CAPITULO DIEZ
La noticia me la dio Lena, al
día siguiente: Elisabeth había pasado por casa de Abdoulayé con la
intención de tener un meritorio refrote con la exagerada pinga del
negro, y algo más tarde ver palidecer de envidia al resto de
Adoradoras del Vallenato cuando les contase los detalles. La puerta
del piso estaba entreabierta y había entrado canturreando “¿Donde
está mi amorcito, mi negro lindo, donde está mi negro macho?”.
El amorcito de Elisabeth
estaba tumbado en la cama.
Alguien había degollado al
negro lindo de la pobre Elisabeth.
La pinga del negro seguía en
su sitio, pero en aquel momento se mostraba marchita y poco
expresiva.
La chica salió dando unos
alaridos que pusieron en pie de guerra a todo el Raval. Según la
opinión de algunos testigos presenciales, las ambulancias del
Ayuntamiento no hacen tanto ruido ni siquiera cuando están al
servicio directo del señor alcalde.
Evidentemente una afirmación
mal intencionada, ya que según todos los indicios el señor alcalde
goza de una excelente salud y no hace un uso frecuente de
ambulancias.
Según me contó Lena, que fue
quien llamó a los Mossos de Escuadra y denunció el crimen, hasta
que la policía llegó para recogerla, Elisabeth se había parapetado
en un rincón del locutorio e iba repitiendo: “Si se entera mi
papito me mata, el tajo del cuello del negro se va a quedar en nada
al lado del que me va a hacer mi marido, mi amor me va a hacer la
corbata colombiana, Virgen de la Anunciación Gloriosa ilumíname,
concédeme una buena excusa para contarle al padre de mis hijos,
Santo Cristo de la Sierra, protégeme. Que mi papito me mata, Virgen
mía, me mata, Ay que enamoramiento más loco que tenía yo por mi
negro y ahora por culpa de su pinga mi papito me mata, seguro como
que estás en el cielo Virgen de la Misericordia”.
Una de las Adoradoras, de
nombre Janeth, -que le tenía una envidia mortal a Elisabeth porqué
andaba como medio enamorada del negro y sus medidas corporales, aun
sin haberlas visto, pero gracias a las explicaciones detalladas de
Elisabeth si que las había soñado en alguna de esas noches
calurosas, en que el marido no para de roncar y el bebíto de
llorar-, para consolarla, le dijo que no se preocupase por su papito,
que España es un país serio y que si la mataba la justicia se iba a
encargar de él. Que se consolara pensando en los ratos en que
Abdoulayé la había hecho feliz.
Casi llegan a las manos, justo
en el momento en que llegaron los Mossos de Escuadra, para recoger el
cuerpo tembloroso de rabia de Elisabeth, que acababa de llamar a
Janeth “pastusa de mierda” y “culo de negra” y se dirigía
hacia su permanente con las peores intenciones.
Una permanente, por cierto, de
la que Janeth se mostraba particularmente orgullosa.
Por razones distintas mi
estado de ánimo se asemejaba al de Elisabeth: por un lado estaba tan
asustado como ella, mis huellas dactilares en algún lugar debían
haber quedado impresas a pesar de lo poco que había merodeado por la
vivienda. Si la policía, como era de esperar, llegaba hasta mí, en
el cuartelillo de los Mossos de Escuadra me iba a hacer tan famoso
como un pavo en Navidad y con toda probabilidad acabaría igual de
trinchado.
En otro sentido no se me
ocurría a nadie más que a Ayoub para cargarle con la
responsabilidad del crimen. Y si era cierto que por alguna razón que
en aquel momento se me escapaba, el moro había regresado para
rematar la faena, yo tenía una responsabilidad nada despreciable en
la muerte de Abdoulayé, -algo que por muy mala bestia que fuese el
mafioso nigeriano me hacía sentir como uno de esos trapos de colores
en los que la gente que trabaja con grasa se limpia las manos.
A lo largo de mi carrera he
sufrido esa sensación de descontento conmigo mismo: despiden a
alguien por un informe tuyo en el que denuncias una falta de mierda,
un conyugue machaca al otro por unas fotografías tomadas por mi en
las que uno de los dos trata de ahuyentar su desconcierto con otra
persona, cosas así.
Soy consciente de que una de
las partes no es mejor ni más honesta que la otra, si no más listo,
más beligerante o simplemente tiene más tiempo para dedicarle a sus
rencores. Son momentos en los que querría estar en una playa de las
Islas Maldivas, frotando bronceador en las caderas a una de esas
maravillosas criaturas, que anuncian por televisión bebidas
refrescantes mientras componen la expresión de una niña traviesa
sonriéndole a mamá, cuando llega tarde a casa con las bragas en la
mano y el pintalabios corrido.
Aunque el problema mayor
residía en no entender los motivos de Fausto Baliarda para ordenar
la muerte del negro, mucho menos los motivos de Ayoub para tomarse la
molestia de regresar y cargárselo por su cuenta, sin tener en cuenta
el riesgo que corría. Tanto el uno como el otro son gente
profesional, Baliarda se mueve por objetivos, como un gerente de
banco, Ayoub se mueve por ordenes, concretamente las de Baliarda.
La cara de Ámbar cuando me
abrió la puerta mostraba una moderada sorpresa.
-No le esperábamos hoy, señor
Atila, ¿o estoy equivocada?.
-Quiero ver a Baliarda, -le
dije sin tener en cuenta la educación que un maestro cansado trató
de inculcarme en mi infancia. Él nunca pensó que acabaría
trabajando de detective privado ni que debería tratar con gente de
la categoría de Ambar y Baliarda.
Mi maestro más bien apostaba
por la cárcel.
En algún momento he lamentado
que yo empezara a enderezar el rumbo cuando él ya no estaba allí
para verlo. El pobre hombre se hubiese sentido gratificado.
-No sé si el señor Baliarda
le podrá recibir,-remarcó el señor casi con amor para que yo me
diese cuenta de la mala educación de que había hecho gala..
-Creo que si, señorita,
dígale que Abadoulaye Bassara Bassara ha sido asesinado,-remarqué
“señorita” con toda la mala leche de que fui capaz.
O bien Ámbar desconocía el
significado de la palabra “asesinato” o su capacidad para
asimilar noticias truculentas era digna de medalla olímpica. Solo
asintió muy seria y se marchó pasillo adelante, algo si debía
haberla afectado ya que sus pasos no tenían aquella cadencia que
dotaba a sus nalgas de la capacidad de provocar la clase de sueños
que te llevan a la gloria o al martirio.
Cuando regresó me pidió que
me sentara un momento. Intentó una sonrisa poco convincente y se
parapeto detrás de su mesa.
Fausto Baliarda me recibió al
cabo de diez minutos.
Ámbar me acompañó a una
habitación distinta a la que me había recibido en la primera
ocasión. Era una habitación acristalada, luminosa, el suelo era una
alfombra verde de césped sintético simulando un campo de golf. Todo
el mobiliario consistía en un mueble bar en un extremo de la sala,
dos sillones de cuero verde y lo necesario para mejorar el hándicap
sin moverse de casa.
-Buenos días señor Atila, le
acompaño el sentimiento. Supongo que habrá sido para usted una
pérdida sensible, aunque espero que eso no le impida continuar con
el excelente trabajo que está haciendo para mí.
-¿Qué dice?,-si seguíamos
por aquel camino antes de que pudiese llegar Ayoub le rompería la
cara a aquel hijo de puta que no satisfecho con hacer asesinar a un
hombre, -asesinato del que podía ser inculpado yo-, se permitía
hacer broma acerca de ello.
-Qué le acompaño el
sentimiento, veo que está usted muy alterado por la muerte de ese,
ese… ¿cómo ha dicho que se llama?.
-Abdoulaye,-di un paso en su
dirección, algo que no alteró su compostura, Ayoub debía andar muy
cerca o aquel tipo, además de millonario, era cinturón negro de
cualquiera de esas disciplinas tan útiles para forrar a hostias a un
prójimo dando saltos de mono a su alrededor.
-Abdoulaye, un nombre curioso,
y ¿quién es Abdoulayé?, si me permite la pregunta.
Primera duda: una cosa era que
Ayoub estuviese cerca y se sintiera protegido, otra bien distinta es
que aquel tipo fuese el primo napolitano de Robert de Niro, el que le
había enseñado a actuar, ya que daba la impresión de ser
absolutamente sincero.
-Abdoulayé es el nombre del
nigeriano que ayer fue “tratado” por Ayoub.
-Ya veo, y usted cree que he
dado la orden de que le mataran. La cabeza de Baliarda asentía
comprensivamente.
Segunda duda: el tipo no se
andaba por las ramas, aceptaba mis dudas con la tranquilidad que da
la inocencia. Sin aspavientos, sin falsas muestras de inocencia, sin
sentir el menor atisbo de culpa o responsabilidad.
Con lo cómodo que me sentía
yo rodeado de adúlteros sedientos de algo de alegría en su vida y
gilipollas que le robaban horas de trabajo a su empresa.
Baliarda me observaba con
perfecta comprensión de la situación.
-No sé si la orden la dio
usted o Ayoub actuó por su cuenta.
-Amigo mío, usted serviría
como guionista de series truculentas de televisión, creo que le voy
a decepcionar.
-Hágalo, por favor.
Pues bien, puede usted
quedarse tranquilo. Yo no fui. Y respecto a Ayoub, él solo hace
aquello que yo le ordeno. O si prefiere decirlo de otro modo, él
solo hace aquello que yo le permito hacer. Ahora hablaremos con el
amigo Ayoub, pero antes permítame que le haga una pregunta ¿por qué
demonios tendría yo querer muerto a ese desgraciado?. Usted me hizo
ver que ese pobre diablo podía tener información valiosa. De hecho
la tenía, usted no se equivocó. Mi decisión fue hacerme con esa
información. Como es lógico, en esos casos, la información se
consigue por las buenas si se puede o empleando métodos más
contundentes. La gente no responde a las necesidades del prójimo con
el debido espíritu de colaboración, no hace falta que se lo
explique. Usted trató de conseguir la información por las buenas,
no funcionó e hizo muy bien en pedir la colaboración de Ayoub. Ya
sabemos que él la consigue por las malas.
O por las peores, pensé yo.
-La información ya la tengo.
Asunto acabado, por tanto. Le agradezco a usted su eficiencia, le
agradezco a Ayoub la suya y del nigeriano me olvido, es así de
sencillo. Ahora usted viene a contarme que le han matado. Y yo
repito: ¿por qué demonios querría yo ver muerto a ese pobre
diablo?.
-No lo sé.
Era verdad, no lo sabía.
-Bien, me sigue gustando
usted, es sincero. Ahora hablaremos con Ayoub.
Dio un par de palmadas, no
demasiado fuertes, y el moro apareció como la representación de un
mal sueño. Su cara mostraba la misma placidez imbécil de siempre.
Debía estar pegado a la puerta de la habitación, con toda
probabilidad había escuchado nuestra conversación, sin embargo no
dijo nada, esperó que Fausto Baliarda hablara.
Hasta aquel momento habíamos
permanecido de pie. El amo de todos nosotros me señaló uno de los
sillones, él se sentó en el otro.
A Ayoub le dejó de pie.
Algo que me hizo feliz, me
sentí dueño de una mínima parte de todo aquel poder, incluido el
moro.
Ayoub seguía mostrando su
mejor expresión de placidez imbécil, estar de pie mientras nosotros
nos sentábamos no parecía incomodarle en absoluto. Pensé que si
Baliarda le pedía que nos hiciese una mamada simplemente preguntaría
quien iba primero.
La idea me pareció de muy mal
gusto.
Fausto Baliarda, con la mano
extendida y la palma hacia arriba me señaló al moro, dándome
permiso para interrogarle. Evidentemente el prefería seguir pensando
en la mejora de su hándicap.
-Ayoub, ¿aparte de
interrogarle le causaste otro daño al nigeriano?.
-¿Qué daño?
-Si te lo cargaste, ¡joder!.
-No paisa, no lo hice, no
tenía orden de hacerlo.
-¿Y sabes que puedes estar
metido en un lío?. Mejor dicho, estamos metidos en un lío todos
nosotros.
Aquello a Fausto Baliarda
pareció alejarlo momentáneamente de su hándicap ya que giró
lentamente la cabeza y miró a Ayoub.
Ayoub giró lentamente la suya
y me miró a mí, -¿por qué?,-preguntó.
Tus huellas y las mías deben
estar por allí y la policía no son una panda de tarados.
-No hay huellas, paisa, ni las
tuyas ni las mías, las borré yo, fue lo que me llevó más tiempo,
el resto fue sencillo.
-¿Entonces quien lo mató?.
-Y yo que sé, paisa.
-¿Se te ocurre alguien que
pudiera querer matarlo?,-la voz de Baliarda al dirigirse al moro era
tan educada y amable como siempre, la amabilidad de quien está
convencido de que le van a obedecer.
-Claro que se me ocurre
alguien.
-¿Quién lo hizo, según
tú?,-aquel hombre me llenaba de estupor.
-Los suyos, lo que me contó
no tenía porqué hacerlo. A ti no quiso decírtelo de ninguna de las
maneras, era información peligrosa para sus jefes, le apretaste
poco. Si que me lo dijo a mí. Cuando nos marchamos probablemente
cometió el error de llamar a alguien para que le ayudara, o tuvo la
mala suerte de que alguno de los suyos se presentó y algo se vio
obligado a contarle, o el otro se lo imaginó. Y ese alguien decidió
que si contó aquello podía contar cualquier otra cosa. De ahí a
tomar el camino del medio para asegurarse de que ya había hablado
bastante no hay mucho trecho. Así funcionan las cosas en el tipo de
negocios que estaba metido el negro.
Si, al parecer así funcionan
las cosas, era una explicación razonable.
-¿Qué te contó, aparte de
lo que me diste a mí?.
Ayoub miró a Baliarda.
-No se preocupe por eso, señor
Atila, dé esta línea dé investigación por concluida, la de los
nigerianos quiero decir. Usted ya no es responsable de ella, a no ser
que por este lado surja algo totalmente novedoso, en ese caso sea tan
amable de consultarme. Ha hecho un trabajo magnífico y le queda
mucho trabajo por hacer, siga con ello, no se arrepentirá.
-Tengo mis límites.
-Nadie pide que los traspase,
lo único que se le pide es información acerca de una serie de
elementos asociales, no que actúe contra ellos. Con su trabajo me
beneficia a mi y me atrevería a decir que al conjunto de sus
conciudadanos. Mire señor Atila, si yo fuese un escritor y estuviese
escribiendo un estudio o una novela acerca de las mafias que imperan
en Barcelona, le pediría exactamente lo mismo que le estoy pidiendo
y usted no tendría el menor remordimiento en hacer el trabajo. Me
atrevo a decir que por el sueldo y por el magnífico trato que recibe
por nuestra parte, dejando aparte el lamentable inicio de nuestras
relaciones, estaría usted más que satisfecho. ¿Me equivoco?.
-Visto desde ángulo, no, no
se equivoca. Pero ha muerto un ser humano.
-Ha muerto un delincuente a
manos de sus propios compinches. De acuerdo, no dejaba de ser un ser
humano. Sin embargo cada día mueren seres humanos, la mayoría de
ellos decentes, y alguno de ellos, bastantes de ellos en realidad,
perjudicados de una forma u otra por alguien del mismo pelaje de su
Abdoulayé o como demonios se llamara este mafioso. Siga con su
trabajo, se lo ruego. Es del todo libre de abandonar si así lo
desea, ni siquiera es necesario hacer una liquidación del dinero que
se ha manejado. A mi entender lo conseguido hasta el momento
justifica lo invertido, pero yo le pido con el máximo interés que
siga con su trabajo. En caso contrario simplemente dígame que no va
a continuar y nuestra relación quedará cancelada muy a mi pesar.
No lo dije.
Al abandonar la casa, Ámbar
me acompañó hasta la puerta. En el momento de salir me tendió la
mano, un gesto que no había hecho hasta el momento. Se la estreché,
ella la retuvo hasta que nuestras miradas se encontraron, entonces me
dijo: -Siga con su trabajo, señor Atila, no se arrepentirá.
-¿Nos estaba escuchando?.
-Por Dios, que cosas de
imaginar, señor Atila.
-Claro, cómo iba a hacerlo
una chica tan recatada como usted.
No me dio tiempo ni siquiera a
sonreírle, ya había cerrado la puerta.
Estuve caminando durante un
rato. El camino era de bajada, resultaba confortable caminar, el
apiñamiento de la ciudad se veía más cercano con cada paso que
daba, mi vida cotidiana, mi habitat natural estaba cada vez más
cerca y no me gustaba.
Acostumbra a pasar cuando tu
vida cotidiana es una mierda.
Al doblar la esquina una
ráfaga de aire fresco me hizo olvidar la comodidad del sillón de
Fausto Baliarda, la sensación de poder y la satisfacción de ver a
Ayoub de pie mientras yo estaba sentado. Pensé que sería una
excelente idea volver sobre mis pasos, llamar a la puerta, ver la
sonrisa de Ámbar por última vez y decirle a Baliarda que dimitía.
Y, a continuación, empezar a
pensar en la mejor manera de matar al hijo de puta de Ayoub.
Lo que no estaba nada claro
era si Baliarda seguiría dándome gruesos sobres con dinero dentro,
si yo hacía lo que estaba pensando.
Seguramente no.
Me paré frente a un semáforo
que mostraba el rojo para los peatones. Un Mercedes, negro, grande y
lujoso conducido por un chino que charlaba con el copiloto, tan
chino como él mismo, ambos con esa expresión llena de seguridad que
da el poder, cruzó frente a mí. Aquel modelo de Mercedes yo no le
conocía, era muy largo, más parecido a una limusina americana que a
un coche europeo, lo que teniendo en cuenta lo poco que entiendo de
coches de lujo quería decir que, o bien era muy caro y habían pocos
en la ciudad, o bien entendía de Mercedes aun menos de lo que
pensaba y acababa de agrandarlo por mi cuenta un buen puñado de
centímetros. Era tan largo que por unos instantes tapó el edificio
que tenía enfrente: una construcción paranoica de piedra oscura, lo
que no contribuía a mejorar su aspecto.
Quizás todo fue causado por
el viento que había dejado de soplar y no me gusto sentirme
distinto, pero de repente lo comprendí. Al Mercedes con aspecto de
limusina americana, y a los chinos que iban dentro, les podían dar
porculo. A los italianos que se reorganizaban en España porque era
más fácil esconderse que en Italia exactamente igual. A los negros
que vendían por cuatro euros a sus mujeres como carnaza para
braguetas histéricas se los podían fumigar los cocodrilos. A los
rumanos que venían a cometer sus delitos en nuestro país debido a
que aquí, tal como les cogíamos les soltábamos y les pedíamos
perdón por las molestias causadas, les podían montar una fiesta y
envenenarlos a todos o si lo preferían nombrarlos diputados de algún
partido de nuevo cuño, o de uno antiguo en plena fase de renovación,
aquí nuestros políticos son maestros de la renovación, en cuanto
los que hay se enriquecen le ceden el paso durante un tiempo a los
que están haciendo cola, hay muchos. A los rumanos, búlgaros o lo
que coño fueran que se refugiaban en el calor y se presentaban en el
juicio acompañados de doce abogados proclamando que eran pobres sin
techo vendedores de La Farola les podían apuñalar en una esquina o
casarlos con vírgenes feministas que les hiciesen la vida imposible.
A mi me daba igual.
Alguien enterraría a
Abdoulaye y a su polla desmesurada.
Por mi se la podían enrollar
en el cuello.
Elisabeth le recordaría
alguna noche escuchando roncar a su papito, si es que este no le
había hecho la corbata colombiana al enterarse de que su amorcito
gozaba de mingas más grandes que la suya, y además iba contándolo
por ahí. Lo cual es una putada ya que si a un tipo pobre le añades
que tiene una pinga del montón le acabas de reducir el mercado. Esas
cosas una esposa no debería contarlas nunca.
Y volviendo a lo mío: a mi me
habían contratado para hacer el trabajo que hago siempre y me
pagaban como no lo hacían nunca.
Estaba claro, lo que haría
sería trabajar y cobrar.
Y yo tenía una pista.
EL PAIS.COM. 17/10/2012
EL SUPUESTO CABECILLA DE LA
MAFIA CHINA ES UN CONOCIDO GALERISTA DE ARTE MODERNO.
Gao Ping, una celebridad en la
comunidad china de Madrid y en su país, es el supuesto dirigente de
la trama de blanqueo de dinero. Las galerías de arte y comercios
cercanos a la Galeria Gao Magee en Madrid dicen que al dueño y a los
trabajadores se les veía poco. Que a veces abrían y a veces no. Que
a veces llegaban muchos Audis y coches de lujo a su puerta. Y algún
vecino reconoce que más de una vez pensó, que por el tipo de gente
que llegaba y que porqué a veces salían de allí con bolsas llenas,
todo era bastante raro.
El dueño era Gao Ping, uno de
los detenidos en la Operación Emperador y presunto cabecilla de la
Red, o redes, de crimen organizado que ha blanqueado centenares de
millones de euros en los últimos años. Gao no solo poseía esa
galería. Era un conocidísimo promotor del arte chino en España y
del arte español en China, con todas las puertas abiertas en ambos
países.
Gao de cuarenta y cinco años,
casado y con tres hijos lleva viviendo en España desde 1989. En la
pagina web de su fundación Arte y Cultura se define a si mismo de la
forma siguiente: “Con la entrada del presente siglo Gao Ping
comenzó a mostrar gran interés por la cultura, el arte, las
publicaciones, los deportes y demás asuntos filantrópicos y empezó
a coleccionar obras de arte contemporáneo”.
Abrió en 2010 la galería
madrileña Gao Magee, pero en Pekín tiene otros negocios
relacionados con el arte, como “Iberia”, un centro de difusión
del arte español por el que han pasado artistas como Ouka Leele o
José Manuel Ballesteros. Este último recuerda que dejó de trabajar
con él porque le parecía un personaje poco claro.
El presunto jefe de la trama
de corrupción ha colaborado también con el Centro Tomás y Valiente
de Fuenlabrada, con el que en 2008 imauguró una exposición llamada
“Realismo Poético” que el municipio definió como “un gran
proyecto de colaboración internacional”. El concejal de Seguridad
Ciudadana de este municipio, el socialista José Borras fue uno de
los detenidos en la Operación Emperador.
El Instituto Valenciano de
Arte Moderno (IVAM) dirigido por Consuelo Ciscar también colaboró
con Gao en el menos dos exposiciones en el año 2008.
La revista Descubrir el Arte
lo premió en Marzo del 2011 “por la promoción del arte español
en el exterior.
La policía registró el
domicilio de Gao, un chalé de varios pisos con columnata en la
entrada en la lujosa urbanización de Somosaguas donde encontraron
cantidades ingentes de dinero.
UN ERROR JUDICIAL PONE EN
LIBERTAD A GAO PING.
Cadena Ser.com
Miguel Ángel Campos
22/11/2012
La Sección Tercera de la Sala
de lo Penal de la Audiencia Nacional, presidida por el magistrado
Felix Alonso Guevara ha ordenado la excarcelación del imputado Kay
Yang porqué el Juzgado número Cuatro que instruye la causa prorrogó
más de setenta y dos horas su detención sin tomarle declaración ni
acordar su ingreso en prisión, lo que hubiera permitido al juez
disponer de un nuevo plazo de setenta y dos horas de detención.
La Sala de lo Penal dice que
el juzgado instructor hizo una interpretación “errónea y
contraria de la doctrina del Tribunal Constitucional”.
Las detenciones se produjeron
el dieciséis de Octubre y el juez Fernando Andreu emitió un acto
por el que los detenidos pasaban a su disposición y decretó su
ingreso en prisión el día veinte de Octubre. La Sala de lo Penal
dice que las detenciones fueron efectuadas por vía judicial y no
policiales. El plazo que tiene el juez para decidir sobre los
imputados comenzó a contar desde el mismo momento en que fueron
detenidos y no dos días después como interpretaba Andreu. La Sala
recalca que “nadie puede ser privado de libertad salvo en los casos
y en las formas previstas por la ley” por lo que decreta “la
nulidad absoluta e insubsanable” del auto de prisión para Kay Yang
y su inmediata puesta en libertad. La Sala recuerda al juez
instructor que puede tomar las medidas cautelares que entienda
adecuadas para evitar su fuga.
Este auto es de aplicación
para el acusado Kay Yang, pero también al principal imputado Gao
Ping y al resto de cabecillas de la supuesta organización criminal
ya que todos ellos fueron detenidos el día dieciséis del diez y la
orden de prisión llegó sobrepasado este plazo de setenta y dos
horas sin que el juez hubiera utilizado todos los mecanismos
necesarios para utilizar la prorroga.
OTRAS ENTRADAS PRESENTES EN LA
MISMA WEB RELACIONADAS CON EL CASO.
-Gao Ping fotografiaba a las
victimas de sus palizas para atemorizar a la comunidad china.
-Fiscalía advierte riesgo
fuga Gao Ping.
-El juez Andreu pide perdón.
-Los empresarios españoles
que colaboraban con la trama china prefieren el dinero en Suiza.
ALGUNOS COMENTARIOS DE
LECTORES EN LA MISMA WEB.
Carlos.
Error, una poya. ¿Kien hay
detrás de todo esto?
Robespierre
Los brazos de las mafias son
muy largos. ¡Ah, no, que ha sido un error!-
José C. Ortiz
¿Error?. ¿Despiste?. ¡Por
favor!. Eso no se lo cree nadie. Un juez con experiencia no comete
errores de este tipo. Lo siento pero no me lo creo. No sé lo que hay
detrás pero no me lo creo.
Miguel
¡¡Con dos cojones!! Esto
mismo pasa con un delincuente habitual y carece de interés. Lo
armonioso es que no pasa. Lo siento no pasa nunca.
Pedro.-
Es vergonzoso e indignante
leer estas noticias, pero ya se sabe, el que tiene dinero tiene una
justicia diferente.
Rober.-
Una mierda un error. Algo
habrá por ahí