ENCUESTA.-
Resumen de la encuesta amplia efectuada en todas las capas de población de la sociedad española y cubriendo la totalidad del territorio nacional. Un posterior análisis exhaustivo de los datos obtenidos nos permite asegurar que el resumen que aquí presentamos es representativo de la sociedad española.
La pregunta efectuada por nuestro equipo de encuestadores fue: ¿Considera que la manipulación genética con fines de mejora del ser humano y sus actos es compatible con la ética imperante en nuestra sociedad?.
La transcripción de las respuestas se ha ajustado a una sintaxis convencional, prescindiendo de determinados giros idiomáticos propios del encuestado, pero respetando en todos los casos el sentido de sus palabras.
Sujeto encuestado: Marcelino Vélez. 33 años. Albañil. Bobadilla del Monte
Respuesta: A mi la manipulación no es lo que más me gusta, pero en ese tipo de cosas cada uno tiene derecho a disfrutar como Dios le dé a entender. Me parece que lo de la manipulación es cosa de jóvenes, porqué a partir de cierta edad, no sé yo. Aunque mentiría si dijera que nunca le he echado mano a ese recurso, valga la redundancia, como dirían ustedes, que uno también tiene su cultura. Lo qué quería decir es que cuando la genética aprieta y no tienes hembra a mano, algo tienes que hacer.
Sujeto encuestado: Toribio Launa, 64 años. Funcionario. Zaragoza.
Respuesta: ¡Que manipulación genética ni que leches! Cada uno nace como nace y no hay que tocarlo que luego pasa lo que pasa con todas esas enfermedades raras que nos están echando encima entre los unos y los otros. O sea, a cada uno lo que Dios le ha dado. Y como decía mi abuela: cada cual es cada uno y tiene sus “caunadas”.
Y el Ebro que se quede donde está, que con la coña de tanto avance y con la excusa del progreso y la solidaridad aun nos lo van a llevar a donde el gobierno quiera. Que ya sé yo adonde sería ¿eh?.
Sujeto encuestado: María de la Concepción Faures, 55 años. Ama de casa. Guadalajara.
Respuesta: Mira chica, en mis tiempos todo esos adelantos no se llevaban, pero bien que nos apañábamos. Eso sí, siempre dentro del máximo respeto y cristianamente, cada uno en su casa, no como ahora que los ves por la calle como los perrillos. Y fíjate bien en lo que te digo: cinco hijos con mi Mariano y aún le tengo detrás de mí cada vez que me agacho, que se pone como un burro. Y eso que una ya no es lo que era en sus buenos tiempos, que los años no pasan en balde para nadie. Te digo yo lo que sirve de verdad en lugar de las manipulaciones esas que seguro que las maneja el diablo: Nivea por las mañanas y agua clara por las noches. Y bien lozana que se conserva una sin tantas monsergas.
Sujeto encuestado: Vanesa Hernández, 21 años. Parada de larga duración. Barcelona.
Respuesta: A mí me parece súper guay, tía. Si yo tuviese dinero para gastar, me iba a poner de todo y lo flipabas mogollón. Yo trasunto y me la juego a que tu pregunta va por lo de siempre, que en este país no mejoramos. O sea: que la iglesia y la derecha están en contra de que una tía se mejore y esté para ponerse a pecar nada más que la veas. Además, digo yo que no habrá tanta diferencia entre la manipulación genética y un wonderbra, un tatoo o un piercing. Bueno, no sé yo si con un piercing a lo mejor si, porque según donde te pinchas igual duele que lo flipas. Aunque ahí seguro que debe haber control sanitario que te cagas, porque si no… chungo ¿verdad?.
¿Oye tía, tienes un pitillo?.
Sujeto encuestado: Amalarico Guedes, 40 años. Policía. Las Palmas de Gran Canaria.
Respuesta: ¿Mejorar al ser humano, con qué?. Manipulación genética, dices. Ya. Bueno, a nosotros nos están acusando constantemente de manipular de todo: pruebas, circunstancias atenuantes, confesiones y lo que se te ocurra, así que ya sé de qué me hablas. Pero mira chaval, te aseguro que la gente no cambia ni a hostias, ya le puedes manipular tanto rato como quieras. Y yo sé de lo que te hablo.
Oye, por cierto, no te he visto yo a ti una noche de estas.
Si hombre, la noche aquella de la fiesta en la disco, la que acabó a navajazos, por ejemplo.
¿No?.
Bueno, pues sigue así.
¿Decías algo?.
¡Ah! Vale.
Sujeto encuestado: José de los Prados, 45 años. Catedrático. Madrid.
Respuesta: Una pregunta interesante la que usted me plantea querida señorita. Siempre me ha fascinado el complejo problema que comporta la relación entre la moral, que por cierto no hay que confundir con la ética, como al parecer hacen ustedes a tenor del enunciado que me plantea. Supongo que no necesita que le diga que la ética es la ciencia que estudia el comportamiento moral, tanto si nos referimos a un sujeto como al cuerpo social en su totalidad, pero bueno a lo que íbamos.
Si como asegura Wittgenstein ¿era Wittgenstein?, el ser humano no es responsable de los actos que comete cuando es forzado, o simplemente conducido por eventualidades o coyunturas no escogidas o deseadas por él, la manipulación genética no debe ser necesaria en absoluto, ya que en este caso el ser humano tomado como ente social nunca será culpable, ni por supuesto susceptible de mejora. Entendiendo, claro está, que la genética, al menos en el estadio de desarrollo que habita hoy en día, no puede actuar más que en el ser humano y no en su entorno, entendiendo este como el conjunto de solicitudes que recibe el ser humano. Cuando se da el caso, la manipulación genética, sin duda se convierte en un proceso tendente a lo que podríamos denominar “manicura moral” o proceso estético, que concluirá en función de un escenario que en puridad le es ajeno al sujeto, aunque le afecte directamente.
¿Ya está, dice usted, no necesitas una explicación más completa?. Entiendo que la que le acabo de dar, si bien está correctamente enfocada, es necesariamente fragmentaria y tal vez….
Bien, bien, gracias. Aunque creo que debería borrar Wittgenstein, quizás fue Leucocides de Siracusa quien lo dijo. En fin Groucho Marx no fue, seguro.
Sujeto encuestado: Manuel Heredia Vargas, 29 años. Vendedor ambulante. Granada.
Respuesta: ¿Que si sé lo que es manipulación genética?. Sí, es aquello que hicieron para que naciese una burra igual que su madre. De la burra me refiero, que yo no falto a nadie, y menos a la madre.
¿Oveja?. Bueno, oveja, pero es eso, ¿no?, oveja, cerdo o burra, qué más da. Pues no sé qué decirle, a nosotros y hablo por todos los míos, eso son cosas que no entran en nuestra cultura. Como lo de invitriar para que nazcan niños, a mí no se me ocurriría nunca invitriar a nadie a mi casa mientras me follo a la parienta. Nosotros hace muchos años que traemos churumbeles al mundo sin inventos extraños.
Sujeto encuestado: José Pérez Pérez, 39 años. Okupa emocional y cachondo conceptual (según manifestación propia). Albacete.
Respuesta: ¡Hostia tú si me parece bien! Pues no hace tiempo que espero que la Seguridad Social cubra todas las cosillas que se le puedan mejorar al ser humano. Y por lo que hace referencia a si me parece ético o no, ¿sabes lo que te digo?, qué me la suda, chaval, que me la suda. ¿Tú sabes lo que quieren las titis?. Hijos sanos, chaval. ¿Cómo que y qué?. Pues que en cuanto me ven desnudo con mis piernacas torcidas y el pecho lobo arrastrado para abajo me dicen que una vez y no más como Santo Tomas. Y mira que uno se lo trabaja para que no tengan queja.
¿Cómo que y qué, chaval?. Pues que si les digo que no se me preocupen que eso luego se arregla con un par de toques genéticos en el Piramidon de Madrid, y que yo allí tengo enchufe con un camillero (porque de momento en Albacete lo de la manipulación genética va a tardar, eso seguro) no paro de follar. ¿Lo pillas, chaval??.
¿Cómo que si estoy seguro de lo que cuento?. Anda chaval, que tú también estás interesado en lo de la genética ¿eh?. Qué me parece a mí que tú te comes una rosca al año, por Navidad y rodeada de polvorones.
Con Dios, pichurri. Y suerte con las titis de aquí en adelante.
¡Ah! Y si te enteras de que lo venden en pastillas, me avisas, estoy siempre por aquí, pregunta por “El Dulce de Leche”
Sujeto encuestado: Pachi Barandarian Aguirregomezcorta, 36 años. Contable. Bilbao.
Respuesta: Ahíva, pues. ¿Y para qué va a querer uno de Bilbao que le mejoren nada?.
Anda la hostia que hacéis cada pregunta.
Sujeto encuestado: Pilar Badia Badia, 83 años. Jubilada. Soria.
Respuesta: ¿Qué dices que tengo en la manga, moza?
¿Suciedad en la manga?.
¡Ah! Mutilación genética en la sociedad, sí. Sí ya te oigo, claro, no hace falta que me chilles, me hablas de la mutilación genética. Oye, cielo, ¿y porque no me dejas tomar el sol tranquilita?.
Y haz el favor de apartar ese aparato de mi boca, ¡leñe! que no estoy sorda.
Sujeto encuestado: Valentín Amor Sarasate, 52 años. Poeta. Cádiz.
Respuesta: Sí, me parece perfectamente lícito que la ciencia intervenga en la vida del ser humano si es para mejorarle. Al fin y al cabo es lo que llevamos intentando con mejor o peor suerte desde hace veintiún siglos: mejorar, hacernos más humanos. Pero yo me pregunto: ¿qué modificación genética me ayudará a vencer esa melancolía de las tardes dominicales, cuando en invierno la oscuridad me persigue hasta cubrirme por completo, mientras a trechos regulares un farol anónimo, misericordioso, reta a las sombras?. ¿Qué hará la ciencia por mi, cuando la tristeza me venza?. Cuéntamelo, brisa marina.
Sujeto encuestado: Gladys Siena, 23 años. Asistenta del amor. Barcelona.
Respuesta: Bueno, vale, puta quería decir, ¿lo tienes más claro ahora?. Pero es que en la oficina de “Assisténçia a la dona de la Generalitat” si les digo que soy puta me sueltan un rollo que te cagas: que si soy tan respetable como cualquiera, que si no debo agachar la cabeza, que no hay mujer puta (mandan huevos que me lo digan a mi). Lo que quieras, pero cuando me trincan y me dan un paseo en el coche celular de los Mossos, las de la “Assisténçia a la dona” están en su casa viendo la tele y diciéndole a su marido: “hoy no cariño que tengo jaqueca”. Y luego, bajando del celular, me cargo yo al marido que viene chamuscado, porque aquí una no tiene derecho ni a la jaqueca reglamentaria. El otro día me viene un tío, filósofo él además de medio impotente, y me dice que “amar es difícil y fingir que se ama fácil”. No te jode, le contesté que sí, que para no saber fingir hace falta ser muy puta. Me lo saqué de encima con cuatro suspiros artísticos y un meneo lateral, especialidad de la casa. Más que nada para darle la razón.
Pues sí, estoy de acuerdo con lo que me decías de la genética y lo otro, (que ya no me acuerdo que era), que nosotras también tenemos nuestros derechos. Pero eso si, toda la cuestión de la ética (eso era, ya me he acordado) y de la genética que nos lo llevemos nosotras, que si se mete el chulo no vemos un euro.
Oye, ¿eso sale con nuestro nombre y tal?.
¿Sí? Pues pon que me llamo Gladys Siena, es igual de falso que Leticia Paradis, pero es el nombre de una tía guarra que no hace más que joderme el curro con ese enorme culo de negra que no le cabe en la minifalda. Te lo digo porque mi hombre es muy suyo y como de genética de esa no entiende nada igual se le tuerce el morro y me da de hostias. Y si se las da a la Gladys, con los morros que tiene ni se le notara cuando se le hinchen.
Sujeto encuestado: Lisardo González, 60 años. Pastor. Orense.
Respuesta: ¿Y tú porqué lo quieres saber?.
¡Ah! Porque tu trabajas de eso, de preguntar cosas a la gente que está trabajando. ¿Y se gana mucho dinerin con eso?.
Lo justo para ir tirando, ¿eh?. Claro, como todos, rapaza, como todos. ¿Y la empresa esa donde trabajas, es muy grande?.
Una multinacional, claro, claro. Esos lo quieren saber todo, luego vete tú a imaginar que hacen con lo que dice la gente. Igual se lo venden a los americanos, a la C.I.A. ¿se llama así lo de los americanos, verdad?.
Sí, y el F.B.I. también es americano ¿no?.
Si, claro, claro, son tremendos esos americanos, siempre queriendo saber todo de todo el mundo. A mi no me gustan los americanos, ¿a ti te gustan?.
No, ya lo suponía, a nadie le gustan los americanos, son muy retorcidos, ellos. Y ahora con ese presidente negro que se han comprado aún son menos de fiar ¿verdad?.
¡Ah! A ti te gusta el negro, te cae simpático… pues quizás sí que lo sea. Yo es que no entiendo mucho de política, ni de americanos, ni de ética, ni de manipulación genética de esa que me preguntabas. ¿Tú si debes saber que es todo eso, no es verdad, rapaza?.
Claro que lo sabes. Lástima que hoy tenga tanta prisa, pero si otro día nos vemos me lo puedes contar ¿verdad anduriña?.
Con Dios, serás buena ¿verdad?.
EL HOMBRE DE CONFIANZA
En casos como el que le ocupaba aquel día, el hombre de confianza acostumbraba a tomar precauciones extraordinarias. Tras salir de la residencia de “El Hombre” tomó un taxi y le ordenó un viaje al centro, le dio al taxista una dirección cercana a la Sagrada Familia, durante el viaje observó varias veces por el cristal trasero que nadie les siguiera. El taxista, en un par de ocasiones le miró a través del retrovisor con cierta extrañeza, pero prefirió no hacer ninguna pregunta, era un tipo curtido en
el oficio y los había visto de más raros que aquel pasajero, que por otra parte ni por el aspecto, ni por el lugar al que se dirigían, le resultó preocupante. Además los hijos de puta no acostumbran a ejercer a horas cercanas al mediodía, al menos no en los taxis, así que dejó de preocuparse de los frecuentes vistazos que su pasajero daba por el cristal trasero.
El hombre de confianza tomó el metro de la línea 5 en La Sagrada Familia, cambió sin ninguna necesidad a la línea 1 para finalmente apearse en una estación, cerca de la cual había un estacionamiento de taxis que tenía la particularidad de ofrecer una magnifica visión panorámica de los alrededores, lo que hacía que en la práctica resultase imposible para un eventual perseguidor pasar desapercibido. En alguna ocasión había llegado a pensar que aquel amontonamiento, le gustaba más la expresión amontonamiento que la palabra cúmulo, que le sonaba a nube, de precauciones resultaba innecesario, pero siempre concluía en que no había llegado a ser la mano derecha de “El Hombre”, el depositario de su confianza por simple casualidad.
En realidad no siempre debía atenerse a aquel ritual de precauciones. Atento lo estaba siempre, era por lo natural un hombre precavido, sin embargo cuando la misión era del cariz de la que le ocupaba aquel día no podía evitar sentirse especialmente responsabilizado. Aquel tipo de misión, por lo general, sólo se producía un par de veces al año, el resto eran gestiones mas o menos rutinarias, lo cual significaba que su trabajo era cómodo y bien pagado.
En ocasiones, como aquel día, “El Hombre” le daba dos nombres, nunca por escrito, él debía memorizarlos, el primer nombre era el de la persona que debía desaparecer, el segundo nombre el de quien iba a encargarse del trabajo. El primer nombre a él nunca le decía nada, en alguna ocasión, días mas tarde se enteraba de algún detalle de la personalidad del muerto a través de la prensa. Del segundo nombre era fácil acordarse, de hecho solo eran tres nombres los que se manejaban como ejecutores, y él los había ya visitado en diversas ocasiones, eran muchos años siendo el hombre de confianza.
El tipo al que debía visitar aquel día era el que más le gustaba de los tres, uno de esos fulanos que saben vivir, tenía clase, era joven y bien parecido, nadie diría que su manera de ganarse la vida era matando a gente por encargo. Vivía en un chalet con piscina, una piscina en forma de riñón a la que se accedía desde el salón de una casa de planta americana, uno de esos salones inmensos que solo tienen salida a la cocina y al jardín, desde allí una escalera comunicaba con la planta superior que era el lugar donde se hallaban las habitaciones y el resto de servicios de la casa. El tipo era un sibarita, buenamúsica, buena comida, suponía que buen sexo; en alguna ocasión le había invitado a quedarse a compartir almuerzo con él, tenía una barra bien surtida, especialmente de buen whisky, siempre de malta, siempre de calidad. A él le gustaba de manera particular el Bowmore Legend con su especial regusto yodado. Un verdadero placer, aquel whisky. El tipo lo sabía y en cada visita compartían uno de aquellos magníficos tragos. En general un tipo encantador, con perdón del oficio, como dirían en su pueblo.
El taxi, siguiendo sus órdenes le dejó tres travesías antes de su destino, que cubrió a pie asegurándose de nuevo que nadie le seguía. El tipo le recibió con la amabilidad contenida de siempre y le invitó a pasar.
-Hacía tiempo que no me visitabas, le dijo.
-Sin duda eso han sido buenas noticias para alguién ¿no?.
El tipo no sonrió, no le gustaban las referencias a su trabajo y el hombre de confianza tuvo un momentáneo sobresalto, no le gustaría provocar a aquel hombre en particular. Le dijo el nombre que había memorizado. El otro solo asintió y anotó el nombre en una libretita de hojas cambiables, luego preguntó:
- ¿Urgente?.
- No me han hecho mención.
- Mejor, posiblemente no será sencillo.
Luego tomaron un trago de Bowmore Legend, magnifico como siempre, y estuvieron charlando. A los dos les gustaba el mismo tipo de música y le ofreció escuchar el último álbum de una nueva estrella emergente de la música country, incluso le anotó el nombre para que pudiese buscarlo si le interesaba hacerlo.
Al despedirse le acompañó hasta la puerta, al final del jardín. Al pasar bordeando la piscina, el hombre de confianza tropezó con el pie de su acompañante y cayó al agua. Tras el chapuzón se agarró con dificultad al borde húmedo y tendió la mano para que le ayudase a salir, el tipo sacudió brevemente la cabeza negando y le golpeó con el pie en la cabeza dejándole ligeramente atontado, luego se agachó y le empujó con fuerza la cabeza, hundiéndosela en el agua.
El hombre de confianza antes de empezar a tragar agua, aún tuvo tiempo de pensar que por una vez en la vida, “El Hombre” había cambiado su forma de proceder, y en aquella ocasión había usado el teléfono para pronunciar personalmente el nombre de la persona que debía desaparecer. Y que por alguna razón que se le escapaba, él había dejado de ser su hombre de confianza. Luego comenzó a tragar agua.
Cuando el agua de la piscina volvió a recuperar su quietud habitual, solo rota por la ligera brisa que venía del norte, el tipo joven y bien parecido se levantó y se sacudió la pernera del pantalón con cara de disgusto, luego entró en la casa y se sirvió un nuevo trago de Bowmore Legend, arrancó la hoja en donde había escrito el nombre que había pronunciado el hombre de confianza y lo arrojó a la papelera, después suspiró y tomó el mando del imponente televisor de plasma último modelo.
Tras una breve vacilación, lo pensó mejor y marcó en el teléfono un número que sabía de memoria.
Cuando respondieron, dijo: -Ya está.
Y colgó.
Su cara mostraba una cierta preocupación, presentía que aquel día el whisky tendría un regusto amargo.
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UNA MOSCA GORDA Y AZUL
UNA MOSCA AZUL
Capítulo primero
La mosca despegó de una de las flores anaranjadas del papel que cubría la pared y revoloteó, con un zumbido audible, entre el grupo de personas que se movía por la estancia. Era una mosca gruesa, de lomo azul y mostraba un vuelo errante. Daba la impresión de que iba a regresar a la flor del papel mural en la que había estado meditando su próximo movimiento. Finalmente cambió el rumbo y se dirigió en línea recta a una de las fosas nasales del cadáver, un tipo gordo que cubría más de la mitad de la alfombra verde.
La alfombra verde y el cadáver del tipo gordo se daban de hostias con las flores anaranjadas de la pared.
La mosca se daba de hostias con todo lo demás.
La mancha de sangre debajo del cadáver tampoco contribuía a armonizar el conjunto.
Mario, el fotógrafo, preguntó: -¿Alguien quiere hacer el puto favor de sacar a ese bicho de las narices de mi cliente?. Yo no me dedico al arte conceptual, ¡coño!.
Nos habían avisado un par de horas antes. Unos vecinos que se dirigían al trabajo encontraron la puerta abierta, se asomaron, vieron al tipo tendido en un charco de sangre y llamaron a comisaría para decir que Manuel Lebrijano tenía muy mal aspecto.
Observé de nuevo el cadáver de Manuel Lebrijano y concluí que, en el par de horas que habían transcurrido desde entonces, su apariencia no había mejorado, aunque tampoco estaba más muerto que antes. Según el forense hacia más de diez horas que alguien le había apuñalado con notable eficacia.
“Muerte instantánea a causa de la herida inferida en el corazón con un objeto punzante, según observación visual en el mismo lugar del crimen”, dijo el forense. –Mañana cuando le abra os diré si además le envenenaron la cena.
Yo, aquel día tenía una de esas cefaleas que arrastras a lo largo de la jornada sin poder hacer nada para evitarlo. Las sienes me palpitaban provocando un estruendo en el interior de mi cráneo que no contribuía a hacerme apreciar el sentido del humor del forense. Le dirigí una mueca que pretendía ser una sonrisa. Por su expresión, creo que mi intento no hubiese ganado ningún premio en un concurso de sonrisas.
Pensé que lo mejor que podía hacer era largarme a comisaría y hacer el informe para Maroto.
Maroto es mi superior directo, le llamamos “Informes Maroto”. Está convencido de que la principal misión de un policía es llenar paginas de papel para que él las lea.
Una gota gruesa me saludó en cuanto pisé la calle. Miré al cielo, no llovía. Tal vez solo había sido una broma de un pájaro cabreado con los gusanos del mundo. Me dirigí a la comisaría, necesitaba un ambiente conocido y una cara amable. Comenzar el día con un cadáver no era mi ideal de felicidad. Tampoco me tomé la molestia de preguntarme cual era mi ideal de felicidad.
Cuando llegué a la comisaría, la gota de antes se había convertido en una de esas lluvias pendencieras que repiquetean con dureza sobre los cristales de ventanas y terrazas, y te hacen sentir abrigado en el interior. A mi me daba lo mismo, en la comisaría no hay ventanas y mucho menos terraza. Lo que no me daba lo mismo era tener los bajos de los pantalones empapados. Es algo que me molesta particularmente.
Detrás del mostrador de recepción, Peláez, con la vista baja, le dedicaba todo su amor a la revista pornográfica que mantenía sobre sus rodillas.
Peláez siente un ardiente amor por su polla, la revista guarra es solo un complemento.
-Tienes visita, tu mujer -me dijo.
-¿Dónde la has metido?.
-En la sala de interrogatorios, la pequeña. No la he esposado –me aclaró.
-El próximo día hazlo.
Peláez asintió cabeceando distraídamente sin dejar de estudiar la revista guarra. Me asomé y le eché una mirada: una rubia desnuda, con más tetas que entusiasmo, le chupaba el dedo medio a un tipo musculoso sin dejar de mirar a camara.
Bea, mi ex mujer, estaba sentada en la silla de respaldo recto y miraba las pintadas de la pared. Cuando me escuchó entrar, se giró y me dedicó su mejor expresión de “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”.
Cuando la conocí pensé que era una buena mujer, y que sus tetas tenían un aspecto inmejorable. Dos cuestiones interesantes en una mujer, aunque los momentos en que interesan no tienen porque coincidir. Quizás ese fue el error.
Cuando al poco tiempo nos separamos no teníamos gran cosa, de cualquier manera ella se lo quedó todo. Y ahora se queda una buena parte de mi sueldo, que tampoco es gran cosa. Mi abogado me dijo que aquel juez odiaba a los policías, a todos los policías. Bueno, a mi tampoco me gustan los jueces, la diferencia estriba en que yo a ellos no les puedo joder. El juez no le dijo a Bea que también tendría derecho a exigir mi ayuda en cualquier circunstancia. Ese derecho se lo ha concedido ella misma.
Aquel día pretendía que intimidara a una vecina que taconeaba de madrugada y le impedía conciliar el sueño. Le dije a Bea que tenía una semana de locos, que me telefonease la próxima y ya veríamos. Con suerte algún otro vecino habría asesinado a la loca de los tacones. En caso de ser Bea la asesina, la detendría con el mayor de los placeres.
Cuando despedí a Bea, Peláez arreaba a un grupo de travestis revoltosos que conformaban la colecta de la noche anterior. Mi compañero vociferaba cabreado por haber sido interrumpido en el momento en que cultivaba su espiritu.
-Puedo daros caramelos o puedo daros de hostias. ¿Y sabéis una cosa?. Se me han terminado los caramelos, así que marchando antes de que empiece con las hostias. –Lo decía en serio, los travestis que le conocen arreaban al resto. Peláez es de la vieja escuela, un tipo duro. Con las nuevas directrices no llegará lejos, pero en realidad no le importa mucho. Peláez ya tiene su edad, sueña con la jubilación anticipada y un montón de revistas guarras para cultivar su intelecto.
Un rato más tarde el comisario jefe, Maroto, nos llamó a todos a su despacho para aleccionarnos. El cabrón que merodeaba por la parte alta de Barcelona y atacaba con unos alicates a cualquier mujer que circulase por una calle solitaria, había actuado de nuevo aquella noche. La mujer estaba en el hospital y el tarado que la había atacado en su casa dialogando felizmente con su cerebro enfermo.
A Maroto, aquello le gustaba aun menos que un informe escueto. Nos lo contó mientras sus labios formaban palabras que eran apenas una expresión humana, las soltaba sin aparente emoción. Eran solo un manual de instrucciones que debíamos seguir al pie de la letra o atenernos a las consecuencias. Salimos todos de su despacho con ansia de calle.
Yo pringué, tenía el asunto de Manuel Lebrijano y el correspondiente informe. Mientras mis compañeros salían encendí el ordenador y me puse e a pensar en el gordo muerto y la puta mosca hurgando en su nariz.
Una comisaría sin ruido de fondo es como un funeral sin muerto. En aquel momento allí solo estábamos Peláez, su revista guarra, una mujer que pasaba un mocho sin excesivo entusiasmo y yo que seguía mirando la pantalla del ordenador.
Entonces zumbó el teléfono, Peláez mentó a la madre de alguien y de nuevo el silencio, ahora roto de vez en cuando por algún comentario de mi compañero en un tono apenas audible.
Cuando Peláez se plantó frente a mi mesa, yo había conseguido poner la fecha en la hoja del informe y mantenía un dedo levantado en previsión de que se me ocurriese alguna cosa más.
-Acaba de llamar una mujer muy alterada, teme que su pareja sentimental se la cargue. Tú eres el único que esta aquí, así que te ha tocado, macho.
-¿Y porque cojones no llama al 091?.
-Pues mira, no lo sé, pero ha llamado aquí y es mejor que acudamos, no vaya a ser que eso acabe en desgracia.
La dirección que me había pasado Peláez, correspondía a un chalet situado en la carretera de Vallvidrera al Tibidabo. La cancela estaba abierta y entré sin llamar. El procedimiento no es el reglamentario, pero si dentro había alguien violento prefería ser yo el primero en verle. La observancia rigurosa del reglamento le ha costado la vida a más de un compañero. Cargarse a alguien sin haber seguido escrupulosamente las ordenanzas te puede costar el puesto. Pero el muerto es el otro y tú te puedes buscar la vida. Con las selectas amistades que se consiguen en este oficio siempre se encuentra algo.
Un camino de tierra bordeado de setos de flores relativamente cuidados se adentraba hacía una casa situada a unos doscientos metros. El jardín se inclinaba hacia la ladera de la montaña y a medida que ganaba pendiente se mostraba más asilvestrado.
Había caminado unos veinte metros cuando le oí detrás de mí. Creo que era un cruce de Rotwailer con algo aun más grande, gruñía, babeaba y me enseñaba unos colmillos más que respetables. Eché a correr en dirección a la casa. En aquel momento hubiese agradecido recordar que dice el reglamento en casos así. Mientras corría me giré para ver al perro que me perseguía. Ganaba terreno, era evidente que estaba más en forma que yo, aparte de tener más y mejores dientes. Si me paraba quizás aceptase dialogar, siempre he oído decir que los perros son buena gente.
-¡Quieto Satán!. – De un camino medio escondido entre rosales había salido una pareja, ella rondaría los cincuenta y tenía el aspecto saludable de quien se gasta lo que yo gano en un mes en cuidar su cuerpo una vez a la semana. El hombre a duras penas alcanzaría la treintena, era alto y bien parecido, vestía con afectación tratando de aparecer más joven de lo que en realidad era.
Satán, parado a dos metros me miraba con glotonería.
-¿Es usted policía?. La mujer me miraba con curiosidad burlona.
-Si, ¿ha sido usted quien ha llamado a comisaría pidiendo ayuda?.
-Si, pero ya está arreglado. Ha sido un calentón, ya sabe como son estas cosas.
-Ya veo, dígame una cosa, ¿cómo es que ha llamado a nuestra comisaría en lugar de al 091?.
-Tengo un apartamento en el barrio y en alguna ocasión he tenido que llamarles, tenía su teléfono a mano. Discúlpeme, Satán le acompañará, y no se preocupe, no le causará ningún daño.
Estaba de acuerdo con la mujer, era mejor que me largase, allí desentonaba entre tanta felicidad.
-Me alegro que todo esté en orden, pero un aviso por malos tratos es una cosa muy sería, vayan con cuidado.
La mujer cabeceó asintiendo para que me largase. El tipo joven la tomaba por la cintura y sonreía estúpidamente. Dudé si no estaría enchufado a un catéter de opio, alguna de esas miniaturas japonesas de alta tecnología que se pudiera llevar en el bolsillo sin que ni siquiera te deformen los pantalones. Sentí deseos de cachearle y comprobarlo, pero en lugar de eso le devolví la sonrisa, el tipo tenía algo hipnótico. Quizás ella estaba hipnotizada y cuando yo marchase la zurraría.
Bajé por la cancela seguido de Satán, sentía su aliento húmedo en mis talones. Al girarme tropecé y caí de bruces con la rodilla como parachoques, el desnivel me hizo rodar un par de metros sobre unas piedras poco amistosas.
Satán me observaba parado a dos metros.
Hubiese jurado que sonreía.
Al dolor de cabeza ahora le acompañaban un agudo pinchazo en la rodilla, un dolor sordo en las costillas, y me había despellejado la mano derecha. El dolor físico me parecía un acontecimiento innecesario, una demostración palpable de que la imperfecta maquinaria humana era la elucubración de una mente enferma.
Me dirigí al coche celular, trataba de olvidar a aquella pareja y centrarme en el informe de la muerte de Lebrijano.
En el momento que abría la puerta del coche zumbó mi teléfono móvil, la pantalla rezaba: Melba.
Melba es la hermana de Celio, un yonqui al que uso como confidente, un tipo barato. El precio de cada hombre está relacionado con tantos factores que no merece la pena intentar adivinarlo, si puedes pagar, pagas, en caso contrario rebajas tus pretensiones. Con él no hace falta rebajar gran cosa.
En el mismo momento que conocí a Melba supe que era una de esas mujeres que tienen facilidad para hacerme sufrir y a las que me es imposible rechazar.
-Policía, tenemos un problema.-Ella siempre me llama policía, dice que me define mejor que mi propio nombre.
-Yo tengo muchos, Melba.
-De acuerdo, policía, tu tienes muchos. Pero yo tengo a mi hermano escondido en casa porque hay una gente que le busca, y si le encuentra no va a pasar nada bueno. Ya puedes imaginarte la razón, deudas con la maldita droga. Y si no nos ayudas tú, no lo hará nadie. Al fin y al cabo algo nos debes, Celio es tu confidente Y yo lo más parecido a tu puta. Si me dejas tirada ahora no hace falta que vengas nunca más.
Melba no es puta, pero ella dice que así me paga los servicios prestados. Yo prefiero pensar que no es cierto, las putas no lloran en los hombros de sus clientes.
La idea de perderla me preocupa. Melba desprende un olor a sexo tierno y a vicio que me enloquece. Melba es un perfume caro y una mancha de semen en la sabana. Cuando llegué a casa de Melba tenía el cuerpo agarrotado. Oleadas de dolor lo recorrían si me movía. Así que durante dos minutos planeé una estrategia para salir del coche. Fue un fracaso, en cuanto lo intenté solté un aullido largo y agudo que hubiese llenado de orgullo a un coyote adulto. Me quedé en el interior jadeando y maldiciendo a Satán y a sus dueños, hasta que el dolor remitió, entonces lo intenté de nuevo. En esta ocasión fue mejor, conseguí sacar una pierna sin aullar.
Melba me recibió con un amargo: -ese desgraciado me va a matar a disgustos, mírale ahí tirado.
Celio se acababa de chutar una dosis de caballo y estaba encaramado al séptimo cielo, cuando me vio dijo: Tu lo vas a arreglar todo ¿eh, policía?.
-¿Cuanto les debes?.
-No sé, mucho, pero tu lo arreglaras ¿eh?.
-¿Saben que está aquí? –le pregunté a Melba.
-Si no lo saben es que son idiotas. Y no lo son, es extraño que aun no hayan venido a buscarle.
Estuvimos tres horas esperando, a ratos Melba me apretaba la mano con fuerza. Cuando ya parecía que no iban a aparecer, llegaron. Eran dos tipos grandes, fuertes y malos, el que habló tenía una voz tan suave como el tableteo de un arma de repetición, y casi igual de tranquilizadora.
-¿Dónde está ese desgraciado?. –dijo.
-Está en la habitación de al lado, -con la mano izquierda señalé detrás de mí, con la derecha dejé mi placa sobre la mesa. A continuación puse cerca de mi mano, el arma reglamentaria.
El tipo que aun no había hablado, miró la pistola, la placa y comenzó a bucear en las profundidades de su cerebro. Buscaba una solución al problema que yo le acababa de plantear. Al no encontrarla pareció sumirse en una apatía que le inmovilizaba. Permanecimos todos en silencio durante un par de minutos. Finalmente el tipo soltó un eructo que pareció tranquilizarle considerablemente, tocó el codo de “Parlanchín” y le señaló la puerta con la cabeza. Antes de salir “Parlanchín” sentenció: -Esto no va a quedar así, encanto. -No miraba a nadie cuando lo dijo, así que pensé que lo de encanto iba por Melba, y lo deje correr.
En la habitación contigua, a Celio el efecto de la droga ya se le estaba pasando y temblaba como una hoja a causa del miedo. Miré a Melba y le dije: -Si quieres le pego un tiro ahora y se te acaban los problemas.
-Anda policía, vete, esos no van a volver, de momento. Y muchas gracias, ya se nos ocurrirá algo. –Su mano insinuó una caricia a lo largo de mi pecho, cuando se posó en él fue para empujarme suavemente hacia la puerta.
El dolor de mis costillas y rodilla no lograba cubrir el martilleo de mis sienes, cuando llegué a casa. En la puerta me crucé con Baldírio, un buen hombre de rusticidad militante, convencido de que ser policía es un chollo. Me miró con una sonrisa maliciosa y dijo: ¡Que de puta madre, tío! Seguro que hasta hace un rato, te la ha estado chupando gratis una putilla, a lo mejor hasta te la has follado.
Le metí el arma reglamentaria en la boca. Me esforcé para no reventarle los sesos de un disparo a aquel pobre estúpido. Creo que fue al ver la mancha que se iba extendiendo por sus pantalones, que conseguí comprender lo que estaba a punto de hacer. Le ayudé a levantarse, guardé el arma y subí las escaleras.
No me iba a denunciar, creería que había sido una broma de mal gusto. Los policías, ya se sabe…
Pero a mi me dolía el dedo del esfuerzo que acababa de hacer para no disparar. Los latidos de mi sienes retumbaban como los tambores de Semana Santa en un pueblo de Aragón
Cuando abrí la puerta de casa recordé que aun no había hecho el informe sobre la muerte de Manuel Lebrijano.
Maroto se iba a poner hecho una fiera.
En ocasiones pienso que sería de mi vida si en lugar de policía fuese cualquier otra cosa. Y no se me ocurre que otra cosa podría ser. Un niño diría que bombero, capitán pirata, Superman o campeón del mundo de formula uno.
Capitán pirata estaría bien.
Pero no soy un niño.
Soy un jodido pasma. Un madero.
Bea, mi ex mujer, no pudo soportar mi oficio.
Si hemos de ser sinceros Bea tampoco me hubiese soportado de capitán pirata, ni de bombero. Quizás de campeón del mundo de formula uno, si.
Pero entonces no la hubiera soportado yo a ella.
Melba si que soporta que yo sea policía, le va de puta madre que alguien le limpie la mierda a su hermano. Sería curioso ver que pasaría conmigo si un día Melba se queda huérfana de hermano.
Estoy sentado en mi mesa con la pantalla del ordenador en blanco, esperando que un ángel me venga a visitar y me dicte el informe de la muerte de Manuel Lebrijano.
Maroto se ha puesto hecho una fiera cuando le he dicho que el informe aun no está listo. Adora los informes el cabrón de Maroto. Sería capaz de matar personalmente a un fulano cada día con tal de tener informes para echarle al ordenador.
La mosca azul en la nariz del muerto, luego vuelo rasante y a repostar en la flor de la pared. Buen tema para el informe. Y Lebrijano con una puñalada en el corazón, esa es la parte jodida del informe. Según los vecinos el muerto era un tipo tranquilo y amable que no recibía visitas. Nunca recibía visitas.
¿Qué tal si escribo en el informe: Manuel Lebrijano era un tipo con mala suerte, nunca recibía visitas, sin embargo la primera que vino le mató?. Y encima una mosca asquerosa le hurgaba la nariz.
Maroto se pondría a parir.
Manuel Lebrijano estaba soltero y nunca recibía visitas, tenía una pequeña sastrería en el barrio, más que nada hacía arreglos en toda clase de prendas. Lo del traje a medida ya no se llevaba, El Corte Ingles lo había dejado tan obsoleto como las radionovelas.
Aquellos dos tipos que se querían ocupar de Celio tenían mala pinta. Volverían a intentarlo, la duda estaba en si tenían orden de acabar con sus problemas de una vez o se conformarían con cambiarle un par de huesos de sitio. Creo que pasaré a ver a Melba y le propondré llevarme a Celio y encerrarlo una temporada en chirona, el tiempo suficiente para que aquella gente se olvide de él
La rodilla aun me duele como un demonio. Sigo pensando que Satán sonreía mientras yo trataba de levantarme. Alguien me dijo que los perros no sonríen. El puto perro debería estar en un circo sonriendo a diestra y siniestra en lugar de acojonar a policías en servicio.
Podría revisar los ficheros y tratar de ubicar a los tipos que habían ido a buscar a Celio, pero no me apetecía. Ni siquiera estaba seguro de recordarlos con suficiente claridad para reconocerlos en una fotografía de archivo.
Y estaba lo del informe. El ordenador seguía en blanco.
La puerta del despacho de Maroto se abrió, él salió con un paraguas en la mano y cara de mala leche. Con paraguas o sin paraguas era su cara habitual. Al pasar por mi lado y sin detenerse me dijo: -¿Cómo va el informe?.
-Marchando, Maroto, marchando.
-Lo quiero en mi mesa dentro de una hora.
-Claro.
Una hora, un día, un siglo… a Manuel Lebrijano de cualquier forma le daría lo mismo.
Decidido, aquella noche pasaría a ver a Melba, le propondría encerrar a Celio una temporada y me quedaría a dormir con ella.
Melba y su olor a vicio y a sexo tierno siempre me recuerda a una mancha de semen en la almohada que huele a perfume caro. No sé cual es la relación causa efecto, y en realidad no me importa saberlo.
Apoyo las manos en el teclado y comienzo a pulsar las teclas, el informe va tomando forma, habla de Manuel Lebrijano, muerto por una herida en el corazón causada con un objeto punzante. De la mosca prefiero no decir nada.
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H A R L E M
H A R L E M
ACLARACIÓN.-
Harlem es un barrio cojonudo si eres negro y no tienes escrúpulos a la hora de agenciarte unos pavos.
Harlem es un barrio cojonudo si eres blanco, tienes dinero para gastar con las gentes de allí y no te metes en el callejón inadecuado. Pero ten cuidado, allí hay muchos callejones inadecuados.
Harlem es un barrio cojonudo si eres músico de jazz, llevas el blues en el alma o eres capaz de expresar tus sentimientos a través de un instrumento musical, incluyendo en ellos tu propia voz modulada con el dolor suficiente.
Harlem es un barrio cojonudo si eres proxeneta, también si traficas con heroína o estás enganchado a ella.
Harlem es un barrio cojonudo si eres el pastor de una congregación religiosa enloquecida, también si todas tus expectativas de felicidad las has depositado en una fe surrealista que te promete aquello, que a pesar de toda su falta de piedad, los políticos son incapaces de prometerte, porque allí tienes a una multitud de tipos capacitados para hacerte creer que ellos tienen la solución que tu necesitas, lo lograrán aunque ya estés sentado en la silla eléctrica.
Harlem es un barrio cojonudo si eres una mulata de culo movedizo y no te importa moverlo debajo o sobre la polla blanca del tipo que tiene dinero para pagarte.
Harlem es un barrio cojonudo si eres una nenaza de pelo en pecho que delira por una de esas vergas gigantescas de los negros.
Finalmente Harlem es un barrio cojonudo si eres Mike Winowsky.
Yo soy Mike Winowsky.
Harlem Street Scenes, by Sid Grossman
Aquella noche Harlem brillaba como un diamante falso y olía como una mujer que te ofrece su amor a cambio de tu dinero. En la calle 52 habían abierto pocos días antes un tugurio nuevo, un neón verde en forma de saxo y un vaso de algo de aspecto alcohólico iluminaba la puerta. Lo miré con simpatía y entré.
Era un local estrecho y largo en la zona de la barra, aunque luego se ensanchaba formando un espacio circular que ocupaban cuatro mesas, un tablero de billar y un escenario pequeño en el que cabían un piano y tres sillas.
Tres sillas, si en alguna ocasión tocaba allí un quinteto, el trompeta debería sentarse en las rodillas del pianista.
Supuse que el dueño del tugurio pensó que a excepción del pianista los otros tocarían de pie, así que las sillas debían ser para sus novias o para sostener el vaso de whisky.
En la mesa más próxima al billar, se sentaban dos tipos negros que discutían acaloradamente, al parecer uno reclamaba la devolución de algo que el otro le había pedido prestado hacía algún tiempo, este, un tipo con unas enormes gafas de sol le replicaba que si tenía que llevar cuentas de todo lo que él no le había devuelto o directamente quitado, faltarían horas aquella noche.
En la barra un tipo blanco con aspecto de atleta, nariz aguileña y ojos claros, que vestía un traje oscuro y corbata desabrochada, se aferraba al culo de una puta negra que le susurraba al oído, según imaginé, obscenidades que remataba con un lengüetazo tranquilo, profesional.
A los pies del tipo blanco había un maletín negro de mano, sobre el que descansaba un sombrero Stenson de ancha cinta y tentaba a los dos negros jóvenes que situados el el extremo más alejado de la barra comentaban el último partido de los Dodgers sin apartar los ojos de él. Me situé cerca del tipo de nariz aguileña que seguía buscando en el culo de la negra la salvación de su alma.
-Oiga, amigo, tome algo a mi salud, mañana entrego mi primer trabajo en Charlton Comics, se acabó ir llamando a las puertas de gente a la que ni siquiera saludaría si se sentasen en el mismo banco que yo en Central Park, se acabó vender corbatas. –El tipo atlético me miraba esperanzado, necesitaba que alguien le felicitase.
-Felicidades Jack –le dije al hombre.
-Llámeme Micky, es mi nombre.
-Felicidades Micky, le dije.
Al camarero le dije: Bourbon.
El camarero, un tipo de rasgos aniñados y el aspecto malévolo de una criatura clavando alfileres en el lomo de una lagartija moribunda se acercó con dos vasos, puso bourbon y me tendió uno, el otro se lo bebió de un trago rápido, luego miró hacía la mesa de los dos tipos que discutían y gritó: -Brownie, enciéndenos el alma con un blues.
El negro que reclamaba sus pertenencias tomó una funda de guitarra que reposaba en el suelo y se acercó al escenario, el tipo de las gafas de sol tendió la mano para que le acompañase hasta una silla, una vez allí sacó una harmónica y la sostuvo con cariño mirando al vacío oscuro que le rodeaba.
Brownie, tomó un largo trago, se secó los labios con el dorso de la mano, nos miró y dijo: -Buenas noches gente, soy Brownie Mc Gee y este ciego mentiroso que esta a mi lado se llama Sonny Terry, la canción que os vamos a interpretar se llama “Workingman´s Blues” y la he compuesto yo, aunque en cualquier momento Sonny dirá que se la robé cuando estaba borracho.
La mano con que Sonny sostenía la harmónica salió disparada hacía la cabeza de su compañero, que la esquivó con facilidad. Sonriendo Brownie se apartó dos pasos de su compañero, su guitarra soltó dos acordes salvajes a los que de inmediato se unió el lamento de la harmónica de Sonny.
Me olvidé del mundo escuchando a aquellos dos tipos, su dolor y el mío tenían elementos comunes, por ejemplo combinaban bien con el alcohol. Por su parte Micky cada vez estaba más centrado en el culo de la negra que ahora refrotaba unas tetas pequeñas y puntiagudas de aspecto duro contra el pecho del hombre. Los dos tipos que hablaban de los Dodgers, de vez en cuando echaban miradas de amor no correspondido al maletín de mano de Micky.
Micky, esquivó la lengua de la negra, miró mi vaso vacío y preguntó: -¿Otro, hermano?. – y sin esperar mi respuesta le hizo una seña al tipo que odiaba a las lagartijas. Levanté el vaso en su dirección y sonreí.
-No hay nada como el bourbon y las rubias de caderas estrechas y tetas grandes, -me dijo.
-¿Hoy toca penitencia, Micky?- le dije mirando a la negra.
-No, así cuando vuelva con mis rubias, las aprecio mejor.
-Buen sistema.
- El mejor, ¿cómo se llama, amigo?.
-Winowsky, Mike Winowsky?.
-¿Y que hace para ganarse la vida, Mike, no venderá corbatas?.
-Peor que eso, soy detective privado.
-Un encajador profesional.
-Si, lo hago bien.
El tipo pareció darse por satisfecho con eso y trasladó toda su atención a la negra. Seguí bebiendo, la conversación con Micky me producía una cierta desazón, aquel tipo apestaba a problemas inminentes. Brownie cantaba “Sinful Disposition Woman”, en los solos aprovechaba para decirle algo a Sonny que sonreía mirando al vacio, habían firmado una tregua.
Micky y la negra de las tetas duras salían en aquel momento, ella trataba de enroscarse en la cintura del tipo sin dejar de trabajarle la oreja.
Tres minutos más tarde, los dos seguidores de los Dodgers se levantaron, uno era un tipo alto y picado de viruelas, el otro, más bajo y de musculatura abultada, ofrecía el aspecto de aquellos que han sido detenidos tantas veces que en comisaría tienen un tampón de tinta rotulado con su nombre.
Estuve dudando un par de minutos con la mirada perdida en el mar de color ámbar de mi vaso, luego le dije al barman: -Ahora vuelvo.
El fulano se encogió de hombros y dijo: -Usted mismo, aunque si quiere un consejo yo no lo haría.
-No te ofendas chico, pero he estropeado mi vida siguiendo algunos consejos, ahora la estropeo no siguiéndolos.
Ni me contestó, se giró hacía el final de la barra con expresión concentrada, supuse que buscando lagartijas.
El callejón vecino al tugurio tenía un aspecto poco tranquilizador, demasiado estrecho, demasiado oscuro, mi sexto sentido me decía que yo era un estúpido entrando allí; pero eso yo ya lo sabía. Y, al fin y al cabo aquel tipo me había pagado dos bourbon, así que le debía una estupidez.
En el momento en que me dirigía hacia allí la negra que acompañaba a Micky salió con paso vivo en dirección al tugurio, la luz del neón aclaró las sombras sobre su rostro, la adrenalina marcaba con fuerza sus facciones trabajadas por una vida dura.
Ese es un truco de puta, muy de Harlem, ella misma se había impulsado hacía la pared, si yo picaba me acercaría asustado para interesarme por su estado, entonces ella me golpearía en los huevos o si podía me marcaría con una navaja. Me moví cortándole el paso a una distancia prudente.
-Mira muñeca, tu tienes ganas de hacerme daño, pero no puedes; yo puedo hacerte daño pero no siento el menor deseo de hacértelo, aunque si me obligas tampoco me importaría saltarte los dientes de una patada. ¿Quieres andar hacía el interior y veremos que le ha pasado a tu amigo o te arrastro por los rizos?.
No hay nada como hablarle a la gente en su propio idioma, lo entendió a la primera., se dirigió hacia el interior del callejón, movía el culo de manera exagerada, Sabía que eso con un hombre detrás nunca perjudica.
Micky, estaba sentado en el suelo, un hilo grueso de sangre salía de su nariz y el aspecto de su traje era el de quien ha dormido vestido sobre un montón de periódicos viejos. Cuando llegué se frotaba con cuidado la cabeza, recogió el sombrero que estaba tirado cerca de sus pies, lo miró y dijo:
-Por lo que duele, creo que necesitaré un sombrero un par de tallas más grandes. Por cierto, detective ¿estás ocupado esta noche?.
-No, pero cuéntame que coño hacías metido en un callejón de Harlem, a estas horas de la noche.
-¿Qué pregunta jodida es esa? ¿Tu que acostumbras a hacer con una negra culona en un callejón oscuro?.
Lo dejé correr, he conocido a muchos tipos de ideas fijas, son tan sólidos como rocas y casi igual de estúpidos. Quizás él no lo era, pero preferí no arriesgarme a una discusión larga y tediosa, me quedaba mucho bourbon por tomar, las noches en Harlem son largas y mi sed interminable.
La negra estaba recostada en una estantería inservible, que alguien había dejado junto a un enorme cubo de desperdicios, y se miraba las uñas.
-Te contrato, Mike, por cierto ¿ella está metida en esto?.
-¿Para que me contratas?. Por supuesto que está metida en esto.
-Que os jodan –dijo la negra con aire de supremo aburrimiento.
-Los tipos que me han hecho esto, se han llevado mi maletín, dentro tengo los guiones que mañana tengo que entregar en Charlton Comics, si no los encontramos antes de las diez de la mañana, me pegas un tiro, no quiero volver a vender corbatas. Ese será tu trabajo, los guiones o el tiro.
-Tu estás loco, hermano.
-¿Cuánto cobras?
.
-Cuarenta pavos al día más los gastos, pero eso sería si lo que me pides fuera factible, liarse a buscar a dos negros ladrones en Harlem en plena noche es de locos.
-Pégale un tiro y ya nos podemos largar a casa, -dijo la negra sin dejar de apoyarse en la estantería. Se lo estaba pasando bien.
-Te pagaré doscientos pavos y los gastos, esos dos creyeron que tenía el dinero en el maletín, no miraron en mis calcetines -dijo Micky moviendo con suavidad la nariz de un lado a otro para comprobar que no estuviese rota.
-¿Vas a hacer caso a este loco? -dijo la negra.
-Por cierto, ¿tu como te llamas?.
-Me ha dicho que se llama Davaila. –dijo Micky
-De acuerdo Davaila, ¿quiénes eran esos hermanos que se han llevado el maletín y donde los podemos encontrar?.
-¿Qué te jodan, cabrón?. Sus uñas debían tener poderes hipnóticos porque ni siquiera dejó de mirarlas para insultarme.
Solté el brazo, la mano abierta impactó en la cara de la chica, en esta ocasión no tuvo que hacer un esfuerzo para chocar contra la pared del callejón.
Dame diez pavos, le dije a Micky alargando la mano, él se sacó un zapato, del calcetín brotó un rollo de billetes.
Me acerqué a Davaila, le tendí el billete de diez dólares y repetí la pregunta, ella sacudió la cabeza negativamente sin dejar de mirar el billete
De nuevo alargué la mano hacia Micky, -Diez pavos más y cárgalo a la cuenta de gastos.
-Yo no me juego la vida por veinte pavos, -dijo la chica negociando.
Alargué el brazo y la abofeteé, no muy fuerte, suficiente para hacerla trastabillar, la sujeté para que no cayera al suelo, sin dejar de sujetarla, alargué la mano izquierda hacia Micky. El tipo había entendido el juego y depositó un nuevo billete de diez dólares en ella. Se los enseñé a Davaila.
-Treinta dólares, muñeca, no hay más, a partir de ahí solo bofetadas, ¿quienes son los hermanos y donde podemos encontrarlos?.
-El de la cara picada es Bobo, el otro se llama Santos, es un tipo duro, me matará, acostumbran a dar una vuelta por Minton´s cuando tienen ganas de escuchar jazz.
-Claro, chiquilla, y cuando tienen ganas de mear en el río se dan una vuelta por el puente de George Washington; si sigues por ese camino te quedarás sin los treinta pavos, a cambio un día u otro me encontraré con Bobo y Santos y les contaré lo amable que has sido conmigo dándome sus nombres..
-Está bien, tipo listo, en la calle 119 hay un gimnasio abandonado, muchas veces duermen allí.
-De acuerdo Davaila, espero que no me hayas mentido, porqué si lo has hecho...
-Si, ya lo sé, si lo he hecho, me matarás, si no lo he hecho me matará Santos. Creo que me largaré una temporada a Virginia, allí solo me lincharan. ¡Joder que noche!.
Micky nos escuchaba con mucha atención, sus labios se movían como si repitiese nuestras palabras, cuando le dije que nos íbamos pareció despertar, miró a Davaila y se acordó de su papel: -Oye, yo antes de venir aquí te he pagado quince pavos.
Le cogí del brazo y le arrastré hacia la salida del callejón: -Cárgalo a gastos, ya no vendrá de eso.
DE CAZA.-
El gimnasio abandonado de la calle 119, es un nido de ratas, son ratas grandes, andan sobre dos patas y se alimentan de morfina y whisky malo. La mayoría de los cristales de sus ventanas están rotos y el viento se cuela por los agujeros, la escalera de incendios está resbaladiza de tantas veces que la han bajado corriendo tipos que temían por su vida. La entrada principal antiguamente tenía una puerta de roble con apliques de metal abrillantado, ahora solo está protegida por un trozo de tela que alguien a quien le quedaba un resto de pudor colgó en alguna ocasión.
Pero no todo es censurable en ese lugar, allí no existe el apartheid, cualquier basura, sea blanca o negra puede encontrar acomodo en alguno de los rincones del edificio.
Antiguamente, cuando el local abría toda la noche, tres letras de neón rojo, “GYM” le hacían guiños a la gente de Harlem, ahora y a juzgar por la oscuridad. que envolvía al edificio parecía que el neón era la única luz del edificio que aun estaba en servicio. Hacía tiempo que la Y se había fundido y el parpadeó se había convertido en un homenaje a General Motors.
Desde la acera miré hacia arriba y pensé que hacía falta estar loco para entrar allí, mucho más siendo de noche; pero el tipo que iba a mi lado me miraba como si yo fuera capaz de arreglar todos los problemas de la ciudad. Y si no recordaba mal me había prometido doscientos dólares, lo único que tenía que hacer era recuperar su maletín.
Eso y procurar que no nos matasen.
-¿Vas armado? –le pregunté.
Micky movió negativamente la cabeza y preguntó: ¿Tu crees que será necesario?.
-Solo para llamar a la puerta, - Saqué mi Mágnum de la cintura, aparté la cortina y entramos. En aquel lugar reinaba una oscuridad tan densa que para ver lo que me rodeaba hubiese tenido que prenderle fuego al edificio, lo cual dicho sea de paso me parecía una idea excelente.
Por el olor que despedía la pared en que apoyé mi mano, alguien que tenía mucha prisa o una vejiga problemática había meado allí nada más trasponer el umbral.
Al fondo de un pasillo se colaba un resquicio de luz. Pisando con cuidado para no hacer ruido nos dirigimos hacia allí tanteando las paredes con la mano.
En lo que había sido una recepción, un tipo sentado en una silla plegable apoyaba los pies sobre un mostrador roído por la suciedad y dormía con la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta. La luz provenía de una lámpara de sobremesa de cuello flexible enfocada hacia la pared, de forma que su resplandor no incidiese en la cara del durmiente. Sobre el mostrador había una revista pornografíca abierta por la pagina central, un cenicero rebosante de colillas, un vaso vacío que apestaba a un whisky, que por el aroma, habían fabricado con los restos de la colada, y una linterna.
Metí el cañón de la Mágnum en la boca del tipo y le sacudí suavemente por el hombro. Debía estar acostumbrado a la vida dura porque aunque abrió los ojos desmesuradamente, tragó saliva y guardó silencio. Retiré la Mágnum lentamente de su boca, le sonreí y dije señalando a mi espalda:
-Este que está detrás de mí es Micky.
-Hola Micky, -balbuceó el tipo con voz apenas audible.
-Pregúntale a Micky si te vamos a matar.
-¿Me vais a matar, Micky?.
-No creo, me parece que si nos dices donde podemos encontrar a Bobo y a Santos, Mike no te matará.
La rapidez con la que Micky le estaba cogiendo el aire al asunto me tranquilizó un tanto.
La mano de aquel fulano se levantó sin dudar ni un solo instante señalando hacía arriba. –El segundo piso, la antigua oficina, duermen en colchonetas allí, han entrado hace una media hora.
-¿Cómo te llamas? –le pregunté.
-Butch.
-Un nombre aristocrático. Lárgate Butch, quizás hagamos algo de ruido allí arriba, no podrías dormir.
El tipo, desapareció tan rápido, que de no ser por el hedor que dejó al pasar por nuestro lado, hubiera podido jurar que nunca estuvo allí.
Cogí prestada la linterna de Butch y subimos lentamente por la escalera, a pesar de las precauciones el suelo crujía y siseaba con un lamento casi humano. En el primer rellano, acurrucado contra la pared un bulto nos impedía el paso, la linterna nos descubrió la figura de una anciana extremadamente delgada. La anciana se enderezó apoyándose contra la pared y pudimos verla mejor, era una muchacha blanca a juzgar por los rasgos, el color oscuro de su piel podía ser debido a la falta de luz y a la suciedad que la cubría, no tendría más de veinte años, estaba roída hasta los huesos por la droga, posiblemente no celebraría el año nuevo si nadie la ayudaba antes a salir del infierno en que se había metido con la ayuda de la heroína.
-Hola cariño, no estoy en forma, pero si tienes lo que necesito podemos llegar a un acuerdo, soy muy buena cuando estoy en forma. –Tenía una voz extraña, ronca e infantil, que oscilaba entre el ruego y el ofrecimiento.
Algo ácido y viscoso se paseó por mí estomago obligándome a tragar saliva.
-No tengo lo que necesitas, chiquilla. –Aquello no era cierto, notaba en mi mano el peso del Colt Mágnum, aquello le evitaría a la chica muchos sufrimientos, pero no soy Dios.
-Pues déjame que intente dormir, hijo de puta.
Pasamos elevando las piernas sobre el cuerpo de la chica que se había acurrucado de nuevo en su rincón. Su respiración como un sollozo nos acompañó mientras subíamos las escaleras.
El primer piso era una enorme sala de gimnasia, las espalderas a trechos estaban arrancadas, del techo aun colgaban restos de cuerda y aquí y allá, sobre colchonetas o directamente en el suelo, se veían bultos humanos que no mostraron el menor interés en nosotros.
En el segundo piso, una luz nos indicó la situación de la oficina, un recinto de unos tres metros por dos. Apagué la linterna, puse una mano sobre el hombro de Micky y le detuve. Su voz resonó en mi oído: -¿Qué hacemos?.
-No creo que nos dejen muchas opciones.
Yo no tengo una fe absoluta en un puño americano usado con la debida sabiduría, pero con según que tipo de ratas, no me cabe duda que es más eficiente que un discurso razonado con amabilidad.
Llegamos a la puerta de la oficina, en su interior, sobre la mesa estaba el maletín de mi cliente, Bobo y Santos estaban sentados, fumaban y bebían directamente de una botella que habían situado a una distancia equidistante de sus cuerpos.
Le hice señas a Micky para que se apartase, en caso de conflicto no quería que me ayudase, temía que acabaríamos los dos en un montón camino del deposito, él debió pensar lo mismo porque se apartó sin oponer reparos.
Di una patada a la puerta que rebotó contra la mampara del cubículo, en el silencio de la sala vacía, el portazo resonó como las murallas de Jerico durante el concierto de las trompetas.
Bobo cayó hacia atrás al intentar levantarse apresuradamente, Santos se fue incorporando lentamente sin dejar de mirar el cañón de mi Mágnum.
Davaila tenía razón, aquel era el peligroso.
Les solté mi discurso: -Si sois buenos chicos no saldrá nadie herido, nos llevaremos ese maletín y todos contentos; ahora bien, si alguien cree que ese trato no es justo le volaré la tapa de los sesos.
-¿Tanto dinero hay ahí dentro?, si es así podemos repartirlo. –La sonrisa de Santos no me tranquilizó en absoluto, pero me distrajo lo suficiente para no ver a tiempo que Bobo al levantarse había agarrado un pesado pisapapeles en forma de Buda y se disponía a lanzármelo a la cabeza.
Les voy a contar mi teoría: en caso de conflicto no es aconsejable amenazar al oponente si no se está dispuesto a cumplir la amenaza. No importa lo dura que haya sido la amenaza.
Para Bobo no conocer mi teoría resultó fatal, la bala que le deshizo el cerebro le lanzó hacia atrás haciéndole chocar contra la pared, el pisapapeles, desviado de su dirección, impactó a la altura del muslo causándome un dolor agudo que me hizo lanzar una imprecación.
Santos sabía hacer juegos de manos, de algún sitio había sacado un cuchillo y antes de poder encañonarle le tenía tan cerca que podía oler su aliento. La musculatura de aquel fulano presionándome, su brazo armado con el cuchillo dirigido a mi garganta, me hizo pensar que mi exagerado consumo de bourbon no hacía aconsejable verse involucrado en determinadas situaciones con según que tipo de personal.
En buenas condiciones yo era tan fuerte como él.
Pero no estaba en buenas condiciones.
Una mano de Santos inmovilizaba la mía, la otra acercaba el cuchillo a mi garganta, y aunque yo aun tenía suficiente energía para no permitir que hundiese aquel cuchillo en mi cuello, era una cuestión de tiempo. Lamenté haber sido tan taxativo al decirle a Micky que no interviniese.
Mientras yo pensaba en Micky, Santos solo pensaba en degollarme y aquel fulano sabía lo que hacía, la pelea cuerpo a cuerpo era un territorio en el que se movía con facilidad, se daba cuenta de que era más fuerte que yo, movía el cuerpo centímetro a centímetro para con su peso inmovilizar mi brazo, quería liberar la mano con la que me sujetaba para ayudar a la que sostenía el cuchillo. Si lo conseguía yo estaba muerto.
La vida de Micky dependería de lo rápido que huyese, aunque eso para mi no sería importante.
Ayudé a Santos, permití que mi brazo dejase de hacer fuerza, en cuanto lo notó dejó caer su cuerpo sobre mi brazo y apartó la mano. Tuve la décima de segundo suficiente para elevar mi mano y clavarle los dedos en sus ojos
Se apartó aullando de dolor, con las manos se cubría la cara, entre sus dedos comenzó a correr un delgado hilo de sangre, el cuchillo se había caído de sus manos.
El terror y la ira habían puesto un velo rojo ante mis ojos que me cegaba y solo pensaba en cargarme a aquel hijo de puta que hacía un momento había estado a punto de acabar conmigo. No recuerdo haber recogido el revolver, pero lo hice porque estaba en mis manos.
Llegué hasta Santos que sentado en el suelo aullaba quedamente y le dije: -Santos, sé que no debería hacer esto
El primer disparo le atravesó el corazón, y le derribó, prácticamente le clavó en el suelo.
No sé por qué le disparé por segunda vez, ya estaba muerto.
A través del velo rojo vi que un buen numero de la gente que dormía en el primer piso, había subido al escuchar el ruido y miraba desde el centro de la sala sin atreverse a acercarse. Vi a Micky que miraba el interior de la oficina con cara de espanto.
-Coge tu maldito maletín y larguémonos, -le dije.
Eché una última mirada al montón de carne inerte en que se habían convertido aquellos dos tipos, su aspecto no era mejor que momentos antes. No sentí nada, ni siquiera satisfacción por salir vivo de aquella ratonera.
Conforme avanzábamos los mirones se iban apartando. No me importaba que nos viesen, posiblemente ellos mismos tirarían los cadáveres en algún callejón con tal de no tener que responder a preguntas de la policía. La policía por su parte no entraría en aquel chiquero si nadie les llamaba. A la ciudad no le molestaría pagar el entierro de aquella basura, las fosas comunes de la ciudad de New York son amplias y profundas. Por tanto todo estaba en orden.
La chiquilla drogadicta que se acurrucaba en el rellano, nos preguntó sin moverse: -¿Qué ha sido todo ese ruido de ahí arriba?.
-Disparos y dos muertos, anda duerme.
-Todos moriremos un día u otro, querido. –Creo que se encogió de hombros al decirlo, pero no podría jurarlo.
Cuando salimos a la calle, vi que Micky me tendía doscientos dólares que sacó del calcetín. Probablemente a Bobo y a Santos les hubiese parecido un precio razonable por sus vidas.
-Mike, si en alguna ocasión me necesitas búscame en Charlton Comics, me llamo Micky Spillane, siempre lo he pensado, pero hoy sé que un día escribiré una gran novela, su personaje principal será un detective como tu, ¿te importa que te use como modelo para mi detective?. –Aquel fulano me miraba como si yo fuese Dios y él su siervo más querido.
-Haz lo que te pase por los cojones. Y ahora si no te importa, me voy a dormir.
Los primeros albores de una luz sucia se cernían sobre las callejas de Harlem cuando escuché de nuevo la voz de Micky Spillane.
-¿Te parecería bien Mike Hammer como nombre para tu personaje?.
Me encogí de hombros, la rodilla aun me dolía. –Haz lo que te pase por los cojones, -repetí con hastio.
Doblé la esquina y ya no le escuché más, aquel tipo empezaba a cargarme, si no me lo sacaba pronto de encima no me quedaría más remedio que darle un par de hostias.
La rodilla seguía doliéndome, necesitaba un bourbon.
Tal vez más de uno, ahora que el velo rojo había desaparecido, aunque los ojos me escocían.
Probablemente no tenga importancia, pero quiero decirlo porque en aquel momento lo aprecié con total claridad. De madrugada, Harlem aun olía a esa mujer que te da su amor a cambio de tu dinero.
Me fui a dormir, no sabía si podría, pero ¿qué otra cosa podía hacer?.
NOTA DEL AUTOR.-
Los hechos relatados en las paginas precedentes me fueron trasladados por el propio Mike Winowsky, un día que paré en un bar cualquiera para tomar un bourbon. Mike me pareció un tipo de escasa credibilidad, por lo que con toda probabilidad, el relato es falso en parte o en su totalidad.
En cualquier caso no me hago responsable de su veracidad, por mucho que algunos de sus actores sean personajes reales. Y si uso “sean” en lugar de “fueron” es debido a que Sonny Terry, Brownie Mc Gee o Micky Spillane siguen tan vivos en mi memoria como lo están ustedes.
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FILOSOFÍA.-
Es un lugar común entre la mayoría de la gente que en nuestra profesión, cuando estamos a punto de cumplir un encargo, -usando el eufemismo más común: entregar el paquete- lo recomendable es dejar la mente en blanco, vaciarla de cualquier consideración, dejar que el cuerpo flote en una suerte de líquido amniótico para que nada interfiera con nuestro trabajo, un trabajo de exquisita precisión.
No es mi caso. Yo, cuando estoy esperando a cumplir un encargo, filosofo, siendo el objeto de mis pensamientos mi propia persona y el mundo que me rodea como un elemento necesario para mi desarrollo.
Quizás filosofar sea un término sumamente pretencioso tratándose de mí. No soy un hombre especialmente dotado para la filosofía, envidio a quienes lo están. No soy un hombre especialmente dotado para nada en concreto, nunca he destacado en disciplina alguna, ni física, -mis perfomances atléticas, siendo caritativo, no pasan de discretas- ni intelectual, -mi coeficiente i se situa en una parca mediocridad. Y si hemos de ser sinceros ni siquiera soy un hombre completamente normal. Como todo ser humano he buscado a lo largo de mi vida, si no la admiración de mis semejantes, su aceptación, su reconocimiento como una entidad perteneciente a la misma ralea. Poco dotado para la actividad física mi tendencia natural ha sido siempre refugiarme en la introspección intelectual, y como he dicho antes no estoy especialmente dotado para ello. Además y desde que comencé a tratar de comunicarme a un nivel profundo con mis semejantes descubrí que me afecta una notoria, desgraciada tartamudez.
Mi tartamudez crea un foso que separa mi mundo del mundo que habitan mis semejantes hasta llegar a un punto en que la forma menos dolorosa de vivir es no dirigir la palabra a nadie, o a la menor cantidad de gente posible y en la menor de las ocasiones posibles.
Mi defecto me separa especialmente de conceptos como la belleza y la generosidad, nociones que acostumbro relacionar con el mundo que existe al otro lado del foso que me separa de mis semejantes. Durante un tiempo pensé que la forma de acercarme a estos conceptos era denostarlos, mancillarlos, sin embargo pronto comprendí que ese era un camino que no me conduciría a ningún lugar deseable, ya que con frecuencia sentía la necesidad de cruzar el muro y llegando al mundo al que no pertenecía firmar con él una especie de armisticio.
Quizás alguno de ustedes piense que estoy exagerando, que mucha gente sufre un defecto en su forma de expresarse y que tal defecto no la lleva a considerar su vida un capitulo separado del resto del mundo. Si, lo es, no tengan la menor duda. Forzosamente debe serlo ya que cuando una persona habla está tendiendo un puente entre su realidad y la de la persona o personas a las que se dirige. El tartamudo cuando después de penosos esfuerzos consigue articular su pensamiento en forma de palabras la realidad a la que se dirige puede, normalmente lo hace, haber cambiado. Han transcurrido unos segundos preciosos durante los cuales el resto del mundo ha vivido una realidad distinta, en el menor de los casos, la realidad del interlocutor del tartamudo ya está contaminada por intereses ajenos a los de su interlocutor. La comunicación nunca será tan completa o satisfactoria como sería de desear.
Antes, he dicho que mi defecto me separa de conceptos como la belleza y la generosidad, sin embargo como ser humano aspiro a la belleza como elemento que me aleje del horror de vivir, y por tanto la busco y cuando la encuentro me refugio en ella. No me refiero a la belleza que acompañada de la pasión o el simple deseo enturbia la mente. Busco la belleza estéril de una gota de lluvia que el sol torna irisada, pendiendo en equilibrio inestable de la punta de una hoja que por efecto de la lluvia brilla con un verde renovado. Me quedo absorto ante la belleza de un retazo de cielo azul recortado por la negrura de unas nubes amenazantes de lluvia. Me siento prendido de la dolorosa belleza de los coletazos de un pez en su agonía mientras busca la vida que solo puede encontrar en el agua. Soy capaz de permanecer inmóvil bajo la lluvia de una tormenta repentina viendo como mientras el cielo grita y llora la gente corre a buscar refugio donde puede, sin importarle el dolor del cielo, o las causas de ese dolor.
No me interesa la belleza fértil de una mujer joven ni la decadencia de la belleza madura contenida en un cuerpo caduco de mujer. La belleza debe ir acompañada de esterilidad, ya lo he dicho, para que pueda apreciarla. Y esa búsqueda de la belleza no es en mi una obsesión o una aspiración intelectual, es más bien una justificación de mi presencia en este mundo. Me refiero, claro está, al mundo de esta parte del muro, el otro, el que está al otro lado del muro me trae sin cuidado, no necesito, por tanto, justificar nada.
Mientras espero pacientemente no puedo evitar sonreír, hay gente que después de toda una vida de convivir con sus propios defectos aun no ha aprendido a soportarse. No es mi caso.
Fumaría gozosamente un cigarrillo, dejaría que mi mirada se prendiese de las formas caprichosas de la espiral de humo azulado que se movería a impulsos del escaso viento que sopla a intervalos irregulares. No puedo hacerlo, eso sin ninguna duda me distraería. Es mejor filosofar, mientras el cerebro urde teorías que me ayudan a comprenderme, el ojo, el oído pueden estar alerta. Aunque de vez en cuando interrumpo mis pensamientos para echar una mirada a la puerta que da paso al hall del hotel, pero mi cliente aun no ha llegado y no puedo entregar el paquete.
Sopla un aire ligero que refresca el ambiente hasta el punto de que siento un poco de frío. No me importa, el frío sin excesos ayuda a mantener la atención, también a pensar.
Mi cliente acaba de aparecer, le acompañan dos tipos grandes con aspecto de guardaespaldas. Son, con absoluta seguridad guardaespaldas, niñeras para gente adulta e importante, gente a quien la sociedad o su propia fortuna necesita proteger. Miran a ambos lados de la calle para asegurarse de que no hay posibilidad de riesgo para el niño adulto al que protegen. Uno de ellos le hace una seña con la cabeza a su compañero indicándole que no hay peligro y que pueden avanzar hacia el coche que les espera a poco más de diez metros. Yo hace rato que tengo el paquete listo para su entrega y diez metros es una eternidad.
Justo en ese momento se enciende el alumbrado publico, visto desde la altura a la que me encuentro, la hilera de luces que marca el trazado de las calles parece un tatuaje sobre la piel de la ciudad. Una imagen de una belleza estéril, como a mi me gusta, pero este no es momento para filosofar, ya no.
El hombre importante viste un elegante abrigo de color negro. Desde esta distancia parece de pelo de camello, siento la tentación de bajar la mira telescópica hacia el abrigo, pero no lo hago. Claro que podría apuntar al corazón pero en esta ocasión no tendré tiempo más que para un disparo y debo buscar la seguridad, me pagan muy bien, no puedo permitirme el menor fallo, así que desisto de entretenerme en detalles banales. Centro el visor de mi rifle en la cabeza del hombre importante, ahora ya no hay filosofía, todo mi mundo se reduce a esta cabeza, desaparece el abrigo y cualquier discrepancia entre mi mundo y el mundo que me rodea. En cuanto apriete el gatillo, -mi dedo ya se curva sobre él causándome un dolor ligero debido a la tensión-, todo el mundo del hombre importante se reducirá a oscuridad teñida de sangre y masa encefálica destruida por la bala.
Bien poca cosa.
Aprieto el gatillo.
Siento el suave retroceso de la culata del rifle golpeando mi hombro, la sanción definitiva para mi cliente, la aprobación para mi acción. Sin más la respuesta a la acción de apretar el gatillo. Claro que podía haber apuntado a una de las muchas ventanas del edificio que hay detrás del hombre, las posibilidades teóricas son numerosas, casi infinitas. Pero no lo he hecho, he apuntado a su cabeza.
El hombre del abrigo negro que parece de pelo de camello se tambalea ligeramente con una expresión de estúpida ignorancia en su rostro, luego cae hacia atrás ante la sorpresa de sus guardaespaldas que no han escuchado el estampido del disparo, amortiguado por el silenciador de mi rifle de precisión. Antes de buscar, con la mirada dirigida a los alrededores, a un posible agresor, se agachan para mirar a su empleador, aunque su mayor deseo en estos momentos sea buscar refugio, temerosos de que el segundo disparo busque sus órganos vitales, algo que no va a suceder, no hoy al menos. Tardan unos segundos en comprobar que es lo que ha sucedido, una herida en el cerebro no es escandalosa en un primer momento, para el forense ya será otra cosa.
Me apresuro en recoger el rifle y guardarlo en su funda, una maleta que una vez cerrada no se distingue en nada de otra cualquiera y me largo de allí, este no es el mejor momento para ponerse a filosofar.
El mundo acaba de ganar en coherencia.
Una coherencia, sin embargo, fugaz como una bella puesta de sol. Y como todas las puestas de sol sé que no puede durar eternamente.
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