martes, 23 de mayo de 2017




CAPITULO CATORCE

Ilustracion Rosa Romaguera Fontanals
Y así estaba yo un sábado por la tarde: confuso y con la seguridad de que el domingo, el día que el Señor dedicó al descanso cuando creó el mundo, en el mejor de los casos seguiría igual de confuso. Así que decidí imitar al Señor y descansar. Lo cual me creó otro problema: no sabía que demonios hacer para descansar. Tumbarme en la cama para escuchar música y mamar whisky era una opción, pero me hacía sentir pobre de espíritu y la hora no era la más adecuada para mamar, recuerden que yo era un alcohólico a medio regenerar.
Además mamar whisky lo podía hacer también mientras aprovechaba mejor el tiempo en un horario más apropiado.
Crear un mundo para distraerme quedaba descartado. Ya lo había hecho el Señor.
Y no me gusta copiar a nadie.
Pero no era capaz de apartar de mi mente los motivos de mi confusión. Nunca había entendido con claridad las motivaciones de Fausto Baliarda para pagarme un montón de dinero con tal que consiguiese una información que se preveía dispersa y que tanto podía afectar a un colectivo como a otro. Una información, que yo sospechaba, nunca llegaría a afectar de forma directa y concluyente a persona o entidad en particular.
Pero si te llenen el bolsillo de pasta, y mientras no te pidan que causes graves daños a alguien concreto, esas consideraciones las pasas a segundo término.
La explicación que me dio al contratarme era tan difusa que podía ser una enorme verdad conteniendo cien mentiras, aun sin intención de mentirme.
También podía ser una mentira tan bien asentada en la realidad que tardaría siglos en darme cuenta. Y no hubiese apostado el más viejo de mis calcetines a que Baliarda no tuviese intención de mentir.
Cualquiera de las dos posibilidades podía ocultar intenciones en estado larvario que no tendrían forzosamente como objetivo perjudicar a alguien pues a nadie apuntaba mi investigación. Pero toda intención tiene un objetivo.
Ahí empezaba a perderme.
De hecho si Baliarda me hubiese dicho que era un escritor primerizo con la pretensión de obtener una información general base para escribir una novela con la mafia al fondo, le hubiese creído sin mayor dificultad. Lo que no habría entendido entonces era la cantidad de dinero que me pagaba, aquella generosidad que parecía no tener fondo.
Tampoco hubiese entendido la presencia de Ayoub.
El moro, como musa me parecía un despropósito.
Pero en el fondo, a mi, todas esas consideraciones, en aquellos momentos, me importaban muy poco. No estoy acostumbrado a ver caer maná del cielo y cuando vi como caían los billetes de Baliarda tuve la impresión de asistir al espectáculo que había estado esperando toda mi vida
Billetes de banco cayendo en mi bolsillo.
Solo faltaba que los billetes los repartiese Ámbar patinando sobre una pista helada.
Holiday on Ice para detectives casposos.
¡La hostia!.
Y la mamá de Bambi que resucitaba al final de la película.
Ya digo, ¡la hostia!
Una frase me venía a la cabeza sin cesar: “palos de ciego”.
¿Quién daba los palos?.
Baliarda daba palos de ciego.
Dinero para gastarlo a lo tonto le sobraba para aburrir, se lo podía permitir.
Yo daba palos de ciego.
Lo hacía a cambio del dinero de Baliarda, el maná del que hablaba antes.
¿Quién recibía aquellos palos?.
El tipo que tenía mala suerte con los coches de gama alta.
Aurelio Cominges recibía los palos.
Global Asesoría e Inversiones recibía los palos, ¿o no?.
Abdoulayé había recibido un buen palo, eso era seguro.
Todo lo demás no lo era.
Paquete era una erupción imprevista en todo aquel asunto de mierda.
Paquete sabía donde quería ir: a la policía.
La estructura mental de Paquete vestía tricornio.
A mi no me convenía.
A mi la escala jerárquica me la trae al pairo.
La escala de valores no tanto, pero no me exijan.
Y ahora había topado con algo grande, no sabía que podía hacer mi contratador con aquella información, si en realidad deseaba hacer algo. Confiaba en que entendería lo que yo le ponía en las manos y el susto haría que se olvidase del asunto. Una cosa es enviar a un moro grande y malo para que machaque a un desgraciado como yo y la otra es oponerse a grupos organizados a los que no les importa matar si te entrometes en su camino.
Las conclusiones de mi trabajo a mi no deben importarme, es la primera regla a la que me he atenido siempre. Sean cuales fueren, las acciones que generan las llevan a termino terceras personas. Sin embargo en aquel caso ya había muerto un hombre, lo había hecho de una forma atroz.
Y a tenor de lo que había detrás de Global podía no ser el último.
La más elemental prudencia aconsejaba, tal como decía Paquete, dejar el asunto en manos de la policía, sin ni siquiera aparecer como protagonista de la investigación, algo difícil de conseguir por otro lado, la policía tiene la mala costumbre de exprimir a sus fuentes de información hasta que no queda una gota de jugo en su interior. Y que se las arreglasen.
Si están pensando en que yo podría entrar en un programa de protección de testigos, conozco chistes mejores. Para un policía yo sería, una vez exprimido, una mierda de testigo. Y en cuanto lo pensara un poco borraría la palabra testigo.
¿Paquete me protegería?.
Es probable que lo hiciese hasta donde pudiera.
Poco por tanto.
Tendría que matar al moro, o intentarlo al menos, para evitar que él me matase a mi.
¿Paquete vendría a mi funeral?.
Si, creo que si.
Todo un consuelo.
Valentina lloraría un mundo, miraría mi fotografía y le diría: “te lo advertí, idiota, mi amor, te lo advertí”.
Lena lloraría el resto de mundo que hubiese dejado libre Valentina y diría: “mirá que sos sonso, boludo de mierda, rompepelotas cabezón, te dije que eras como un tango, no podía acabar bien”
Al final de tanta elucubración quedaba lo siguiente: había cobrado un dinero para hacer un trabajo y presentar unos resultados. Mi sentido de la profesionalidad, mi honestidad, muy tapada por capas de falta de escrúpulos que la vida había ido depositando encima, pero presente al fin y al cabo, aconsejaban dejar el asunto en manos de Baliarda, cobrar el dinero que aun podía cobrar y largarme a una playa de Costa Rica durante una temporada., Paquete ya se encargaría de pasar la información a la policía Al regreso si había muertos no serían personas reales, solo una noticia antigua en los medios de comunicación.
Y yo un tipo de perfecto bronceado forrado de Daiquiris.
Si alguien está dudando de esa honestidad que he mencionado hace un momento le respondería que el Señor, en su infinita sabiduría, no creo un mundo tan imperfecto como el nuestro con la pretensión de que el pobre Atila se encargase de ordenarlo.
El Señor no cree en los milagros, si los tengo que hacer yo.
Había otro motivo que aconsejaba dejar la información en manos de Baliarda, ya he mencionado sus consecuencias: un moro grande y peligroso.
Si Baliarda se enteraba de que le había ocultado una información tan importante como la que tenía en mis manos me echaría a Ayoub encima. Creo que por ese motivo me lo echó encima la primera vez. A él lo que hiciese su mujer y el ser yo el causante de revelarle los detalles de sus aventuras extraconyugales le importaba muy poco. Echarme al moro encima fue como reunirme en su despacho y decirme: no me jodas, hermano, no te conviene.
Lo mismo pero más contundente.
Ahora estaba seguro de ello.
Volviendo al peligro que podía representar Ayoub en caso de venir a visitarme con malas intenciones: siempre podía conseguirme un hierro, (en mi barrio es fácil), esperar a que el moro llegara con su mini bate de béisbol y vaciarle el cargador en la cara sin darle tiempo de encomendarse a Ala. Es tan grande que ni siquiera es necesario tener buena puntería.
Al fin y al cabo le había prometido que le mataría.
Cuando se lo prometí estaba caliente por la tunda de palos que me había dado. En estos casos cuando te enfrías ves las cosas de otra manera. Piensas que al fin y al cabo una paliza de vez en cuando son los gajes del oficio en que te has metido. Recuerdas a los tipos que se pasan el día de pie frente a una cadena de montaje, ellos no se lo pasan mucho mejor.
Digamos que en su caso es una paliza al día. Con toda seguridad no tan dolorosa, pero acumulando un día detrás de otro día vayan ustedes a saber.
Cada persona aguanta mejor unos dolores que otros.
Sabía que el moro era un perfecto hijo de puta, que el mundo estaría mejor sin su presencia. No había más que recordar el tratamiento administrado a Abdoulaye, pero...
No sería la primera vez que mato, pero en las dos ocasiones anteriores lo había hecho en defensa propia, eran ellos o yo. Prefería que en mi curriculum quedase una promesa incumplida que matar a Ayoub, el problema era si Baliarda me lo permitiría.
¿Cuantos Ayoub podía enviarme Baliarda?.
Un gimnasio entero, seguro.
¿Matar a Baliarda?.
¡Joder, aquello parecía una película de Bruce Willis?.
El Bruce Willis del Raval, ¡no te jode!.
¿De verdad vas a aguantar si mamarte un par chupitos de whisky?.
Aguanté.
La solución que tenía en mente era que Paquete fuese con la información a la policía, dejándome a mí al margen, mientras yo iría con la información a Baliarda dejando a Paquete fuera de mi informe.
Una mierda de solución si ustedes quieren.
Cualquier otra que se me ocurría me parecía peor.
Una vez decidido quedaba otro problema por solucionar: como cojones acabar de pasar el fin de semana sin volverme loco dándole vueltas al asunto.
Llamé a Carmen.
Carmen me devolvió la negativa con que yo la había obsequiado hacía un par de días.
Lo hizo amablemente. Dejando la puerta abierta para la próxima ocasión.
Al fin y al cabo la noche que pasamos juntos nos dio motivos para pensar que la experiencia tenía algunos puntos de contacto con la felicidad. Estábamos realmente jodidos aquel día.
Así que me rechazó con dulzura.
Muy de agradecer.
Eran las cuatro de la tarde del sábado.
Hacía calor y humedad.
La antigua garita de un portero con el techo bajo y surcado por los tubos de desagües de cada uno de los pisos, no es el lugar más cómodo de una ciudad calurosa y húmeda.
Aunque uno viva allí.
Sudaba.
Global, Baliarda, Ayoub, Paquete, todos ellos daban vueltas por mi cabeza.
Vueltas y más vueltas.
Sin parar.
Necesitaba desesperadamente salir a la calle.
Lo hice.
El aire respirado muchas veces por demasiada gente estaba tan caliente como el de mi casa.
Por este lado no había salido beneficiado.
En la calle no había flechas señalándome el camino a seguir pero en una pared encontré un debate político reciente. Alguien había escrito: Rubalcaba es Dios.
Debajo con otra letra: Si hombre, y Chacón la Virgen Santísima.
Mas gente se había añadido al debate, una letra insegura proclamaba: Devolvednos El Andalus.
Más abajo, la respuesta: en mi escalera hay tres, los puedes venir a buscar cuando quieras, pero ándate con cuidado, uno es de Cádiz.
Alguien se había sentido aludido y señalaba: Tu puta madre, gracioso.
Con toda seguridad era gaditano.
En aquel punto se acababa el debate, ya no quedaba pared.
De pronto recordé aquella pared: hacía unos pocos años, cuando yo era joven (en realidad bastantes años atrás) nadie se hubiese atrevido a pintarrajearla. La casa era una de esas tabernas antiguas, -que casi habían desaparecido de la ciudad, incluso en un barrio como el mío, en que el pasado se aferraba a casas y personas con escasa vocación a dejar espacio a otros tiempos-, era una rareza. Tenía toneles enormes sobre cuñas, al fondo un mostrador de madera basta pulida por las muchas manos que se habían posado sobre él iba de pared a pared y se abría levantando una zona con bisagras. El propietario era un tipo que indefectiblemente, día tras día, iba vestido a la moda tradicional catalana de siglos anteriores: camisa blanca, negros pantalones bombachos de tela floja sujetos a la cintura con una enorme faja de color rojo. Las gafas de gruesos cristales dotaban a sus ojos de un efecto de multiubicación. Todos hubiésemos jurado que el tipo no veía más allá de sus propias narices, sin embargo si tratabas de llevarte alguna de las chucherías que reposaban en un extremo del mostrador te corría a palos. No se le escapaba una. Y con toda sinceridad no creo que hubiese permitido que le pintarrajeasen la pared.
Se llamaba Baldiri.
Imagino que sus padres le bautizaron con este nombre para que hiciese juego con los pantalones de tela floja y la faja de color rojo.
Dejé atrás la pared y mis recuerdos.
Me dirigí al locutorio, abrí con mis llaves y encendí el ordenador. Deseaba fervientemente encontrar en mi buzón de correo a alguien que me encargase un trabajo convencional, estaba harto de mafias y mafiosos. Si tenía suerte tal vez una solterona querría que le encontrara el gato que había perdido o un tipo arrepentido de su tendencia al adulterio deseaba que le averiguara el paradero de su esposa que se había largado hacia quince años a un pueblo de montaña, sin especificar el nombre del pueblo ni de la montaña. Esos son los casos que me aburren y que añoro en cuanto me meto en un berenjenal como el que tenía entre manos.
Lena me había dejado un mensaje. Me explicaba la visita de un hombre de aspecto desgraciado que quería hablar conmigo. Había un número de teléfono y un nombre. Lena me decía que el hombre apenas podía contener las lágrimas.
A Lena los hombres que no pueden contener las lagrimas le pueden, le llegan a lo más hondo del corazón, se enternece.
Solo hay una excepción: les deja llorar tanto como quieran si quien provoca las lágrimas es ella.
Los hombres que visitan a un detective privado conteniendo apenas las lágrimas tienen más tendencia a perder mujeres que gatos.
Hay estadísticas que lo demuestran.
Un trabajo así es como tomar el sol en una tarde cálida rodeado de palmeras y muchachas en bikini, los cubitos de hielo tintineando en una bebida fresca.
Así que le llamé, ya veía las palmeras.
El hombre tenía una voz tan triste como la historia que quería contarme.
-Cuando una mujer desea a un hombre sus ojos tienen un brillo especial, aunque no sabría decirle como es, hace mucho tiempo que no lo veo en los ojos de mi esposa, -me dijo con su voz triste.
El tipo era un poeta, alguien con un sentido más básico de la oratoria hubiese dicho que su mujer no se acercaba a su polla ni con los guantes puestos.
No me gustaba el comienzo, los poetas tienen tendencia a pagar con bellas rimas, les tienes que sacar la minuta a hostias o comprarles el libro de poemas que les acaba de editar un amigo de la infancia. Así y todo le escuché.
Era él o contarme mis propias penas.
Me hizo un cuadro de sus carencias afectivas: el sexo con su esposa no funcionaba, una asesora matrimonial feminista le recomendó que pasase por un sex shop y le regalara algo que la estimulase más de lo que hacía él. Le aseguró que no debía tener reparo en manejar uno de aquellos aparatos y que su esposa se sentiría querida y recompensada. Él no se veía haciéndole el amor a su esposa con un consolador en la mano, así que desechó la idea, se pasó por un concesionario Volvo y le compró el último modelo deportivo. Su esposa se entusiasmo con el regalo de tal manera que a partir de aquel día no quiso hacer el amor nada más que en el Volvo.
Jamás le invitó.
Era uno de esos fulanos ajenos al hecho demostrado de que cuando tus chistes han dejado de hacerle gracia a una mujer debes renovar tu repertorio.
O cambiar de mujer.
Me confesó que probablemente debería haberle hecho caso a la asesora matrimonial.
Yo tenía mis dudas, dejar tu vida sexual en manos de los consejos de una feminista me parece tan recomendable como sentarse en una silla eléctrica en día de ejecución. No debe hacerse ni siquiera para descansar un rato.
Quería un informe exhaustivo de las andanzas de su esposa. Suponía que conocerlas le conferiría la sabiduría suficiente para recuperarla.
Evidentemente estaba equivocado.
Le dije que aceptaba el caso.
Era lo que estaba deseando ¿no?.
Pasaría a ver y me daría los datos necesarios.
No le aclaré si mis servicios le iban a resultar de la misma utilidad que los de la asesora matrimonial feminista.
Aquel tipo, a pesar de todo, había acabado de deprimirme, así que iba a hacer algo para mi propio bienestar
Me pasé por un establecimiento especializado y me compré una selección de baladas de Ben Webster, un doble C.D. que solo con el titulo de las canciones me ponía cachondo. También le eché mano a un directo de Corey Harris y a una grabación rara de Seasick Steve . Luego visité la gourmeteca del Corte Inglés y compré una botella de whisky japonés al módico precio de noventa euros.
Si no les digo la marca es debido a que no tengo ideogramas en el teclado de mi ordenador. No es nada personal, lo de Pearl Harbour ya está olvidado.
En la misma gourmeteca hice que me preparasen una bandeja de canapés selectos.
Luego me encerré en casa.
Y di comienzo a un fin de semana que temía se iba a hacer largo.
La bandeja de canapés al lado de la botella abierta de whisky japonés parecía salida de un cuento de hadas.
Jodidos de envidia ¿no?.


Me desperté con la sensación de que no estaba borracho. Miré la bandeja de canapés y la botella de whisky japonés. La bandeja estaba vacía y la botella medio llena.
Mis sensaciones eran correctas, seguían la lógica de causa efecto, ningún problema por este lado.
Seguía sin saber en que iba a ocupar mi domingo.
Mi relación con Paquete pasaba por un momento delicado.
A Carmen, aunque su compañía me resultaría útil no quería perseguirla, era probable que ella estuviese pensando lo mismo, deseando que yo diese el primer paso, pero era simplemente una suposición basada en mi deseo.
A Valentina la necesitaba con desespero, pero ella a mi no me necesitaba en absoluto, por mucho que se empeñase en creerlo. Y no quería hacerle daño.
Así que me decidí por Carrito, lo más cerca de Valentina que me atrevía a estar.
Carrito vive en un pequeño y más que digno apartamento situado en un barrio grande que lucha por conservar la dignidad.
Eran las doce y treinta minutos del mediodía cuando llamé a su puerta. Me abrió con una toalla anudada a la cintura, al fondo se escuchaba el ruido del agua cayendo con fuerza sobre un cuerpo que imaginé desnudo.
Le imaginé tetas al cuerpo y dije:-Me largo.
-Buena idea, amigo, regresa en una hora.
-¿De verdad?.
-Si, la acompaño a su casa y regreso, más o menos eso era lo que tenía pensado hacer.
-No sé si estás eligiendo la mejor opción.
-Seguro, tú no quieres casarte conmigo y ella sí. Tú sabes, ya perdí una mujer y un hijo en la selva, no quiero arriesgarme a perder otros en la ciudad.
A Carrito no le gusta recordar que durante un ataque del ejército colombiano, en el desconcierto de la huida perdió el contacto con su compañera y el hijo de ambos, y por mucho que lo intentó no pudo recobrarles. Así que cuando lo menciona es que está hablando absolutamente en serio.
Cuando llamé de nuevo a su puerta había transcurrido una hora y diez minutos. Ya no se escuchaba ruido de agua cayendo sobre cuerpos desnudos.
-¿Tienes problemas con algún mafioso, amigo?, me dijo con una leve sonrisa invitándome a pasar.
-Espero que no.
-Mejor.
-Te invito a almorzar cerca del mar.
-Bien.
-Escoge tú el sitio.
-Bien.
Carrito tenía un día hablador, en una conversación como la que estábamos manteniendo, habitualmente contesta con un encogimiento de hombros o con una mirada de esfinge para dejarte la iniciativa. Cuando lo haces nunca protesta, es un tipo coherente con sus silencios.
Mientras almorzábamos mirando al mar que nos devolvía reflejos de materiales más pesados que el agua fue respondiendo a mis preguntas con la calma propia del momento. Dijo que Valentina le sugirió asociarse con ella en el bar de la calle Hospital que no cerraba hasta la madrugada. Le miré sin atreverme a hacer la pregunta que me había asaltado de forma inmediata, él captó la mirada y respondió sin necesidad de que yo preguntase.
-No, Atila, no he ganado dinero traficando con cocaína. Me lo han propuesto en un par de ocasiones: con mi cara de colombiano detrás de una barra en pleno Raval, y mi historial que huele a mierda, ni siquiera hace falta discutirlo, tengo pinta de distribuidor. Hay pocas noches en las que alguien no me pregunte de forma más o menos velada si puedo suministrarle un paseo por mundos mejores. Y la verdad es que lo he pensado, no me comerían los remordimientos, a estas alturas de mi vida qué más da. Pero no he querido que la señora se viese involucrada, como con toda seguridad sucedería más pronto o más tarde. En realidad el trato que me ofrece incluye por mi parte la aportación de mucho trabajo y poco dinero.
-Me alegro de que así sea.
-Oye ¿porqué no te metes el orgullo en el bolsillo y me preguntas como está la señora?.
-¿Cómo está Valentina?.
-Dispuesta a perdonarte, como siempre.
-No te preguntaba eso.
-La señora está bien, pues.
-Dale recuerdos.
-Lo haré.
-No, mejor no se los des.
-Escucha Atila, mejor dejamos de hablar de la señora. ¿Cómo te ha ido con las mafias?.
-No lo sé, a lo largo de mi vida he estado viviendo de forma permanente cerca de la miseria humana y no me asusto fácilmente, pero este asunto me supera en mucho, no acabo de entenderlo. Me sobrecoge saber que el ser humano puede ser tan ruin. Y solo he levantado una punta de la tela que cubre el bidón de porquería.
-Así estás tú.
-¿Cómo?.
-Vivo, mi amigo, si supieses todo lo que hay en el bidón estarías muerto y ni siquiera encontraríamos tu cuerpo para enterrarlo.
-Ya, ¿y que hago?.
-Lo que te dice la señora, deja esa vida y ocúpate de sus negocios.
-¿Sabes, Carrito, el corporativismo entre hombres es una mierda?. Si tú y yo fuésemos mujeres y estuviésemos criticando a uno de nuestros hombres, la otra le diría “deja a ese cabrón, los encontraras mejores que él a montones”. Y tú ¿qué haces?, pues me dices que deje mi vida y me ate a la mujer que quiere atarme.
Si, hermano, el corporativismo entre hombres es una mierda, pero te acabo de dar un buen consejo.
-Bien, pero dime: ¿qué hago con mis mafiosos?.
-No sé, yo cuando me encontré en una situación parecida me largué a la otra punta del mundo.
-Y te ha salido bien.
-He tenido suerte.
Le conté el episodio de Abdoulayé que aun no había digerido. Necesitaba contarlo, convencerme de mi inocencia. O al menos de mi falta de culpa.
-¿Qué necesidad tenían de matarlo, Carrito?.
-Es normal entre ellos. En vuestra sociedad existe el despido improcedente. Cuando a un empleado le cuelgas el cartel de ineficiente, le das una indemnización y le envías a la oficina de desempleo, es legal, es correcto. En la mafia se hace de otra manera, si le consideras poco productivo o poco digno de confianza le das el boleto, así no habla, y si no es demasiado trabajoso le haces desaparecer, es normal, es práctico. En el mundo convencional, si te interesa un negocio vas a ver al propietario y tratas de convencerle de que si se asocia contigo la cosa le ira mucho mejor, o le haces una oferta para que te lo venda. Sin embargo cuando se trata de mafiosos te eliminan, si estás muerto ya no necesitas tener un negocio, además le acabas de demostrar a todo el que este por los alrededores que eres el más fuerte y el que tiene menos escrúpulos, es practico, definitivo. Es un procedimiento rápido, el tiempo en el mundo de las mafias es importante, nunca sabes cuando te va a tocar a ti. Y evidentemente si puedes haces desaparecer a los muertos.
-Les haces desaparecer…
-Claro, en ocasiones los muertos también hablan, si no hay muerto no hay pistas. Si no puedes hacerlo desaparecer le dejas allí donde le has matado, mucho tampoco va a decir.
-¿Cómo se puede matar a alguien que no puede defenderse?.
-Mucho más fácil que a otro que se defienda, amigo.
Indiscutible, pero no era eso lo que yo preguntaba











NOTA DE PRENSA

La Vanguardia 11/02/2012

La Policía Nacional detuvo el jueves en Valencia, en un céntrico restaurante, a Luka Vojovic y Vladimir Milisavljevic “El loco” considerados como el cerebro y el autor material, respectivamente, del asesinato del primer ministro serbio Zoran Djindji, ejecutado en marzo del 2003 en Belgrado de un tiro en la espalda y otro en el abdomen.
A la detención de Bojovic y Milisavljevic, sanguinarios delincuentes del clan de Zemum y destacados miembros durante las guerras balcánicas de las fuerzas paramilitares de los Tigres de Arkan, se les debe sumar la de un tercer integrante de la banda, Sinisa Petric, alias Baku, fugado de una cárcel serbia. Sobre los tres pesaba una orden de busca y captura de la Interpol.
Objetivo de la policía europea desde hace años, Milisavljevic fue detectado el miércoles en el aeropuerto de Gran Canaria, donde cogió un avión con destino a Madrid. La policía montó entonces un dispositivo de seguimiento. Ya en la capital de España el Loco, conocido así por su brutalidad, viajó en un AVE a Valencia, donde se reunió en un piso de la calle Nino Bravo con Petric, el tercer detenido.
Los dos mafiosos, según fuentes de la operación, compraron esa noche comida en un pakistaní y ajenos al despliegue que les estaba controlando –coches, furgonetas, helicópteros, Gps y motos- se fueron a dormir.
El jueves por la mañana salieron del piso tres hombres, uno de ellos, muy tapado con gorro, bufanda y gafas de sol y que la policía sospechó que se trataba de Bojovic, lider del grupo, de 39 años de edad y natural de Belgrado. Minutos después abandonó el edificio Milisavljevic y empezó sus seguimiento durante horas por las calles de Valencia. La policía entonces situó a uno de sus agentes de incognito el el céntrico restaurante donde iba a reunirse la cúpula del clan y alguno de sus sicarios. La presencia de Bojovic en la comida –la pieza más buscada de la organización- precipitó la intervención de la policía, que irrumpió por sorpresa en el local. Los mafiosos desarmados no opusieron resistencia. Pero hubo un detalle que llamó la atención de los agentes: la serenidad mostrada por Bojovic. El capo tenía guardada una última carta: se identificó con un pasaporte lituano verdadero, con el había logrado escapar de la acción policial en varios países europeos. En Valencia, empero, el documento ya no coló y Bojovic entonces si se derrumbó.
La policía, además, registró los dos pisos utilizados por el clan. Encontraron siete pistolas, varias escopetas UCI y numeroso material explosivo. Hallaron también documentos e información que revelan que la mujer y los hijos de Bojovic han estado residiendo en diversas localidades de Alicante y Canarias.
El ministro serbio del Interior, agradeció a su homónimo español, la operación policial. No en vano los tres detenidos, que pasaran mañana a disposición judicial, están considerados como “altamente peligrosos y muy violentos” y tienen un amplio historial de acciones criminales que incluye homicidios, atracos, tráfico de drogas y blanqueo de capitales.
Sobre Bojovic pesaba una orden de búsqueda y detención para su extradición, dictada por Holanda por delitos de asesinato y blanqueo de capitales y otra orden emitida por Serbia por el asesinato de Djindjic. El lider del grupo había sido investigado por diversos atracos y tráfico de drogas en Suiza, Rumania, Holanda, España y Estados Unidos. La policía nacional llevaba más de veinte meses de investigación en colaboración con los servicios de Interior de Holanda y Serbia.
En el caso de Milisavljevic ya había sido condenado por un tribunal serbio a treinta y cinco años de prisión por la muerte del ex primer ministro serbio. Mientras, Sinisa Petric está imputado por homicidio y logro fugarse de una prisión serbia.