martes, 14 de febrero de 2017

LA CORTE DE LOS MILAGROS

El Metro de Barcelona es una especie de Corte de los Milagros, desde los accesos a los andenes pasando por el interior de los vagones en plena marcha los barceloneses somos obsequiados con un muestrario de una buena parte de las flaquezas humanas, una exposición de las razones por las cuales nuestra ciudad está considerada el "Coño de la Bernarda".
 Comencemos con los accesos al Metro: allí se amontonan ciudadanos venidos de países más cálidos que el nuestro, motivo por el cual sus pieles tienen ese precioso color achocolatado, tan deseado por nosotros, que nos obliga en verano a sudar a mares tumbados en una toalla sobre la arena para conseguirlo. Ellos son los encargados de distribuir artículos falsificados a precios convenientes, (hoy en día quien no tiene unas zapatillas Nike, o un bolso Louis Vuiton es porque no quiere). Dado que la policía municipal tiene ordenes de no molestar en exceso y subvertir el orden de nuestra ciudad, no sea cuestión que Barcelona pierda el estatus de ciudad más amable del universo conocido, hay ocasiones en que los usuarios del Metro tenemos ciertas dificultades para movernos entre la multitud de mantas expositoras tendidas en el suelo, entre numerosos turistas encantados del tipismo de nuestra ciudad y carteristas venidos de repúblicas exóticas, siempre atentos a que el tipismo barcelonés no esté exento de cierto peligro que añade emoción al viaje. Finalmente conseguimos llegar al paso protegido por un trinquete y tras esperar nuestro turno detrás de quienes lo saltan haciendo gala de sus condiciones atléticas, conseguimos pasar, muchas veces con un señor o señorita pegado a nuestro culo para pasar sin pagar (una vez han pasado se dan prisa en adelantarte ya que tienen interés lícito en situarse de forma que pillen un asiento, siendo los reservados para ancianos y discapacitados los más deseados).
Y ya estamos en el anden, allí solo de vez en cuando te encuentras a un señor meando en un rincón. Con verdadera puntualidad británica llegan los trenes (es cierto, el servicio es bueno en este aspecto), entras, si tienes suerte te sientas, si eres lector lees y destacas entre la multitud de teléfonos móviles que acaparan de manera hipnótica la atención de sus propietarios.
Y ahora empieza el show, madames y mesieurs, herrs und damen, mens and menas, pasen y vean. Se alza el telón, aparece un señor que con tono de voz orgulloso te informa que él no es un rumano, es de Cádiz, pero pretende lo mismo que los rumanos, que le mantengamos porque no tiene trabajo, aunque si tiene esposa, hijos enfermos, padres tullidos y una suegra que le maltrata. Hay otro, uno de muchos (los usuarios del Metro les conocemos a todos) acostumbra a abandonar el vagón cantando "es una lata el trabajar cada mañana te tienes que levantar", aquella canción de Luis Aguilé, cantante que durante años fue el arma secreta que los servicios secretos argentinos se inventaron para acabar con la civilización occidental. A continuación viene la rumana que con voz plañidera nos dice "Aaaaaaah, siñora, siñorite sono una povereta de la rumania, haaaambre". Poco más tarde aparece el que renquea lastimosamente por todo el vagón (este acostumbra a salir en la misma estación que yo y anda con cierta elegancia y desparpajo). Casi nunca te libras de músicos de cualquier clase y nacionalidad, aunque la mayoría son latinos, que te obsequian con un concierto que te jode la lectura, amen de no aportar nada mencionable a tu cultura musical. Sería una falta de sensibilidad por mi parte olvidarme del bardo de las cuatro y media, quien imbuido de la importancia de su sabiduría, nos informa a ritmo de rap de todas las miseria del mundo, los políticos, los futbolistas, los bancos, la Bolsa, la Iglesia, la falta de caridad. Su discurso está lleno de odio, rencor, aunque para compensar vacío de soluciones o meras ideas constructivas, pero nos informa de que allí el "guay es él" y bastante hace con soportarnos y aceptar nuestro dinero. De vez en cuanto aparece un buen hombre que con la mejor voluntad del mundo nos informa a voz en grito que Cristo vive y nos va a salvar por muy cabrones que seamos, este no pide dinero pero la lectura te la jode igual. Hay muchos más: sidóticos, trabajadores en paro que huirían despavoridos si alguien les ofreciese trabajo, madres con carritos de bebé que piden un bocadillo para el niño (menudos dientes de leche tienen ahora los bebés), mudos que en cuanto salen hablan por teléfono, grupos de tres o cuatro bellas señoritas amantes de las carteras, móviles, cámaras y tablets etc. etc. que han sido detenidas tantas veces y soltadas otras tantas que tratan al comisario de tú (un empleado del metro trata de expulsarlas y les llama "basura de importación, ellas a él "hijo de puta", lo hacen en un castellano exótico lleno de reminiscencias nevadas). Lo que no hay ya son gitanos con guitarra imitando al Camarón, imponiendo su forma de vida desgarrada. En fin que distraídos si que estamos los usuarios del Metro de Barcelona.
Apunte de última hora: hoy un gitano armado con botas de tacón retumbante nos ha obsequiado con un zapateado antes de abandonar el vagón, no ha pedido nada, solo ha demostrado su gitanidad, su superioridad caló y nos ha mirado con lastima: no todo el mundo puede ser gitano.
En fín: sexo, marisco y rock and roll.