Llevaba ya tres días
siguiendo a la mujer que adoraba follar en el interior del Volvo
deportivo que le había regalado su marido con el fin de despertar
sus instintos sexuales, desoyendo los consejos de una asesora
matrimonial feminista que le aconsejaba un consolador. Estaba
comprobando que la táctica había sido todo un éxito. Como dicen
los cronistas, un éxito de crítica y público, porque por aquel
Volvo, según mis primeras impresiones debía, pasar mucho público.
Procuraba sumergirme en aquel trabajo para así aparcar en algún
rincón olvidado de mi mente mi trabajo anterior.
Aurelio Cominges no había
aparecido muerto en ningún solar vacío tal como había pronosticado
Paquete, lo que me hacía pensar que el tipo, en un alarde de
perspicacia, se había largado a alguna playa recóndita de Brasil y
cuando no estaba husmeando entre los muslos de alguna mulata, rezaba
para que no le encontrasen.
Al tercer día de mi
seguimiento de la mujer del “Volvocama” estaba tumbado entre unos
matojos en los alrededores de uno de esos caminos que hay en las
pequeñas urbanizaciones de la montaña de Montjuich. Si pasan por
allí verán que hay rincones donde un coche no demasiado grande
puede aparcar lejos de la vista del transito, ya de por si escaso,
que encuentras en el camino principal. Y si siguen observando
comprobaran que hay por allí suficiente vegetación para que un
detective y su cámara puedan actuar sin demasiados problemas. De
acuerdo que en algunas desagradables ocasiones, debemos compartir
espacio con algún mirón con binoculares, vigilando a las parejas
que se acercan por allí con las mejores intenciones, haciéndose una
paja. El espacio compartido nunca es tan cercano como para que te
manchen, aunque recuerdo una ocasión en que estaba filmando y se
colaron los antiestéticos suspiros del mirón y me estropeó la
tarde. Aquel día no había mirones por los alrededores, la única
molestia era una zarza que parecía tener vida propia y asomaba entre
unos indefensos hierbajos y trataba de pincharme la entrepierna.
Mientras esperaba a que
comenzara la acción, -hasta aquel momento, la mujer y su acompañante
no habían pasado de una conversación, al parecer divertida, y
algunas caricias que paulatinamente les acercaban al apasionamiento-,
no podía evitar pensar en lo acaecido en Global. Curiosamente, la
imagen que más impresión me causaba era la de Ayoub sin vida.
Gracias a Paquete había tenido acceso a una serie de fotografías de
la kermesse y realmente fuera quien fuese el autor de la carnicería
no se había andado con chiquitas, la mujer que se había cargado a
Ayoub, estaba casi seguro, era la misma que yo había visto el día
que conocí a Aurelio Cominges.
Me costaba pensar en Ayoub
como victima, su mini bate de béisbol huérfano, caído al lado del
cuerpo inmenso de su dueño.
¿Me hubiera gustado ser yo
quien apretase el gatillo.
No me pare mucho tiempo en
pensarlo, preferí olvidarme del moro.
No me importa decir que su
muerte no fue la peor noticia que he recibido en mi vida.
Si le hubiese matado yo su
imagen me perseguiría como los muertos que tengo en mi conciencia. Y
si finalmente hubiese ido olvidando mis deseos de acabar con él, me
sentiría como un perfecto imbécil.
-De cualquier manera, Ayoub
victima, la hostia, colega.
En el Volvo la acción se
aceleraba: la mano del hombre se movía con más interés que acierto
por el interior de la blusa de la mujer.
No le culpé, algunos
sujetadores tienen cierres especialmente diseñados para tomárselos
con calma y que las mujeres piensen que los hombres somos imbéciles.
Ella reía e iniciaba una
serie de inmersiones juguetonas en dirección a la bragueta de su
acompañante, él se reclinó en su asiento y se desmadejó. La mujer
negó con la cabeza sonriendo, se despojó de la ropa con un par de
movimientos rápidos y le sugirió algo a su acompañante. Él señaló
la parte trasera del coche, a lo que ella se negó y señaló el
asiento del copiloto. El tipo captó la idea y retiró hacia atrás
el máximo posible su asiento. Ella salió desnuda, dio la vuelta al
coche y se acopló a su acompañante mientras le decía algo que le
hizo reír, probablemente que le había cedido el mejor asiento a
cambio de que él le cediese su polla. Empezó a moverse sobre el
hombre mientras él acariciaba sus pechos desnudos.
Eché una mirada alrededor, no
había mirones.
Seguí filmando.
La mujer echaba la cabeza
atrás y parecía cantarle una canción al sol que la alumbraba y
rogaba para que aquello continuara hasta que la luna tomara el lugar
del sol. El tipo parecía menos imaginativo, solo le mordisqueaba los
pezones y de vez en cuando boqueaba.
Aunque en su descargo he de
reconocer que lo hacía con verdadera dedicación.
Si al marido no le importaba,
la podríamos comercializar como peli porno, las había visto de
peores.
En aquel momento sonó el
móvil que había olvidado apagar. De un manotazo lo enterré entre
los matorrales.
En el Volvo seguían follando.
Antes de conseguir apagar el
móvil vi en la pantalla quien me llamaba.
Era el número de Fausto
Baliarda.
Si había suerte sería Ámbar
invitándome a merendar en su casa.
Recé por ello mientras seguía
filmando.
No sé como lo había
conseguido pero la dueña del Volvo había enlazado sus piernas
alrededor del cuello del tipo y él hociqueaba por allí.
Aquello lo estudiaría en casa
con calma.
Siempre se aprende algo.
Aunque como ejercicio
gimnástico parecía exigente.
No podía seguir pensando en
Ámbar.
No mientras filmaba a aquel
par.
El claxon comenzó a sonar
desaforadamente. Lo de las piernas alrededor del cuello del tipo no
podía dejar de tener consecuencias. Al cabo de un par o tres de
minutos los movimientos de la chica que habían provocado el
concierto de claxon al intentar agarrase al volante para no salir
levitando, cesaron y puse el zoom al máximo para ver la cara de la
mujer. Su respiración se iba acompasando, aunque algún espasmo de
placer aun la recorría. Le dijo algo al hombre, le acarició la
mejilla mientras mantenían una corta conversación. Luego hubo una
serie de movimientos, salieron cada uno por su puerta y se las
arreglaron para pasar a la parte trasera.
Mucho más cómodo, claro.
Cerca del coche se produjo un
movimiento.
El movimiento salió de la
zona de matorrales opuesta a donde yo estaba, lo provocaba un tipo de
alrededor de treinta años que calzaba unas zapatillas de marca que
aun lloraban por el recuerdo de su dueño original, vestía unos
pantalones tejanos “cagados” y una de esas sudaderas con capucha,
que tan bien sirven para ocultar la cara si por los alrededores anda
la policía, pero que con aquel calor debía estar cociéndole los
huevos.
Aquel tipo no era un mirón
pajillero.
La pareja del Volvo iba a
tener problemas.
Mi única misión en aquel
asunto era hacer un informe de las actividades de la esposa de quien
me pagaba, ni más ni menos.
Seguí filmando añadiendo al
“invitado” al elenco.
El tipo se acercó al Volvo
andando agachado. Una precaución que en aquel momento de la película
ni siquiera era necesaria, la pareja se estaba acercando a la gloria
celestial y no se hubiesen enterado ni con la Banda Municipal
alrededor del coche ofreciendo su mejor versión de los Coros de
Nabuco.
Cuando el “invitado” abrió
de golpe la puerta del coche, agarró por el pelo al hombre que se
beneficiaba a la esposa de mi cliente y lo sacó a rastras, le pateó
la cara y le dejó medio inconsciente en el suelo, no les quedó más
remedio que enterarse de que se había acabado la fiesta.
A la mujer ni siquiera se le
ocurrió encerrarse dentro del coche, solo se tapó las tetas con las
manos cruzadas sobre el pecho (nunca he entendido ese gesto, si se
las tapasen con los antebrazos las manos les servirían para taparse
también los ojos) y dijo algo que a la distancia no pude escuchar.
El tipo la sacó del coche agarrándola del brazo y le dijo algo,
ella movió la cabeza negando, él la agarró del pelo y tiró hacia
atrás hasta que los ojos de la mujer miraron al cielo. Luego empezó
a desabrocharse la bragueta de aquellos ridículos pantalones.
Ella se arrodilló delante del
fulano.
Lloraba.
El amigo de la chica estaba en
el suelo medio inconsciente o lo simulaba y apenas se movía. Si lo
simulaba podía entenderle, es más sencillo follar con una
preciosidad que liarse a bofetadas con un hijo de puta que vive de
liarse a bofetadas a diario y posiblemente tira de navaja.
La voz de Paquete me dijo que
yo era un mierda.
Valentina me dijo “por Dios
Atila”.
Lena me dijo “che, dejate de
pavadas”.
Mi propia voz hacía rato que
trataba de que le prestase atención.
Mi ángel de la guarda trataba
de librarse de la borrachera y decirme algo, probablemente que me
largase a casa. Es un tipo práctico.
Dejé la cámara en el suelo
enfocada al lugar de la acción y filmando. Me acerqué al lugar
donde el tipo de la sudadera y la propietaria del Volvo negociaban.
Procuraba no hacer ruido, yo tampoco quería pelearme con aquel
fulano, me conformaba con pegarle lo suficientemente duro para que
dejase de joder. Llegué en el momento justo que la polla tiesa del
fulano iba a entrar en la boca de la chica que cerraba los ojos y
trataba de acertar sin tener que tocarla.
-Menéala, hijaputa, -dijo el
fulano moviendo las caderas lateralmente para ponérselo más
difícil.
Le toqué suavemente en el
hombro y cuando se giró le clavé el puño en la quijada. Se
tambaleó hacia atrás, tropezó con la mujer y cayó al suelo en una
posición ideal para poder patearle los huevos.
Lo hice con verdadera ilusión,
no sé la razón pero aquel fulano me había resultado antipático
desde el primer momento. Le pateé de nuevo la quijada, un lugar
ideal para atontar al personal, y le registré por si tenía navaja.
Claro que la tenía, sin ella
son como bebés sin el pañal.
Trataba de recordar el nombre
de la mujer que desnuda, sentada en el suelo me miraba como si yo
fuese una aparición.
Más o menos ya era eso.
Sara, se llamaba Sara, lo
acababa de recordar. Su marido me dijo que amaba a Sara, lo dijo con
lágrimas en los ojos.
-Oye, ¿como te llamas?.
-Sara, -dijo Sara.
-Deberías vestirte. No digo
que no estés preciosa, pero este tiempo es muy traidor aquí en la
montaña.
-Claro, -dijo y se ruborizó.
De verdad estaba preciosa.
Caminó hacia el Volvo. Cuando
estaba junto a la puerta del conductor se giró, fue hacia el tipo de
los pantalones caídos, se agachó y le cerró la bragueta con
fuerza, pillándole el miembro ya nada viril. Le miró y no
satisfecha tiró de nuevo con fuerza de la cremallera. El fulano
gemía sordamente entre sueños.
Aquello debía doler,
sinceramente.
De nuevo se dirigió hacia el
Volvo. A medio camino se detuvo, recogió una piedra que debía pesar
diez kilos y se dirigió hacia el fulano que había intentado
violarla.
La agarré de los hombros y la
inmovilicé, le sostuve la mirada hasta que pareció recobrar el
tino, solo entonces le hablé.
-Yo de ti no lo haría, si le
aplastas la cabeza y te lo cargas como poco son siete u ocho años en
la cárcel, y eso contando que yo testificase a tu favor.
-Y la cárcel no te gustaría.
Me miró como si acabara de
verme. Tenía la piel suave y los pechos se agitaban al compás de su
respiración alterada. Miré el asiento trasero del Volvo con cariño.
-Sara, ahora vístete, -le
dije empujándola hacia el coche.
Dejó caer la piedra
simplemente abriendo las manos y movió la cabeza asintiendo.
Se vistió, mientras lo hacía
atendí a su pareja. Solo estaba ligeramente conmocionado. Al
contrario que Sara, desnudo, no me gustaba nada.
-¿Qué ha pasado?, -dijo
meneando la cabeza.
-Este marrano os ha asaltado,
pero entre tú y yo le hemos reducido.
-¿De verdad?.
-Si, mientras tú le
entretenías recibiendo hostias yo le he atacado con un spray de
autodefensa.
-Ya.
-Vístete, Sara ya lo está
haciendo.
-¿La conoces?.
-Tanto como a ti. Vístete.
El puño me dolía como un
demonio. Me lo estaba lamiendo cuando regresó Sara.
-Menos mal que estabas por
aquí, este cabrón es capaz de cualquier cosa, -dijo señalando al
bulto que yacía en el suelo.
-En ocasiones ando por la
montaña, habéis tenido suerte.
-¿Paseas?.
-No, vigilo a las parejas.
-No me lo creo, -sonreía
levemente.
-Claro que no, soy una especie
de ángel guardián de las buenas costumbres.
-Para mi si que eres un ángel.
“Ya lo verás dentro de un
par de días cuando le entregue el informe a tu marido”, pensé
sintiéndome como el malo de la película.
-Bueno y ¿ahora que
hacemos?,-dijo Sara mirando a su pareja que se acercaba andando
lentamente.
-Os largáis.
-¿Y este?, -de nuevo señaló
al bulto del suelo.
-Se queda aquí, yo también
me largo, ¿quieres despedirte de él?.
-No merece la pena,-dijo
mientras se acercaba y le arreaba una patada en la entrepierna.
Afortunadamente no era
rencorosa.
-¿Quieres que te dejemos en
algún sitio?.
-No, yo seguiré caminando,
necesito hacer ejercicio.
-¿No tienes miedo de que este
fulano se recupere y te ataque?.
-En este momento más bien es
él quien tiene miedo de que yo continúe pateándole, no te
preocupes. Además le ataré las manos con el cinturón.-
-No lleva cinturón, dijo el
tipo que se beneficiaba a Sara, mirando al del suelo.
-Usaré el mío, no os
preocupéis. Ahora lagaros
-Oye, me gustaría agradecerte
todo lo que has hecho por nosotros, si fueras una mujer te regalaría
el ramo de flores más grande que hayas visto. Déjame tu teléfono,
te llamaré.
-No, Sara, déjalo, ha sido un
placer compensarte.
-¿Compensarme?.
-Quería decir ayudarte.
-Dime como te llamas, al
menos.
-Atila, como el rey de los
Hunos.
-Pues gracias Atila como el
rey de los Hunos, ¿de verdad no quieres que te acerquemos a
cualquier sitio?.
-De verdad.
Teniendo en cuenta lo sucedido
aquella mujer tenía un control de sus emociones importante.
Mientras el Volvo se alejaba
miré al fulano que empezaba a removerse en el suelo. Suspiré, le
largué otra patada en la mandíbula para que durmiese un rato más,
fui a los matojos, recogí la cámara sobre la que una hormiga
demente trataba de encontrar algún presente para su reina, y fui a
buscar el coche de alquiler en el rincón donde lo había dejado.
Los pájaros del árbol
cercano habían dejado el parabrisas lleno de cagadas y tuve que
limpiarlo para no estampar el coche contra un árbol por falta de
visión. Mientras lo limpiaba pensaba en Sara.
Ya he dicho que está
profesión mía es una mierda.
Ninguna duda, una verdadera
mierda.
Cuando finalmente me largué
el fulano al que había pateado estaba arrodillado a cuatro patas y
trataba de recobrar la conciencia. La polla flácida le colgaba
saliendo de la bragueta, me pareció que le salía un hilo de sangre.
Di un pequeño e innecesario rodeo para que me viese, le saludé y le
lancé la navaja entre los árboles por la pendiente más abrupta.
Pasaría un buen rato si quería encontrarla.
Tenía la mirada vidriosa y no
creo que se enterase cabalmente.
NOTICIA DE PRENSA.-
TELETEXTO DE TELEVISIÓN
ESPAÑOLA 30/12/ 2012
La Policía Nacional ha
desarticulado una red criminal que introducía e nuestro país y
explotaba sexualmente a mujeres nigerianas en Barcelona y otras
ciudades de su área metropolitana, ademas de en Sevilla, Castellón,
Palma de Mallorca y diversas localidades madrileñas.
Las mujeres, embarazadas o con
hijos pequeños, eran coaccionadas en Nigeria por miembros de la
organización. Cuando llegaban a España eran amenazadas con rituales
de vudu y obligadas a prostituirse, cometer robos e infracciones
administrativas.
La policía ha detenido a
diecisiete personas, doce de ellas en Cataluña.