EL HOMBRE DE CONFIANZA



                                                             EL HOMBRE DE CONFIANZA




En  casos como el que le ocupaba aquel día, el hombre de confianza acostumbraba a tomar precauciones extraordinarias. Tras salir de la residencia de “El Hombre” tomó un taxi y le ordenó un viaje al centro, le dio al taxista una dirección cercana a la Sagrada Familia, durante el viaje observó varias veces por el cristal trasero que nadie les siguiera. El taxista, en un par de ocasiones le miró a través del retrovisor con cierta extrañeza, pero prefirió no hacer ninguna pregunta, era un tipo curtido en 


el oficio y los había visto de más raros que aquel pasajero, que por otra parte ni por el aspecto, ni por el lugar al que se dirigían, le resultó preocupante. Además los hijos de puta no acostumbran a ejercer a horas cercanas al mediodía, al menos no en los taxis, así que dejó de preocuparse de los frecuentes vistazos que su pasajero daba por el cristal trasero.
El hombre de confianza tomó el metro de la línea 5 en La Sagrada Familia, cambió sin ninguna necesidad a la línea 1 para finalmente apearse en una estación, cerca de la cual  había un estacionamiento de taxis que tenía la particularidad de ofrecer una magnifica visión panorámica de los alrededores, lo que hacía que en la práctica resultase imposible para un eventual perseguidor  pasar desapercibido. En alguna ocasión había llegado a pensar que aquel amontonamiento, le gustaba más la expresión amontonamiento que la palabra cúmulo, que le sonaba a nube, de precauciones resultaba innecesario,  pero siempre concluía en que no había llegado a ser la mano derecha de “El Hombre”, el depositario de su confianza por simple casualidad.
En realidad no siempre debía atenerse a aquel ritual de precauciones. Atento lo estaba siempre, era por lo natural un hombre precavido, sin embargo cuando la misión era del cariz de la que le ocupaba aquel día no podía evitar sentirse especialmente responsabilizado. Aquel tipo de misión, por lo general, sólo se producía un par de veces al año, el resto eran gestiones mas o menos rutinarias, lo cual significaba que su trabajo era cómodo y bien pagado.
En ocasiones, como aquel día, “El Hombre” le daba dos nombres, nunca por escrito, él  debía memorizarlos, el primer nombre era el de la persona que debía desaparecer, el segundo nombre el de quien iba a encargarse del trabajo. El primer nombre a él nunca le decía nada, en alguna ocasión, días mas tarde se enteraba de algún detalle de la personalidad del muerto a través de la prensa.  Del segundo nombre era fácil acordarse, de hecho solo eran tres nombres los que se manejaban como ejecutores, y él los había ya visitado en diversas ocasiones, eran muchos años siendo el hombre de confianza.
El tipo al que debía visitar aquel día era el que más le gustaba de los tres, uno de esos fulanos que saben vivir, tenía clase, era joven y bien parecido, nadie diría que su manera de ganarse la vida era matando a gente por encargo. Vivía en un chalet con piscina, una piscina en forma de riñón a la que se accedía desde el salón de una casa de planta americana, uno de esos salones inmensos que solo tienen salida a la cocina y al jardín,  desde allí una escalera comunicaba con la planta superior que era el lugar donde se hallaban las habitaciones y el resto de servicios de la casa. El tipo era un sibarita, buenamúsica, buena comida, suponía que buen sexo; en alguna ocasión le había invitado a quedarse a compartir almuerzo con él, tenía una barra bien surtida, especialmente de buen whisky, siempre de malta, siempre de calidad. A él le gustaba de manera particular el Bowmore Legend con su especial regusto yodado. Un verdadero placer, aquel whisky. El tipo lo sabía y en cada visita compartían uno de aquellos magníficos tragos. En general un tipo encantador, con perdón del oficio, como dirían en su pueblo. 


El taxi, siguiendo sus órdenes le dejó tres travesías antes de su destino, que cubrió a pie asegurándose de nuevo que nadie le seguía. El tipo le recibió con la amabilidad contenida de siempre y le invitó a pasar.
-Hacía tiempo que no me visitabas, le dijo.
-Sin duda eso han sido buenas noticias para alguién ¿no?.

El tipo no sonrió, no le gustaban las referencias a su trabajo y el hombre de confianza tuvo un momentáneo sobresalto, no le gustaría provocar a aquel hombre en particular. Le dijo el nombre que había memorizado. El otro solo asintió y anotó el nombre en una libretita de hojas cambiables, luego preguntó:
- ¿Urgente?.
- No me han hecho mención.
- Mejor, posiblemente no será sencillo.

 Luego tomaron un trago de Bowmore Legend, magnifico como siempre, y estuvieron charlando. A los dos les gustaba el mismo tipo de música y le ofreció escuchar el último álbum de una nueva estrella emergente de la música country, incluso le anotó el nombre para que pudiese buscarlo si le interesaba hacerlo.
Al despedirse le acompañó hasta la puerta, al final del jardín. Al pasar bordeando la piscina, el hombre de confianza tropezó con el pie de su acompañante y cayó al agua. Tras el chapuzón se agarró con dificultad al borde húmedo y tendió la mano para que le ayudase a salir, el tipo sacudió brevemente la cabeza negando y le golpeó con el pie en la cabeza dejándole ligeramente atontado, luego se agachó y le empujó con fuerza la cabeza, hundiéndosela en el agua.
El hombre de confianza antes de empezar a tragar agua, aún tuvo tiempo de pensar que por una vez en la vida, “El Hombre” había cambiado su forma de proceder, y en aquella ocasión había usado el teléfono para pronunciar personalmente el nombre de la persona que debía desaparecer. Y que por alguna razón que se le escapaba, él había dejado de ser su hombre de confianza. Luego comenzó a tragar agua.

Cuando el agua de la piscina volvió a recuperar su quietud habitual, solo rota por la ligera brisa que venía del norte, el tipo joven y bien parecido se levantó y se sacudió la pernera del pantalón con cara de disgusto, luego entró en la casa y se sirvió un nuevo trago de Bowmore Legend, arrancó la hoja en donde había escrito el nombre que había pronunciado el hombre de confianza y lo arrojó a la papelera, después suspiró y tomó el mando del imponente televisor de plasma último modelo.
Tras una breve vacilación, lo pensó mejor y marcó en el teléfono un número que sabía de memoria.
Cuando respondieron, dijo: -Ya está.
Y colgó.
Su cara mostraba una cierta preocupación, presentía que aquel día el whisky tendría un regusto amargo. 
 

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