martes, 13 de junio de 2017

CAPÍTULO DIECISIETE DE "UNA CIUDAD CON QUINIENTAS MAFIAS"

Llevaba ya tres días siguiendo a la mujer que adoraba follar en el interior del Volvo deportivo que le había regalado su marido con el fin de despertar sus instintos sexuales, desoyendo los consejos de una asesora matrimonial feminista que le aconsejaba un consolador. Estaba comprobando que la táctica había sido todo un éxito. Como dicen los cronistas, un éxito de crítica y público, porque por aquel Volvo, según mis primeras impresiones debía, pasar mucho público. Procuraba sumergirme en aquel trabajo para así aparcar en algún rincón olvidado de mi mente mi trabajo anterior.
Aurelio Cominges no había aparecido muerto en ningún solar vacío tal como había pronosticado Paquete, lo que me hacía pensar que el tipo, en un alarde de perspicacia, se había largado a alguna playa recóndita de Brasil y cuando no estaba husmeando entre los muslos de alguna mulata, rezaba para que no le encontrasen.
Al tercer día de mi seguimiento de la mujer del “Volvocama” estaba tumbado entre unos matojos en los alrededores de uno de esos caminos que hay en las pequeñas urbanizaciones de la montaña de Montjuich. Si pasan por allí verán que hay rincones donde un coche no demasiado grande puede aparcar lejos de la vista del transito, ya de por si escaso, que encuentras en el camino principal. Y si siguen observando comprobaran que hay por allí suficiente vegetación para que un detective y su cámara puedan actuar sin demasiados problemas. De acuerdo que en algunas desagradables ocasiones, debemos compartir espacio con algún mirón con binoculares, vigilando a las parejas que se acercan por allí con las mejores intenciones, haciéndose una paja. El espacio compartido nunca es tan cercano como para que te manchen, aunque recuerdo una ocasión en que estaba filmando y se colaron los antiestéticos suspiros del mirón y me estropeó la tarde. Aquel día no había mirones por los alrededores, la única molestia era una zarza que parecía tener vida propia y asomaba entre unos indefensos hierbajos y trataba de pincharme la entrepierna.
Mientras esperaba a que comenzara la acción, -hasta aquel momento, la mujer y su acompañante no habían pasado de una conversación, al parecer divertida, y algunas caricias que paulatinamente les acercaban al apasionamiento-, no podía evitar pensar en lo acaecido en Global. Curiosamente, la imagen que más impresión me causaba era la de Ayoub sin vida. Gracias a Paquete había tenido acceso a una serie de fotografías de la kermesse y realmente fuera quien fuese el autor de la carnicería no se había andado con chiquitas, la mujer que se había cargado a Ayoub, estaba casi seguro, era la misma que yo había visto el día que conocí a Aurelio Cominges.
Me costaba pensar en Ayoub como victima, su mini bate de béisbol huérfano, caído al lado del cuerpo inmenso de su dueño.
¿Me hubiera gustado ser yo quien apretase el gatillo.
No me pare mucho tiempo en pensarlo, preferí olvidarme del moro.
No me importa decir que su muerte no fue la peor noticia que he recibido en mi vida.
Si le hubiese matado yo su imagen me perseguiría como los muertos que tengo en mi conciencia. Y si finalmente hubiese ido olvidando mis deseos de acabar con él, me sentiría como un perfecto imbécil.
-De cualquier manera, Ayoub victima, la hostia, colega.
En el Volvo la acción se aceleraba: la mano del hombre se movía con más interés que acierto por el interior de la blusa de la mujer.
No le culpé, algunos sujetadores tienen cierres especialmente diseñados para tomárselos con calma y que las mujeres piensen que los hombres somos imbéciles.
Ella reía e iniciaba una serie de inmersiones juguetonas en dirección a la bragueta de su acompañante, él se reclinó en su asiento y se desmadejó. La mujer negó con la cabeza sonriendo, se despojó de la ropa con un par de movimientos rápidos y le sugirió algo a su acompañante. Él señaló la parte trasera del coche, a lo que ella se negó y señaló el asiento del copiloto. El tipo captó la idea y retiró hacia atrás el máximo posible su asiento. Ella salió desnuda, dio la vuelta al coche y se acopló a su acompañante mientras le decía algo que le hizo reír, probablemente que le había cedido el mejor asiento a cambio de que él le cediese su polla. Empezó a moverse sobre el hombre mientras él acariciaba sus pechos desnudos.
Eché una mirada alrededor, no había mirones.
Seguí filmando.
La mujer echaba la cabeza atrás y parecía cantarle una canción al sol que la alumbraba y rogaba para que aquello continuara hasta que la luna tomara el lugar del sol. El tipo parecía menos imaginativo, solo le mordisqueaba los pezones y de vez en cuando boqueaba.
Aunque en su descargo he de reconocer que lo hacía con verdadera dedicación.
Si al marido no le importaba, la podríamos comercializar como peli porno, las había visto de peores.
En aquel momento sonó el móvil que había olvidado apagar. De un manotazo lo enterré entre los matorrales.
En el Volvo seguían follando.
Antes de conseguir apagar el móvil vi en la pantalla quien me llamaba.
Era el número de Fausto Baliarda.
Si había suerte sería Ámbar invitándome a merendar en su casa.
Recé por ello mientras seguía filmando.
No sé como lo había conseguido pero la dueña del Volvo había enlazado sus piernas alrededor del cuello del tipo y él hociqueaba por allí.
Aquello lo estudiaría en casa con calma.
Siempre se aprende algo.
Aunque como ejercicio gimnástico parecía exigente.
No podía seguir pensando en Ámbar.
No mientras filmaba a aquel par.
El claxon comenzó a sonar desaforadamente. Lo de las piernas alrededor del cuello del tipo no podía dejar de tener consecuencias. Al cabo de un par o tres de minutos los movimientos de la chica que habían provocado el concierto de claxon al intentar agarrase al volante para no salir levitando, cesaron y puse el zoom al máximo para ver la cara de la mujer. Su respiración se iba acompasando, aunque algún espasmo de placer aun la recorría. Le dijo algo al hombre, le acarició la mejilla mientras mantenían una corta conversación. Luego hubo una serie de movimientos, salieron cada uno por su puerta y se las arreglaron para pasar a la parte trasera.
Mucho más cómodo, claro.
Cerca del coche se produjo un movimiento.
El movimiento salió de la zona de matorrales opuesta a donde yo estaba, lo provocaba un tipo de alrededor de treinta años que calzaba unas zapatillas de marca que aun lloraban por el recuerdo de su dueño original, vestía unos pantalones tejanos “cagados” y una de esas sudaderas con capucha, que tan bien sirven para ocultar la cara si por los alrededores anda la policía, pero que con aquel calor debía estar cociéndole los huevos.
Aquel tipo no era un mirón pajillero.
La pareja del Volvo iba a tener problemas.
Mi única misión en aquel asunto era hacer un informe de las actividades de la esposa de quien me pagaba, ni más ni menos.
Seguí filmando añadiendo al “invitado” al elenco.
El tipo se acercó al Volvo andando agachado. Una precaución que en aquel momento de la película ni siquiera era necesaria, la pareja se estaba acercando a la gloria celestial y no se hubiesen enterado ni con la Banda Municipal alrededor del coche ofreciendo su mejor versión de los Coros de Nabuco.
Cuando el “invitado” abrió de golpe la puerta del coche, agarró por el pelo al hombre que se beneficiaba a la esposa de mi cliente y lo sacó a rastras, le pateó la cara y le dejó medio inconsciente en el suelo, no les quedó más remedio que enterarse de que se había acabado la fiesta.
A la mujer ni siquiera se le ocurrió encerrarse dentro del coche, solo se tapó las tetas con las manos cruzadas sobre el pecho (nunca he entendido ese gesto, si se las tapasen con los antebrazos las manos les servirían para taparse también los ojos) y dijo algo que a la distancia no pude escuchar. El tipo la sacó del coche agarrándola del brazo y le dijo algo, ella movió la cabeza negando, él la agarró del pelo y tiró hacia atrás hasta que los ojos de la mujer miraron al cielo. Luego empezó a desabrocharse la bragueta de aquellos ridículos pantalones.
Ella se arrodilló delante del fulano.
Lloraba.
El amigo de la chica estaba en el suelo medio inconsciente o lo simulaba y apenas se movía. Si lo simulaba podía entenderle, es más sencillo follar con una preciosidad que liarse a bofetadas con un hijo de puta que vive de liarse a bofetadas a diario y posiblemente tira de navaja.
La voz de Paquete me dijo que yo era un mierda.
Valentina me dijo “por Dios Atila”.
Lena me dijo “che, dejate de pavadas”.
Mi propia voz hacía rato que trataba de que le prestase atención.
Mi ángel de la guarda trataba de librarse de la borrachera y decirme algo, probablemente que me largase a casa. Es un tipo práctico.
Dejé la cámara en el suelo enfocada al lugar de la acción y filmando. Me acerqué al lugar donde el tipo de la sudadera y la propietaria del Volvo negociaban. Procuraba no hacer ruido, yo tampoco quería pelearme con aquel fulano, me conformaba con pegarle lo suficientemente duro para que dejase de joder. Llegué en el momento justo que la polla tiesa del fulano iba a entrar en la boca de la chica que cerraba los ojos y trataba de acertar sin tener que tocarla.
-Menéala, hijaputa, -dijo el fulano moviendo las caderas lateralmente para ponérselo más difícil.
Le toqué suavemente en el hombro y cuando se giró le clavé el puño en la quijada. Se tambaleó hacia atrás, tropezó con la mujer y cayó al suelo en una posición ideal para poder patearle los huevos.
Lo hice con verdadera ilusión, no sé la razón pero aquel fulano me había resultado antipático desde el primer momento. Le pateé de nuevo la quijada, un lugar ideal para atontar al personal, y le registré por si tenía navaja.
Claro que la tenía, sin ella son como bebés sin el pañal.
Trataba de recordar el nombre de la mujer que desnuda, sentada en el suelo me miraba como si yo fuese una aparición.
Más o menos ya era eso.
Sara, se llamaba Sara, lo acababa de recordar. Su marido me dijo que amaba a Sara, lo dijo con lágrimas en los ojos.
-Oye, ¿como te llamas?.
-Sara, -dijo Sara.
-Deberías vestirte. No digo que no estés preciosa, pero este tiempo es muy traidor aquí en la montaña.
-Claro, -dijo y se ruborizó.
De verdad estaba preciosa.
Caminó hacia el Volvo. Cuando estaba junto a la puerta del conductor se giró, fue hacia el tipo de los pantalones caídos, se agachó y le cerró la bragueta con fuerza, pillándole el miembro ya nada viril. Le miró y no satisfecha tiró de nuevo con fuerza de la cremallera. El fulano gemía sordamente entre sueños.
Aquello debía doler, sinceramente.
De nuevo se dirigió hacia el Volvo. A medio camino se detuvo, recogió una piedra que debía pesar diez kilos y se dirigió hacia el fulano que había intentado violarla.
La agarré de los hombros y la inmovilicé, le sostuve la mirada hasta que pareció recobrar el tino, solo entonces le hablé.
-Yo de ti no lo haría, si le aplastas la cabeza y te lo cargas como poco son siete u ocho años en la cárcel, y eso contando que yo testificase a tu favor.
-Y la cárcel no te gustaría.
Me miró como si acabara de verme. Tenía la piel suave y los pechos se agitaban al compás de su respiración alterada. Miré el asiento trasero del Volvo con cariño.
-Sara, ahora vístete, -le dije empujándola hacia el coche.
Dejó caer la piedra simplemente abriendo las manos y movió la cabeza asintiendo.
Se vistió, mientras lo hacía atendí a su pareja. Solo estaba ligeramente conmocionado. Al contrario que Sara, desnudo, no me gustaba nada.
-¿Qué ha pasado?, -dijo meneando la cabeza.
-Este marrano os ha asaltado, pero entre tú y yo le hemos reducido.
-¿De verdad?.
-Si, mientras tú le entretenías recibiendo hostias yo le he atacado con un spray de autodefensa.
-Ya.
-Vístete, Sara ya lo está haciendo.
-¿La conoces?.
-Tanto como a ti. Vístete.
El puño me dolía como un demonio. Me lo estaba lamiendo cuando regresó Sara.
-Menos mal que estabas por aquí, este cabrón es capaz de cualquier cosa, -dijo señalando al bulto que yacía en el suelo.
-En ocasiones ando por la montaña, habéis tenido suerte.
-¿Paseas?.
-No, vigilo a las parejas.
-No me lo creo, -sonreía levemente.
-Claro que no, soy una especie de ángel guardián de las buenas costumbres.
-Para mi si que eres un ángel.
“Ya lo verás dentro de un par de días cuando le entregue el informe a tu marido”, pensé sintiéndome como el malo de la película.
-Bueno y ¿ahora que hacemos?,-dijo Sara mirando a su pareja que se acercaba andando lentamente.
-Os largáis.
-¿Y este?, -de nuevo señaló al bulto del suelo.
-Se queda aquí, yo también me largo, ¿quieres despedirte de él?.
-No merece la pena,-dijo mientras se acercaba y le arreaba una patada en la entrepierna.
Afortunadamente no era rencorosa.
-¿Quieres que te dejemos en algún sitio?.
-No, yo seguiré caminando, necesito hacer ejercicio.
-¿No tienes miedo de que este fulano se recupere y te ataque?.
-En este momento más bien es él quien tiene miedo de que yo continúe pateándole, no te preocupes. Además le ataré las manos con el cinturón.-
-No lleva cinturón, dijo el tipo que se beneficiaba a Sara, mirando al del suelo.
-Usaré el mío, no os preocupéis. Ahora lagaros
-Oye, me gustaría agradecerte todo lo que has hecho por nosotros, si fueras una mujer te regalaría el ramo de flores más grande que hayas visto. Déjame tu teléfono, te llamaré.
-No, Sara, déjalo, ha sido un placer compensarte.
-¿Compensarme?.
-Quería decir ayudarte.
-Dime como te llamas, al menos.
-Atila, como el rey de los Hunos.
-Pues gracias Atila como el rey de los Hunos, ¿de verdad no quieres que te acerquemos a cualquier sitio?.
-De verdad.
Teniendo en cuenta lo sucedido aquella mujer tenía un control de sus emociones importante.
Mientras el Volvo se alejaba miré al fulano que empezaba a removerse en el suelo. Suspiré, le largué otra patada en la mandíbula para que durmiese un rato más, fui a los matojos, recogí la cámara sobre la que una hormiga demente trataba de encontrar algún presente para su reina, y fui a buscar el coche de alquiler en el rincón donde lo había dejado.
Los pájaros del árbol cercano habían dejado el parabrisas lleno de cagadas y tuve que limpiarlo para no estampar el coche contra un árbol por falta de visión. Mientras lo limpiaba pensaba en Sara.
Ya he dicho que está profesión mía es una mierda.
Ninguna duda, una verdadera mierda.
Cuando finalmente me largué el fulano al que había pateado estaba arrodillado a cuatro patas y trataba de recobrar la conciencia. La polla flácida le colgaba saliendo de la bragueta, me pareció que le salía un hilo de sangre. Di un pequeño e innecesario rodeo para que me viese, le saludé y le lancé la navaja entre los árboles por la pendiente más abrupta. Pasaría un buen rato si quería encontrarla.
Tenía la mirada vidriosa y no creo que se enterase cabalmente.



NOTICIA DE PRENSA.-

TELETEXTO DE TELEVISIÓN ESPAÑOLA 30/12/ 2012

La Policía Nacional ha desarticulado una red criminal que introducía e nuestro país y explotaba sexualmente a mujeres nigerianas en Barcelona y otras ciudades de su área metropolitana, ademas de en Sevilla, Castellón, Palma de Mallorca y diversas localidades madrileñas.
Las mujeres, embarazadas o con hijos pequeños, eran coaccionadas en Nigeria por miembros de la organización. Cuando llegaban a España eran amenazadas con rituales de vudu y obligadas a prostituirse, cometer robos e infracciones administrativas.
La policía ha detenido a diecisiete personas, doce de ellas en Cataluña.