CAPITULO CATORCE
Ilustracion Rosa Romaguera Fontanals |
Y así estaba yo un sábado
por la tarde: confuso y con la seguridad de que el domingo, el día
que el Señor dedicó al descanso cuando creó el mundo, en el mejor
de los casos seguiría igual de confuso. Así que decidí imitar al
Señor y descansar. Lo cual me creó otro problema: no sabía que
demonios hacer para descansar. Tumbarme en la cama para escuchar
música y mamar whisky era una opción, pero me hacía sentir pobre
de espíritu y la hora no era la más adecuada para mamar, recuerden
que yo era un alcohólico a medio regenerar.
Además mamar whisky lo podía
hacer también mientras aprovechaba mejor el tiempo en un horario más
apropiado.
Crear un mundo para distraerme
quedaba descartado. Ya lo había hecho el Señor.
Y no me gusta copiar a nadie.
Pero no era capaz de apartar
de mi mente los motivos de mi confusión. Nunca
había entendido con claridad las motivaciones de Fausto Baliarda
para pagarme un montón de dinero con tal que consiguiese una
información que se preveía dispersa y que tanto podía afectar a un
colectivo como a otro. Una información, que yo sospechaba, nunca
llegaría a afectar de forma directa y concluyente a persona o
entidad en particular.
Pero si te llenen el bolsillo
de pasta, y mientras no te pidan que causes graves daños a alguien
concreto, esas consideraciones las pasas a segundo término.
La explicación que me dio al
contratarme era tan difusa que podía ser una enorme verdad
conteniendo cien mentiras, aun sin intención de mentirme.
También podía ser una
mentira tan bien asentada en la realidad que tardaría siglos en
darme cuenta. Y no hubiese apostado el más viejo de mis calcetines a
que Baliarda no tuviese intención de mentir.
Cualquiera de las dos
posibilidades podía ocultar intenciones en estado larvario que no
tendrían forzosamente como objetivo perjudicar a alguien pues a
nadie apuntaba mi investigación. Pero toda intención tiene un
objetivo.
Ahí empezaba a perderme.
De hecho si Baliarda me
hubiese dicho que era un escritor primerizo con la pretensión de
obtener una información general base para escribir una novela con la
mafia al fondo, le hubiese creído sin mayor dificultad. Lo que no
habría entendido entonces era la cantidad de dinero que me pagaba,
aquella generosidad que parecía no tener fondo.
Tampoco hubiese entendido la
presencia de Ayoub.
El moro, como musa me parecía
un despropósito.
Pero en el fondo, a mi, todas
esas consideraciones, en aquellos momentos, me importaban muy poco.
No estoy acostumbrado a ver caer maná del cielo y cuando vi como
caían los billetes de Baliarda tuve la impresión de asistir al
espectáculo que había estado esperando toda mi vida
Billetes de banco cayendo en
mi bolsillo.
Solo faltaba que los billetes
los repartiese Ámbar patinando sobre una pista helada.
Holiday on Ice para detectives
casposos.
¡La hostia!.
Y la mamá de Bambi que
resucitaba al final de la película.
Ya digo, ¡la hostia!
Una frase me venía a la
cabeza sin cesar: “palos de ciego”.
¿Quién daba los palos?.
Baliarda daba palos de ciego.
Dinero para gastarlo a lo
tonto le sobraba para aburrir, se lo podía permitir.
Yo daba palos de ciego.
Lo hacía a cambio del dinero
de Baliarda, el maná del que hablaba antes.
¿Quién recibía aquellos
palos?.
El tipo que tenía mala suerte
con los coches de gama alta.
Aurelio Cominges recibía los
palos.
Global Asesoría e Inversiones
recibía los palos, ¿o no?.
Abdoulayé había recibido un
buen palo, eso era seguro.
Todo lo demás no lo era.
Paquete era una erupción
imprevista en todo aquel asunto de mierda.
Paquete sabía donde quería
ir: a la policía.
La estructura mental de
Paquete vestía tricornio.
A mi no me convenía.
A mi la escala jerárquica me
la trae al pairo.
La escala de valores no tanto,
pero no me exijan.
Y ahora había topado con algo
grande, no sabía que podía hacer mi contratador con aquella
información, si en realidad deseaba hacer algo. Confiaba en que
entendería lo que yo le ponía en las manos y el susto haría que se
olvidase del asunto. Una cosa es enviar a un moro grande y malo para
que machaque a un desgraciado como yo y la otra es oponerse a grupos
organizados a los que no les importa matar si te entrometes en su
camino.
Las conclusiones de mi trabajo
a mi no deben importarme, es la primera regla a la que me he atenido
siempre. Sean cuales fueren, las acciones que generan las llevan a
termino terceras personas. Sin embargo en aquel caso ya había muerto
un hombre, lo había hecho de una forma atroz.
Y a tenor de lo que había
detrás de Global podía no ser el último.
La más elemental prudencia
aconsejaba, tal como decía Paquete, dejar el asunto en manos de la
policía, sin ni siquiera aparecer como protagonista de la
investigación, algo difícil de conseguir por otro lado, la policía
tiene la mala costumbre de exprimir a sus fuentes de información
hasta que no queda una gota de jugo en su interior. Y que se las
arreglasen.
Si están pensando en que yo
podría entrar en un programa de protección de testigos, conozco
chistes mejores. Para un policía yo sería, una vez exprimido, una
mierda de testigo. Y en cuanto lo pensara un poco borraría la
palabra testigo.
¿Paquete me protegería?.
Es probable que lo hiciese
hasta donde pudiera.
Poco por tanto.
Tendría que matar al moro, o
intentarlo al menos, para evitar que él me matase a mi.
¿Paquete vendría a mi
funeral?.
Si, creo que si.
Todo un consuelo.
Valentina lloraría un mundo,
miraría mi fotografía y le diría: “te lo advertí, idiota, mi
amor, te lo advertí”.
Lena lloraría el resto de
mundo que hubiese dejado libre Valentina y diría: “mirá que sos
sonso, boludo de mierda, rompepelotas cabezón, te dije que eras como
un tango, no podía acabar bien”
Al final de tanta elucubración
quedaba lo siguiente: había cobrado un dinero para hacer un trabajo
y presentar unos resultados. Mi sentido de la profesionalidad, mi
honestidad, muy tapada por capas de falta de escrúpulos que la vida
había ido depositando encima, pero presente al fin y al cabo,
aconsejaban dejar el asunto en manos de Baliarda, cobrar el dinero
que aun podía cobrar y largarme a una playa de Costa Rica durante
una temporada., Paquete ya se encargaría de pasar la información a
la policía Al regreso si había muertos no serían personas reales,
solo una noticia antigua en los medios de comunicación.
Y yo un tipo de perfecto
bronceado forrado de Daiquiris.
Si alguien está dudando de
esa honestidad que he mencionado hace un momento le respondería que
el Señor, en su infinita sabiduría, no creo un mundo tan imperfecto
como el nuestro con la pretensión de que el pobre Atila se encargase
de ordenarlo.
El Señor no cree en los
milagros, si los tengo que hacer yo.
Había otro motivo que
aconsejaba dejar la información en manos de Baliarda, ya he
mencionado sus consecuencias: un moro grande y peligroso.
Si Baliarda se enteraba de que
le había ocultado una información tan importante como la que tenía
en mis manos me echaría a Ayoub encima. Creo que por ese motivo me
lo echó encima la primera vez. A él lo que hiciese su mujer y el
ser yo el causante de revelarle los detalles de sus aventuras
extraconyugales le importaba muy poco. Echarme al moro encima fue
como reunirme en su despacho y decirme: no me jodas, hermano, no te
conviene.
Lo mismo pero más
contundente.
Ahora estaba seguro de ello.
Volviendo al peligro que podía
representar Ayoub en caso de venir a visitarme con malas intenciones:
siempre podía conseguirme un hierro, (en mi barrio es fácil),
esperar a que el moro llegara con su mini bate de béisbol y vaciarle
el cargador en la cara sin darle tiempo de encomendarse a Ala. Es tan
grande que ni siquiera es necesario tener buena puntería.
Al fin y al cabo le había
prometido que le mataría.
Cuando se lo prometí estaba
caliente por la tunda de palos que me había dado. En estos casos
cuando te enfrías ves las cosas de otra manera. Piensas que al fin y
al cabo una paliza de vez en cuando son los gajes del oficio en que
te has metido. Recuerdas a los tipos que se pasan el día de pie
frente a una cadena de montaje, ellos no se lo pasan mucho mejor.
Digamos que en su caso es una
paliza al día. Con toda seguridad no tan dolorosa, pero acumulando
un día detrás de otro día vayan ustedes a saber.
Cada persona aguanta mejor
unos dolores que otros.
Sabía que el moro era un
perfecto hijo de puta, que el mundo estaría mejor sin su presencia.
No había más que recordar el tratamiento administrado a Abdoulaye,
pero...
No sería la primera vez que
mato, pero en las dos ocasiones anteriores lo había hecho en defensa
propia, eran ellos o yo. Prefería que en mi curriculum quedase una
promesa incumplida que matar a Ayoub, el problema era si Baliarda me
lo permitiría.
¿Cuantos Ayoub podía
enviarme Baliarda?.
Un gimnasio entero, seguro.
¿Matar a Baliarda?.
¡Joder, aquello parecía una
película de Bruce Willis?.
El Bruce Willis del Raval, ¡no
te jode!.
¿De verdad vas a aguantar si
mamarte un par chupitos de whisky?.
Aguanté.
La solución que tenía en
mente era que Paquete fuese con la información a la policía,
dejándome a mí al margen, mientras yo iría con la información a
Baliarda dejando a Paquete fuera de mi informe.
Una mierda de solución si
ustedes quieren.
Cualquier otra que se me
ocurría me parecía peor.
Una vez decidido quedaba otro
problema por solucionar: como cojones acabar de pasar el fin de
semana sin volverme loco dándole vueltas al asunto.
Llamé a Carmen.
Carmen me devolvió la
negativa con que yo la había obsequiado hacía un par de días.
Lo hizo amablemente. Dejando
la puerta abierta para la próxima ocasión.
Al fin y al cabo la noche que
pasamos juntos nos dio motivos para pensar que la experiencia tenía
algunos puntos de contacto con la felicidad. Estábamos realmente
jodidos aquel día.
Así que me rechazó con
dulzura.
Muy de agradecer.
Eran las cuatro de la tarde
del sábado.
Hacía calor y humedad.
La antigua garita de un
portero con el techo bajo y surcado por los tubos de desagües de
cada uno de los pisos, no es el lugar más cómodo de una ciudad
calurosa y húmeda.
Aunque uno viva allí.
Sudaba.
Global, Baliarda, Ayoub,
Paquete, todos ellos daban vueltas por mi cabeza.
Vueltas y más vueltas.
Sin parar.
Necesitaba desesperadamente
salir a la calle.
Lo hice.
El aire respirado muchas veces
por demasiada gente estaba tan caliente como el de mi casa.
Por este lado no había salido
beneficiado.
En la calle no había flechas
señalándome el camino a seguir pero en una pared encontré un
debate político reciente. Alguien había escrito: Rubalcaba es Dios.
Debajo con otra letra: Si
hombre, y Chacón la Virgen Santísima.
Mas gente se había añadido
al debate, una letra insegura proclamaba: Devolvednos El Andalus.
Más abajo, la respuesta: en
mi escalera hay tres, los puedes venir a buscar cuando quieras, pero
ándate con cuidado, uno es de Cádiz.
Alguien se había sentido
aludido y señalaba: Tu puta madre, gracioso.
Con toda seguridad era
gaditano.
En aquel punto se acababa el
debate, ya no quedaba pared.
De pronto recordé aquella
pared: hacía unos pocos años, cuando yo era joven (en realidad
bastantes años atrás) nadie se hubiese atrevido a pintarrajearla.
La casa era una de esas tabernas antiguas, -que casi habían
desaparecido de la ciudad, incluso en un barrio como el mío, en que
el pasado se aferraba a casas y personas con escasa vocación a dejar
espacio a otros tiempos-, era una rareza. Tenía toneles enormes
sobre cuñas, al fondo un mostrador de madera basta pulida por las
muchas manos que se habían posado sobre él iba de pared a pared y
se abría levantando una zona con bisagras. El propietario era un
tipo que indefectiblemente, día tras día, iba vestido a la moda
tradicional catalana de siglos anteriores: camisa blanca, negros
pantalones bombachos de tela floja sujetos a la cintura con una
enorme faja de color rojo. Las gafas de gruesos cristales dotaban a
sus ojos de un efecto de multiubicación. Todos hubiésemos jurado
que el tipo no veía más allá de sus propias narices, sin embargo
si tratabas de llevarte alguna de las chucherías que reposaban en un
extremo del mostrador te corría a palos. No se le escapaba una. Y
con toda sinceridad no creo que hubiese permitido que le
pintarrajeasen la pared.
Se llamaba Baldiri.
Imagino que sus padres le
bautizaron con este nombre para que hiciese juego con los pantalones
de tela floja y la faja de color rojo.
Dejé atrás la pared y mis
recuerdos.
Me dirigí al locutorio, abrí
con mis llaves y encendí el ordenador. Deseaba fervientemente
encontrar en mi buzón de correo a alguien que me encargase un
trabajo convencional, estaba harto de mafias y mafiosos. Si tenía
suerte tal vez una solterona querría que le encontrara el gato que
había perdido o un tipo arrepentido de su tendencia al adulterio
deseaba que le averiguara el paradero de su esposa que se había
largado hacia quince años a un pueblo de montaña, sin especificar
el nombre del pueblo ni de la montaña. Esos son los casos que me
aburren y que añoro en cuanto me meto en un berenjenal como el que
tenía entre manos.
Lena me había dejado un
mensaje. Me explicaba la visita de un hombre de aspecto desgraciado
que quería hablar conmigo. Había un número de teléfono y un
nombre. Lena me decía que el hombre apenas podía contener las
lágrimas.
A Lena los hombres que no
pueden contener las lagrimas le pueden, le llegan a lo más hondo del
corazón, se enternece.
Solo hay una excepción: les
deja llorar tanto como quieran si quien provoca las lágrimas es
ella.
Los hombres que visitan a un
detective privado conteniendo apenas las lágrimas tienen más
tendencia a perder mujeres que gatos.
Hay estadísticas que lo
demuestran.
Un trabajo así es como tomar
el sol en una tarde cálida rodeado de palmeras y muchachas en
bikini, los cubitos de hielo tintineando en una bebida fresca.
Así que le llamé, ya veía
las palmeras.
El hombre tenía una voz tan
triste como la historia que quería contarme.
-Cuando una mujer desea a un
hombre sus ojos tienen un brillo especial, aunque no sabría decirle
como es, hace mucho tiempo que no lo veo en los ojos de mi esposa,
-me dijo con su voz triste.
El tipo era un poeta, alguien
con un sentido más básico de la oratoria hubiese dicho que su mujer
no se acercaba a su polla ni con los guantes puestos.
No me gustaba el comienzo, los
poetas tienen tendencia a pagar con bellas rimas, les tienes que
sacar la minuta a hostias o comprarles el libro de poemas que les
acaba de editar un amigo de la infancia. Así y todo le escuché.
Era él o contarme mis propias
penas.
Me hizo un cuadro de sus
carencias afectivas: el sexo con su esposa no funcionaba, una asesora
matrimonial feminista le recomendó que pasase por un sex shop y le
regalara algo que la estimulase más de lo que hacía él. Le aseguró
que no debía tener reparo en manejar uno de aquellos aparatos y que
su esposa se sentiría querida y recompensada. Él no se veía
haciéndole el amor a su esposa con un consolador en la mano, así
que desechó la idea, se pasó por un concesionario Volvo y le compró
el último modelo deportivo. Su esposa se entusiasmo con el regalo de
tal manera que a partir de aquel día no quiso hacer el amor nada más
que en el Volvo.
Jamás le invitó.
Era uno de esos fulanos ajenos
al hecho demostrado de que cuando tus chistes han dejado de hacerle
gracia a una mujer debes renovar tu repertorio.
O cambiar de mujer.
Me confesó que probablemente
debería haberle hecho caso a la asesora matrimonial.
Yo tenía mis dudas, dejar tu
vida sexual en manos de los consejos de una feminista me parece tan
recomendable como sentarse en una silla eléctrica en día de
ejecución. No debe hacerse ni siquiera para descansar un rato.
Quería un informe exhaustivo
de las andanzas de su esposa. Suponía que conocerlas le conferiría
la sabiduría suficiente para recuperarla.
Evidentemente estaba
equivocado.
Le dije que aceptaba el caso.
Era lo que estaba deseando
¿no?.
Pasaría a ver y me daría los
datos necesarios.
No le aclaré si mis servicios
le iban a resultar de la misma utilidad que los de la asesora
matrimonial feminista.
Aquel tipo, a pesar de todo,
había acabado de deprimirme, así que iba a hacer algo para mi
propio bienestar
Me pasé por un
establecimiento especializado y me compré una selección de baladas
de Ben Webster, un doble C.D. que solo con el titulo de las canciones
me ponía cachondo. También le eché mano a un directo de Corey
Harris y a una grabación rara de Seasick Steve . Luego visité la
gourmeteca del Corte Inglés y compré una botella de whisky japonés
al módico precio de noventa euros.
Si no les digo la marca es
debido a que no tengo ideogramas en el teclado de mi ordenador. No es
nada personal, lo de Pearl Harbour ya está olvidado.
En la misma gourmeteca hice
que me preparasen una bandeja de canapés selectos.
Luego me encerré en casa.
Y di comienzo a un fin de
semana que temía se iba a hacer largo.
La bandeja de canapés al lado
de la botella abierta de whisky japonés parecía salida de un cuento
de hadas.
Jodidos de envidia ¿no?.
Me desperté con la sensación
de que no estaba borracho. Miré la bandeja de canapés y la botella
de whisky japonés. La bandeja estaba vacía y la botella medio
llena.
Mis sensaciones eran
correctas, seguían la lógica de causa efecto, ningún problema por
este lado.
Seguía sin saber en que iba a
ocupar mi domingo.
Mi relación con Paquete
pasaba por un momento delicado.
A Carmen, aunque su compañía
me resultaría útil no quería perseguirla, era probable que ella
estuviese pensando lo mismo, deseando que yo diese el primer paso,
pero era simplemente una suposición basada en mi deseo.
A Valentina la necesitaba con
desespero, pero ella a mi no me necesitaba en absoluto, por mucho que
se empeñase en creerlo. Y no quería hacerle daño.
Así que me decidí por
Carrito, lo más cerca de Valentina que me atrevía a estar.
Carrito vive en un pequeño y
más que digno apartamento situado en un barrio grande que lucha por
conservar la dignidad.
Eran las doce y treinta
minutos del mediodía cuando llamé a su puerta. Me abrió con una
toalla anudada a la cintura, al fondo se escuchaba el ruido del agua
cayendo con fuerza sobre un cuerpo que imaginé desnudo.
Le imaginé tetas al cuerpo y
dije:-Me largo.
-Buena idea, amigo, regresa en
una hora.
-¿De verdad?.
-Si, la acompaño a su casa y
regreso, más o menos eso era lo que tenía pensado hacer.
-No sé si estás eligiendo la
mejor opción.
-Seguro, tú no quieres
casarte conmigo y ella sí. Tú sabes, ya perdí una mujer y un hijo
en la selva, no quiero arriesgarme a perder otros en la ciudad.
A Carrito no le gusta recordar
que durante un ataque del ejército colombiano, en el desconcierto de
la huida perdió el contacto con su compañera y el hijo de ambos, y
por mucho que lo intentó no pudo recobrarles. Así que cuando lo
menciona es que está hablando absolutamente en serio.
Cuando llamé de nuevo a su
puerta había transcurrido una hora y diez minutos. Ya no se
escuchaba ruido de agua cayendo sobre cuerpos desnudos.
-¿Tienes problemas con algún
mafioso, amigo?, me dijo con una leve sonrisa invitándome a pasar.
-Espero que no.
-Mejor.
-Te invito a almorzar cerca
del mar.
-Bien.
-Escoge tú el sitio.
-Bien.
Carrito tenía un día
hablador, en una conversación como la que estábamos manteniendo,
habitualmente contesta con un encogimiento de hombros o con una
mirada de esfinge para dejarte la iniciativa. Cuando lo haces nunca
protesta, es un tipo coherente con sus silencios.
Mientras almorzábamos mirando
al mar que nos devolvía reflejos de materiales más pesados que el
agua fue respondiendo a mis preguntas con la calma propia del
momento. Dijo que Valentina le sugirió asociarse con ella en el bar
de la calle Hospital que no cerraba hasta la madrugada. Le miré sin
atreverme a hacer la pregunta que me había asaltado de forma
inmediata, él captó la mirada y respondió sin necesidad de que yo
preguntase.
-No, Atila, no he ganado
dinero traficando con cocaína. Me lo han propuesto en un par de
ocasiones: con mi cara de colombiano detrás de una barra en pleno
Raval, y mi historial que huele a mierda, ni siquiera hace falta
discutirlo, tengo pinta de distribuidor. Hay pocas noches en las que
alguien no me pregunte de forma más o menos velada si puedo
suministrarle un paseo por mundos mejores. Y la verdad es que lo he
pensado, no me comerían los remordimientos, a estas alturas de mi
vida qué más da. Pero no he querido que la señora se viese
involucrada, como con toda seguridad sucedería más pronto o más
tarde. En realidad el trato que me ofrece incluye por mi parte la
aportación de mucho trabajo y poco dinero.
-Me alegro de que así sea.
-Oye ¿porqué no te metes el
orgullo en el bolsillo y me preguntas como está la señora?.
-¿Cómo está Valentina?.
-Dispuesta a perdonarte, como
siempre.
-No te preguntaba eso.
-La señora está bien, pues.
-Dale recuerdos.
-Lo haré.
-No, mejor no se los des.
-Escucha Atila, mejor dejamos
de hablar de la señora. ¿Cómo te ha ido con las mafias?.
-No lo sé, a lo largo de mi
vida he estado viviendo de forma permanente cerca de la miseria
humana y no me asusto fácilmente, pero este asunto me supera en
mucho, no acabo de entenderlo. Me sobrecoge saber que el ser humano
puede ser tan ruin. Y solo he levantado una punta de la tela que
cubre el bidón de porquería.
-Así estás tú.
-¿Cómo?.
-Vivo, mi amigo, si supieses
todo lo que hay en el bidón estarías muerto y ni siquiera
encontraríamos tu cuerpo para enterrarlo.
-Ya, ¿y que hago?.
-Lo que te dice la señora,
deja esa vida y ocúpate de sus negocios.
-¿Sabes, Carrito, el
corporativismo entre hombres es una mierda?. Si tú y yo fuésemos
mujeres y estuviésemos criticando a uno de nuestros hombres, la otra
le diría “deja a ese cabrón, los encontraras mejores que él a
montones”. Y tú ¿qué haces?, pues me dices que deje mi vida y me
ate a la mujer que quiere atarme.
Si, hermano, el corporativismo
entre hombres es una mierda, pero te acabo de dar un buen consejo.
-Bien, pero dime: ¿qué hago
con mis mafiosos?.
-No sé, yo cuando me encontré
en una situación parecida me largué a la otra punta del mundo.
-Y te ha salido bien.
-He tenido suerte.
Le conté el episodio de
Abdoulayé que aun no había digerido. Necesitaba contarlo,
convencerme de mi inocencia. O al menos de mi falta de culpa.
-¿Qué necesidad tenían de
matarlo, Carrito?.
-Es normal entre ellos. En
vuestra sociedad existe el despido improcedente. Cuando a un empleado
le cuelgas el cartel de ineficiente, le das una indemnización y le
envías a la oficina de desempleo, es legal, es correcto. En la mafia
se hace de otra manera, si le consideras poco productivo o poco digno
de confianza le das el boleto, así no habla, y si no es demasiado
trabajoso le haces desaparecer, es normal, es práctico. En el mundo
convencional, si te interesa un negocio vas a ver al propietario y
tratas de convencerle de que si se asocia contigo la cosa le ira
mucho mejor, o le haces una oferta para que te lo venda. Sin embargo
cuando se trata de mafiosos te eliminan, si estás muerto ya no
necesitas tener un negocio, además le acabas de demostrar a todo el
que este por los alrededores que eres el más fuerte y el que tiene
menos escrúpulos, es practico, definitivo. Es un procedimiento
rápido, el tiempo en el mundo de las mafias es importante, nunca
sabes cuando te va a tocar a ti. Y evidentemente si puedes haces
desaparecer a los muertos.
-Les haces desaparecer…
-Claro, en ocasiones los
muertos también hablan, si no hay muerto no hay pistas. Si no puedes
hacerlo desaparecer le dejas allí donde le has matado, mucho tampoco
va a decir.
-¿Cómo se puede matar a
alguien que no puede defenderse?.
-Mucho más fácil que a otro
que se defienda, amigo.
Indiscutible, pero no era eso
lo que yo preguntaba
NOTA DE PRENSA
La Vanguardia 11/02/2012
La Policía Nacional detuvo el
jueves en Valencia, en un céntrico restaurante, a Luka Vojovic y
Vladimir Milisavljevic “El loco” considerados como el cerebro y
el autor material, respectivamente, del asesinato del primer
ministro serbio Zoran Djindji, ejecutado en marzo del 2003 en
Belgrado de un tiro en la espalda y otro en el abdomen.
A la detención de Bojovic y
Milisavljevic, sanguinarios delincuentes del clan de Zemum y
destacados miembros durante las guerras balcánicas de las fuerzas
paramilitares de los Tigres de Arkan, se les debe sumar la de un
tercer integrante de la banda, Sinisa Petric, alias Baku, fugado de
una cárcel serbia. Sobre los tres pesaba una orden de busca y
captura de la Interpol.
Objetivo de la policía
europea desde hace años, Milisavljevic fue detectado el miércoles
en el aeropuerto de Gran Canaria, donde cogió un avión con destino
a Madrid. La policía montó entonces un dispositivo de seguimiento.
Ya en la capital de España el Loco, conocido así por su brutalidad,
viajó en un AVE a Valencia, donde se reunió en un piso de la calle
Nino Bravo con Petric, el tercer detenido.
Los dos mafiosos, según
fuentes de la operación, compraron esa noche comida en un pakistaní
y ajenos al despliegue que les estaba controlando –coches,
furgonetas, helicópteros, Gps y motos- se fueron a dormir.
El jueves por la mañana
salieron del piso tres hombres, uno de ellos, muy tapado con gorro,
bufanda y gafas de sol y que la policía sospechó que se trataba de
Bojovic, lider del grupo, de 39 años de edad y natural de Belgrado.
Minutos después abandonó el edificio Milisavljevic y empezó sus
seguimiento durante horas por las calles de Valencia. La policía
entonces situó a uno de sus agentes de incognito el el céntrico
restaurante donde iba a reunirse la cúpula del clan y alguno de sus
sicarios. La presencia de Bojovic en la comida –la pieza más
buscada de la organización- precipitó la intervención de la
policía, que irrumpió por sorpresa en el local. Los mafiosos
desarmados no opusieron resistencia. Pero hubo un detalle que llamó
la atención de los agentes: la serenidad mostrada por Bojovic. El
capo tenía guardada una última carta: se identificó con un
pasaporte lituano verdadero, con el había logrado escapar de la
acción policial en varios países europeos. En Valencia, empero, el
documento ya no coló y Bojovic entonces si se derrumbó.
La policía, además, registró
los dos pisos utilizados por el clan. Encontraron siete pistolas,
varias escopetas UCI y numeroso material explosivo. Hallaron también
documentos e información que revelan que la mujer y los hijos de
Bojovic han estado residiendo en diversas localidades de Alicante y
Canarias.
El ministro serbio del
Interior, agradeció a su homónimo español, la operación policial.
No en vano los tres detenidos, que pasaran mañana a disposición
judicial, están considerados como “altamente peligrosos y muy
violentos” y tienen un amplio historial de acciones criminales que
incluye homicidios, atracos, tráfico de drogas y blanqueo de
capitales.
Sobre Bojovic pesaba una orden
de búsqueda y detención para su extradición, dictada por Holanda
por delitos de asesinato y blanqueo de capitales y otra orden emitida
por Serbia por el asesinato de Djindjic. El lider del grupo había
sido investigado por diversos atracos y tráfico de drogas en Suiza,
Rumania, Holanda, España y Estados Unidos. La policía nacional
llevaba más de veinte meses de investigación en colaboración con
los servicios de Interior de Holanda y Serbia.
En el caso de Milisavljevic ya
había sido condenado por un tribunal serbio a treinta y cinco años
de prisión por la muerte del ex primer ministro serbio. Mientras,
Sinisa Petric está imputado por homicidio y logro fugarse de una
prisión serbia.