choruses), furioso, hipnótico y trepidente solo de Paul Gonsalves (infravalorado saxo tenor de formación y de sonoridad colemanhawksiana ) que enfervorizó al público asistente hasta llevarle al borde del altercado público.


Capítulo VI. Satin Doll

El
riff de viento más pegadizo e infeccioso de la historia del jazz. Absolutamente imposible no silbarlo. Si bien las versiones del tema son cuasi infinitas, destaca sobre todas El hombre de los caramelos[4] de una Orquesta Mondragón cosecha 1979: cabaretera, burlesca y avodevilada que, encabezada por Javier Gurruchaga (antes de ahormarse al gusto popular interpretándose a si mismo como bufón políticamente correcto), se lo pasaba como Dios, desdeñando modas y corsés que limitasen su inigualable capacidad de escandalizar y divertirse.


Capítulo VII. Rude Interlude

El
Cotton Club reunía sofisticación y exotismo, nunca mejor ilustrado que en esta lánguida canción de 1929, de largas y perezosas cadencias, tarareada (más que cantada) con naturalidad e indiferencia, por Louis Bacon, mientras se toma un martini y se arregla con discreción, la pajarita del smoking.


Capítulo VIII .Something to live for

Susannah McCorkle nació en la época, lugar y color de piel equivocado. En tiempos de
punks, nuevas olas y technos varios se empeñó en desarrollar a contracorriente, con pulcritud y elegancia de neoyorkina fashion y blanca, un repertorio basado en las grandes canciones del siglo XX. Entre ellas, claro, se encuentra esta poderosa balada (caballo de batalla para tod@ cantante de jazz que se precie) que canta con gusto y suavidad evitando caer en excesos o exageraciones. La canción se encuentra incluida en From broken hearts to blue skies (1999). 


Capítulo IX. Sophisticated lady
Suave y aterciopelada balada cuya enorme elegancia provoca que, en manos poco capaces, se cocktalice y vulgarizase convertiéndose en inocua e intrascendente pitanza de piano – bar para cincuentones. La seria y robusta versión de George Coleman (recio saxo tenor de severa sonoridad hard bop ) y el enorme Tete Montoliú, incluida en Meditation, su disco conjunto de 1977, explora sin concesiones e infatigable (¡durante más de 15 minutos!) todos los recovecos y vericuetos del tema.

Capítulo X. VIP´S Boogie

Para entendernos, este tema sería, el equivalente a un pasodoble,
ellingtonianamente hablando, que permitía un desmadre (más o menos controlado) del banquillo de la orquestas, es decir aquellos instrumentistas que no solían tener asignados solos preeminentes; y solía desembocar en Jam with Sam, tema pirotécnico y exhibicionista, para seguir entendiéndonos sería equivalente a un pasacalles a la ellington alegre y despendolado. La versión de 1953 de los Conciertos de Pasadena es particularmente alborozada

.

Capítulo XI. Things ain´t what it used to be
Tema, por así decirlo, hijo de
Take the A train. En Piano reflections (1953) uno de sus escasos discos de piano, el Duque lo toca con bajo y batería con su inimitable estilo al teclado: tocando lo justo - como si despegase los dedos de las teclas - para desmenuzar los temas hasta dejarlos en hechos un puro pellejo. Gran versión.

Capítulo XII. Saturday Night Function
A lo largo de la noche la respiración colectiva del Cotton Club se contenía - mientras las bailarinas desfilaban por la pasarela hasta el escenario - a los sones de este brioso tema de 1934, en el que la orquesta del Duque, sigue como un solo hombre, al impetuoso clarinete de
Barney Bigard que lidera la marcha y marca el paso con precisión y sin titubeos.


Capítulo XIII .Bad BloodEsta canción no es del repertorio ellingtoniano. Ni podría serlo jamás. Es un blues interpretado con las vísceras, empapuzado de pringoso piano boogie, saxo humeante e intensidad canalla por Champion Jack Dupree. Adecuadamente anticlimática coda. Auténtica música para los muertos.



NOTAS:
[1] En la mítica visita a Madrid de la banda, los Dioses tuvieron a bien colaborar en el espectáculo haciendo crepitar unos rayitos y derramando una (so)manta de agua sobre un Mick Jagger vestido de lagarterana y un achicharrado y sufrido publico que había desembolsado 5,50 doblones (900 piastras de aquel entonces) para ver al legendario banda despedirse de los escenarios(je,je,je).
[2] No insultaré al lector especificando su nombre.
[3] Tía de George. En serio.
[4] Inolvidable letra del malogrado Eduardo Haro Ibars sobre esa entrañable figura popular - encarnada por el tarado del barrio, el pervertido de la zona o, si así se terciaba, el tonto del pueblo - que tantas tardes de colegio alegró, con sugus y sacis al módico precio de un par de (in)discretas miradas. Hoy en día, lamentablemente, tanto la envergadura y tonelaje del adoslescent@ medio – contra quienes los dulces pervertidos no resistirían ni media oblea – como su desmedida sapiencia sexual que les ha dejado sin ápice de curiosidad por el tema han desterrado a tan cordiales personajes del paisaje urbano.

LUIS DE LUIS



Una anciana obesa y tranquila. Luis Gutiérrez Maluenda



Vuelve a la carga Basilio Céspedes, alias Humphrey, el detective catalán descreído y socarrón que conocimos en la novela Putas, diamantes y cante jondo. Y con él también han vuelto más personajes ya conocidos, como su ayudante, Billy Ray Cunqueiro, el gallego que quiere ser norteamericano, ¡y no lo consigue!
Brindaremos con naranjada

El autor de todo esto –del crimen– es el barcelonés
Luis Gutiérrez Maluenda, que cuenta en su haber con joyitas como Música para los muertos. Basándose en su agilidad para manejar las tramas y el regusto pulp de su obra, algunos lo califican como “el más norteamericano de los escritores españoles, y el más español de los norteamericanos”. 
Hay gente que tiene una biografía tan corta que cabe en una lápida funeraria
 
Después de haber leído Una anciana obesa y tranquila, vemos que Gutiérrez Maluenda sigue fiel a sus principios. Está consagrando su carrera a la recuperación de un legado literario que muchos reivindican sin conocerlo con la profundidad que él demuestra. Y ese legado no es otro que el de la novela negra norteamericana, la más tradicional, esa que podemos encontrar en autores como Hammett y Chandler, o también en Walter Mosley, Lawrence Block, John Lutz o Stuart Kaminsky –referencia esta última muy querida por el escritor catalán–. Sin caer por completo en el pastiche, Gutiérrez Maluenda propone una lectura desenfadada, en clave pop, de todos estos iconos culturales, llegando a citar en este libro a todo tipo de personajes del mundillo. No faltan alusiones al sombrero de ala ancha de Philip Marlowe, a las múltiples habilidades de James Bond, a la facilidad de Easy Rawlins para encajar golpes y seguir de pie… ¡Incluso nos habla de la colección de pipas del mismísimo Sherlock Holmes!

Como no podía ser de otra manera, el texto se ve recorrido de lado a lado, de arriba abajo, por un sentido del humor chispeante, que encuentra el desencanto como telón de fondo. Un botón de muestra: “Hay gente que tiene una biografía tan corta que cabe en una lápida funeraria”.


Todo empieza cuando María la portuguesa, una anciana obesa y tranquila, es asesinada en su propia casa. A su vez, aparece otra trama, que también tiene que investigar Humphrey. Jazmín es una inocente esposa que se empeña en probar a su marido que le está siendo infiel. Quizás a la manera de
Ed McBain, Gutiérrez Maluenda alterna ambas tramas sin llegar a entrelazarlas del todo. Y no es tan descabellada la mención al famoso autor de procedimiento policial. Basta con leer el pasaje que se ambienta en la comisaría, y la acción imparable que allí se desarrolla, que se lee con una sonrisa. Travestis que entran y salen, intentando ligar con los agentes, las historias que unos y otros nos cuentan, demostrando sus extensos conocimientos de los bajos fondos…

El curso de la investigación llevará a nuestro protagonista a las calles menos recomendadas de Barcelona, a Madrid, incluso al barrio de Alfama, en Lisboa. Pero lejos de la obsesión por el retrato realista que embarga a tantos autores, Luis Gutiérrez prefiere fantasear ligeramente todos esos escenarios. En efecto, esta novela podría perder puntos si intentáramos leerla en clave realista. La casualidad, los encuentros entre personajes –en especial, el encuentro en un bar de Alfama con un vasco que conoce el barrio y sus gentes como la palma de la mano– dan un tono alucinado, de cierto
sentido de la maravilla a la acción–.

Por último, insistiremos en la recomendación. Si le gustan las historias tensas, divertidas, esas en las que muere hasta el apuntador, disfrutará leyendo
Una anciana obesa y tranquila. Y si Humphrey acaba por ganarse su simpatía, no dude en pedir una naranjada natural para brindar. Aunque traiga mala suerte. Qué más da.

Editorial Difácil. 2009

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David G. Panadero




" El árbol bajo el que siempre llueve".
 Luis Gutiérrez Maluenda.

de Libros caminos y dìas, el El jueves, 2 de junio de 2011 a la(s) 17:32 ·


Un repentino golpe de suerte al borde de la ley sitúa al protagonista de esta novela ante la posibilidad de iniciar una vida nueva y diferente, de poder deshacerse del pasado y cumplir esos sueños que nunca tuvo oportunidad de realizar. Un lugar paradisiaco en el horizonte alimenta aún más, si cabe, estas ansias de cambiar de vida.
Sin embargo, pronto advertirá que no es tan fácil desligarse de uno mismo, cambiar de rumbo, dejar a un lado los viejos problemas… Que siempre llueve debajo de ciertos árboles.
En cada lugar del mundo donde hace escala hacia su sueño encuentra un camino y el lado oscuro que le acompaña.
Narrada en un estilo fresco y ágil, no exento de agudeza humorística, en un escenario actual y con abundancia de diálogos, ”El árbol bajo el que siempre llueve” es una huida hacia adelante a la vez que un retroceso hacia el interior de uno mismo, hacia el lugar donde tienen sus raíces esos problemas que tanto tiempo llevamos eludiendo. 


NOTA DEL AUTOR

El árbol bajo el cual siempre llueve es la Tipa, un árbol de la familia de las papilionáceas, que puede llegar hasta los treinta metros de altura en ejemplares maduros. Florece con flores rojas estriadas en naranja; presenta una copa ancha entre cuyas ramas se acomodan unos insectos que forman sus nidos segregando una resina extremadamente líquida, la cual gotea sobre los caminantes produciéndoles la impresión que llueve. Estos árboles son muy comunes en Argentina, especialmente en la ciudad de Buenos Aires, donde cubren grandes extensiones de parques y avenidas. Los porteños, acostumbrados al goteo de la tipa, no paran su caminar cuando una gota les alcanza en la cara; un gesto leve con el dedo para librar de humedad su cara es toda su reacción; sin embargo, el visitante desconocedor de esta particularidad mira al cielo curioso por descubrir la procedencia de la gota que le humedece la frente. Naturalmente no ve nada y si en aquel momento otra secreción gotea sobre él, mueve la cabeza desconcertado, luego, al no hallar explicación, imagina que el aire ha llevado hasta su frente una gota procedente de los muchos aparatos de aire acondicionado que florecen en las fachadas bonaerenses. Más tarde, cuando ya alguien le ha contado la particularidad de la tipa, se hace cargo del misterio. Aunque hay gente que se va de Buenos Aires sin saber que la tipa es así. Ahora nosotros lo sabemos. 



PRIMERA PARTE.

INTROSPECCIÓN

Al principio, mientras se imaginaba mirando al mar, sumido en un silencio solo roto por los eventuales gritos de alguna ave marina, resonaban en su cabeza los mil ruidos de la ciudad atareada, el rechinar de vidas apresuradas, una lejana añoranza le estremecía. Eso era al principio.

El rumor de las olas se confunde con la risa lejana de Yusimi que bromea con unos pescadores. Ella es la mujer, o algo parecido, de Nené, el cocinero de la pousada. La veo acercarse balanceando unas caderas de generosidad exagerada, en la mano un cesto con alguna pieza acabada de arrebatar al mar. Sonríe y saluda con la mano al patrón.
Dicho de otra manera, me saluda a mí. Simulo que no la veo, que la calima me ha adormilado, no respondo a su saludo. Yusimi, en esta pequeña porción de paraíso que es La Isla, será tarde o temprano motivo de disputa, pero eso a Nené no le resulta evidente. A mí sí, pero me conformo con no ser yo quien genere la disputa, me gusta Nené, es el mejor cocinero que he tenido, es un tipo leal. Todo ello sin contar que para mi gusto, Yusimi tiene el culo demasiado gordo. A Nené parece ser que le gustan los culos gordos, al menos -cuando su anterior esposa, o lo que fuese, Marcia, se largó de La Isla, decidida a compartir su desconcierto con aquel americano, que llegó perdido y se fue al cabo de poco tiempo tan perdido como cuando llegó- lo que dijo fue que no le importaba demasiado su ausencia, que Marcia no tenía culo y por el contrario tenía la boca grande en exceso. Yo creo que sí que lo tenía, pero eso lo único que demuestra es que Nené y yo tenemos gustos distintos por lo que al culo de las mujeres se refiere.
Es posible que lo que Yusimi traiga en el cubo sea una colecta de esos enormes cangrejos de caparazón azul celeste, que Nené cocina hirviéndolos con cachaça y especiándolos de manera que se convierten en un manjar irresistible. Ayer me prometió que los cocinaría para mí.
A media mañana, La Isla es una caldera benigna acariciada por unas olas resignadas a morir en sus playas, el agua es tibia y contamina con su pereza a todo aquel que se baña en el mar. Yo prefiero esperar a media tarde para nadar en sus aguas, la marea comienza su ascensión, se apaga el azul del cielo y se encienden los distintos tonos de rojo y oro, entonces es mi hora. Cuando imágenes como esta invaden mi mente, creo probada la relación que la molicie tiene con el sentimiento poético. Aunque eso quizás solo me pase a mí. Es posible.
De hecho tampoco tiene importancia, no la tiene ni siquiera para mí.
Las mañanas son para perderse en ensoñaciones vanas, en meditaciones ociosas, en el cuerpo solo imaginado de Bebel, o quizás de Maysa.
Oigo la voz de Nené que llega desde la cocina, se dirige a Yusimi, que es cruce de mulata cubana y mulato brasileño, cruce difícil de digerir. La voz de Nené contiene deseo:
—¿Qué tienes para mí, mulata?
—Nada que te vaya a gustar, negro feo.
—¿Y esta noche, vas a tener algo para mí?
—La luna dirá, negro, la luna dirá.
Luego risas.
Una mano cálida aparece por detrás del chinchorro, se pasea por mi cara y tapa mis ojos. Posiblemente sea Maysa, aunque no descarto que sea su hermana Bebel, sus manos se parecen. Las dos hermanas se parecen, aunque se diferencian por el lunar en forma de V que Bebel tiene en el pliegue de carne donde el brazo derecho se une al hombro.
Sigo con los ojos cerrados, imaginando cuál de las dos pueda ser, sea quien sea es un placer el contacto de su mano. Es posible que en algún momento sienta el deseo de saber cuál de las dos es, pero no ahora. Sigo con los ojos cerrados y me dejo acariciar por las manos de Bebel o de Maysa, quién sabe.
Un pájaro de un verde chillón pasa volando sobre mí, su voz proclama: Eso no es vida, muchacho.
Y una mierda no es vida, le contesto en silencio. Y pienso que tal vez así soy feliz. Me pierdo en una rememoración, una vez más, del camino seguido hasta llegar a La Isla.


UN AVIÓN, UN TREN

Aquella noche había dormido poco y mal. Más o menos como en las anteriores ocasiones en que había viajado a Suiza por cuenta de la empresa. Suiza es un país serio, limpio y tiene excelentes bancos con cuentas numeradas. Hay gente que llena esas cuentas con su dinero. La empresa donde yo trabajaba lo hace. Dinero negro que se encarga de transportar el Director Administrativo. Yo. Por eso había dormido poco y mal aquella noche. Si te pillan, te joden. A la empresa. Y a ti algo te toca, seguro.
En aquella ocasión eran tres millones de euros. No hay en el mundo agente aduanero capaz de creer que tal cantidad de dinero es un regalo para una sobrina enferma. Y si quería ser sincero, la excusa que les ofrecería si descubrían los tres millones de euros no sería mucho mejor que eso.
Cerré el vuelo en un mostrador atendido por una muchacha tan soñolienta como yo mismo, que recompensó mi presencia con una sonrisa de repetición disparada sin entusiasmo. Eran las ocho y diez de la mañana, según mostraba el panel luminoso situado frente a mis ojos. Sentado a mi lado, un tipo gordo trataba de adivinar las medidas corporales de toda mujer que pasaba a menos de tres metros. Parecía ser un buen deporte. Yo no imaginaba cuál sería el premio final que iba a obtener el gordo.
Entonces comenzó. El primer espasmo recorrió mi cuerpo como una descarga eléctrica aplicada en la boca del estomago. El segundo, al cabo de quince segundos, pateó con furia mis intestinos y amenazó con activar el dispositivo de apertura de mis esfínteres. El gordo seguía a lo suyo. En aquellos momentos lo suyo era una pelirroja que tenía las piernas demasiado delgadas para una falda demasiado corta. Por fortuna los servicios estaban cerca y llegué a ellos sin tener que preocuparme de darle explicaciones al gordo.
El alivio que sentí fue instantáneo, cesaron los espasmos y mi cuerpo le transmitió al cerebro las señales adecuadas para que dejara de preocuparse. Y lo hizo a conciencia. Miré el maletín que reposaba entre mis piernas y me dormí sentado en el excusado del aeropuerto. No me había pasado nunca.
Me despertó el retumbar del fin del mundo acompañado de un escandaloso tintineo de cristales rotos. En el aeropuerto de Nápoles aquello podría ser el Vesubio recordando viejos tiempos. El suelo del aseo donde estaba encerrado intentó escapar de mis pies corriendo hacia ignoro qué lugar. Me descubrí sentado en una baldosa fría y con los pantalones ciñéndome las rodillas. En el aire vibraban potentes señales de dolor y salvajismo. En ese momento comenzó el griterío.
Aferré el maletín con el dinero para protegerlo de lo que provocaba que la gente gritara y salí a la terminal. Allí reinaba el desorden más absoluto, la gente corría de un lado hacia el otro. Chocaban entre sí sin dar señales de saber con exactitud lo que hacían. Me sorprendió el olor acre de una humareda, que ahora distinguía en la pista. Entre el humo denso se apreciaban llamaradas anaranjadas que cubrían una extensión de pista que no supe dimensionar, aunque la zona afectada parecía demasiado amplia para resultar real. Hacia aquella zona se dirigían las sirenas de los coches de bomberos y ambulancias, que con su estrépito magnificaban la sensación de desastre.
Una voz, a mi lado, cargada de matices de histeria, explicaba lo que había sucedido: ha sido el vuelo 122 con destino a Zúrich, ha estallado el avión antes de emprender el vuelo. Mi primera reacción fue pensar que los pasajeros del vuelo 122 habían pagado por algo que no habían hecho, y que el mundo estaba loco. La segunda fue más acorde con el papel que yo tenía asignado en aquel escenario: pensé que semejante confusión retrasaría la salida de mi vuelo. Y lo que sería peor: con toda probabilidad la policía controlaría con minuciosidad las pertenencias de los pasajeros. Y eso a mí no me convenía.
Alguien repitió que era el vuelo 122 con destino a Zúrich. El numero comenzó a martillear mi conciencia, 122 122 122 122 122 122 122...122 122 122. Cuando mi mano encontró la tarjeta de embarque comprobé que mi número de vuelo era el 122, entonces miré el reloj. Había estado durmiendo casi cuarenta minutos en el lavabo. Me quedé sentado, temblaba, los pantalones sin abrochar tendían a abandonar mi cintura. Y sin embargo nadie se fijaba en mi, mucha gente hacia cosas raras en aquellos momentos.
Una mujer de aspecto adinerado estaba tumbada sobre uno de los sofás de la terminal, la falda, trepando hasta una altura inapropiada de sus muslos permitía ver unas bragas rojas. Intentaba tragar todo el aire posible, lo hacía con la boca muy abierta y su cara parecía más diseñada para apoyar en ella un vaso que para respirar. Un hombre joven, alto y fuerte, apoyaba la espalda en una columna y mantenía las piernas exageradamente abiertas, en sus ojos solo había un vacío profundo, la soledad de un teatro después de la función. Cuatro empleados del aeropuerto corrían sin dar la impresión de saber con exactitud lo que debían hacer. Un tipo, cuya boca parecía una grieta en una pared acabada de encalar, yacía inmóvil en el suelo. Le miré y respiraba, aquello me pareció suficiente.
Una mujer apoyaba su frente en la pared y la golpeaba suavemente con sus puños, los golpes son suaves pero sus hombros se estremecen con fuerza. Supongo que un familiar iba en el avión que acaba de estallar. Mi primera intención fue ayudarla, pero no supe qué hacer y pensé que lo más apropiado sería coger el maletín con el dinero y largarme. Me acordé con sobresalto que lo había dejado en el suelo a unos dos metros de distancia de mis piernas. Me abalancé agarrándolo con fuerza excesiva y me dirigí a la salida. Pisé cristales rotos que no sabía decir de dónde habían salido. Tropecé con personas que corrían. Vi a gentes llorando y a otros sentados en el suelo con la cabeza entre las manos, posiblemente rezando, quizás maldiciendo, tal vez solo tratando de reubicarse en un mundo del que habían perdido toda referencia.
Cuando llegué al exterior de la terminal, tomé mi teléfono móvil y dudé si marcar en primer lugar el número de mi casa o el de mi empresa. Miré al cielo sucio de humo durante unos instantes, luego miré al maletín al que mis manos aún temblorosas imprimían un ligero movimiento de vaivén, aspiré con fuerza un aire cargado de reminiscencias de combustible. Y guardé el móvil en mi bolsillo.
El taxista al que abordé dudó qué hacer. Dijo que era posible que tuviésemos problemas para salir del área del aeropuerto. Le pedí que lo intentase, que era imprescindible llegar al centro de la ciudad en pocos minutos, reforcé mis argumentos con la promesa de una gratificación.
Nadie nos impidió salir, supongo que fue una cuestión de minutos, pocos, imagino. El taxista tenía la radio sintonizada en una emisora que procuraba informar de lo sucedido en el aeropuerto. No me preguntó sí me apetecía escuchar las noticias, la posibilidad de que hubiese alguien a quien no le interesase seguir los detalles del atentado no entraba en su imaginación. Todas las emisoras debían estar conectadas a la tragedia, todas navegando en una bruma de desconcierto llena de noticias contradictorias.
El vuelo 122 había estallado con 128 pasajeros a bordo, no había la menor posibilidad de supervivientes....................







Putas, diamantes y cante jondo


 Putas, diamantes y cante jondo


David G. Panadero



Putas, diamantes y cante jondoMuere el Tío Matías, patriarca del Poble Sec. Un obrero encuentra un montón de diamantes ocultos en cajas de mercancías. Yuri Samchuk, militar ruso retirado, viene a España a "negociar" con sus diamantes porque según le han dicho, aquí "la policía es tierna y los jueces, gilipollas". Y el detective Billy Ray Cunqueiro tiene claro lo que quiere: comprar un yate para llenarlo de putas y viajar con ellas. Pero Billy Ray es un soñador...

Con estas cuatro líneas maestras, el debutante Lluis Gutiérrez teje una trama policiaca a la antigua usanza, plagada de guiños a la novela negra norteamericana más clásica: el detective (Basilio Céspedes, alias Humphrey) nos relata de viva voz y en una evocadora primera persona todas las hazañas, pero recreándolas con un humor heredero de Westlake y Lawrence Block, y más directamente ligado a la nostalgia cinéfila de un Stuart Kaminsky.

Cabe decir que en los tiempos que corren, de proliferación de thrillers, policiacos mixtos, tramas conspiratorias, ejercicios metaliterarios y tramas intrigantes de diseño, con Lluis Gutiérrez y Putas, diamantes y cante jondo tenemos una muestra muy pura de novela negra, acaso similar en su clasicismo a lo propuesto por David Torres con El gran silencio, Francisco Pérez Gandul con Celda 211 o Rafael Fuentes con Historias que nos pertenecen. No es tan habitual encontrar un autor que quiere seguir el legado de los iniciadores de la novela negra española y con Lluis Gutiérrez tenemos uno, con el añadido de que se considera "el más norteamericano de los novelistas españoles", sobre todo por lo cinematográfico de su prosa, empujada por un ritmo preciso. En efecto, en sus tramas el elemento político-ideológico queda acaso sugerido para anteponer una trama perfectamente urdida y unos personajes presentados con total economía de recursos y a la vez de manera convincente.

Muchos dicen que ha vuelto la moda de la novela negra, generalmente contemplada como moda retro, y por ello Gutiérrez se mueve con soltura en el pantanoso terreno que separa la mitomanía ciega de la relectura evocadora. No es casual que el detective Humphrey se haga llamar Humphrey. O que cuando le tengan que sacar las castañas del fuego se encomiende a Sam Spade. Al igual que el Toby Peters de Kaminsky, Humphrey es un gigantón con pies de barro al que pasan mil y una calamidades: la dueña del top less de al lado de su oficina intenta violarlo una y otra vez; su secretaria amenaza con denunciarlo a Comisiones Obreras en cuanto éste le pone un dedo encima... Está claro que el tipo duro de siempre ahora produce más risa que respeto, por eso el autor nos regala un personaje muy humano y vulnerable, que consigue que lo veamos casi como a un amigo.

Si para algo valió la novela negra española fue para acercarnos a los barrios más humildes y contarnos lo que pasaba por la calle. Si Francisco González Ledesma supo enseñarnos la Barcelona de los perdedores a través de los ojos del comisario Méndez, Gutiérrez ha sabido coger el relevo para acercarnos a los secretos más escandalosos de la Ciudad Condal en nuestros días.



“Un origen salvaje”, de Luis Gutiérrez Maluenda, por Ricardo Bosque

Ricardo Bosque
Cinismo y ternura parecen ser las marcas de fábrica de los detectives que surgen de la mano de Luis Gutiérrez Maluenda. El más conocido de todos ellos es Basilio Céspedes, alias Humphrey -por algo será-, protagonista ya de cuatro novelas: Putas, diamantes y cante jondo, 806 Solo para adultos, Una anciana obesa y tranquila y Los muertos no tienen amigos.
Peor talante tiene otro de sus detectives, Atila, protagonista de Mala hostia, que pudimos leer hace tan solo un año.
Pues bien, la factoría Maluenda parece inagotable a la hora de parir huelebraguetas entrañables y ahora nos llega uno que promete, y mucho. Ah, y no viene solo, sino acompañado por una ayudante con quien le une una peculiar relación familiar.
Como los anteriores, Gregorio Marañón -sí, así se llama el interfecto, aunque también se le conoce con el diminutivo Gori- es un detective que responde a los patrones más clásicos del género: cínico, amante del bourbon, el jazz y las mujeres -y no necesariamente por este orden-, solitario… Bueno, solitario no tanto, que parece ser que le ha surgido una compañía con la que no contaba, una tal Lila Bañeres, pija de la muerte educada en las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, malhablada, impulsiva y dotada de eso en lo que Gori tan poco confía a la hora de resolver sus casos: el instinto femenino.
Como estreno de un detective con semejante nombre y apellido, ¿qué mejor que ponerle a investigar el robo de pequeñas cantidades de sustancias dopantes del servicio de Farmacia de un hospital privado? Pero, claro, esto sería pecata minuta para un investigador de la talla de Marañón, y enseguida la historia se verá complicada con la aparición de varios cadáveres cuyas muertes, por fuerza, deberían estar relacionadas.
Como es habitual en el autor, la trama de la novela está perfectamente desarrollada y el lector dispone siempre de los elementos necesarios para llegar a sus propias conclusiones. Los personajes, muy bien caracterizados, con una Lila Bañeres que aporta el contrapunto perfecto al detective protagonista y, por qué no, la nota de color que provoca a menudo su estupefacción al tiempo que arranca la sonrisa del lector. Y los diálogos, otro de los puntos fuertes de la novela -y, por extensión, de la obra de Maluenda-, ingeniosos y caústicos como requiere el género.
Como novedad más notable, el modo de contar la historia, con tres voces narrativas -la de Gori, la de Lila y la del narrador omnisciente- que en ocasiones se superponen consiguiendo un resultado muy efectivo a la hora de comprender los diferentes puntos de vista de quienes están implicados en la historia, tanto los protagonistas como aquellos personajes que se cruzan en sus caminos.
La novela es buena, desde luego. ¿Lo mejor de todo? Que de sus últimas páginas se deduce que la sociedad integrada por Gregorio Marañón y Lila Bañeres debería tener continuidad, lo cual es un motivo de alegría para los aficionados a la buena literatura criminal. Esperemos que la espera -valga la redundancia- no sea demasiado larga.
Un origen salvaje


                         Un Caniche blanco muerto




de Luis Gutiérrez Maluenda
(LcL nº46)

Benito Céspedes es un investigador privado que sobrevive en la Barcelona actual a fuerza de hacer trabajos de poca monta: principalmente, husmear en asuntos de adulterio. Abstemio, no fumador y poco amigo de la violencia (y con un extraordinario sentido del humor), Céspedes discurre por la profesión de detective sin pretender llamar mucho la atención… hasta que, de pronto, un salvaje asesinato que incumbe a los peores elementos de la ciudad le obliga a incursionarse en un terreno que nunca hubiera sospechado.
Narrada con un estilo agilísimo y, sobre todo, con unos diálogos especialmente brillantes y un humor magnífico, Un caniche blanco muerto es una novedosa revisión del viejo mito del detective privado. Se trata de contemplar un oficio tan literario a ras de tierra, en medio del trasiego cotidiano que si bien hace descender la épica varios grados, confiere a la narración un verismo y una veracidad que justifica cada página. La pequeña odisea de Benito Céspedes por conseguir secretaria, entenderse con su socio, investigar en un campo de chumberas… es un soplo de aire fresco sobre los clichés de la novela negra y, sobre todo, da pie a una obra muy divertida y, cómo no, una obra que mantiene la tensión.






 






 

sábado, 26 de marzo de 2011

Presentación Los muertos no tienen amigos de Luis Gutiérrez Maluenda en Estudio en Escarlata

La presentación de este libro tuvo lugar el Jueves 24 de marzo de 2011 en la Librería Estudio en Escarlata de Madrid.

Comenzó el acto María Rèmpel, directora editorial de Flamma. Presentó su editorial: llevan dos años en el mercado, publicando novela histórica, femenina y negra, de autores extranjeros y nacionales, novedades y reediciones de sus obras. Entre ellos Andreu Martín, Juan Madrid, Luis Campo y Luis Gutiérrez Maluenda.


Su última novela es la primera escrita (aunque no publicada) de la serie protagonizada por el detective Basilio Céspedes "Humphrey".


Transcurre en un Poble Sec un tanto ficticio, a caballo entre el barrio que fue y otros como La Mina (donde cuentan que los armarios no tienen fondo para que los delincuentes que huyen de la policía puedan pasar de una casa a otra). Para contar sus historias el necesitaba el de antes, controlado por una mafia portuaria...

En su libro hay dos tramas: la resolución de dos asesinatos y las relaciones del protagonista con la mafia gitana. También aborda la prostitución infantil. Gutiérrez Maluenda comparte la opinión que expresa Chandler en "El arte de matar": hay que alejar al lector del horror. No le gusta recrearse en la violencia, prefiere alejarla mediante el sentido del humor, la ironía en las comparaciones.


David G. Panadero, que presenta el acto, comenta que el autor que saca lo mejor de cada uno de sus personajes, le gusta especialmente uno llamado "dios". El autor quiere mostrar que hay de dios y de diablo en cada uno, piensa que crear un gran malvado no es un trabajo para novelistas sino para historiadores, basta con contar la vida de Hitlet o Stalin. El no quiere moralizar, no quiere escribir la Biblia.

María cree que "Humphrey" no está "americanizado" es humilde, modesto, le cuesta ligar, no sabe pelearse. Luis le sitúa más en la tradición de los pícaros que en la de los duros. Se defiende como puede. Lo suyo, como lo de la mayoría de los detectives, es investigar adulterios. Billy Ray Cunqueiro es su socio. A Panadero le parece que Basilio Céspedes pacta con todo el mundo. El autor explica que es así ya que no es un héroe sino un superviviente. 




María le pregunta si se inspira en sus amigos para crear sus personajes. El escritor responde que no en esta novela. Todos los personajes tienen algo de él, en el sentido de que si el fuera por ejemplo prostituta sería como Marichi la desdentada, que no cobra por sus servicios al protagonista, pero sí cuando le facilita información.


Maluenda cree que la novela negra se distingue de otros géneros por el ritmo y el lenguaje y el sigue ese modelo, también le gusta porque no hay referencias políticas ni discursos enfocados a la defensa de cualquier tema que esté de moda en ese momento. Le gusta que la trama ligue, que el lector no se sienta estafado. Ya hay suficientes políticos para marear la perdiz o para pronunciar discursos altisonantes, el no se siente obligado a entrar en lo políticamente correcto. También se siente cómodo con su editorial, que no le obliga a escribir páginas de más. Hay algunos autores que rellenan páginas de hechos insustanciales, como por ejemplo el arreglo de una lavadora… Le pregunta Panadero si le gusta James Ellroy y Maluenda responde que aunque escriba largo es un gran autor.


Panadero piensa que es el más norteamericano de los escritores españoles o el más español de los norteamericanos. Sus obras recuerdan a los clásicos de la novela negra pero a la vez es más catalán que el "pa amb tomàquet". También le pregunta si se siente más cercano a los autores que crearon el género o a los que lo recrearon en los 70. Manuelda se siente cercano a James Crumley, Ross Macdonald, Kaminsky. Son las fuentes de las que ha bebido y no Vázquez Montalbán, con el que algunos le comparan. Si hay algún contacto entre sus obras es porque ambos maman de la misma tradición. Luis cree que Montalbán era un animal político, que defendía a las mujeres en su vida pública mientras en sus novelas Charo es maltratada en cierto modo o tiene a Biscuter durmiendo en la cocina.


Panadero defiende que es un escritor muy visual y le pregunta si cree que se puede hacer un recorrido por Barcelona a través de sus libros. Luis piensa que sí, aunque no cree ser el mejor autor haciendo de guía, no le gusta la novela que se entretiene narrando recorridos calle a calle. María opina que quizás su Barcelona no sea la que los turistas desean conocer.


Manolo Rodríguez (el organizador de Sábados negros) pregunta al autor si hay jazz en esta novela. Luis responde que hay música que refleja el ánimo del protagonista, incluso folk.

El presentador comenta que sus títulos son muy sonoros y Manolo puntualiza que casi todos tienen “muertos”. Luis explica que no siempre es decisión suya, "Música para los muertos" (2007) se llamaba originalmente "Un blues para Mike Winowsky" y se lo hizo cambiar su editorial.


Le preguntan si está traducido a otros idiomas y Luis explica que no, pero nos explica que este libro está en la biblioteca del Senado de Washington, una de las mejores del mundo, por transcurrir en Nueva York. También existe una versión en audiolibro de la ONCE.


David le pregunta por sus lectores y Luis explica que va publicando incluso en ebook. También pide que aclare si es informático y el autor explica que realmente era comercial de grandes cuentas de una multinacional dedicada a la informática.


David le pregunta si se siente el último superviviente de la novela negra y Luis responde que hay cierto mundo que está desapareciendo como lo que antes era llamado Barrio Chino y ahora es conocido como Raval. Las inmobiliarias con sus manejos echan a los viejos de los barrios y los reconvierten en zonas con edificios oficiales, pisos de lujo y hoteles de 4 estrellas. Manolo lo compara con la evolución que ha sufrido Chueca en Madrid donde hace muchos años había que ir en taxi a un restaurante que había en la plaza para evitar problemas. También mencionan la Alfama de Lisboa.




Finaliza la charla cuando Panadero pide al autor que nos cuente sus nuevos proyectos. Luis acaba de publicar Mala hostia en la editorial Alrevés y "El arbol bajo el que siempre llueve", una plain movie con un poco de todo, en formato ebook en
Amazon y Smashword).

Nos explica que próximamente publicará "La fiesta", una novela con una estructura coral con un final distinto de todo lo que se ha hecho hasta ahora. Cada personaje va narrando la fiesta desde su punto de vista y retoma la narración en algún punto del anterior. Tiene 20 páginas de epílogo. También tiene escrita otra novela titulada "Engranaje" en la que primera vez habla de un asesino en serie.

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