martes, 25 de abril de 2017

CAPITULO DIEZ

La noticia me la dio Lena, al día siguiente: Elisabeth había pasado por casa de Abdoulayé con la intención de tener un meritorio refrote con la exagerada pinga del negro, y algo más tarde ver palidecer de envidia al resto de Adoradoras del Vallenato cuando les contase los detalles. La puerta del piso estaba entreabierta y había entrado canturreando “¿Donde está mi amorcito, mi negro lindo, donde está mi negro macho?”.
El amorcito de Elisabeth estaba tumbado en la cama.
Alguien había degollado al negro lindo de la pobre Elisabeth.
La pinga del negro seguía en su sitio, pero en aquel momento se mostraba marchita y poco expresiva.
La chica salió dando unos alaridos que pusieron en pie de guerra a todo el Raval. Según la opinión de algunos testigos presenciales, las ambulancias del Ayuntamiento no hacen tanto ruido ni siquiera cuando están al servicio directo del señor alcalde.
Evidentemente una afirmación mal intencionada, ya que según todos los indicios el señor alcalde goza de una excelente salud y no hace un uso frecuente de ambulancias.
Según me contó Lena, que fue quien llamó a los Mossos de Escuadra y denunció el crimen, hasta que la policía llegó para recogerla, Elisabeth se había parapetado en un rincón del locutorio e iba repitiendo: “Si se entera mi papito me mata, el tajo del cuello del negro se va a quedar en nada al lado del que me va a hacer mi marido, mi amor me va a hacer la corbata colombiana, Virgen de la Anunciación Gloriosa ilumíname, concédeme una buena excusa para contarle al padre de mis hijos, Santo Cristo de la Sierra, protégeme. Que mi papito me mata, Virgen mía, me mata, Ay que enamoramiento más loco que tenía yo por mi negro y ahora por culpa de su pinga mi papito me mata, seguro como que estás en el cielo Virgen de la Misericordia”.
Una de las Adoradoras, de nombre Janeth, -que le tenía una envidia mortal a Elisabeth porqué andaba como medio enamorada del negro y sus medidas corporales, aun sin haberlas visto, pero gracias a las explicaciones detalladas de Elisabeth si que las había soñado en alguna de esas noches calurosas, en que el marido no para de roncar y el bebíto de llorar-, para consolarla, le dijo que no se preocupase por su papito, que España es un país serio y que si la mataba la justicia se iba a encargar de él. Que se consolara pensando en los ratos en que Abdoulayé la había hecho feliz.
Casi llegan a las manos, justo en el momento en que llegaron los Mossos de Escuadra, para recoger el cuerpo tembloroso de rabia de Elisabeth, que acababa de llamar a Janeth “pastusa de mierda” y “culo de negra” y se dirigía hacia su permanente con las peores intenciones.
Una permanente, por cierto, de la que Janeth se mostraba particularmente orgullosa.
Por razones distintas mi estado de ánimo se asemejaba al de Elisabeth: por un lado estaba tan asustado como ella, mis huellas dactilares en algún lugar debían haber quedado impresas a pesar de lo poco que había merodeado por la vivienda. Si la policía, como era de esperar, llegaba hasta mí, en el cuartelillo de los Mossos de Escuadra me iba a hacer tan famoso como un pavo en Navidad y con toda probabilidad acabaría igual de trinchado.
En otro sentido no se me ocurría a nadie más que a Ayoub para cargarle con la responsabilidad del crimen. Y si era cierto que por alguna razón que en aquel momento se me escapaba, el moro había regresado para rematar la faena, yo tenía una responsabilidad nada despreciable en la muerte de Abdoulayé, -algo que por muy mala bestia que fuese el mafioso nigeriano me hacía sentir como uno de esos trapos de colores en los que la gente que trabaja con grasa se limpia las manos.
A lo largo de mi carrera he sufrido esa sensación de descontento conmigo mismo: despiden a alguien por un informe tuyo en el que denuncias una falta de mierda, un conyugue machaca al otro por unas fotografías tomadas por mi en las que uno de los dos trata de ahuyentar su desconcierto con otra persona, cosas así.
Soy consciente de que una de las partes no es mejor ni más honesta que la otra, si no más listo, más beligerante o simplemente tiene más tiempo para dedicarle a sus rencores. Son momentos en los que querría estar en una playa de las Islas Maldivas, frotando bronceador en las caderas a una de esas maravillosas criaturas, que anuncian por televisión bebidas refrescantes mientras componen la expresión de una niña traviesa sonriéndole a mamá, cuando llega tarde a casa con las bragas en la mano y el pintalabios corrido.
Aunque el problema mayor residía en no entender los motivos de Fausto Baliarda para ordenar la muerte del negro, mucho menos los motivos de Ayoub para tomarse la molestia de regresar y cargárselo por su cuenta, sin tener en cuenta el riesgo que corría. Tanto el uno como el otro son gente profesional, Baliarda se mueve por objetivos, como un gerente de banco, Ayoub se mueve por ordenes, concretamente las de Baliarda.

La cara de Ámbar cuando me abrió la puerta mostraba una moderada sorpresa.
-No le esperábamos hoy, señor Atila, ¿o estoy equivocada?.
-Quiero ver a Baliarda, -le dije sin tener en cuenta la educación que un maestro cansado trató de inculcarme en mi infancia. Él nunca pensó que acabaría trabajando de detective privado ni que debería tratar con gente de la categoría de Ambar y Baliarda.
Mi maestro más bien apostaba por la cárcel.
En algún momento he lamentado que yo empezara a enderezar el rumbo cuando él ya no estaba allí para verlo. El pobre hombre se hubiese sentido gratificado.
-No sé si el señor Baliarda le podrá recibir,-remarcó el señor casi con amor para que yo me diese cuenta de la mala educación de que había hecho gala..
-Creo que si, señorita, dígale que Abadoulaye Bassara Bassara ha sido asesinado,-remarqué “señorita” con toda la mala leche de que fui capaz.
O bien Ámbar desconocía el significado de la palabra “asesinato” o su capacidad para asimilar noticias truculentas era digna de medalla olímpica. Solo asintió muy seria y se marchó pasillo adelante, algo si debía haberla afectado ya que sus pasos no tenían aquella cadencia que dotaba a sus nalgas de la capacidad de provocar la clase de sueños que te llevan a la gloria o al martirio.
Cuando regresó me pidió que me sentara un momento. Intentó una sonrisa poco convincente y se parapeto detrás de su mesa.
Fausto Baliarda me recibió al cabo de diez minutos.
Ámbar me acompañó a una habitación distinta a la que me había recibido en la primera ocasión. Era una habitación acristalada, luminosa, el suelo era una alfombra verde de césped sintético simulando un campo de golf. Todo el mobiliario consistía en un mueble bar en un extremo de la sala, dos sillones de cuero verde y lo necesario para mejorar el hándicap sin moverse de casa.
-Buenos días señor Atila, le acompaño el sentimiento. Supongo que habrá sido para usted una pérdida sensible, aunque espero que eso no le impida continuar con el excelente trabajo que está haciendo para mí.
-¿Qué dice?,-si seguíamos por aquel camino antes de que pudiese llegar Ayoub le rompería la cara a aquel hijo de puta que no satisfecho con hacer asesinar a un hombre, -asesinato del que podía ser inculpado yo-, se permitía hacer broma acerca de ello.
-Qué le acompaño el sentimiento, veo que está usted muy alterado por la muerte de ese, ese… ¿cómo ha dicho que se llama?.
-Abdoulaye,-di un paso en su dirección, algo que no alteró su compostura, Ayoub debía andar muy cerca o aquel tipo, además de millonario, era cinturón negro de cualquiera de esas disciplinas tan útiles para forrar a hostias a un prójimo dando saltos de mono a su alrededor.
-Abdoulaye, un nombre curioso, y ¿quién es Abdoulayé?, si me permite la pregunta.
Primera duda: una cosa era que Ayoub estuviese cerca y se sintiera protegido, otra bien distinta es que aquel tipo fuese el primo napolitano de Robert de Niro, el que le había enseñado a actuar, ya que daba la impresión de ser absolutamente sincero.
-Abdoulayé es el nombre del nigeriano que ayer fue “tratado” por Ayoub.
-Ya veo, y usted cree que he dado la orden de que le mataran. La cabeza de Baliarda asentía comprensivamente.
Segunda duda: el tipo no se andaba por las ramas, aceptaba mis dudas con la tranquilidad que da la inocencia. Sin aspavientos, sin falsas muestras de inocencia, sin sentir el menor atisbo de culpa o responsabilidad.
Con lo cómodo que me sentía yo rodeado de adúlteros sedientos de algo de alegría en su vida y gilipollas que le robaban horas de trabajo a su empresa.
Baliarda me observaba con perfecta comprensión de la situación.
-No sé si la orden la dio usted o Ayoub actuó por su cuenta.
-Amigo mío, usted serviría como guionista de series truculentas de televisión, creo que le voy a decepcionar.
-Hágalo, por favor.
Pues bien, puede usted quedarse tranquilo. Yo no fui. Y respecto a Ayoub, él solo hace aquello que yo le ordeno. O si prefiere decirlo de otro modo, él solo hace aquello que yo le permito hacer. Ahora hablaremos con el amigo Ayoub, pero antes permítame que le haga una pregunta ¿por qué demonios tendría yo querer muerto a ese desgraciado?. Usted me hizo ver que ese pobre diablo podía tener información valiosa. De hecho la tenía, usted no se equivocó. Mi decisión fue hacerme con esa información. Como es lógico, en esos casos, la información se consigue por las buenas si se puede o empleando métodos más contundentes. La gente no responde a las necesidades del prójimo con el debido espíritu de colaboración, no hace falta que se lo explique. Usted trató de conseguir la información por las buenas, no funcionó e hizo muy bien en pedir la colaboración de Ayoub. Ya sabemos que él la consigue por las malas.
O por las peores, pensé yo.
-La información ya la tengo. Asunto acabado, por tanto. Le agradezco a usted su eficiencia, le agradezco a Ayoub la suya y del nigeriano me olvido, es así de sencillo. Ahora usted viene a contarme que le han matado. Y yo repito: ¿por qué demonios querría yo ver muerto a ese pobre diablo?.
-No lo sé.
Era verdad, no lo sabía.
-Bien, me sigue gustando usted, es sincero. Ahora hablaremos con Ayoub.
Dio un par de palmadas, no demasiado fuertes, y el moro apareció como la representación de un mal sueño. Su cara mostraba la misma placidez imbécil de siempre. Debía estar pegado a la puerta de la habitación, con toda probabilidad había escuchado nuestra conversación, sin embargo no dijo nada, esperó que Fausto Baliarda hablara.
Hasta aquel momento habíamos permanecido de pie. El amo de todos nosotros me señaló uno de los sillones, él se sentó en el otro.
A Ayoub le dejó de pie.
Algo que me hizo feliz, me sentí dueño de una mínima parte de todo aquel poder, incluido el moro.
Ayoub seguía mostrando su mejor expresión de placidez imbécil, estar de pie mientras nosotros nos sentábamos no parecía incomodarle en absoluto. Pensé que si Baliarda le pedía que nos hiciese una mamada simplemente preguntaría quien iba primero.
La idea me pareció de muy mal gusto.
Fausto Baliarda, con la mano extendida y la palma hacia arriba me señaló al moro, dándome permiso para interrogarle. Evidentemente el prefería seguir pensando en la mejora de su hándicap.
-Ayoub, ¿aparte de interrogarle le causaste otro daño al nigeriano?.
-¿Qué daño?
-Si te lo cargaste, ¡joder!.
-No paisa, no lo hice, no tenía orden de hacerlo.
-¿Y sabes que puedes estar metido en un lío?. Mejor dicho, estamos metidos en un lío todos nosotros.
Aquello a Fausto Baliarda pareció alejarlo momentáneamente de su hándicap ya que giró lentamente la cabeza y miró a Ayoub.
Ayoub giró lentamente la suya y me miró a mí, -¿por qué?,-preguntó.
Tus huellas y las mías deben estar por allí y la policía no son una panda de tarados.
-No hay huellas, paisa, ni las tuyas ni las mías, las borré yo, fue lo que me llevó más tiempo, el resto fue sencillo.
-¿Entonces quien lo mató?.
-Y yo que sé, paisa.
-¿Se te ocurre alguien que pudiera querer matarlo?,-la voz de Baliarda al dirigirse al moro era tan educada y amable como siempre, la amabilidad de quien está convencido de que le van a obedecer.
-Claro que se me ocurre alguien.
-¿Quién lo hizo, según tú?,-aquel hombre me llenaba de estupor.
-Los suyos, lo que me contó no tenía porqué hacerlo. A ti no quiso decírtelo de ninguna de las maneras, era información peligrosa para sus jefes, le apretaste poco. Si que me lo dijo a mí. Cuando nos marchamos probablemente cometió el error de llamar a alguien para que le ayudara, o tuvo la mala suerte de que alguno de los suyos se presentó y algo se vio obligado a contarle, o el otro se lo imaginó. Y ese alguien decidió que si contó aquello podía contar cualquier otra cosa. De ahí a tomar el camino del medio para asegurarse de que ya había hablado bastante no hay mucho trecho. Así funcionan las cosas en el tipo de negocios que estaba metido el negro.
Si, al parecer así funcionan las cosas, era una explicación razonable.
-¿Qué te contó, aparte de lo que me diste a mí?.
Ayoub miró a Baliarda.
-No se preocupe por eso, señor Atila, dé esta línea dé investigación por concluida, la de los nigerianos quiero decir. Usted ya no es responsable de ella, a no ser que por este lado surja algo totalmente novedoso, en ese caso sea tan amable de consultarme. Ha hecho un trabajo magnífico y le queda mucho trabajo por hacer, siga con ello, no se arrepentirá.
-Tengo mis límites.
-Nadie pide que los traspase, lo único que se le pide es información acerca de una serie de elementos asociales, no que actúe contra ellos. Con su trabajo me beneficia a mi y me atrevería a decir que al conjunto de sus conciudadanos. Mire señor Atila, si yo fuese un escritor y estuviese escribiendo un estudio o una novela acerca de las mafias que imperan en Barcelona, le pediría exactamente lo mismo que le estoy pidiendo y usted no tendría el menor remordimiento en hacer el trabajo. Me atrevo a decir que por el sueldo y por el magnífico trato que recibe por nuestra parte, dejando aparte el lamentable inicio de nuestras relaciones, estaría usted más que satisfecho. ¿Me equivoco?.
-Visto desde ángulo, no, no se equivoca. Pero ha muerto un ser humano.
-Ha muerto un delincuente a manos de sus propios compinches. De acuerdo, no dejaba de ser un ser humano. Sin embargo cada día mueren seres humanos, la mayoría de ellos decentes, y alguno de ellos, bastantes de ellos en realidad, perjudicados de una forma u otra por alguien del mismo pelaje de su Abdoulayé o como demonios se llamara este mafioso. Siga con su trabajo, se lo ruego. Es del todo libre de abandonar si así lo desea, ni siquiera es necesario hacer una liquidación del dinero que se ha manejado. A mi entender lo conseguido hasta el momento justifica lo invertido, pero yo le pido con el máximo interés que siga con su trabajo. En caso contrario simplemente dígame que no va a continuar y nuestra relación quedará cancelada muy a mi pesar.
No lo dije.
Al abandonar la casa, Ámbar me acompañó hasta la puerta. En el momento de salir me tendió la mano, un gesto que no había hecho hasta el momento. Se la estreché, ella la retuvo hasta que nuestras miradas se encontraron, entonces me dijo: -Siga con su trabajo, señor Atila, no se arrepentirá.
-¿Nos estaba escuchando?.
-Por Dios, que cosas de imaginar, señor Atila.
-Claro, cómo iba a hacerlo una chica tan recatada como usted.
No me dio tiempo ni siquiera a sonreírle, ya había cerrado la puerta.
Estuve caminando durante un rato. El camino era de bajada, resultaba confortable caminar, el apiñamiento de la ciudad se veía más cercano con cada paso que daba, mi vida cotidiana, mi habitat natural estaba cada vez más cerca y no me gustaba.
Acostumbra a pasar cuando tu vida cotidiana es una mierda.
Al doblar la esquina una ráfaga de aire fresco me hizo olvidar la comodidad del sillón de Fausto Baliarda, la sensación de poder y la satisfacción de ver a Ayoub de pie mientras yo estaba sentado. Pensé que sería una excelente idea volver sobre mis pasos, llamar a la puerta, ver la sonrisa de Ámbar por última vez y decirle a Baliarda que dimitía.
Y, a continuación, empezar a pensar en la mejor manera de matar al hijo de puta de Ayoub.
Lo que no estaba nada claro era si Baliarda seguiría dándome gruesos sobres con dinero dentro, si yo hacía lo que estaba pensando.
Seguramente no.
Me paré frente a un semáforo que mostraba el rojo para los peatones. Un Mercedes, negro, grande y lujoso conducido por un chino que charlaba con el copiloto, tan chino como él mismo, ambos con esa expresión llena de seguridad que da el poder, cruzó frente a mí. Aquel modelo de Mercedes yo no le conocía, era muy largo, más parecido a una limusina americana que a un coche europeo, lo que teniendo en cuenta lo poco que entiendo de coches de lujo quería decir que, o bien era muy caro y habían pocos en la ciudad, o bien entendía de Mercedes aun menos de lo que pensaba y acababa de agrandarlo por mi cuenta un buen puñado de centímetros. Era tan largo que por unos instantes tapó el edificio que tenía enfrente: una construcción paranoica de piedra oscura, lo que no contribuía a mejorar su aspecto.
Quizás todo fue causado por el viento que había dejado de soplar y no me gusto sentirme distinto, pero de repente lo comprendí. Al Mercedes con aspecto de limusina americana, y a los chinos que iban dentro, les podían dar porculo. A los italianos que se reorganizaban en España porque era más fácil esconderse que en Italia exactamente igual. A los negros que vendían por cuatro euros a sus mujeres como carnaza para braguetas histéricas se los podían fumigar los cocodrilos. A los rumanos que venían a cometer sus delitos en nuestro país debido a que aquí, tal como les cogíamos les soltábamos y les pedíamos perdón por las molestias causadas, les podían montar una fiesta y envenenarlos a todos o si lo preferían nombrarlos diputados de algún partido de nuevo cuño, o de uno antiguo en plena fase de renovación, aquí nuestros políticos son maestros de la renovación, en cuanto los que hay se enriquecen le ceden el paso durante un tiempo a los que están haciendo cola, hay muchos. A los rumanos, búlgaros o lo que coño fueran que se refugiaban en el calor y se presentaban en el juicio acompañados de doce abogados proclamando que eran pobres sin techo vendedores de La Farola les podían apuñalar en una esquina o casarlos con vírgenes feministas que les hiciesen la vida imposible.
A mi me daba igual.
Alguien enterraría a Abdoulaye y a su polla desmesurada.
Por mi se la podían enrollar en el cuello.
Elisabeth le recordaría alguna noche escuchando roncar a su papito, si es que este no le había hecho la corbata colombiana al enterarse de que su amorcito gozaba de mingas más grandes que la suya, y además iba contándolo por ahí. Lo cual es una putada ya que si a un tipo pobre le añades que tiene una pinga del montón le acabas de reducir el mercado. Esas cosas una esposa no debería contarlas nunca.
Y volviendo a lo mío: a mi me habían contratado para hacer el trabajo que hago siempre y me pagaban como no lo hacían nunca.
Estaba claro, lo que haría sería trabajar y cobrar.
Y yo tenía una pista.



























EL PAIS.COM. 17/10/2012

EL SUPUESTO CABECILLA DE LA MAFIA CHINA ES UN CONOCIDO GALERISTA DE ARTE MODERNO.
Gao Ping, una celebridad en la comunidad china de Madrid y en su país, es el supuesto dirigente de la trama de blanqueo de dinero. Las galerías de arte y comercios cercanos a la Galeria Gao Magee en Madrid dicen que al dueño y a los trabajadores se les veía poco. Que a veces abrían y a veces no. Que a veces llegaban muchos Audis y coches de lujo a su puerta. Y algún vecino reconoce que más de una vez pensó, que por el tipo de gente que llegaba y que porqué a veces salían de allí con bolsas llenas, todo era bastante raro.
El dueño era Gao Ping, uno de los detenidos en la Operación Emperador y presunto cabecilla de la Red, o redes, de crimen organizado que ha blanqueado centenares de millones de euros en los últimos años. Gao no solo poseía esa galería. Era un conocidísimo promotor del arte chino en España y del arte español en China, con todas las puertas abiertas en ambos países.
Gao de cuarenta y cinco años, casado y con tres hijos lleva viviendo en España desde 1989. En la pagina web de su fundación Arte y Cultura se define a si mismo de la forma siguiente: “Con la entrada del presente siglo Gao Ping comenzó a mostrar gran interés por la cultura, el arte, las publicaciones, los deportes y demás asuntos filantrópicos y empezó a coleccionar obras de arte contemporáneo”.
Abrió en 2010 la galería madrileña Gao Magee, pero en Pekín tiene otros negocios relacionados con el arte, como “Iberia”, un centro de difusión del arte español por el que han pasado artistas como Ouka Leele o José Manuel Ballesteros. Este último recuerda que dejó de trabajar con él porque le parecía un personaje poco claro.
El presunto jefe de la trama de corrupción ha colaborado también con el Centro Tomás y Valiente de Fuenlabrada, con el que en 2008 imauguró una exposición llamada “Realismo Poético” que el municipio definió como “un gran proyecto de colaboración internacional”. El concejal de Seguridad Ciudadana de este municipio, el socialista José Borras fue uno de los detenidos en la Operación Emperador.
El Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) dirigido por Consuelo Ciscar también colaboró con Gao en el menos dos exposiciones en el año 2008.
La revista Descubrir el Arte lo premió en Marzo del 2011 “por la promoción del arte español en el exterior.
La policía registró el domicilio de Gao, un chalé de varios pisos con columnata en la entrada en la lujosa urbanización de Somosaguas donde encontraron cantidades ingentes de dinero.




UN ERROR JUDICIAL PONE EN LIBERTAD A GAO PING.
Cadena Ser.com
Miguel Ángel Campos 22/11/2012

La Sección Tercera de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, presidida por el magistrado Felix Alonso Guevara ha ordenado la excarcelación del imputado Kay Yang porqué el Juzgado número Cuatro que instruye la causa prorrogó más de setenta y dos horas su detención sin tomarle declaración ni acordar su ingreso en prisión, lo que hubiera permitido al juez disponer de un nuevo plazo de setenta y dos horas de detención.
La Sala de lo Penal dice que el juzgado instructor hizo una interpretación “errónea y contraria de la doctrina del Tribunal Constitucional”.
Las detenciones se produjeron el dieciséis de Octubre y el juez Fernando Andreu emitió un acto por el que los detenidos pasaban a su disposición y decretó su ingreso en prisión el día veinte de Octubre. La Sala de lo Penal dice que las detenciones fueron efectuadas por vía judicial y no policiales. El plazo que tiene el juez para decidir sobre los imputados comenzó a contar desde el mismo momento en que fueron detenidos y no dos días después como interpretaba Andreu. La Sala recalca que “nadie puede ser privado de libertad salvo en los casos y en las formas previstas por la ley” por lo que decreta “la nulidad absoluta e insubsanable” del auto de prisión para Kay Yang y su inmediata puesta en libertad. La Sala recuerda al juez instructor que puede tomar las medidas cautelares que entienda adecuadas para evitar su fuga.
Este auto es de aplicación para el acusado Kay Yang, pero también al principal imputado Gao Ping y al resto de cabecillas de la supuesta organización criminal ya que todos ellos fueron detenidos el día dieciséis del diez y la orden de prisión llegó sobrepasado este plazo de setenta y dos horas sin que el juez hubiera utilizado todos los mecanismos necesarios para utilizar la prorroga.

OTRAS ENTRADAS PRESENTES EN LA MISMA WEB RELACIONADAS CON EL CASO.

-Gao Ping fotografiaba a las victimas de sus palizas para atemorizar a la comunidad china.
-Fiscalía advierte riesgo fuga Gao Ping.
-El juez Andreu pide perdón.
-Los empresarios españoles que colaboraban con la trama china prefieren el dinero en Suiza.

ALGUNOS COMENTARIOS DE LECTORES EN LA MISMA WEB.

Carlos.
Error, una poya. ¿Kien hay detrás de todo esto?

Robespierre
Los brazos de las mafias son muy largos. ¡Ah, no, que ha sido un error!-

José C. Ortiz
¿Error?. ¿Despiste?. ¡Por favor!. Eso no se lo cree nadie. Un juez con experiencia no comete errores de este tipo. Lo siento pero no me lo creo. No sé lo que hay detrás pero no me lo creo.

Miguel
¡¡Con dos cojones!! Esto mismo pasa con un delincuente habitual y carece de interés. Lo armonioso es que no pasa. Lo siento no pasa nunca.

Pedro.-
Es vergonzoso e indignante leer estas noticias, pero ya se sabe, el que tiene dinero tiene una justicia diferente.

Rober.-
Una mierda un error. Algo habrá por ahí