El Metro de Barcelona es una especie de Corte de los
Milagros, desde los accesos a los andenes pasando por el
interior de los vagones en plena marcha los barceloneses somos
obsequiados con un muestrario de una buena parte de las
flaquezas humanas, una exposición de las razones por las
cuales nuestra ciudad está considerada el "Coño de la
Bernarda".
Comencemos con los accesos al Metro: allí se amontonan
ciudadanos venidos de países más cálidos que el nuestro,
motivo por el cual sus pieles tienen ese precioso color
achocolatado, tan deseado por nosotros, que nos obliga en
verano a sudar a mares tumbados en una toalla sobre la arena
para conseguirlo. Ellos son los encargados de distribuir
artículos falsificados a precios convenientes, (hoy en día
quien no tiene unas zapatillas Nike, o un bolso Louis Vuiton
es porque no quiere). Dado que la policía municipal tiene
ordenes de no molestar en exceso y subvertir el orden de
nuestra ciudad, no sea cuestión que Barcelona pierda el
estatus de ciudad más amable del universo conocido, hay
ocasiones en que los usuarios del Metro tenemos ciertas
dificultades para movernos entre la multitud de mantas
expositoras tendidas en el suelo, entre numerosos turistas
encantados del tipismo de nuestra ciudad y carteristas venidos
de repúblicas exóticas, siempre atentos a que el tipismo
barcelonés no esté exento de cierto peligro que añade emoción
al viaje. Finalmente conseguimos llegar al paso protegido por
un trinquete y tras esperar nuestro turno detrás de quienes lo
saltan haciendo gala de sus condiciones atléticas, conseguimos
pasar, muchas veces con un señor o señorita pegado a nuestro
culo para pasar sin pagar (una vez han pasado se dan prisa en
adelantarte ya que tienen interés lícito en situarse de forma
que pillen un asiento, siendo los reservados para ancianos y
discapacitados los más deseados).
Y ya estamos en el anden, allí solo de vez en cuando te
encuentras a un señor meando en un rincón. Con verdadera
puntualidad británica llegan los trenes (es cierto, el
servicio es bueno en este aspecto), entras, si tienes suerte
te sientas, si eres lector lees y destacas entre la multitud
de teléfonos móviles que acaparan de manera hipnótica la
atención de sus propietarios.
Y ahora empieza el show, madames y mesieurs, herrs und damen,
mens and menas, pasen y vean. Se alza el telón, aparece un
señor que con tono de voz orgulloso te informa que él no es un
rumano, es de Cádiz, pero pretende lo mismo que los rumanos,
que le mantengamos porque no tiene trabajo, aunque si tiene
esposa, hijos enfermos, padres tullidos y una suegra que le
maltrata. Hay otro, uno de muchos (los usuarios del Metro les
conocemos a todos) acostumbra a abandonar el vagón cantando
"es una lata el trabajar cada mañana te tienes que levantar",
aquella canción de Luis Aguilé, cantante que durante años fue
el arma secreta que los servicios secretos argentinos se
inventaron para acabar con la civilización occidental. A
continuación viene la rumana que con voz plañidera nos dice
"Aaaaaaah, siñora, siñorite sono una povereta de la rumania,
haaaambre". Poco más tarde aparece el que renquea
lastimosamente por todo el vagón (este acostumbra a salir en
la misma estación que yo y anda con cierta elegancia y
desparpajo). Casi nunca te libras de músicos de cualquier
clase y nacionalidad, aunque la mayoría son latinos, que te
obsequian con un concierto que te jode la lectura, amen de no
aportar nada mencionable a tu cultura musical. Sería una falta
de sensibilidad por mi parte olvidarme del bardo de las cuatro
y media, quien imbuido de la importancia de su sabiduría, nos
informa a ritmo de rap de todas las miseria del mundo, los
políticos, los futbolistas, los bancos, la Bolsa, la Iglesia,
la falta de caridad. Su discurso está lleno de odio, rencor,
aunque para compensar vacío de soluciones o meras ideas
constructivas, pero nos informa de que allí el "guay es él" y
bastante hace con soportarnos y aceptar nuestro dinero. De vez
en cuanto aparece un buen hombre que con la mejor voluntad del
mundo nos informa a voz en grito que Cristo vive y nos va a
salvar por muy cabrones que seamos, este no pide dinero pero
la lectura te la jode igual. Hay muchos más: sidóticos,
trabajadores en paro que huirían despavoridos si alguien les
ofreciese trabajo, madres con carritos de bebé que piden un
bocadillo para el niño (menudos dientes de leche tienen ahora
los bebés), mudos que en cuanto salen hablan por teléfono,
grupos de tres o cuatro bellas señoritas amantes de las
carteras, móviles, cámaras y tablets etc. etc. que han sido
detenidas tantas veces y soltadas otras tantas que tratan al
comisario de tú (un empleado del metro trata de expulsarlas y
les llama "basura de importación, ellas a él "hijo de puta",
lo hacen en un castellano exótico lleno de reminiscencias
nevadas). Lo que no hay ya son gitanos con guitarra imitando
al Camarón, imponiendo su forma de vida desgarrada. En fin que distraídos si que
estamos los usuarios del Metro de Barcelona.
Apunte de última hora: hoy un gitano armado con botas de
tacón retumbante nos ha obsequiado con un zapateado antes
de abandonar el vagón, no ha pedido nada, solo ha
demostrado su gitanidad, su superioridad caló y nos ha
mirado con lastima: no todo el mundo puede ser gitano.
En fín: sexo, marisco y rock and roll.